¿Por qué no reducir el tiempo de trabajo semanal a 25 horas, o ya puestos a 10 horas..?

La medida estrella de la parte ultraizquierdista del gobierno de coalición es que la gente trabaje menos, un objetivo coherente con la condición laboral de los que votan a ese partido que, a tenor de la imagen de los que acuden a sus mítines y participan en sus manifestaciones, no se distinguen precisamente por su productividad. Yolanda Díaz ha anunciado al mundo que los españoles trabajaremos 37,5 horas a la semana, de manera que ya no habrá envidia hacia los funcionarios y su jornada laboral normativa (la efectiva es ya otro cantar).

Como buena izquierdista que ha desarrollado su vida laboral en la política, la vicepresidenta cree que la realidad se amolda a los mandatos coactivos del Gobierno por el mero hecho de aparecer en un boletín oficial. Así pues, basta que una norma fije la duración de la jornada de los empleados para que, automáticamente, toda la economía nacional ajuste sus delicados engranajes sociolaborales y las empresas aumenten sus costes salariales de un plumazo y sin rechistar.

Asombrosamente, teniendo ese poder en sus manos, Yolanda Díaz no ha aprovechado la circunstancia para elevar las conquistas sociales del Gobierno fijando la jornada laboral en 10 horas semanales, pongamos por caso. Si se trata de conciliar y de «no vivir para trabajar», ¿qué mejor medida que reducir el tiempo que dedicamos al trabajo hasta su mínima expresión? Ocurre lo mismo con el Salario Mínimo Interprofesional. Si el Gobierno puede decidir en cualquier momento cuánto ha de cobrar un español ¿Por qué no subirlo a 5.000 euros mensuales? Seríamos el país con mayor calidad vida de todo el mundo, con salarios estratosféricos y jornadas laborales de risa y el Gobierno de Sánchez se convertiría en el referente de la izquierda mundial.

No dan ese paso porque las empresas cerrarían, el paro aumentaría hasta el 100% y el país entero se iría al carajo, algo que incluso Sánchez y Yolanda saben bien. Por eso nos acercan a la ruina, pero solo un poquito, lo justo para aumentar su colchón de votos entre la izquierda pedestre sin acabar de destruir a los autónomos y las empresas privadas, los únicos que crean riqueza, empleo y bienestar para todos.

Pero al plan maestro de Yolanda, como le suele ocurrir a esta genio de la economía, le falta un detalle esencial: sus ideícas tiene que refrendarlas el Congreso de los Diputados, donde el ambiente no está últimamente propicio para las iniciativas del sanchismo. Sí, ya sabemos que Yolanda Díaz y sus cuates son más de actuar como en las dictaduras socialistas, pero la pertenencia a la UE y la existencia de una democracia parlamentaria tiene estos peajes inevitables, de manera que la iniciativa social-comunista acabará arrumbada en el feo sitio al que han ido a parar otros proyectos similares.

Todo ello, claro, salvo que Sánchez y Díaz acudan en procesión a Waterloo a rendir pleitesía al delincuente más ridículo de la política mundial, en cuyo caso, el hachazo a los empresarios a mayor gloria del sanchismo será una realidad.

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