¡Que alguien dé ya por muerto el régimen del 78, firme el certificado de defunción y lo entierre para que no siga corrompiéndose y que acabe hediendo…!
CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
ESPAÑA ESTÁ NECESITADA DE UNA «SEGUNDA TRANSICIÓN», URGE UNA CIRUGÍA REGENERADORA…
Cuando se cumplen 46 años del referendo mediante el cual los españoles ratificaron la Constitución Española de 1978. Bueno es recordar que apenas fue el 59% del censo electoral el que le dio su apoyo. Lo cual demuestra el escaso interés que suscitó entre los españoles de entonces, si tenemos en cuenta que la Ley de Reforma Política que abrió paso a la denominada «transición» fue apoyada por el 77%. Evidentemente no hizo que los españoles mostraran un especial entusiasmo…
Inevitablemente, me viene a la memoria, aunque las comparaciones sean odiosas, el proceso de desintegración y destrucción de la antigua Yugoslavia, un sueño compartido por muchos: el gran Estado de los eslavos del sur (ese es exactamente el significado de «Yugoslavia»). La antigua Yugoslavia aunó diversas etnias, religiones y naciones. Y se convirtió en vanguardia política, económica y cultural.
La destrucción y disolución empezó en 1991, cuando Croacia y Eslovenia se declararon independientes. Como fichas de dominó, las otras federaciones fueron separándose una tras otra en medio de una guerra civil terrible y devastadora… Hace ya más de tres décadas que Yugoslavia se derrumbó de forma enormemente traumática, dejando enormes heridas aún no cicatrizadas y que es seguro que tardarán en curar…
Sin duda, había una gran disparidad entre las regiones menos desarrolladas del sur (Macedonia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro) y las más desarrolladas del norte (Croacia, Serbia y Eslovenia). Y… un mal día resucitó el fantasma del nacionalismo, que según sus líderes sería la «solución» al deterioro económico y los desequilibrios territoriales.
Para aplacar las aspiraciones nacionalistas, en 1974 se aprobó una nueva Constitución que garantizaba la autodeterminación de cada una de las seis repúblicas yugoslavas.
Mediante la nueva constitución, además, crearon dos «comunidades autónomas» con derecho a veto dentro de Serbia: Kosovo y Voivodina, lo cual desequilibró más el poder y «reavivó el resentimiento serbio».
La llegada de la década de los 80 no mejoraría la situación.
La crisis del comunismo en Europa se generalizó, retumbando en los Balcanes, y Tito, la figura primordial del equilibrio yugoslavo, murió en 1980.
Sin Tito, el comunismo en crisis y el estancamiento económico, ganaron poder las ideologías nacionalistas, que empezaron a crear sus propios partidos… Las tensiones se agravaron y muchos conectaron con los discursos nacionalistas. La guerra era inminente.
No existen datos oficiales sobre las víctimas de la guerra, pero la Agencia de la ONU para los Refugiados reporta la estimación de más de 130.000 muertes y dos millones de refugiados.
En 1995 los bandos estaban agotados. Habían sufrido cruentas derrotas. La presión internacional para poner fin al conflicto se intensificó. El daño humano, económico y militar era salvaje.
El gobierno de Bill Clinton en Estados Unidos se encargó de sentar a las partes.
Los implicados se encerraron durante 21 días en la base militar de Dayton, en Ohio, EE.UU. De ahí no salieron hasta llegar a un acuerdo.
Durante muchos años, las distintas etnias de Yugoslavia vivieron diseminadas por todo el territorio. Ahora este debía ser delineado tras una guerra traumática con centenares de miles de muertos y desplazados.
Las guerras más cruentas habían acabado, pero muchos conflictos aún siguieron irresueltos…
Volvamos a España: La elaboración de la Constitución Española de 1978 fue poco rigurosa y bastante fraudulenta, su redacción se llevó a cabo al margen de las Cortes, en las cenas entre Abril Martorell y Alfonso Guerra. El primero decía del segundo que era un patán en asuntos jurídicos, y viceversa.
Inevitablemente, el resultado solo podía ser una Constitución algo más que chapucera.
Pero, sin duda, lo peor de todo fue que en el texto constitucional se recogiera la expresión “nacionalidades”, a lo cual hay que añadir la ambigüedad no casual con la que acabó redactando, que por un lado hablaba de indivisibilidad de la nación española y por otra ofrecía la posibilidad de vaciar progresivamente de competencias al estado central en beneficio de las comunidades que posteriormente se fueron creando.
Desde finales del siglo XIX los enemigos de España, separatistas e izquierdas han ido siempre de la mano, ambos fueron los causantes de la destrucción del régimen liberal de la Restauración (aunque éste fuera susceptible de mejoras) y condujeron a la república a una crisis permanente y empujaron a los españoles a la guerra.
Al final del régimen del General Franco ni los unos ni los otros, ni socialistas ni separatistas existían, o casi… sin embargo, fue el sobrevalorado Adolfo Suárez el que los alentó, financió y dio alas, haciendo que ambos monstruos resurgieran y acabaran consiguiendo el terrible poder y la capacidad de influencia que ahora poseen.
Si los socialistas de todo tipo consideraban la segunda república un primer paso para efectuar su «revolución», los separatistas consideran la Constitución como un paso para ir cada vez más lejos, como una palanca para ir disgregando la nación española, a la que siempre han odiado. Y, además, nunca lo han ocultado ni tratado de camuflar.
Negar que el régimen del 78 ha traído prosperidad a España y a los españoles, sería una estupidez, pero, la democracia realmente existente es manifiestamente mejorable, las libertades y derechos de los españoles se puede afirmar lo mismo, es más cada día que pasa tanto los derechos como las libertades sufren un mayor retroceso… De la separación de poderes, poco puede decirse, sólo que no existe, como tampoco se puede afirmar que España sea un «estado de derecho». La realidad, aparte del enorme lastre del «estado de las autonomías» es que el consenso socialdemócrata, el denominado «estado del bienestar» ha degenerado hacia un régimen partitocrático, mafioso, controlado por una casta depredadora, extractora, corrupta y en la que predominan malvados, irresponsables y analfabetos… Nada más lejos de un régimen político de democracia liberal y de economía de mercado homologable con los países de nuestro entorno cultural y civilizatorio. Y, lo que es más grave, la Nación Española corre un serio riesgo de derribo, de destrucción, como ocurrió con la antigua República de Yugoslavia.
Hoy que muchos «celebran» la Constitución de 1978, de la cual dicen que los españoles nos hemos «dado», y cosas por el estilo, cuando fue una carta otorgada e impuesta, viene a cuento recordar que estamos gobernados, malgobernados, por agrupaciones políticas que apenas, o mejor dicho, nada cumplen con los estándares mínimos para ser denominadas «democráticas»; todos los partidos políticos españoles son oligárquicos, caciquiles y aplican lo que Robert Michel denominó «ley de hierro de la oligarquía» o lo que los estalinistas llamaban «centralismo democrático». No es de extrañar que gentuza de tal calaña haya acabado con la independencia judicial, hayan también creado un Tribunal Constitucional claramente «político» y para vaciar la Constitución de lo poco que tenía de aprovechable y para avalar las tropelías, arbitrariedades y cuantas corrupciones llevan a cabo.
Son muchos ya los españoles que han llegado a la conclusión de que la Transición española como régimen democrático está agotada porque las reglas del juego del régimen del 78 han resultado insuficientes debido a que eran muchas las carencias y demasiadas las posibilidades de incurrir en errores y en maldades.
Son muchos ahora los que se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena (más vale tarde que nunca) y nunca han querido ver que con la aprobación de la Constitución y las leyes que fueron aprobadas para desarrollarla se crearon múltiples monstruos.
Pero, a pesar de todo, son demasiados todavía los que se niegan a reconocer que el monstruo más importante es el denominado «estado de las autonomías», un engendro de 17 extremidades que fue amamantado, cebado, financiado con el dinero de nuestros impuestos, al mismo tiempo que se promovía la corrupción, la putrefacción en todos los niveles de la administración y se acababa con lo poco que se puso en marcha de separación de poderes…
Ni PP ni PSOE han dudado durante casi medio siglo en pactar con el diablo (diablo al que los lumbreras que redactaron la Constitución también le abrieron la puerta) con tal de alcanzar el poder y conservarlo, me refiero a los nacionalistas, regionalistas, separatistas de cualquier lugar del territorio español. Ni PSOE ni PP han tenido reparos en regalarles cuanto pedían, ninguno de los dos partidos ha tenido dudas en ser espléndidos con quienes siempre han manifestado sin tapujos que su objetivo es destruir la nación española. Ni PP ni PSOE han tenido reparos en regalarles la gestión de la enseñanza pública, la gestión de la sanidad, las televisiones, la administración de justicia, e incluso la gestión de las cárceles; aparte de concederles regímenes de privilegio en lo concerniente a la hacienda pública, la recaudación y la administración de impuestos.
Ni PSOE ni PP han dudado en permitir algo tan grave como que minorías políticas enemigas de la nación y de su unidad se hayan convertido en decisivas para controlar la gobernabilidad de España. PP y PSOE han puesto todo su empeño de seguir en el poder sin escrúpulos, aunque hay que reconocer que nunca se llegó a extremos tales como con Pedro Sánchez, con los indultos a los golpistas-separatistas catalanes o la ley de amnistía…
Bueno es recordar que el gobierno del PP, presidido por Mariano Rajoy fue el que le regaló los diversos medios de información a la izquierda, financió a los separatistas y miró para otro lado cuando promovieron la independencia en el nordeste de España, llegando a incluso ser cómplices en la fuga de Puigdemont… Luego, para recochineo convocaron elecciones regionales en Cataluña a sabiendas de que, sin ilegalizar a los partidos golpistas y sin intervenir las televisiones, la enseñanza y demás, estaba asegurado un nuevo triunfo de los separatistas.
Han sido ya muchos, el abajo firmante entre ellos, los que han advertido de la necesidad de emprender, urgentemente, algunas reformas imprescindibles, tales como
- La separación real y efectiva de los tres Poderes del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
- Una ley electoral realmente representativa, con nuevas circunscripciones, sin listas cerradas y sin el mandato imperativo de los jefes de los partidos a los diputados y demás cargos electos. Una nueva ley electoral que prevea una segunda vuelta y que, además facilite que gobierne el partido ganador de las elecciones.
- Un poder judicial independiente elegido mayoritariamente por los ‘cuerpos’ jurídicos y judiciales del Estado.
- Suprimir la inmensa burocracia que sufren los españoles, absolutamente innecesaria y que España no puede permitirse, burocracia que acaba pagando la clase media, una clase media cada vez más empobrecida. La supresión y/o reducción de burocracia permitirá el recorte de gastos, y hará disminuir el despilfarro. Todo ello debe ir acompañado de una política de mínima intervención e injerencia del Gobierno, y por supuesto, no olvidando que los gobiernos no crean empleo; el empleo, el crecimiento, la riqueza, el ahorro los crean la iniciativa privada…
- Recuperar el estado unitario, desmantelando el estado de “las autonomías”, recuperar la unidad de mercado, la seguridad jurídica, eliminando todos los tribunales superiores de justicia de las diversas taifas, haciendo desaparecer el Tribunal Constitucional e integrándolo en el Tribunal Supremo como una “sala” más, implantando una estricta separación de poderes; suprimir el Senado.
- Encaminarse hacia el desmantelamiento del «estado de las autonomías» es la única manera de promover la igualdad de todos los españoles ante la ley, la igualdad de todos los españoles en derechos y obligaciones, sin privilegios de clase alguna, sean por cuestión de sexo, de nacimiento, de vecindad, y un largo etc.
- Y, por supuesto, dotarnos de un marco legal que garantice la independencia y la profesionalidad de quienes gestionen las instituciones y organismos reguladores del Estado, desde el CNI al CIS, pasando por RTVE, EFE, la CNMV, el Banco de España, etcétera.
¡Ah, y la corrupción sí es evitable! Bastaría con que se creen mecanismos disuasorios, se persiga a los corruptos y se les castigue con dureza; es urgente legislar acerca de la responsabilidad de los funcionarios y de los cargos electos en las diversas administraciones…
Muchos que hayan llegado hasta aquí me dirán que, una reforma tan importante es tarea casi imposible, porque requiere el consenso de la mayoría del Congreso de los Diputados, exactamente los tres quintos de los votos, lo cual es impensable a corto o medio plazo. Mucho más difícil e impensable era que se emprendiera la llamada «Transición» después de la muerte del General Franco y sin embargo se hizo.
Evidentemente, lograr la mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados sólo es posible con el apoyo de la llamada «sociedad civil» pero, también es imprescindible la refundación y unificación de la derecha española, para lo cual es necesario que las élites empresariales, los profesionales liberales, los experimentados gestores de dineros ajenos no permanezcan ausentes, ni se pongan de perfil y tomen las riendas, al mismo tiempo que apartan a Feijoo y a Abascal y sus oligarcas…
No se olvide que los diversos gobiernos del PP, durante décadas han ido demostrando uno tras otro que, han asumido los postulados de la socialdemocracia que, obligan a un continuo aumento del gasto público, a un mayor endeudamiento y la constante creación y subida de impuestos para satisfacer las demandas crecientes de los ciudadanos, sin cuyos votos, determinadas élites políticas, económicas y mediáticas se verían privadas de su posición de privilegio.
No da la impresión de que el PP tenga intención alguna de poner fin a este camino perverso que, ya ha provocado el empobrecimiento de las clases medias, cuya calidad de vida, bienestar y poder adquisitivo han retrocedido a niveles de hace tres décadas. Por el contrario, el PP pretende apuntalar el sistema, maquillarlo y seguir practicando políticas similares a las del gobierno social-comunista.
Y, respecto de VOX pues, aparte de ser una jaula de grillos sólo son capaces de hacer brindis al Sol, hacer declaraciones de buenas intenciones, de las que está empedrado el camino del infierno, eso sí, envolviéndose en la bandera de España y haciendo sonar el himno nacional… Aunque pueda haber muchos españoles que coincidan con el diagnóstico que Abascal y sus máximos dirigentes hacen de la situación que sufre España, siguen sin plantear un verdadero programa de gobierno.
En el fondo, lo que cuentan los capos de VOX y los del PP es más o menos lo mismo, aunque con una palabrería diferente, cada cual utiliza un determinado vocabulario para agradar y regalarles los oídos a sus potenciales votantes.
Ni PP ni VOX poseen un verdadero programa de gobierno, no proponen acciones concretas temporalizadas, a conseguir en un plazo de tiempo definido, no enuncian objetivos (ni a corto, ni a medio ni a largo plazo), ni nombran cuáles son los procedimientos que van a utilizar, ni con qué medios humanos y materiales van a contar, e, insisto: no dicen por ningún lado en qué periodo de tiempo pretenden conseguir sus supuestas metas… y no lo hacen porque, aparte de declaraciones de buenas intenciones, en realidad no poseen proyecto de ninguna clase, por la sencilla razón de que sus capos nunca se han planteado gobernar en el sentido de la palabra, de llevar a cabo una gestión eficaz de lo público que vaya más allá de apuntalar el actual sistema político y económico español y dar apariencia de hacer que todo cambie, para que todo siga igual (como se afirma en ‘El gatopardo», la novela de Tomasi di Lampedusa).
Pues sí, aunque parezca exagerado decirlo, ambos partidos tienen los mismos, idénticos objetivos: parasitar, vivir de nuestros impuestos, como vienen haciendo una gran mayoría de ellos desde la adolescencia, como son el caso de Santiago Abascal, amadrinado por Esperanza Aguirre, y el de Alberto Núñez Feijoo, apadrinado por Fraga y luego por Rajoy.
Ya digo, si se quieren lograr las profundas reformas de las que está necesitada España, es imprescindible lograr la mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados, para lo cual hay que refundar y unificar a la Derecha Española Decente. Está en juego, nada más y nada menos, que se produzca un simple cambio cosmético, a la vez que cínico para que todo siga igual, o por el contrario un cambio social profundo.
Si no, seguiremos con políticas a la manera del Gatopardo de Lampedusa: aparentar que todo cambia, para que todo siga igual…
- La novela de Tomasi di Lampedusa «El gatopardo» es una narración fascinante, que sigue estando plenamente vigente, pues esconde una verdad intemporal sobre el carácter de los que ostentan el poder. «El gatopardo» relata la lucha entre lo moral y lo inmoral, entre el bien y la decadencia espiritual, y, sobre todo, lo que destaca es la enorme capacidad de los oligarcas y caciques para adaptarse, «reinventarse» para seguir medrando, parasitando, viviendo a costa de nuestros esfuerzo y dinero.