Felipe VI, diez años camino de la república
RAMIRO GRAU MORANCHO
Hace veinte años que se casó el rey Felipe VI, y diez que nos gobierna, como Jefe del Estado, a tenor del artículo 56 de la Constitución, aunque desde el 2018 parece que el Jefe del Estado es Pedro Sánchez, y Felipe VI un jarrón chino más.
Todo ello con su complacencia, faltaría más, y solo hay que ver como acudió presuroso a recibir al dictador ucraniano, en fechas recientes, para que fuera recibido posteriormente por el “caudillo Sánchez”, otro dictador, y tirano en ciernes, como el ucraniano.
Solo recuerdo una actuación propia del Jefe del Estado, su discurso el 3 de octubre de 2017, ante el golpe de estado catalán.
Ahí si me sentí representado por Felipe VI.
Antes y después, todo ha sido inaninidad, intentar pasar desapercibido, no molestar lo más mínimo al gobernante de turno y, en definitiva, dejar pasar el tiempo, e intentar asegurar la sucesión en su hija, la Princesa Leonor, que, al paso que vamos, no va a tener nada que heredar.
Pero, eso sí, se exhibe con el pin de la Agenda 2030 en la solapa del traje, para que quede claro a quien obedece, y cuál es su ideología política, es decir, su falta de ideología política.
O desfilando en un castillo británico, junto a otros futuros Caballeros de la Orden de la Jarretera, masónica, como todos sabemos.
¿Alguien se imagina al Rey del Reino (hundido) de la Gran Bretaña viniendo a España, para ser armado Caballero de una de las cuatro tradiciones Órdenes de Caballería españolas…?
Me pareció rebajarse mucho, rebajar a nuestro Patria y, la verdad, sentí vergüenza ajena.
No voy a hablar de su matrimonio, que hace aguas por todas partes, según es del dominio público, pero sí de su vida personal, pública, que creo no es de recibo.
En España hay millones de divorciados, o de matrimonios separados, y ese remedio creo es preferible a vivir una vida de engaños y presuntos adulterios, pues quien ostenta la Corona debe ser ejemplar, o, al menos, parecerlo.
Dicho sea con el máximo respeto, y en términos de crítica política, institucional, que no personal, pues quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra…
Echo en falta que ejerza las funciones que le encomienda el art. 56 de la Constitución: “…arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones…”.
O, al menos, la sociedad española no lo percibe.
“…asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica…”,
Pero tiene que viajar solo, sin la asistencia y refrendo del ministro de asuntos exteriores, tal y como establece el art. 64 de la Carta Magna, pues el régimen sanchista pasa de él, como es público y notorio.
O con la mínima asistencia de algún enchufado de esos que tanto proliferan en el Palacio de Santa Cruz, y en todos los Palacios y organismos públicos gubernamentales, dicho sea de paso.
Es decir, no le respetan como Jefe del Estado, y él se deja ningunear, y es incapaz de hacerse respetar.
Repito, así lo veo yo, en conciencia, y con arreglo a mi leal saber y entender.
Tampoco me ha gustado, y creo que a la mayoría de la sociedad española tampoco, sus desprecios públicos a su padre, haber dejado que los gobiernos socialistas de Zapatero y Sánchez le hayan perseguido, injuriado, calumniado, desterrándole de facto de España, pues cualquier ataque al Rey, anterior o actual, es un ataque a la monarquía.
Y, como decía un gran pensador español, creo que Joaquín Costa: “Con la Patria se está siempre, con razón y sin ella, igual que se está con el padre y con la madre”.
Felipe VI no me ha parecido que haya sabido estar al lado de su padre, defenderle, en público y en privado, e incluso tuvo la desfachatez de viajar al país donde reside o residía, para un acto oficial, y no ir a ver a su padre (al menos oficialmente), dijeran lo que dijesen los gobernantes del régimen bolivariano sanchista.
Para que a uno le respeten, tiene que empezar respetándose a sí mismo, y cumpliendo en todo momento con su deber, como hijo y como Rey de España.
Aunque el Rey puede otorgar títulos nobiliarios, a personas que se hagan hecho acreedores de ellos, por sus grandes méritos, servicios a la Patria, etc., lo cierto es que Felipe VI en diez años no ha encontrado a ninguna persona sobresaliente para otorgarle la nobleza titulada.
El Rey, ¿será republicano, y no creerá en la nobleza…?
La monarquía y la nobleza son las dos patas de la misma institución, y si falla una, pronto fallará la otra.
Y menos mal que ya ha cambiado la muletilla de todos sus discursos: “La Reina y yo…”.
Aquí no hay más cera que la que arde, y él único Rey es él.
Su todavía esposa es solamente la consorte, y según dice el artículo 58 de la Constitución: “La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrá asumir funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia”.
A Dios gracias, ese “peligro” de la regencia en manos de su mujer ya lo hemos superado, pues la Princesa Leonor ya ha superado la mayoría de edad, por lo que ahora Letizia o Leticia, no deja de ser otro jarrón chino más…
¿Y qué decir de los impresentables parientes, primos, sobrinos, etc. (calculo que alrededor de medio centenar de personas), la mayoría de los cuales carecen de estudios y formación, pero viven opíparamente del apellido Borbón, pues las telebasuras se los rifan, así como muchas empresas…?
Claro que, en honor a la verdad, nadie es culpable de la familia que tiene, pero sí de que muchos de ellos lleven escoltas, utilicen coches oficiales, y, en definitiva, supongan un gran aumento del gasto público.
La Familia Real debe ser lo más reducida posible, pues sino los españoles preferirán una república, dónde hay que mantener a menos personas.
(Por cierto, y ahora que nos oye nadie, los sobrinos más presentables, educados y competentes, me parecen los hijos de Urdangarín y la Infanta Cristina).
En definitiva, los primeros diez años del reinado de Felipe VI me resultan bastante inanes, y dudo mucho que vaya a seguir otros diez años ocupando el Trono de España, eso suponiendo que la España actual siga existiendo dentro de diez años.
Lo dudo mucho, la verdad.