PÍO MOA
Puede decirse que los misterios del 23-f no lo son desde hace tiempo. Durante muchos años, sin embargo, permaneció la versión de un intento de golpe dado por unos fachas chiflados y chapuceros, y parado oportunamente por Juan Carlos I. Todavía hay quienes lo siguen considerando así. No obstante, la verdad, en lo esencial, se conoce hoy bastante bien. Uno de los que más han contribuido a aclararla ha sido el historiador Jesús Palacios en El Rey y su secreto del que ha dicho uno de los comprometidos, Luis María Ansón, que acierta en un 80%, creo recordar. Ya Sabino Fernández Campo había advertido irónicamentea quienes no se contentaban con la versión oficial, que si buscaban la verdad corrían el peligro de encontrarla.
Es interesante la persistencia de la versión oficial, que recuerda a la del golpe del 11-m de 2004 (los atentados a los trenes de Atocha, Madrid) que también acabó teniendo consecuencias políticas tan extraordinarias.
En fin, todo indica que se trató de una provocación golpista instrumentada por los servicios secretos, y en la que estaban involucrados el rey, personalidades socialistas, de derecha y otros, probablemente la mayoría de los que aparecían como miembros del gobierno de concentración que debía presidir el general Armada. Como el “factor humano” (Tejero), hizo fracasar la operación, él, Armada y otros próximos a Juan Carlos sirvieron de chivo expiatorio de un «interés de estado». Porque lo que se buscaba era frenar una deriva política del país cada vez más peligrosa: un terrorismo de niveles desestabilizadores y unos separatismos cada día más insolentes y osados; un ataque sistemático y a menudo furibundo en los medios a cuanto significase unidad nacional (la propia palabra España se hizo casi tabú, como durante la segunda república), sin olvidar el rápido deterioro de la salud social, con expansión galopante de la droga y la delincuencia. Todo ello en medio de una crisis económica a la que no se vislumbraba salida. Tarradellas, uno de los pocos exiliados que había aprendido las lecciones de la historia, había advertido de la necesidad de un golpe de timón para enderezar una coyuntura que se iba de las manos a todos. Y se conocen los contactos y maniobras de unos y otros para preparar el evento provocando un “supuesto inconstitucional máximo” — con Tejero como peón inconsciente– inspirado en la operación que llevó al general De Gaulle al poder en Francia en 1958.
En los análisis del suceso ha solido dejarse de lado a Adolfo Suárez, el principal responsable de la situación creada, y que suele aparecer como víctima. Suárez, político de vuelo corraleño, desvirtuó la transición planeada por Torcuato Fernández Miranda de la ley a la ley y aprobada abrumadoramente en el referéndum de diciembre del 76; ignorante de la historia trató de congraciarse con quienes salían a la luz sintiéndose herederos del Frente Popular, haciéndoles concesiones innecesarias; quiso “olvidar el pasado” impidiendo cualquier respuesta a la creciente demagogia izquierdista y balcanizante; promovió una Constitución con artículos contradictorios y peligrosos, elaborada de manera poco democrática; jugó a superar al PSOE por la izquierda y bloqueó una posible unidad de acción con la derecha de Fraga, dinamitando de paso a su propio partido, la UCD.
He tratado en La Transición de cristal estos hechos poco atendidos u olvidados en muchos análisis en beneficio de declamaciones emotivo-demagógicas o dudosamente democráticas.
La extravagancia política de Suárez dejaba muy pocas posibilidades de un gobierno capaz de afrontar la crisis. La UCD estaba en ruinas y Alianza Popular carecía de fuerza suficiente, además de chocar con la oposición irreconciliable de izquierda y separatistas. Suárez fue forzado a dimitir entre denuestos de casi todo el mundo –dato olvidado convenientemente cuando falleció–, dejando una herencia casi inmanejable. De ahí la solución golpista. No voy a repetir lo ya sabido y que otros comentarán. Pero vale la pena señalar el sarcasmo de que quienes estuvieron involucrados al más alto nivel salieran indemnes a costa de los chivos expiatorios “fachas”. La UCD, con Calvo Sotelo, demostró su ruina en muy poco tiempo, y finalmente pasó a gobernar el partido de los “cien años de honradez”.
La verdad es que si en aquel momento se hubiera sabido la verdad, las instituciones habrían quedado tan por los suelos y el país tan en peligro de anarquía que, en definitiva, se hace difícil imaginar otra salida que la que hubo, por injusta que parezca, pues la alternativa era peor. Pero el resultado es que la democracia un tanto echada a perder por Suárez ha permanecido tan chapucera como entonces, manteniéndose gracias a una inercia histórica cimentada en una larga paz, prosperidad y reconciliación mayoritarias, herencia del régimen anterior y que nuevamente ponen en crisis los demagogos.
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