José Antonio Primo de Rivera, el «ser de Europa» y la identidad de España. Su plena actualidad.

Europa como dilema existencial

La cita inicial de Antonio Luna García (1935) —«Mi coincidencia con las conclusiones de José Antonio Primo de Rivera es completa. Y, sin embargo, él parte de las verdades absolutas y yo no creo en ellas»— sintetiza la paradoja central del pensamiento joseantoniano: su europeísmo militante, arraigado en un ideal metafísico de España, contrastaba con las corrientes nacionalistas hispanistas de su época. Este ensayo explora cómo la visión de José Antonio sobre Europa se entrelaza con su concepción de España como «unidad de destino en lo universal», analizando su diálogo implícito con la obra de Oswald Spengler y, de manera crucial, con la teoría de la «rebelión de las masas» de José Ortega y Gasset. Ambos pensadores, aunque divergentes en sus premisas, coinciden en diagnosticar una crisis civilizatoria que hoy resurge con fuerza.

1. El nacionalismo tardío y la perplejidad ante Europa

El nacionalismo español, emergente en el siglo XIX bajo influencia romántica, priorizaba la conexión con Hispanoamérica como extensión del «espíritu ibérico», relegando a Europa a un papel antagónico. José Antonio, sin embargo, rompió este paradigma al afirmar que «España es Europa» (discurso de Valladolid, 1935). Su programa de 1934 reclamaba un «puesto preeminente en Europa» mediante la recuperación del legado imperial de los siglos XVI-XVII, entendido no como nostalgia colonial, sino como proyecto cultural y político para liderar la unidad continental.

Esta postura desconcertó a sus contemporáneos. Mientras intelectuales como Ramiro de Maeztu insistían en el esencialismo católico-hispánico, José Antonio adoptó una visión dinámica: «Europa existe cuando está unida» (discurso España y la Barbarie). Su europeísmo, influido por Spengler, veía en la decadencia occidental un ciclo histórico reversible mediante la acción de élites conscientes.

2. Spengler, Ortega y la decadencia como enfermedad cultural

La lectura de La Decadencia de Occidente (1923) marcó a José Antonio. Para Spengler, las civilizaciones son organismos con ciclos vitales: nacimiento, auge y muerte. La Europa de entreguerras, herida por la Primera Guerra Mundial, encarnaba la fase terminal de la cultura fáustica, el sentido de abandonar los principios y valores personales para conseguir conocimiento, riqueza u otros beneficios. José Antonio reinterpretó esta tesis: «La Primera Guerra Mundial fue un suicidio; lo que viene es la entrega de Europa a Asia» (1935).

Aquí entra en juego Ortega y Gasset, cuyo ensayo La rebelión de las masas (1930) aportó un diagnóstico complementario. Ortega advirtió que el ascenso del «hombre-masa» —individuo mediocre que rechaza el esfuerzo intelectual— amenazaba la estructura misma de Europa. La masa, según Ortega, «no quiere razones, quiere cosas», imponiendo un relativismo que destruye los valores universales. José Antonio, aunque crítico del liberalismo orteguiano, compartía este temor: «El comunismo es la entrega de Europa a Asia; el liberalismo, su suicidio» (discurso de Madrid, 1935).

La convergencia es clara: ambos identifican la pérdida de jerarquías culturales como síntoma de decadencia. Para Ortega, la solución radicaba en minorías selectas; para José Antonio, en un «orden nuevo» encarnado por Falange.

3. Germánicos vs. Bereberes: La Lucha por la Esencia Europea

En Germánicos contra Bereberes (1936), José Antonio reinterpreta la historia de España como un conflicto entre dos almas:

  • La «germanidad» (herencia goda, Imperio Habsburgo), símbolo de Europa y la Contrarreforma.
  • La «bereberidad» (influencia africana, liberalismo decimonónico), asociada a la disolución identitaria.

Esta dicotomía refleja la teoría orteguiana de la «invertebración de España», según la cual el país sufre una falta de proyecto colectivo. Ortega escribió: «España es el problema, Europa la solución» (España invertebrada, 1921). José Antonio invierte la fórmula: Europa solo será la solución si España recupera su esencia germánica, es decir, su vocación imperial y católica.

La Guerra Civil, para José Antonio, era la encarnación de este conflicto: «La media España roja representa la africanización; la otra, la europeidad en ruinas». La derrota de los «germánicos» implicaría, según él, la «nueva invasión bereber» —no ya de moros, sino de ideologías «asiáticas» como el comunismo—.

4. La rebelión de las masas y el colapso de la autoridad

Ortega definió al hombre-masa como aquel que «no se exige nada especial, pero se siente como todo el mundo». Esta actitud, extendida en democracias liberales, erosiona la excelencia y la capacidad de liderazgo. José Antonio radicalizó la crítica: «El liberalismo y el marxismo son dos caras de la misma moneda: el imperio de la chusma» (mitin de 1935).

Ambos pensadores coinciden en que la crisis de autoridad —política, intelectual, moral— es el núcleo de la decadencia. Para Ortega, la masa usurpa el lugar de las minorías rectoras; para José Antonio, la solución es un Estado fuerte que imponga un orden basado en valores trascendentes. Sus propuestas, aunque distantes del individualismo orteguiano, buscan contrarrestar la fragmentación social mediante la integración de clases en un proyecto común.

5. Vigencia actual: Europa entre la burocracia y la barbarie

La profecía de José Antonio sobre la «invasión de los bárbaros» adquiere hoy nuevas dimensiones:

  1. Crisis de la UE: La inoperancia en conflictos como la guerra en Ucrania refleja lo que Ortega llamaría «hiperdemocracia» —burocracia paralizante donde nadie asume responsabilidad—.
  2. Inmigración y Fractura Identitaria: La llegada masiva de poblaciones extraeuropeas reactualiza el miedo a la «africanización», ahora en clave multicultural.
  3. Rebelión de las masas: Las redes sociales han multiplicado el poder del hombre-masa, donde el «like» sustituye al criterio y el eslógan al debate.

José Antonio respondería a esto con una llamada a la «unidad católica» —no confesional, sino como sinónimo de valores occidentales—. Ortega, más escéptico, apostaría por una «aristocracia del mérito». Ambos, sin embargo, coincidirían en que Europa solo sobrevivirá si recupera su «nobleza histórica» (Ortega) o su «destino imperial» (José Antonio).

Conclusión: ¿Europa como imperio o como museo?

La pregunta de José Antonio —«¿podremos amar esta tierra aunque haya enmudecido el eco de nuestro destino?»— resuena en una Europa que vacila entre la autonegación posmoderna y el repliegue identitario. Su visión, polémica pero lúcida, entronca con la advertencia orteguiana: «Sin un proyecto de excelencia, Europa será un museo visitado por bárbaros».

Hoy, ante la «rebelión de las masas globalizada», el dilema persiste: o Europa se reafirma como civilización —con sus luces y sombras— o sucumbe a la trivialización de sus principios. Como escribió José Antonio en su Cuaderno de Notas«Alemania [o cualquier nación] solo salvará a Europa si renuncia a ser ella misma para ser Europa». En tiempos de relativismo, su llamada a la unidad en la diversidad —no en la uniformidad— sigue siendo un desafío irresuelto.

Advertencia final: Este ensayo pretende, nada más y nada menos que, analizar cómo el fundador de Falange Española anticipó debates aún vigentes. La reconciliación entre identidad y pluralismo sigue siendo la tarea pendiente de un continente que, en palabras de Ortega, «ha dejado de creer en sí mismo».

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