¿De verdad, hay inocentes en la Franja de Gaza?
Luciano Mondino
Nunca la causa palestina ha previsto ni perseguido un estado propio, sino la destrucción de Israel y esto ha sido la raíz más explícita de Hamás, que inspira su carta fundacional de 1987 y que más de 70 % de los palestinos en Gaza han decidido apoyar con su voto como régimen de gobierno…
Sobre si existen o no los inocentes en Gaza se genera una discusión que obnubila. Casi como una disputa entre el buenismo, lo políticamente correcto y lo obvio que arrastra a cualquier posible análisis a un terreno insignificante y que oculta que el ejército de Israel, a diferencia de otros en Oriente Próximo, está también salvando (y muchas) vidas palestinas en la Franja de Gaza que han sido radicalizadas por la organización terrorista Hamás durante casi dos décadas.
Es una obviedad asumir que hay inocentes en la Franja de Gaza, al menos uno o dos de los más de dos millones de gazatíes pudieron haber al menos no festejado las masacres de Hamás en Israel el 7 de octubre. Incluso, si lo pensamos en un sentido estrictamente instrumental, aquellos miles de trabajadores palestinos que gracias a Hamás han perdido sus trabajos en Israel puede que estén maldiciendo en secreto a la organización terrorista, ya que no pueden manifestar nada en público.
¿Hay inocentes allí en Gaza? Alguno habrá, claro. Sin embargo, es muy difícil entender para la mentalidad occidental (en cualquiera de sus variantes) lo que realmente pasa en la Franja de Gaza. No comprenden cómo es que, en las escuelas, incluso en las instituciones de UNRWA, enseñen a los niños palestinos que el mejor proyecto para su vida es ser mushahidyn o que haya médicos o personal del Ministerio de Sanidad de Gaza (o sea, Hamás) que han entrado junto a grupos armados a Israel en la invasión del 7 de octubre. La muchas veces cómoda e inalterable mentalidad occidental no comprende el sentido de la yihad, piensan que son sólo un grupo minoritario, cuando pueden ser más de 80 % o 90 % de toda la Franja de Gaza que quieren mantener a Hamás.
El más interesado en reconocer esto no es Israel o Estados Unidos, sino la propia Autoridad Palestina que gobernó la Franja de Gaza hasta la llegada de Hamás en 2006 y que gobierna actualmente distintos territorios dentro de Judea y Samaria: ¿Por qué la AP, liderada por Mahmoud Abbas, ha pospuesto las elecciones durante casi dos décadas? Porque sabe que puede repetirse el mismo escenario de Gaza, donde los palestinos votaron en mayoría a Hamás y eso expulsó, mediante tiros y ejecuciones, a Fatah y la AP. En el mundo palestino no se vota democráticamente por decisión de los líderes palestinos para que su enemigo no triunfe en ninguna elección.
Un elemento que condiciona cualquier alternativa de finalizar la guerra (que llegaría cuando Hamás devuelva a todos los rehenes y sea destruida su amenaza más próxima) o el absurdo proyecto de dos estados sobre el que la administración de Joe Biden está absolutamente empecinado, es la radicalización a partir del fundamentalismo religioso que ha construido esa identidad palestina, de forma progresiva, desde 1965. Pongámoslo en estos términos: el nacionalismo panárabe, disociado con los proyectos islámicos del Oriente, dio cobijo a la creación de la Organización para la Liberación Palestina en Egipto, a mediados del siglo XX, para reclamar algo que nunca habían reclamado y era la tierra ancestral palestina.
Para la retórica de Hamás y el enjuague de culpas, acusar a Israel de la ocupación de una Palestina Histórica desde 1967 al finalizar la guerra de los Seis Días es el ápice para no hablar de las mujeres masacradas y violadas en Israel, siendo muchas de ellas parte de los más de 1200 asesinados en octubre solo por ser judíos. Esa mentalidad antiisraelí que camufla un ADN antisemita y judéofobo es un hilo conductor que unifica al mundo islámico en general sin importar que sean árabes, persas u otomanos.
La causa palestina nunca contempló un estado propio, sino la destrucción de Israel y esto ha sido una premisa explícita de Hamás, que ha volcado en su carta fundacional de 1987 y que más de 70 % de los palestinos en Gaza han decidido votar como régimen de gobierno tras la retirada de Israel en 2005. Esos mismos palestinos sujetos a la radicalización terrorista, adoctrinados en las escuelas y guerrilleros voluntarios del plan de aniquilación de Israel son una parte fundamental de la cuestión palestino-israelí que muchas veces se omite porque es verdaderamente incómoda.
Para Israel, un estado en minoría demográfica y religiosa en toda la región, un estado palestino bajo los conceptos de la paz de Westfalia de 1648 donde se abracen los ideales de convivencia realista, sobre intereses mutuos y la búsqueda del beneficio hubiera sido y es la mejor opción. Pero no es posible. Ni siquiera es posible pensar en algo similar a lo que ocurre con Egipto y Jordania, dos países del mundo árabe donde las elites gobernantes han decidido desde hace mucho normalizar su relación con el Estado judío para mantener sus intereses nacionales en pie. Ni siquiera pensar tampoco en una alianza pragmática como la que piensan los países del Golfo, donde la premisa no está en sostener la causa palestina, sino evitar el expansionismo nuclear de Teherán.
Estamos frente a una guerra de desgaste que ya lleva más de tres meses y que arrojará, además de una crisis política interna en Israel, un abanico de cuestiones a considerar en materia de seguridad para la defensa de sus fronteras. Sin embargo, una conclusión a la que ya podemos ir considerando como inamovible es dejar de hablar de una solución de dos estados como la salida a este largo conflicto existencial.
Luciano Mondino
Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales UCALP / Máster en Política Internacional UCM. Escribe en The Times of Israel.