Se cumplen noventa años de la proclamación de la II República Española.
Los que se arrogan la herencia de “aquella república” no paran de contarnos que aquello era poco menos que “el Edén” y que hubo una pandilla de carcas, irracionales, anacrónicos que conspiraron contra ella con la intención de derrocarla, desde el mismo momento en que aquel régimen político echó a andar.
Pero, cualquiera que sepa lo suficiente de la Historia de España sabe perfectamente que la fábula que algunos nos cuentan es una absoluta falsedad, la crónica que nos cuentan algunos está impregnada de una profunda mendacidad, por más que esa gran mentira se haya instalado en la mente de una gran cantidad de los españoles actuales.
Para empezar: las elecciones municipales que dieron paso a la Segunda República Española, y la abdicación del bisabuelo del actual Rey Felipe VI, no fueron ganadas por los partidos antimonárquicos.
El 12 de abril de 1931 hubo en España elecciones municipales. Ganaron claramente las candidaturas monárquicas. Los monárquicos vencieron en 42 provincias y consiguieron 22.150 concejales. Los republicanos y socialistas ganaron en ocho provincias y consiguieron 5.875 concejalías.
El entonces rey, Alfonso XIII renunció al trono, -mal- aconsejado por sus ministros, para evitar lo que posteriormente acabó fatalmente sucediendo, cinco años después.
Fueron los propios monárquicos los que se travistieron en “republicanos de toda la vida” y abrieron las puertas al caos, tremendo caos que acabó instalándose en España. La II República Española tuvo una vida breve, efímera, por la sencilla razón de que apenas nadie, salvo el partido político que encabezaba el filósofo José Ortega y Gasset, tenía intención de que se consolidara y perdurara.
Lo que inicialmente parecía que iba a desembocar en un proceso de regeneración, y que muchos apoyaron con esperanzas y entusiasmo, acabó degenerando de forma acelerada, pues salvo excepciones, la percepción de casi todos era que aquello era un paso intermedio, transitorio, que daría lugar a una “Nueva España” y que, se acabaría produciendo un cambio social profundo, revolucionario.
Solamente el partido político de Ortega y Gasset tenía un proyecto liberal.
El partido Agrupación al Servicio de la República quería establecer una separación clara de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo. Quería implantar un Parlamento de una sola cámara, elegido por las regiones y asistido por comisiones técnicas. Aspiraba a construir una estructura regional (pero no federal) del Estado, en grandes provincias gobernadas por asambleas y gobiernos locales. Se proponía proclamar un estatuto general del trabajo, con sindicación obligatoria de los trabajadores. Apuntaba a adoptar una economía organizada, con cierto grado de planificación económica por parte del Estado, para construir un Estado social. Por supuesto, el partido presidido por Don José Ortega y Gasset predicaba la separación de Iglesia y Estado.
Pero la “línea Ortega” no era precisamente mayoritaria. Ortega y Gasset acabó muy pronto, el 9 de septiembre de 1931, escribiendo un artículo muy crítico titulado “Un aldabonazo” donde decía:
“Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!» La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo”.
El tiempo le iba a dar enseguida la razón. El mejor balance de la amarga experiencia de la II República fue el que hizo un ilustre liberal, Salvador de Madariaga, y decía así: “¡Qué bella era la República en tiempos de la Monarquía!”.
Cualquiera que sepa Historia de España (son muchos los que dicen que, quien no conoce su propia historia está abocado a repetirla…) sabe perfectamente que quienes afirman de sí mismos ahora, que son herederos de aquellos republicanos falsifican constantemente lo que por entonces ocurrió, pues los partidos republicanos y socialistas y los sindicatos de aquella época no pararon de conspirar e intentar destruir la legalidad. Por supuesto, sus opositores, salvo excepciones, tampoco se andaban con chiquitas.
Entre todos la mataron… y ella sola se murió.
Nadie por entonces estaba por admitir la alternancia en el poder, a la manera de las democracias parlamentarias existentes en algunos lugares del mundo, por respetar los resultados de cualquier comicios que se convocara, todos salvo honrosas excepciones estaban convencidos de que era legítimo imponer sus ideas, su proyecto político por la fuerza de las armas, o como poco mediante la coacción. La sublevaciones, los complots, fueron el pan de cada día; los asesinatos de rivales eran una cosa frecuente; los anarquistas practicando lo que ellos denominaban “gimnasia revolucionaria”, levantándose en armas por doquier, asaltando el Cuartel de la Guardia Civil, tomando rehenes o sencillamente matando; los sindicatos socialistas invadiendo propiedades agrarias cuando les venía en gana…
Y claro, pues no podía ser de otro modo, el primer intento serio de golpe de estado acabó produciéndose en el año 1934, cuando los partidos y sindicatos de izquierda promovieron una insurrección armada, que solamente logró triunfar en Asturias, que sería duramente reprimida por el Gobierno de la República. Posteriormente, vendría el triunfo del “frente popular” en las elecciones de 1936… y la guerra civil, la terrible guerra que asoló a España durante tres años.
Así que no nos engañemos, hoy que se cumple el nonagésimo aniversario -90 años- de la proclamación de la Segunda República Española, poco o nada hay que celebrar. Y conste que el abajo firmante es “racionalmente republicano” pues como cualquier persona medianamente o algo más que medianamente informada, si se me pregunta que si considero correcto que la Jefatura del Estado sea hereditaria, respondería que no. Pero ¿Qué clase de república es posible en España, cuál sería la más recomendable? Porque los que hacen apología de la república como forma de Estado, aparte de falsear la Historia, parece que poco saben de los posibles modelos a seguir.
De todos modos, metidos como estamos en el guirigay en el que estamos, solo falta que cambiemos de régimen y se nos convoque a las urnas en otros comicios más, por si no teníamos bastantes.
Y ya para terminar ¿Tienen claro los que gritan, vocean y claman por el restablecimiento de “aquella república” y desean ganar la guerra que perdieron los partidos políticos y sindicatos de los que se dicen herederos, que los países más prósperos del mundo, salvo muy escasas excepciones son monarquías parlamentarias? Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Dinamarca… ¿O es que a lo que aspiran es a implantar repúblicas al estilo venezolano, pongo por caso?
Se cumplen 90 años del advenimiento de la II República Española, y algunos celebran glorifican un sueño, pero un sueño monstruoso, que por más que sigan falseando la Historia seguirá siendo una época que mejor no olvidar, pero para aprender de ella y nunca volver a repetirla…
Decía Pío Baroja que hay siete clases de españoles (sí, como los siete pecados capitales de los que habla el catecismo católico):
1) los que no saben;
2) los que no quieren saber;
3) los que odian el saber;
4) los que sufren por no saber;
5) los que aparentan que saben;
6) los que triunfan sin saber, y
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Pues bien, nunca olviden que entre los políticos abundan los de la última clase (los que viven gracias a que los demás no saben) y para más inri se llaman a sí “intelectuales”.
Así que… ¿“resucitar la II República española”?
¡No, gracias!
– ¡Ah, se me olvidaba, quien quiera saber cómo le fue a la España de la Segunda República y a los españoles de entonces, les recomiendo que lean “El laberinto español”, de Gerald Brenan…! Estoy seguro que algunos se llevarán alguna que otra sorpresa.
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