MANIFIESTO SCUM. El sueño loco del feminismo de género

En estos tiempos en los que, en España, el gobierno frente-populista, social-comunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, por iniciativa del partido estalinista «podemos» pretende legislar sobre las relaciones interpersonales y penalizar todo lo que siempre se ha llamado galantear, flirtear, cortejar, conquistar, seducir, coquetear, piropear, ligar, y un largo etc. por considerar que son manifestaciones de acoso, violencia, maltrato de los hombres hacia las mujeres; viene al caso recordar el Mito de las amazonas:

La leyenda de las Amazonas se remonta a la antigua Grecia, Heródoto nos cuenta la existencia de mujeres, oriundas del Cáucaso, que formaban un pueblo guerrero en el Ponto Euxinio. Entre ellas no se permitía que hubiera hombres. Para perpetuar su “raza”, una vez al año mantenían relaciones sexuales con sus vecinos más próximos. Si como resultado de esos encuentros, nacían varones, la versión más “dulce” dice que se los entregaban a sus progenitores; si por el contrario eran niñas, se las quedaban para educarlas en sus tradiciones y costumbres…

Hay historiadores que son de la opinión de que, hay suficientes indicios que demuestran que el mito tiene base real…

Demos un gran salto en el tiempo, “un paso de gigante”, parece que el mito de las Amazonas ha sobrevivido pese al transcurso del tiempo, ha traspasado los siglos hasta llegar a los tiempos actuales.

Hablemos de «El Manifiesto SCUM», de Valerìe Solanas. El libro-panfleto que les invito a leer con tranquilidad, sin prisas, aunque les provoque náuseas desde el primer párrafo, es imprescindible para entender la denominada «perspectiva de género», el pensar de sus seguidoras, y sus terribles consecuencias. El Manifiesto SCUM es evidente que, está inspirado en el mito de las amazonas, y aunque hagan lo posible por no mencionarlo, él es la principal referencia del actual feminismo, del feminismo omnipresente, políticamente correcto, y generosamente subvencionado con el dinero de nuestros impuestos.

El Manifiesto SCUM, el «Mein Kampf» de Varlerìe Solanas, es la utopía de una gran mayoría de “neo-feministas”, del feminismo degenerado, que participa del sueño loco de las amazonas de vivir al margen de los varones, o algo parecido. Este “lobby” que, sin apenas darnos cuenta ha acabado adquiriendo una enorme capacidad de influencia en las instituciones, aspira a ir sentando las bases de una sociedad en la que las mujeres (algunas mujeres) ocupen una posición hegemónica, disfruten de más y mejores derechos que los varones.

Insisto, aunque lo disimulen, todas ellas (y ellos) son fieles seguidoras de Valerìe Solanas y su MANIFIESTO SCUM que, recomiendo especialmente a quienes deseen pasar de tener dudas sobre la denominada “perspectiva de género”, a no tener ningún género de dudas.

¡Se advierte, nuevamente, que es imprescindible leerlo hasta el final, aunque empiecen a sentirse arcadas desde el primer párrafo!

Como el libro tiene alrededor de 30 páginas (dependiendo de la edición), lo vamos a reproducir a continuación:

SCUM MANIFESTO
Valerie Solanas
El Manifiesto SCUM, «Sociedad para destrozar a los hombres» (que, también significa «escoria» en la lengua inglesa) de Valerìe Solanas fue escrito en 1967 y publicado en 1968, el año que Valerìe disparó e hirió a Andy Warhol.

Warhol mostró sus cicatrices ante la lente de Richard Avedon

Valerìe Solanas murió en 1988, después de pasar sus últimos años como una prostituta callejera y pasar alguna temporada en un psiquiátrico.

Habida cuenta de que la vida en esta sociedad es, en el mejor de los casos, un completo aburrimiento y no habiendo aspecto alguno de ella que interese a las mujeres, a las hembras con sentido del civismo, responsables y amantes de las emociones sólo les queda derribar al gobierno, eliminar el sistema monetario, instaurar la automatización completa y destruir al sexo masculino.
Ahora es técnicamente factible reproducirse sin la ayuda del macho (o, por otro lado, de la hembra) y producir únicamente mujeres. Algo que debemos comenzar a hacer ya.
Conservar al macho no tiene siquiera la dudosa utilidad de la reproducción. El macho es un accidente biológico: el gen Y (macho) es un gen X (hembra) incompleto, es decir, una serie incompleta de cromosomas. En otras palabras, el macho es una hembra incompleta, un aborto andante, malogrado ya en su fase de gestación. Ser un macho es ser deficiente, estar emocionalmente limitado. La masculinidad es una deficiencia orgánica, y el macho es un minusválido emocional.
El macho es completamente egocéntrico, está atrapado dentro de sí, es incapaz de identificarse con los otros o de sentir simpatía, amor, amistad, afecto o ternura. Es una célula completamente aislada, incapaz de relacionarse con nadie. Sus respuestas son absolutamente viscerales, no cerebrales; su inteligencia es una simple herramienta al servicio de sus impulsos y necesidades; es incapaz de la pasión y el intercambio espirituales; no puede relacionarse con nada que no sean sus propias sensaciones físicas.
Es un bulto insensible, un muerto viviente, incapaz de dar o recibir placer o felicidad; en consecuencia, es, en el mejor de los casos, una masa informe e inofensiva, pues sólo pueden poseer atractivo aquellos que son capaces de entregarse a los demás. Está atrapado en una zona crepuscular a mitad de camino entre los seres humanos y los simios, pero es, con diferencia, peor que los simios, pues, al contrario que estos últimos, despliega un amplio abanico de sentimientos negativos (odio, celos, desprecio, asco, culpa, vergüenza, duda), y, lo que es más, es consciente de lo que es y de lo que no es.
Pero aun siendo completamente físico, el macho ni siquiera está dotado para ejercer de semental. Incluso concediéndole cierta competencia mecánica (que pocos hombres poseen), el macho es, en primer lugar, incapaz de montárselo con entusiasmo y sensualidad; por el contrario, se siente siempre devorado por la culpa, la vergüenza, el miedo y la inseguridad, sentimientos todos ellos tan arraigados en la naturaleza
masculina que el más esclarecido de los adiestramientos sólo podría, en el mejor de los casos, minimizarlos. En segundo lugar, la satisfacción física que alcanza es poco menos que nada. Y finalmente, obsesionado por cómo lo está haciendo, por obtener un sobresaliente en su actuación, por llevar a cabo un buen trabajo de fontanería, se desentiende totalmente de su compañera. Decir que un hombre es un animal es halagarlo; en realidad, es una máquina, un consolador con patas. Se dice a menudo que
los hombres usan a las mujeres. ¿Utilizarlas para qué? Desde luego, no para obtener placer.
A pesar de estar corroído por la culpa, la vergüenza, los temores y angustias de todo tipo y de obtener, con algo de fortuna, una sensación física apenas perceptible, el macho está, sin embargo, obsesionado con follar. No dudará en atravesar un río de mocos o en nadar durante kilómetros por un mar de vómitos que le lleguen hasta la nariz si cree que del otro lado le espera un coño acogedor. Se follará sin dudarlo a una mujer a la que desprecia, a cualquier bruja desdentada y, lo que es más, incluso pagará por los servicios. ¿Y por qué? El simple alivio de la tensión física no puede ser la respuesta, pues le bastaría con masturbarse. Ni la satisfacción del ego, pues esto tampoco explica que llegue a follarse cadáveres y bebés.
Completamente egocéntrico, incapaz de relacionarse, de identificarse o de sentir simpatía por los otros, y dominado por una sexualidad omnipresente y difusa, el macho es además físicamente pasivo. Y como odia su pasividad, la proyecta sobre las mujeres.
Por otro lado, define al hombre como activo y, en consecuencia, trata de demostrar que lo es (es decir, de probar que es un Hombre). Su único medio de demostrarlo es follando; un Gran Hombre con una Gran Polla. Pero, puesto que lo que intenta demostrar es un error, debe demostrarlo una y otra vez. Follar es, de este modo, un intento compulsivo y desesperado de demostrar que no es pasivo, que no es una mujer. Pero el hecho es que sí es pasivo y que desea ser una mujer.
Por ser una mujer incompleta, el macho se pasa la vida intentando completarse, intentando transformarse en mujer. De ahí que la busque constantemente, que trate de fraternizar y de vivir a través del sexo femenino, de fundirse con él, y que reclame para sí todas las características de la mujer (fuerza emocional e independencia, vigor, dinamismo, decisión, sangre fría, objetividad, seguridad, valor, integridad, vitalidad, intensidad, profundidad de carácter, buen rollo, etc.), mientras proyecta sobre las
mujeres todos los rasgos masculinos (vanidad, frivolidad, trivialidad, debilidad, etc.).
Debe reconocerse, sin embargo, que el macho posee una superioridad deslumbrante sobre la mujer en un terreno: las relaciones públicas (Ha realizado, sin duda, un trabajo brillante convenciendo a millones de mujeres de que los hombres son mujeres y viceversa). La pretensión masculina de que las mujeres alcanzan su realización por medio de la maternidad y la sexualidad refleja, en realidad, lo que los machos encontrarían satisfactorio si fuesen mujeres.
En otras palabras, no son las mujeres las que tienen envidia de pene, sino los hombres los que tienen envidia de coño. Cuando el macho acepta su pasividad, se define como una mujer (tanto los machos como las mujeres toman al hombre por la mujer y al revés) y se convierte en travesti, pierde su deseo de follar (y por otro lado, de hacer cualquier otra cosa: se realiza como drag queen) y hace que le rebanen la polla. Y así logra un continuo y difuso goce sexual por la sensación de “ser una mujer”.
El macho es responsable de:
La Guerra: La compensación normal del macho por no ser una mujer; a saber: como sacar su Gran Pistola resulta notoriamente ineficaz, pues sólo puede sacársela un muy limitado número de veces, decide hacerlo a una escala verdaderamente masiva, y de esa forma demuestra al mundo entero que es un “Hombre”. Puesto que carece de compasión o de la capacidad de sentir empatía o identificarse con el otro, demostrar su hombría bien vale una ilimitada cantidad de mutilaciones y sufrimiento y un sinnúmero de vidas, incluyendo la suya: como su propia vida carece de valor, el macho prefiere extinguirse en una llamarada de gloria antes que arrastrarse lúgubremente otros cincuenta años más.
La Gentileza, la Amabilidad y la “Dignidad”: Todo hombre sabe, en el fondo, que es un despreciable pedazo de mierda. Abrumado por su animalidad y profundamente avergonzado de ella; deseoso no tanto de expresarse cuanto de ocultar a los otros su fisicidad y su egocentrismo absolutos, así como el odio y el desprecio que siente por los otros hombres, y, al mismo tiempo, de ocultarse el odio y el desprecio que sospecha que otros hombres sienten por él; con un sistema nervioso burdamente constituido al que perturba fácilmente la más mínima exposición ante las emociones o los sentimientos, el macho impone un código social completamente insípido e incontaminado por la más leve marca de sentimientos o de opiniones turbadoras. Emplea términos como copular, comercio sexual, tener relaciones (para los hombres, hablar de relaciones sexuales es redundante) con aire afectado: es la mona vestida de seda.
Dinero, matrimonio y prostitución, el trabajo contra la sociedad :
Nada, humanamente, justifica el dinero o el que alguien trabaje más de dos o tres horas por semana como máximo. Todos los trabajos no creativos (prácticamente todos los que se realizan ahora) podían haber sido automatizados hace tiempo, y en una sociedad sin dinero cada cual podría tener lo mejor de todo aquello que necesitase. Existen, sin embargo, motivos in-humanos, es decir masculinos, para desear mantener el sistema
monetario:

  1. El coño. El macho, que desprecia la insuficiencia de su ser, agobiado por una intensa ansiedad y por una honda y profunda soledad cuando se enfrenta a su propio vacío, desesperado por unirse a una mujer con la oscura esperanza de completarse a sí mismo, en la creencia mística de que, por tocar el oro, se convertirá en oro, implora continuamente la compañía de las mujeres. El trato con la más miserable de las mujeres
    será preferible a su soledad o a la compañía de otros hombres, que tan sólo servirán para recordarle lo repulsivo que es. Las mujeres, sin embargo, a no ser que sean muy jóvenes o estén muy enfermas, no consentirán la compañía masculina más que mediante la coerción o el soborno.
  2. Proveer al macho aislado de la ilusión de su utilidad y permitirle que intente justificar su existencia mediante el artificio de cavar hoyos para rellenarlos después. El tiempo de ocio aterra al macho, que no podrá hacer nada salvo contemplar su grotesco ser. Incapaz de relacionarse o de amar, el macho debe trabajar. Las mujeres, por su parte, ansían
    realizar actividades absorbentes, significativas y emocionalmente satisfactorias, pero, por falta de ocasiones o de competencia, prefieren holgazanear y desperdiciar el tiempo a su modo: dormir, ir de compras, jugar a los bolos y al bingo, echar partidas de cartas u otros juegos, engendrar, leer, pasear, soñar despiertas, comer, juguetear con ellas
    mismas, engullir pastillas, ir al cine, psicoanalizarse, viajar, criar perros y gatos, repantigarse en la playa, nadar, ver la tele, escuchar música, decorar la casa, dedicarse al jardín, ir de copas, bailar, hacer visitas, “enriquecer la mente” (es decir, apuntarse a cursos) y absorber “cultura” (conferencias, representaciones, conciertos, películas “de arte y ensayo”). Por eso, muchas mujeres preferirán, incluso en el caso de que exista una
    completa igualdad económica entre los sexos, vivir su culo de
    puerta en puerta y así tener la mayoría del tiempo para ellas mismas, antes que dedicar varias horas al día a realizar trabajos aburridos, embrutecedores y no creativos para otra persona, conduciéndose no como animales sino como máquinas, o, en el mejor de los casos –si consiguen hacerse con un “buen” trabajo- transformándose en cogestoras de la mierda.
  3. El poder y el control. Incapaz de dominar a la mujer en sus relaciones personales, el macho consigue el dominio gracias a la manipulación del dinero y de todo aquello que el dinero controla; es decir, de toda persona, animal o cosa.
  4. Encontrar un sustituto del amor. Incapacitado para dar amor o afecto, el macho da dinero. Le hace sentir maternal. Si la madre da leche, él da pan. Ya se sabe: el es el que trae el pan a casa.
  5. Dotar al macho de un propósito. Incapaz de disfrutar del momento, el macho necesita un objetivo que perseguir, y el dinero le proporciona un objetivo eterno, sin fin. ¡Piensa en lo que podrías hacer con 80 trillones de dólares!
    ¡Inviértelos y sólo en tres años habrás conseguido 300 trillones!
  6. Proporcionar al macho la mejor ocasión para controlar y manipular a los demás: la paternidad.
    Paternidad y enfermedad mental (miedo, cobardía, timidez, sumisión, inseguridad, pasividad): Mamá quiere lo que es mejor para sus niños; papá sólo quiere lo que es mejor para papá, es decir, paz y tranquilidad, satisfacer su delirio de dignidad (respeto), una buena imagen de sí mismo (status) y la ocasión de controlar y manipular a los otros; lo que se llama, si el padre es progresista, dar orientación a los hijos. Por añadidura, desea sexualmente a su hija: concede su mano en matrimonio, pero el resto es para él.
    Papá, al contrario que mamá, jamás puede ceder ante los niños, pues debe reservar a cualquier precio sus ilusiones de resolución, fortaleza, rectitud continua y vigor. El no obrar nunca según el propio entender conduce a la falta de confianza en la capacidad de uno mismo para arreglárselas en el mundo y a una aceptación pasiva del status quo.
    Mamá quiere a sus niños y, aunque a veces se enoje, el enojo se volatiliza rápidamente, pero, incluso mientras dura, no excluye el amor ni una aceptación profunda. Papá, emocionalmente enfermo, no ama a sus hijos; como mucho, les concede su aprobación si son buenos, es decir, si son agradables, respetuosos, obedientes, sumisos a su voluntad, calladitos y poco dados a indecorosas exhibiciones de temperamento que
    podrían resultar de lo más perturbadoras para el frágil sistema nervioso masculino; o dicho de otro modo: si se mantienen en estado vegetal. Si los niños no son buenos y papá es un padre moderno y civilizado (el tipo de padre a la antigua, el bruto malhumorado y furioso, es preferible, pues resulta tan ridículo como fácilmente despreciable), papá evitará enojarse; más bien, expresará su desaprobación, una actitud que, al contrario que el enojo, persiste, y excluye cualquier aceptación profunda, dejando al niño con una sensación de inutilidad y una obsesión de por vida con la necesidad de recibir la aprobación de los demás. El resultado es el miedo al independiente, pues una facultad semejante conduce a opiniones y modos de vida no convencionales que jamás conseguirían la aprobación de los otros.
    Para ganarse la aprobación paterna, el niño debe respetar a papá, pero papá, que no es más que un montón de basura, sólo puede asegurarse el respeto manteniéndose frío y a distancia, actuando bajo el precepto de “la familiaridad engendra el desprecio”, lo cual sin duda es cierto si uno es un ser despreciable. Al mostrarse frío y distante, papá consigue mantenerse como un ser desconocido, misterioso y, en consecuencia, inspirar miedo (respeto).
    Como papá desaprueba las escenas, los niños aprenden a temer toda emoción fuerte, a temer su propia ira y su propio odio. Lo cual, combinado con la falta de confianza en la capacidad de uno mismo para arreglárselas en el mundo, para cambiarlo o incluso para afectar de la forma más insignificante al propio destino, conduce a la estúpida creencia de que el mundo y la mayoría de la gente que lo puebla están bien y a confundir los más banales y triviales entretenimientos con la diversión auténtica y el goce profundo.
    El efecto de la paternidad en los varones es, justamente, convertirlos en Hombres, es decir, desarrollar un férreo sistema de defensa frente a cualquier impulso hacia la pasividad, la mariconería y el deseo de ser mujer. Todos los niños quieren imitar a su madre, ser su madre, fundirse con ella, pero papá se lo prohíbe. Es él quien se funde con mamá; él es mamá. Así que se encarga de decir al niño, directa o indirectamente según las ocasiones, que no sea un mariquita y actúe como un Hombre. Y el niño, acojonado y respetuoso ante su padre, obedece y llega a ser como papá, ese modelo de Virilidad, el ideal de todo americano: un cretino heterosexual y convencional.
    El efecto de la paternidad en las mujeres es hacer de ellas hombres: dependientes, pasivas, domésticas, bestiales, inseguras, ávidas de aprobación y seguridad, cobardes, humildes, respetuosas de las autoridades y de los hombres, cerradas, no del todo responsables, medio muertas, triviales, aburridas, convencionales, insípidas y completamente despreciables. La Niña de Papá, siempre tensa y temerosa, incómoda,
    carente de espíritu analítico y objetividad, sitúa a Papá y, en consecuencia, a todos los hombres, en un contexto de temor (respeto) y, no sólo no es capaz de reconocer el vacío tras la fachada, sino que además acepta la definición que el macho da de sí mismo como ser superior, como mujer, y de ella como inferior, como varón; algo en lo que, gracias a Papá, realmente se ha convertido.
    Es el aumento de la paternidad, resultado del incremento y extensión de la riqueza (que la paternidad necesita para prosperar), el que ha causado el aumento general de la estupidez y el declive de las mujeres en los Estados Unidos desde la década de 1920. El vínculo estrecho entre la riqueza y la paternidad ha producido que sólo una buena parte
    de las chicas equivocadas, es decir las chicas privilegiadas de clase media, hayan conseguido el derecho a la educación.
    El efecto producido por los padres ha sido, en suma, corromper el mundo con la masculinidad. El macho no es más que un Midas inverso: todo lo que toca lo convierte en mierda.
    La supresión de la individualidad, la animalidad (domesticidad y maternidad) y el funcionalismo: El macho no es más que un puñado de reflejos condicionados, incapaz de una respuesta mental libre. Se encuentra limitado por sus primeros condicionamientos y completamente determinado por sus experiencias pasadas. Sus
    primeras experiencias tienen lugar con su madre, de ahí que esté vinculado a ella durante toda su vida. El macho nunca tiene del todo claro que no es una parte de su madre, que él es él y ella es ella.
    Su mayor necesidad es verse guiado, cobijado, protegido y admirado por Mamá (los hombres esperan que las mujeres adoren aquello que los petrifica de horror: ellos mismos) y, en su condición de seres puramente físicos, sólo anhelan pasar el tiempo (el tiempo que no pasan en “el mundo exterior” defendiéndose encarnizadamente contra su pasividad) revolcándose en actividades animales y primarias: comer, dormir, cagar,
    repantigarse en el sofá y recibir los arrullos de Mamá. Por su parte, la niña de Papá, pasiva y cabeza de chorlito, siempre ávida de aprobación y de una palmadita en el lomo, ansiosa por ganarse el respeto de cualquier montón de basura con patas, se ve degradada al rango de Mamá. Se convierte así en una máquina para satisfacer las necesidades del hombre, en la esponja que enjuga el sudor de la frente simiesca y fatigada, en la impulsora de su minúsculo ego, en la que aprecia lo
    y, en fin, en un calientacamas con tetas.
    7. La reducción a la condición de animales de las mujeres del segmento más atrasado de la sociedad –es decir, las mujeres privilegiadas y educadas de la clase media, las aguas residuales de la humanidad-, sobre las cuales Papá reina como el ser supremo, ha sido tan completa que las pobres tratan de abrirse camino soportando los rigores del trabajo y
    andan por ahí, en pleno siglo veinte y en la nación más avanzada del mundo, con los críos colgándoles de las tetas. Pero no es por el bien de los niños por lo que los expertos dicen a las mujeres que Mamá debe quedarse en casa y degradarse como una bestia, sino por el bien de Papá. Sus tetas son para que Papá pueda aferrarse a ellas y las fatigas de su trabajo son para que Papá siga trepando a su costa (medio muerto como está, necesita estímulos tremendamente fuertes que lo hagan reaccionar).
    La necesidad de reducir a la mujer a la condición de animal, de Mamá, de hombre… tiene motivos tanto psicológicos como prácticos. El hombre es un simple miembro de la especie, intercambiable por cualquier otro hombre. Carece de una individualidad profundamente asentada, pues la individualidad procede de lo que despierta tu curiosidad, de lo que te hace salir de ti misma, de aquello con lo que te relacionas.
    Completamente encerrados en sí mismos, capaces de relacionarse tan sólo con sus propios cuerpos y sus propias sensaciones físicas, los hombres difieren unos de otros sólo en la intensidad y en el modo en el que intentan defenderse contra su pasividad y contra su deseo de ser mujer.
    La individualidad femenina, de la que el hombre es claramente consciente pero con la que es incapaz de relacionarse, de comprender o de alcanzar emocionalmente, lo perturba y lo llena de pavor y envidia. De ahí que el hombre niegue su individualidad a las mujeres y se proponga definir a todo el mundo en términos de función y utilidad,
    guardando para sí, claro está, las funciones más importantes (doctor, presidente, científico, etc.), proporcionándose así, sino una individualidad, sí una identidad, y que trate de convencerse y de convencer a las mujeres (en lo cual ha obtenido mayores logros) de que la función femenina es parir y criar a los hijos y dar descanso, reconfortar y estimular al ego masculino, de que se función, en suma, la convierte en un ser intercambiable con cualquier otra mujer. Sin embargo, la auténtica función de la mujer es relacionarse, crecer, amar y ser ella misma, irremplazable por ninguna otra, mientras que la del hombre es producir esperma. Sólo que ya disponemos de bancos de esperma.
    En conclusión, la auténtica función de la mujer es explorar, descubrir, inventar, resolver problemas, hacer bromas, componer música… y todo ello con amor. En otras palabras: crear un mundo mágico.
    La violación de la intimidad: Por más que el hombre, avergonzado de lo que es y de casi todo lo que hace, ponga gran cuidado en la intimidad y el secretismo de cada aspecto de su vida, en realidad no tiene ninguna consideración por la intimidad de los demás. Siendo como es un ser vacío, incompleto y sin una existencia separada, que carece de individualidad y necesita estar constantemente en compañía de mujeres, el hombre no ve nada malo en inmiscuirse en los pensamientos de cualquier mujer, aunque se trate de una completa desconocida, no importa dónde ni cuando; sin embargo, se sentirá insultado e indignado cuando alguna le pare los pies, y también embargado por la confusión, pues no puede entender en modo alguno que cualquiera pueda preferir un solo minuto de soledad a la compañía de un pobre tarado. Como quisiera convertirse en mujer, el hombre se esfuerza por frecuentar constantemente la compañía femenina, que es lo más que puede acercarse a su objetivo. Por eso ha creado una sociedad basada en la familia –la pareja heterosexual y los hijos (el único pretexto para la existencia familiar)- que, virtualmente, viven uno encima del otro, violando sin ningún escrúpulo los derechos y la intimidad de la mujer y deteriorando su salud mental.
    El aislamiento, las zonas residenciales y la imposibilidad de la vida comunitaria:
    Nuestra sociedad no es una comunidad, sino simplemente una colección de unidades familiares aisladas. Desesperadamente inseguro, temeroso de que su mujer lo abandone si se expone ante otros hombres o ante cualquier cosa que pueda asemejarse remotamente a la vida, el hombre procura aislarla de sus rivales y de lo poco que aún queda de civilización. Con este fin, la traslada a una zona residencial, que no es más que
    una colección de parejas con sus respectivos hijos encerradas en su pequeño mundo. De este modo se convierte en un rudo individualista, en un solitario, y el aislamiento le permite mantener la ilusión de ser un individuo; confunde así el enclaustramiento y la falta de cooperación con la individualidad.
    Hay, sin embargo, otro motivo para que el hombre se aísle: cada hombre es una isla.
    Atrapado dentro de sí mismo, aislado emocionalmente, incapaz de relacionarse, el hombre siente terror ante la civilización, la gente, las ciudades y las situaciones que exigen la capacidad de entender y de relacionarse con las personas. Así que Papá se escabulle como un conejo asustado y arrastra su culito hasta ese páramo que llaman zonas residenciales. Salvo que Papá sea un hippie -¡todo un revolucionario, tío!-, en cuyo caso preferirá los prados para vacas donde puede follar y procrear a sus anchas y andar haciendo el gamba con su flauta y sus abalorios sin que nadie lo moleste.
    El hippie, cuyo auténtico deseo es ser un Hombre, un rudo individualista, no es tan duro como la media de los hombres y que, por añadidura, se excita con el simple pensamiento de tener montones de mujeres a su disposición, se rebela contra los rigores de la vida del Cabeza de familia y la monotonía de tener una sola mujer. En nombre del reparto de los bienes y de la cooperación, forma una comuna o una tribu, que a pesar de sus principios de solidaridad y en buena medida a causa de ellos (la comuna, que no es más que una familia ampliada, es una forma ampliada de la violación de los derechos, de la intimidad y de la salud mental de la mujer), tiene de comunidad lo mismo que la sociedad ordinaria.
    Una verdadera comunidad se compone de individuos –no de simples representantes de la especie o de parejas- que respetan mutuamente su individualidad y su intimidad, y al mismo tiempo interactúan entre sí tanto mental como emocionalmente – espíritus libres que se relacionan libremente- y cooperan para alcanzar objetivos comunes. Los tradicionalistas afirman que la unidad básica de la sociedad es la familia; los hippies dicen lo propio de la tribu. Pero nadie hace referencia al individuo.
    El hippie parlotea mucho sobre la individualidad, pero no tiene más sentido de ella que cualquier otro hombre. Desea regresar a la Naturaleza, a la vida salvaje, a la madriguera de los animales peludos, entre los que se cuenta, y escapar de la ciudad, donde queda al menos una huella, un vago comienzo de civilización, para ocuparse en actividades simples, que no requieran mucho esfuerzo intelectual: criar cerdos, follar y enhebrar cuentas de colores. La más importante actividad de la comuna, aquella que le sirve de base, es la jodienda colectiva. Si al hippie le atrae la vida comunal es fundamentalmente
    por la perspectiva de conseguir coños gratis –es el bien colectivo por excelencia; se puede obtener con sólo pedirlo- pero, cegado como está por la avaricia, no piensa en todos los hombres con quienes tendrá que compartirlos ni en los celos y el sentido de la propiedad de los coños mismos.
    Los hombres no pueden cooperar en el logro de objetivos comunes porque el único objetivo de todo hombre es quedarse con todos los coños sólo para él. La comuna, en consecuencia, está condenada al fracaso: no habrá un solo hippie que, lleno de pánico, no agarre a la primera bobalicona que se le acerque y se la lleve a un barrio residencial tan pronto como tenga ocasión. El hombre no puede progresar socialmente, como mucho puede oscilar entre el aislamiento y la gran jodienda «descremallerada».
    El conformismo: Aunque quisiera ser un individuo, el hombre tiene miedo de lo que pudiera diferenciarlo siquiera ligeramente del resto de los hombres. Comienza a sospechar entonces que en realidad no es un Hombre, que es un ser pasivo y completamente determinado por la sexualidad, lo que constituye una sospecha tremendamente perturbadora. Si los demás hombres son A y él no, entonces es que no es
    un hombre; es un maricón. Así que trata de afirmar su Masculinidad siendo como todos los demás hombres. Siente la diferencia, tanto en los otros como en sí mismo, como una amenaza: son ellos, los maricones, a los que debe evitar a cualquier precio, y hace cuanto puede para someterlos a la norma.
    El hombre se atreve a ser diferente sólo cuando acepta su pasividad y su deseo de ser mujer, su condición de maricón. El más consecuente de los hombres es el travestí, pero incluso él, que es diferente de la mayoría de los hombres, es exactamente igual que todos los demás travestís. Funcionalista, persigue una identidad formal: ser una mujer.
    Trata de desembarazarse de todos sus problemas, pero es incapaz de hacerse con una individualidad. No convencido del todo de ser una mujer, tremendamente inseguro de ser lo bastante femenino, se somete compulsivamente al estereotipo creado por el hombre y acaba por no ser otra cosa que un manojo de amaneramientos artificiosos.
    Pero para asegurarse de que es un Hombre, el macho debe cuidar de que la hembra se comporte claramente como una Mujer, es decir, como todo un maricón. Y la Niña de Papá, a la que se le arrebataron todos sus instintos femeninos cuando era pequeña, se adapta fácil y complacientemente a este papel.
    La autoridad y el gobierno: El hombre, que no tiene ningún sentido del bien y del mal, ninguna conciencia moral (que sólo puede proceder de la capacidad de ponerse en lugar del otro), que carece de toda fe en sí mismo (pues no tiene realidad alguna), competitivo por necesidad e incapaz de cooperar por naturaleza, siente necesidad de la dirección y el control.
    Por eso ha creado las autoridades –sacerdotes, expertos, jefes, dirigentes, etc.- e instituido el gobierno. Y como desea que la hembra (Mamá) lo guíe pero es incapaz de aceptar esta idea (después de todo, es un HOMBRE), como quiere jugar a ser Mujer, usurpar su función de Guía y Protectora, procura que todas las autoridades sean masculinas.
    No hay ningún motivo para que una sociedad compuesta por seres racionales capaces de comprenderse los unos a los otros, completos en sí mismos y sin ninguna inclinación natural a competir, deba tener un gobierno, leyes o dirigentes.
    La filosofía, la religión y la moral basadas en el sexo: Su incapacidad para relacionarse con cualquier persona, animal o cosa hace que la vida del hombre carezca de dirección y sentido (el fundamento de la visión masculina del mundo es que la vida es absurda), y por eso ha inventado la filosofía y la religión. Como es un ser vacío, mira
    hacia fuera, no sólo en busca de guía y control, sino también de la salvación y del sentido de la vida. Y puesto que la felicidad es para él imposible en esta tierra, ha inventado el cielo.
    Para el hombre, que es incapaz de comprender a los otros y vive sólo por y para el sexo, el mal se identifica con la licencia sexual, que conduce a prácticas sexuales desviadas (no viriles), esto es, a prácticas sexuales que no lo protegen de su pasividad y de su sexualidad omnipresente, las cuales, si permitiera que se expresasen libremente, podrían destruir la civilización, puesto que la civilización se basa exclusivamente en la
    necesidad masculina de defenderse contra tales características. Para una mujer (según los hombres), el mal es cualquier comportamiento que pueda incitar a los hombres a la licencia sexual; o lo que es lo mismo, que las necesidades del macho no estén por
    encima de las suyas y que deje de comportarse como una maricona.
    La religión no sólo procura al hombre un objetivo (el Cielo) y le ayuda a mantener a la mujer ligada a él, además establece rituales que le permiten expiar la culpa y la vergüenza que siente por no defenderse lo bastante contra sus impulsos sexuales: en último término, la culpa y la vergüenza que siente por ser un hombre.
    La mayoría de los hombres, en su inmensa cobardía, proyectan las debilidades que les son inherentes en las mujeres, las designan como debilidades femeninas y creen apropiarse de la fortaleza de la mujer. La mayoría de los filósofos, algo menos cobardes, reconocen ciertas carencias en el hombre, pero siguen siendo incapaces de reconocer
    que tales carencias existen sólo en ellos. Así que dan a la condición masculina el nombre de Condición Humana, plantean el problema de la nada, que les horroriza, como un simple dilema filosófico, dotando así de estatura a su animalismo, bautizan pomposamente su propia nada con el nombre de Problema de Identidad, y se lanzan a perorar pomposamente sobre la Crisis del Individuo, la Esencia del Ser, la Existencia
    que precede a la Esencia, los Modos Existenciales del Ser, etc.
    Las mujeres, por su parte, no sólo dan por supuestas su identidad e individualidad, sino que además saben de forma instintiva que el único mal es hacer daño a los demás y que el sentido de la vida es el amor.
    Los prejuicios (raciales, étnicos, religiosos, etc.): El macho necesita chivos
    expiatorios sobre los que arrojar sus defectos e insuficiencias y sobre los cuales pueda desahogar su frustración de no ser una mujer. Estas múltiples discriminaciones poseen además la ventaja práctica de aumentar sustancialmente la reserva de coños disponibles
    para los hombres que están arriba.
    La competición, el prestigio, el estatus, la educación formal, la ignorancia y las clases sociales y económicas: Obsesionado por el deseo de ser admirado por las mujeres pero carente de cualquier valor intrínseco, el macho construye una sociedad completamente artificial que le permite apropiarse de una apariencia de valor gracias al dinero, el prestigio, la superioridad de clase, los diplomas, la posición profesional y el
    conocimiento, y relegando a lo más bajo de la escala profesional, social, económica y educativa a cuantos otros hombres le sea posible.
    El objetivo de la educación superior no es tanto educar cuanto excluir al mayor número posible de determinadas profesiones.
    El macho, absolutamente físico e incapacitado para las relaciones intelectuales, aunque es capaz de entender y utilizar el conocimiento y las ideas, no puede relacionarse con ellas, aprehenderlas emocionalmente: no valora el conocimiento y las ideas por lo que son en sí mismas (no son más que medios para determinados fines) y, en consecuencia, no siente la necesidad de encontrar compañía intelectual ni de cultivar las posibilidades intelectuales de los otros. El macho tiene, por el contrario, un marcado interés en mantener a la mayoría en la ignorancia, pues concede a la minoría de los hombres instruidos un margen decisivo respecto de los que no lo son. Por otro lado, sabe que una población femenina ilustrada y consciente significaría su fin. Las mujeres saludables y orgullosas buscan la compañía de sus iguales, a quienes puede respetar y con quienes puede desarrollarse; sin embargo, el macho y la mujer-macho, enferma, insegura y carente de confianza en sí misma, sólo escarban para encontrar la compañía de los
    gusanos a los que pueden mirar desde arriba sin problemas.
    Ninguna revolución social genuina puede ser llevada a cabo por el hombre, pues los machos que están arriba quieren mantener el status quo y los que están abajo sólo quieren llegar arriba. La rebeldía del macho es una farsa, porque nos encontramos en una sociedad masculina, hecha por él para satisfacer sus necesidades. Y jamás está satisfecho, sencillamente porque no puede estarlo. Pues en último término, aquello contra lo que el macho rebelde se rebela es su propia condición masculina. El hombre sólo cambia si se ve forzado por la tecnología, cuando ya no tiene elección, cuando la sociedad llega a una fase en la que debe transformarse o morir. Ya estamos en esa fase, y si las mujeres no mueven rápido el culo, es muy probable que la diñemos todos.
    La imposibilidad de la conversación. Dada la naturaleza completamente egocéntrica del macho y su incapacidad para relacionarse con cualquier otra cosa que no sea él mismo, la conversación masculina, cuando no gira en torno a su propia persona, no es más que un zumbido impersonal, carente de todo valor humano. Por otro lado, la
    conversación intelectual del macho es únicamente un fatigoso y compulsivo intento de impresionar a la hembra.
    La Niña de Papá, pasiva, maleable, respetuosa y timorata, deja que el macho le imponga su horrenda y tediosa cháchara. Lo cual no le resulta muy difícil si se tiene en cuenta que la tensión y la ansiedad, la falta de serenidad, la inseguridad y las dudas respecto de sí misma y de sus sensaciones y sentimientos que Papá le inculcó cuando era pequeña
    hacen que su percepción de las cosas sea superficial y la incapacitan para reconocer que el parloteo masculino no es más que eso: parloteo. Como el esteta que aprecia esa cagarruta a la que llaman Gran Arte, la mujer cree enriquecerse cuando, en realidad, está hasta el coño de aburrimiento. Y así no sólo permite que el blablablá masculino la domine, sino que además se adapta a su estilo de conversación.
    Adiestrada desde muy temprana edad en la gentileza, la amabilidad y la dignidad, halagando la necesidad que el macho tiene de disfrazar su animalidad, rebaja servilmente el nivel de su propia conversación al de la charla banal, blanda e insípida de la que ha sido desterrada cualquier cuestión que vaya más allá de lo absolutamente trivial; o si se trata de una chica cultivada, al de la discusión intelectual, es decir, a un
    discurso impersonal sobre abstracciones irrelevantes, tales como el Producto Nacional Bruto, el Mercado Común o el influjo de Rimbaud en la pintura simbolista. Tan adepta es al halago que éste acaba por transformarse en su segunda naturaleza y continúa halagando a los hombres incluso cuando se halla sólo en compañía de mujeres.
    Aparte de por su rastrero servilismo, la conversación de la Niña de Papá está también limitada por su temor a expresar opiniones desviadas y originales y por un sentimiento de inseguridad que le niega todo encanto. La gentileza, la amabilidad, la dignidad, la inseguridad y la introversión difícilmente desembocan en la intensidad y en el ingenio,
    cualidades ambas que una conversación debe poseer para ser merecedora de tal nombre.
    Pero semejantes conversaciones no abundan, pues sólo las hembras que confían plenamente en sí mismas, las arrogantes, las extrovertidas, las orgullosas, las que poseen una mente vigorosa, son capaces de mantener una conversación intensa e ingeniosa , de auténticas zorras (1) .
    La imposibilidad de la amistad (y del amor): Los hombres se desprecian a sí mismos, a cualquier otro hombre con el que tengan un trato más que ocasional y que no tomen por una hembra (como es el caso del comprensivo psicoanalista o de los Grandes Artistas) o por agentes de Dios, y a todas esas respetuosas mujeres que se dedican a larmerles el culo; las mujeres-macho, inseguras y lameculos, que buscan la aprobación del macho a toda costa, se desprecian a sí mismas y a todas las que son como ellas; las mujeres-mujeres, confiadas, alegres, amantes de las emociones, desprecian a los hombres y a las mujeres-macho lameculos. En resumen, el desprecio está a la orden del día.
    Amor no significa dependencia o sexo, sino amistad. En consecuencia, el amor no puede existir entre dos hombres, entre un hombre y una mujer o entre dos mujeres, de las cuales una -o las dos- sea un macho estúpido, inseguro y lameculos. Como en el caso de la conversación, el amor puede existir sólo entre dos mujeres-mujeres, seguras, espontáneas, independientes y enrolladas, pues la amistad se basa en el respeto, y no en el desprecio.
    Pero incluso cuando hay buen rollo, las amistades profundas se dan en raras ocasiones entre mujeres adultas ya que casi todas ellas o bien se han unido a un hombre con el fin
    de sobrevivir en términos económicos, o se han quedado atrapadas al intentar abrirse camino en la jungla o bien tratan de mantener sus cabezas por encima del nivel de las masas amorfas. El amor no puede florecer en una sociedad basada en el dinero y en el trabajo sin sentido; requiere una libertad económica y personal completas, tiempo de
    ocio y la posibilidad de comprometerse en actividades intensamente absorbentes y emocionalmente satisfactorias que, cuando se comparten con aquellas a quienes se respeta, conducen a una amistad profunda. Nuestra Sociedad no brinda prácticamente ninguna oportunidad para comprometerse en tales actividades.
    Tras haber despojado al mundo de la conversación, la amistad y el amor, éstos son los mezquinos sustitutos que el macho nos ofrece:

    El Gran Arte y la Cultura: El artista macho intenta compensar su incapacidad de vivir y su frustración de no ser una mujer construyendo un mundo completamente artificial en el que él es el héroe, es decir, en el que puede desplegar características femeninas y en el que la mujer reducida a roles subsidiarios insípidos y extremadamente limitados; o lo que es lo mismo, en el que la mujer se transforma en hombre.
    Puesto que su meta artística no es comunicar (como no tiene nada dentro, no tiene nada que decir), sino disfrazar su animalismo, el macho recurre al simbolismo y a la oscuridad (rollos profundos). A la amplia mayoría de las personas, sobre todo a las cultivadas, carentes de fe en su propio criterio, humildes y respetuosas de la autoridad (Papá sabe lo que se dice), se les engaña fácilmente haciéndoles creer que lo oscuro, lo vago, lo incomprensible, lo enrevesado, lo ambiguo, lo aburrido son signos de profundidad y brillantez.
    El Gran Arte demuestra que los hombres son superiores a las mujeres, que los hombres son mujeres, por el solo hecho de haber sido etiquetado como Gran Arte, pues como gustan de recordarnos los antifeministas, en su mayor parte ha sido creado por hombres.
    Sabemos que el Gran Arte es grande porque las autoridades masculinas lo han sentenciado así, y no podemos decir lo contrario, puesto que sólo quienes poseen una sensibilidad exquisita muy superior a la nuestra pueden percibir y apreciar las porquerías que aprecian.
    Apreciar, en eso consiste el único pasatiempo de la gente cultivada. Pasivos e incompetentes, carentes de imaginación e ingenio, tienen que conformarse con apreciar.
    Incapaces de crear sus propias distracciones, de construirse su pequeño mundo, de influir mínimamente en su entorno, deben aceptar lo que se les ofrece: incapaces de crear o relacionarse, contemplan. Absorber cultura es un intento desesperado y frenético de montárselo en un mundo sin placeres, de escapar al horror de una existencia estéril y
    estúpida. La cultura dota de una compensación al ego de los incompetentes y de un medio para racionalizar su condición de espectadores pasivos. Pueden enorgullecerse así de su capacidad para apreciar las cosas bellas, de ver una joya donde no hay más que una cagada (quieren que se les admire por admirar). Carentes de fe en su capacidad para cambiar las cosas, resignados ante el status quo, tienen que ver belleza en la mierda porque, en sus miserables horizontes, mierda es lo único que van a tener.
    La veneración del Arte y de la Cultura –aparte de conducir a las mujeres a una actividad aburrida y pasiva que las distrae de otras más importantes y satisfactorias, de impedirles desarrollar activamente sus dotes y de permitir que nuestras sensibilidades se vean
    invadidas por pomposas disertaciones sobre la profunda belleza de cualquier mierda permite al artista afirmarse como un ser que posee sentimientos, percepciones, intuiciones y juicios superiores, minando así la confianza de las mujeres inseguras en el
    valor y la validez de sus propios sentimientos, percepciones, intuiciones y juicios.
    El macho, que dispone de una gama muy limitada de sentimientos y, en consecuencia, de percepciones, intuiciones y juicios, necesita del artista para que lo guíe, para que le diga lo que es la vida. El problema es que el artista macho, al ser absolutamente sexual, incapaz de relacionarse con nada que vaya más allá de sus propias sensaciones físicas, que nada tiene que decir salvo que, para él, la vida es absurda y carente de sentido, no podrá jamás ser un artista. ¿Cómo puede quien está incapacitado para la vida decirnos en que consiste la vida? El artista macho es una contradicción en los términos, un oxímoron. Un degenerado no puede producir más que arte degenerado. La auténtica artista es la mujer
    sana y segura de sí misma, y en una sociedad femenina, el único Arte, la única Cultura, será una cultura de mujeres orgullosas, piradas y enrolladas, en sintonía con las demás mujeres y con el resto del universo.
    La sexualidad: El sexo no forma parte de ninguna relación; por el contrario, se trata de una experiencia solitaria, no creativa, y de una enorme pérdida de tiempo. La mujer puede desembarazarse fácilmente –mucho más fácilmente de lo que piensa- de sus pulsiones sexuales, lo que le permitiría conducirse como un ser frío y cerebral, libre para emprender relaciones y actividades verdaderamente valiosas. Pero los machos, a los que parecen irles las mujeres y que se pasan la vida tratando de excitarlas, arrastran a las mejor dispuestas a un frenesí de lujuria, un callejón sexual sin salida del que muy pocas logran escapar. El macho lascivo excita a la mujer lúbrica. Y no le queda otro remedio, pues cuando la mujer trascienda su cuerpo y se eleve por encima del animalismo, el macho, cuyo ego se reduce a su polla, desaparecerá.
    El sexo es el refugio de la estupidez. Y cuanto más estúpida sea una mujer, cuanto más profundamente encaje en la cultura masculina –dicho de otro modo, cuanto más encantadora sea-, más le atraerá el sexo. En nuestra sociedad, las mujeres más encantadoras son maniacas sexuales furibundas. Ahora bien, como son atrozmente encantadoras, no se rebajan a follar –lo que es, desde luego, una grosería-, sino que
    hacen el amor, se comunican con el cuerpo y establecen relaciones sensuales: las más literarias bailan al son de Eros y cabalgan a lomos del Universo; las religiosas comulgan espiritualmente con el Divino Sensualismo; las místicas se funden con el Principio Erótico y se fusionan con el Cosmos, y, en fin, las que van de ácido entran en contacto con sus células eróticas.
    Sin embargo, las mujeres menos integradas en la Cultura del macho, las menos encantadoras, las almas más simples y toscas, para las que follar no es más que follar, que son demasiado infantiles para el mundo adulto de las zonas residenciales, las hipotecas, la fregona y los pañales cagados, demasiado egoístas para ocuparse de los críos y el marido, demasiado incivilizadas para que les importe una mierda la opinión que los demás tengan de ellas; que son demasiado arrogantes para respetar a Papá, a los Grandes o la profunda sabiduría de los Antiguos, que sólo confían en los instintos animales de sus propias entrañas; para quienes la Cultura es cosa de niñatas; cuya única diversión es la búsqueda de experiencias emocionantes y excitantes; que son dadas a las
    escenas perturbadoras, repugnantes e indecentes; zorras agresivas dispuestas a zurrar a los que les ponen de los nervios, que no dudarían en hundirle un cuchillo en el pecho o ensartarle un picahielos en el culo a cualquier hombre en cuanto se lo echasen a la cara si supieran que iban a salir bien paradas; en suma, todas aquellas que, conforme a los
    criterios de nuestra cultura son SCUM(2)… son mujeres desenvueltas y relativamente cerebrales que bordean la asexualidad.
    Liberadas de la propiedad, de la amabilidad, de la discreción, de la opinión pública, de la moral y del respeto a los gilipollas, las SCUM, siempre sucias, abyectas y enrolladas están por todos lados… por todos… y se han tragado el show enterito: la escena del polvo y la escena del bollo… no hay puerto que no se hayan hecho ni pescado que no hayan probado: la almeja, el cipote… hay que haber tenido mucho sexo hasta llegar al anti-sexo, y las SCUM lo han tenido hasta hartarse y ahora están preparadas para comenzar un nuevo espectáculo: quieren salir de debajo de los muelles, agitarse, despegar, resurgir. Pero SCUM todavía no ha triunfado; SCUM permanece aún en las tripas de nuestra sociedad; una sociedad que, si no se desvía de su curso y si la Bomba no estalla, se irá a tomar por culo sin ayuda.

    El aburrimiento: La vida en una sociedad creada por y para criaturas que, cuando no son siniestras y deprimentes, son un completo aburrimiento, sólo puede ser, si no es siniestra y deprimente, un completo aburrimiento.
    El secreto, la censura, la eliminación del conocimiento y las ideas y la delación: El temor más profundamente arraigado, secreto y odioso de todo hombre es que se descubra que no es una mujer, sino un macho, es decir un animal sub-humano. Aunque la gentileza, la amabilidad y la dignidad basten para protegerlo en términos personales, con el fin de evitar que se descubra la impostura general del sexo masculino y de mantener su posición dominante antinatural en la sociedad, el macho debe recurrir a:
  7. La censura. El hombre, que reacciona mecánicamente ante palabras aisladas y frases en vez de responder cerebralmente a significados generales, trata de evitar el despertar y el descubrimiento de su animalismo censurando no sólo la pornografía, sino cualquier
    obra que contenga palabras feas, sin importar el contexto.
  8. La eliminación de todas las ideas y de cualquier conocimiento que pueda
    desenmascarar o amenazar su posición dominante en la sociedad. Muchos datos biológicos y psicológicos se suprimen porque constituyen la prueba de la flagrante inferioridad del macho con respecto a la hembra. Además, el problema de la enfermedad mental no podrá ser resuelto mientras el macho mantenga el control, porque, en primer lugar, los hombres tienen un marcado interés en que siga siendo así –sólo las mujeres sin muchas luces permitirán que los machos tengan el control de cualquier cosa-, y en segundo lugar, porque se niega a reconocer el papel que la paternidad desempeña en la aparición de las enfermedades mentales.
  9. La delación. El mayor deleite en la vida del macho –en la medida en que pueda decirse que esta criatura rígida y siniestra encuentra deleite en algo- es la delación. Poco importa el motivo por el que denuncia a los otros, mientras sean denunciados; distrae así la atención que podría recaer sobre él mismo. Denunciar a los demás como agentes
    enemigos (comunistas y socialistas) es uno de sus pasatiempos favoritos, pues de este modo aleja la fuente de lo que le amenaza no sólo de su persona, sino de su país y de todo el mundo occidental. El bicho que le corre por el culo no procede de sus tripas, sino de Rusia.
    La desconfianza: El macho, incapaz de sentir simpatía, afecto o lealtad hacia nadie, siempre mirando a su propio ombligo, no tiene ningún sentido del juego limpio; cobarde como es, necesita estar lamiéndole constantemente el culo a la mujer para ganarse su aprobación, sin la cual es una nulidad; siempre tenso por el temor a que su animalidad y su condición de macho sean descubiertos, siempre a la busca de escondrijos en los que ocultarse, se ve obligado a mentir todo el tiempo; y puesto que esta vacío, carece de honor o de integridad –de hecho, no sabe lo que estas palabras significan-. En resumen, el macho es traicionero, y la única actitud apropiada en una sociedad machista es el cinismo y la desconfianza.
    La fealdad: El macho, determinado completamente por la sexualidad, incapaz de cualquier respuesta cerebral o estética, absolutamente materialista y codicioso, no contento con haber impuesto el Gran Arte al mundo entero, ha adornado sus ciudades sin paisaje con feos edificios (feos por dentro y por fuera) y feos decorados, carteleras, autopistas, coches, camiones de basura y, sobre todo, su nauseabunda persona.
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  1. El odio y la violencia: El macho vive devorado por la tensión, por la frustración de no ser una mujer, por no ser nunca capaz de lograr la satisfacción o el placer; vive corroído por el odio: no ese odio racional dirigido contra los que te insultan o abusan de ti, sino por un odio irracional, indiscriminado… odio, en el fondo, contra su despreciable ser.
    La violencia gratuita, además de probar que es un Hombre, le sirve como válvula de escape para el odio e incluso –puesto que el macho sólo está capacitado para reaccionar
    sexualmente y necesita estímulos muy fuertes que animen su ego medio muerto- le produce una leve excitación sexual.
    La enfermedad y la muerte: Todas las enfermedades se curan, y el proceso de envejecimiento y la muerte son producto de la enfermedad. En consecuencia, es posible no envejecer jamás y vivir para siempre. De hecho, los problemas del envejecimiento y la muerte podrían resolverse en el plazo de unos pocos años si la ciencia lanzase todas sus fuerzas al combate. Sin embargo, esto no ocurrirá mientras siga en pie el sistema
    machista por las siguientes razones:
  2. Muchos científicos macho se alejan de la investigación biológica, aterrorizados por el descubrimiento de que los hombres son mujeres, y sus programas de investigación presentan una marcada preferencia por los objetivos viriles, la guerra y la muerte.
  3. El desaliento de muchos científicos potenciales ante la profesión investigadora como consecuencia de la rigidez, el aburrimiento, los elevados costes, el consumo de tiempo y la injusta exclusividad de nuestro sistema de educación superior.
  4. La propaganda difundida por inseguros profesionales masculinos que protegen celosamente sus posiciones adquiridas de forma que sólo una muy selecta minoría
    pueda comprender los conceptos científicos abstractos.
  5. Una extendida falta de confianza producida por el sistema patriarcal que disuade a muchas mujeres jóvenes con talento de convertirse en científicas.
  6. Una automatización insuficiente. Existe actualmente una riqueza de datos tal que, si se los clasificara y correlacionase como es debido, revelarían los medios para curar el cáncer y muchas otras enfermedades, y posiblemente la clave de la vida misma. Pero los
    datos son tan abundantes que se requieren ordenadores de alta velocidad para correlacionarlos. La institución del ordenador se retrasará interminablemente en tanto dure el sistema de control masculino, ya que al hombre le horroriza verse remplazado por las máquinas.
  7. El sistema monetario tiene una insaciable necesidad de nuevos productos. La mayoría de los pocos científicos que no están trabajando en programas de destrucción y muerte se encuentran sometidos a los interés de las grandes compañías para las que investigan.
  8. Al hombre le gusta la muerte: le excita sexualmente y, aunque por dentro ya esté muerto, quiere morir.
  9. La inclinación del sistema monetario por los científicos menos creativos. En su mayor parte, los científicos proceden de familias cuando menos relativamente opulentas en las que Papá reina como amo y señor. Incapaz de conocer una felicidad positiva –lo único que puede justificar la existencia-, lo máximo que puede aspirar el macho es a un estado neutro y relajado de bienestar físico, pero está situación dura poco, pues el aburrimiento –condición negativa- pronto hace su aparición. Está, por lo tanto, condenado a una existencia de sufrimiento, sólo aliviada ocasionalmente por fugaces períodos de indolencia, estado que solamente puede alcanzar a expensas de alguna hembra. El macho es, por naturaleza, una sanguijuela, un parásito emocional y, en consecuencia, carece de legitimidad ética para vivir, pues nadie tiene derecho a vivir a expensas de otro. Y del mismo modo en que la
    vida de los seres humanos tiene prioridad sobre la de los perros en virtud de su posición evolutiva y su superior conciencia, las mujeres tienen un derecho prioritario a la existencia con respecto a los hombres. Por eso, la eliminación física de cualquier macho
    es una acción buena y justa, una acción altamente beneficiosa para las mujeres y, al mismo tiempo, un acto de misericordia.
    Sin embargo, esta conclusión moral bien podría tener un valor puramente académico por el hecho de que el hombre se está eliminando paulatinamente a sí mismo. Además de embarcarse en guerras de corte clásico y en disturbios raciales, cada vez más hombres se vuelven maricas o acaban aniquilados por las drogas. La mujer tendrá finalmente que tomar el mando, lo quiera o no, aunque sea sólo porque no le quedará otro remedio: el hombre, por razones prácticas, se habrá extinguido.
    Esta tendencia se está agudizando por el hecho de que cada vez más hombres están adquiriendo una clara visión de sus intereses. Cada vez más, se dan cuenta de que el interés de las mujeres es su propio interés, de que sólo pueden vivir a través de ellas y de que cuanto más se las anime a vivir, a realizarse, a ser mujeres y no machos, más cerca se encontrará ellos mismos de la vida. El hombre está comenzando a percibir que es más fácil y más satisfactorio vivir a través de las mujeres que tratar de convertirse en mujer y usurpar sus cualidades reclamándolas como propias o que hundirlas en el lodo identificándolas con el macho. El marica, que acepta su virilidad, esto es, su pasividad y su sexualidad excesiva, su feminidad, también está interesado en que las mujeres sean verdaderamente mujeres, pues así sería más fácil para él ser un macho, ser femenino. Si los hombres fueran sensatos procurarían convertirse en auténticas hembras, y llevarían a cabo investigaciones biológicas intensivas que les pusieran en disposición de transformarse, por medio de intervenciones en el cerebro y en el sistema nervioso, en
    mujeres en cuerpo y alma.
    La cuestión de si las mujeres seguirán siendo utilizadas para la reproducción o si ésta se realizará en laboratorios también se ha convertido en un falso problema. ¿Qué ocurrirá cuando todas las mujeres a partir de los doce años tomen de forma habitual la píldora y
    no se produzcan más embarazos no deseados? ¿Cuántas mujeres aceptarán quedarse deliberadamente embarazadas (o mantener el embarazo, si se produce un accidente)? No, Virginia(3), las mujeres no disfrutan pariendo como conejas, a pesar de lo que diga una masa de mujeres robotizadas y descerebradas. Cuando la sociedad esté compuesta sólo por las completamente conscientes, la respuesta será: ninguna. ¿Debería, de todos modos, apartarse por la fuerza a un determinado porcentaje de mujeres para que, por el bien de la especie, sirviesen como conejas de cría? Evidentemente, no. La única respuesta razonable es la reproducción en laboratorios.
    Por lo que se refiere a la cuestión de la reproducción del género masculino, de que el macho, como la enfermedad, haya existido siempre no se deriva que deba continuar existiendo. Huelga decir que, cuando el control genético sea posible –y lo será pronto-, deberemos producir sólo seres plenos, completos, sin defectos o deficiencias, y esto incluye deficiencias afectivas tales como la masculinidad. Del mismo modo en que producción deliberada de personas ciegas sería sumamente inmoral, igualmente lo sería la producción deliberada de minusválidos emocionales.
    Pero incluso, ¿por qué producir hembras? ¿Por qué debería haber generaciones futuras?
    ¿Con qué fin? Cuando el envejecimiento y la muerte sean eliminados, ¿qué sentido tendrá seguir reproduciéndose? Por otro lado, ¿por qué deberíamos preocuparnos de lo que pase cuando hayamos muerto? ¿Por qué debería preocuparnos una joven generación que nos suceda?
    Finalmente, el curso natural de los acontecimientos, de la evolución social, conducirá a un control femenino completo del mundo. Como resultado, cesará la producción de machos y, finalmente, también la producción de hembras.
    Pero SCUM es impaciente; a SCUM no le consuela la idea del desarrollo de las generaciones futuras; SCUM quiere apropiarse de un buen pedazo de vida emocionante aquí y ahora. Y si una amplia mayoría de las mujeres fueran SCUM, podrían hacerse en pocas semanas con el control de la nación, sencillamente abandonando sus puestos de y paralizando así todo el país. Como medidas adicionales, cualquiera de las cuales bastaría para desbaratar la economía y todo lo demás, las mujeres podrían declararse fuera del sistema monetario, dejar de comprar, dedicarse al pillaje y negarse sencillamente a obedecer cualquier ley que no quieran obedecer. Ni la policía, la Guardia Nacional, el Ejército, la Marina y los Marines, todos juntos, podrían ahogar una rebelión que implicaría a más de la mitad de la población, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de personas sin las cuales se encuentran absolutamente desvalidos.
    Si las mujeres abandonaran sin más a los hombres, si se negasen a tener algo que ver con cualquiera de ellos, todos, incluidos el gobierno y la economía nacional, se hundirían sin remedio. Pero incluso sin abandonar a los hombres, las mujeres conscientes del alcance de su superioridad y de su poder sobre ellos, podrían hacerse con el control total en el plazo de unas pocas semanas y llevar a cabo la sumisión
    completa del macho. En una sociedad sana el macho trotaría obedientemente tras la mujer. El macho es un ser dócil, que se deja conducir y someter con facilidad al dominio de cualquier mujer que ponga empeño en dominarlo. De hecho, el macho desea desesperadamente ser guiado por las mujeres, desea que Mamá se ocupe de todo, poder abandonarse a sus mimos. Pero no estamos en una sociedad sana y la mayoría de las mujeres ni siquiera es vagamente consciente de cuál es la auténtica correlación de fuerzas.
    No se trata, pues, de un conflicto entre la mujer y el macho, sino entre las SCUM – mujeres dominantes, seguras de sí mismas, confiadas en sus propias capacidades, indecentes, violentas, egoístas, independientes, orgullosas, amigas de las emociones fuertes, espontáneas y arrogantes, que se consideran preparadas para dirigir el universo, que han llegado hasta los límites de esta sociedad y están dispuestas a ir mucho más
    allá- y las Niñas de Papá, amables, pasivas, consentidoras, cultivadas, bien educadas, mansas, dependientes, atemorizadas, estúpidas, inseguras y ávidas de aprobación, incapaces de enfrentarse a lo desconocido; que preferirían volver al árbol con los monos; que se sienten seguras sólo cuando tienen a Papaíto a su lado, con un hombre fuerte en el que apoyarse y con una cara gorda y peluda en la Casa Blanca; demasiado cobardes para encarar la horrenda realidad del hombre y de lo que Papá es; que han hallado su lugar entre los cerdos, que se han adaptado a la animalidad, se siente superficialmente cómodas en ella y desconocen cualquier otro tipo de vida; que han rebajado sus ideas, pensamientos y percepciones al nivel del macho; que, carentes de
    juicio, imaginación e ingenio, sólo pueden ser estimadas en la sociedad del macho; que han encontrado su lugar bajo el sol –o, mejor, en el fango- ofreciendo un descanso para el guerrero y ejerciendo de impulsoras del pequeño ego masculino y de simples paridoras; que, rechazadas por las otras mujeres, proyectan sus deficiencias, su masculinidad, en las demás, a las que consideran sólo gusanos.
    Pero SCUM es demasiado impaciente para esperar a que millones de gilipollas adquieran consciencia. ¿Por qué las más atrevidas deberían continuar arrastrándose lúgubremente junto con todas esas aburridas mujeres-macho? ¿Por qué deberían estar entrelazados el destino de las más enrolladas y el de esos horripilantes bicharracos?
    ¿Por qué razón deberían las activas e imaginativas consultar a las pasivas y mediocres sobre cuestiones de política social? ¿Por qué las mujeres independientes tendrían que ser arrojadas a los albañales al lado de las chicas dependientes que necesitan estar pegadas al culo de Papá?
    Jodiendo sistemáticamente al sistema, destruyendo la propiedad privada de forma selectiva y asesinando, un puñado de SCUM puede apoderarse del país en el plazo de un año.
    Las SCUM se convertirán en parte de la fuerza del destrabajo, en la fuerza jodelotodo; escogerán varios tipos de empleo y destrabajarán. Por ejemplo, las vendedoras SCUM no cobrarán sus productos y las telefonistas SCUM no cobrarán las llamadas; y las empleadas y las obreras SCUM, además de cagarla en el curro, se dedicarán secretamente a destrozar el material. Las SCUM destrabajarán en sus puestos hasta que
    las despidan y después buscarán otro empleo en el que destrabajar.
    Las SCUM ocuparán por la fuerza el lugar de los conductores de autobús, de los taxistas y de los taquilleros del metro, y conducirán los autobuses y los taxis y dispensarán billetes gratuitos al público.
    Las SCUM destruirán todos los objetos inútiles y nocivos: coches, escaparates, Gran Arte, etc.
    A continuación SCUM se apoderará de las ondas –cadenas de radio y de televisión-, forzando a abandonar sus trabajos a todos aquellos empleados que pudieran impedir a
    las SCUM el control de los estudios.
    SCUM se dedicará a reventar parejas: se entrometerá en todas las parejas mixtas (hombre-mujer) que se encuentre a su paso y sembrará la cizaña.
    SCUM matará a cualquier hombre que no forme parte del Cuerpo Auxiliar Masculino de SCUM. Esto es, a cualquier hombre que no se emplee diligentemente en su propio exterminio, a cualquier hombre que, sin importar sus motivos, no haga el bien, es decir no siga el juego a SCUM. He aquí algunos ejemplos de miembros del Cuerpo Auxiliar
    Masculino: hombres que asesinan a hombres; biólogos que trabajan en programas constructivos, en lugar de preparar la guerra biológica; periodistas, escritores, redactores, editores y productores que difunden y promocionan ideas susceptibles de servir a los objetivos de SCUM; maricones que, con su resplandeciente y apasionado ejemplo, animan a otros hombres a desmasculinizarse y de ese modo volverse relativamente inofensivos; hombres que prodigan generosamente dinero y cualquier producto o servicio necesarios; hombres que dicen las cosas como son (hasta ahora ninguno lohecho) y claramente a las mujeres, que revelan la verdad sobre sí mismos, que proveen a las mujeres-macho de frases correctas que éstas pueden repetir como loros, que afirman que el primer objetivo en la vida de una mujer debe ser aplastar al sexo
    masculino (con el fin de ayudar a estos hombres en su empeño, SCUM organizará las Jornadas de la Mierda, en las cuales todos los machos presentes ofrecerán un discurso que comience con la frase:
    Soy una mierda, una mierda miserable y abyecta y acto seguido procederá a enumerar los modos en que la mierda puede declinarse.
    Como recompensa, tendrán ocasión de confraternizar después de su actuación y durante toda una hora con las SCUM asistentes. A estas sesiones se invitará a las mujeres-macho y de vida ordenada para esclarecer cualquier duda o malentendido que puedan tener acerca del sexo masculino; a los promotores y creadores de libros, películas y
    otros productos pornográficos, que están precipitando el día en el que sobre las pantallas no se vean más que Folladas y Mamadas (los machos, atraídos como las ratas por el flautista de Hamelín, serán arrastrados hasta su perdición por el reclamo del Coño, y acabarán vencidos, sumergidos y finalmente ahogados en esa carne pasiva que en el
    fondo son); y a los camellos y defensores de la drogas, que están acelerando la decadencia del hombre.
    Formar parte del Cuerpo Auxiliar Masculino es una condición necesaria pero no suficiente para entrar en la lista de exentos de SCUM. No basta con hacer el bien; para poner a salvo sus inútiles pelotas, los hombres deben además evitar el mal. Entre los tipos más odiosos y dañinos se encuentran: los violadores, los políticos y todos los que están a su servicio (simpatizantes, militantes, etc.); los peores cantantes y músicos; los Miembros de las Juntas Directivas de cualquier especie; los cabezas de familia; los caseros; los propietarios de tascucios y de restaurantes con hilo musical; los Grandes Artistas; los cicateros y los buscavidas; polis; magnates; científicos que investigan en programas de muerte y destrucción o para la industria privada (prácticamente todos); los mentirosos y farsantes; los DJs; los que molestan siquiera sea mínimamente a cualquier desconocida; los agentes inmobiliarios; los corredores de bolsa; los que hablan cuando no tienen nada que decir; los que holgazanean en las calles y estropean el paisaje con su sola presencia; los traidores; artistas del abracadabra; guarros; plagiarios; los que hacen daño siquiera sea mínimamente a cualquier mujer; cualquier tipo del sector publicitario; los psiquiatras y los psicólogos; los escritores, periodistas, jefes de redacción y editores deshonestos; los censores, tanto públicos como privados; cualquier miembro de las Fuerzas Armadas, incluidos los reclutas ( Lyndon B. Johnson y McNamara dan las
    órdenes, pero son los soldados quienes las ejecutan) y especialmente los pilotos (pues si las bombas caen, no es Johnson quien las lanza, sino estos últimos). En el caso de un hombre cuyo comportamiento pudiera incluirse tanto en la categoría del bien como en la del mal, una evaluación subjetiva y de conjunto determinará de qué lado se inclina la
    balanza.
    Resulta de lo más tentador acabar al mismo tiempo con las Grandes Artistas, las embusteras y las farsantes, pero un tanto imprudente, pues la mayoría del público no
    tendría claro que fueron eliminadas por ser falsos machos, y no por ser mujeres. En mayor o menor medida, toda mujer esconde un pequeño soplón en su interior, producto
    de su convivencia con los hombres. Eliminad a los hombres y las mujeres podrán desarrollarse. Las mujeres son perfectibles; los hombres, no, pero su comportamiento puede modificarse. Y cuando SCUM les caliente bien el culo, ya lo creo que cambiará.
    Además de joder bien jodido al sistema, de saquear, de reventar parejas, de destruir y asesinar, SCUM se empleará en ganar adeptas. En ese momento, SCUM estará compuesto por las reclutadoras, el cuerpo de elite (el núcleo duro de las activistas formado por las jodelotodo, las saqueadoras y las destructoras) y la elite de la elite: las asesinas. Marginarse no es la respuesta; dar por el culo al sistema, sí. La mayoría de las mujeres ya viven marginadas; de hecho, nunca estuvieron integradas. Marginarse es dar el poder a los que no se marginan, y eso es precisamente lo que quieren los que manejan el cotarro; es hacerle el juego al enemigo; es reforzar el sistema en lugar de minarlo,
    pues el sistema se basa íntegramente en la inactividad, en la pasividad, en la apatía y en la falta de compromiso de la masa de las mujeres. La política de marginación es, sin embargo, una excelente solución para los hombres, que SCUM no dejará de apoyar con todo su entusiasmo.Buscar en uno mismo la salvación, contemplarse el ombligo, no es –por más que os lo hayan hecho creer algunos flipados- la respuesta. La felicidad está fuera de vosotras y sealcanza sólo gracias a las relaciones con las demás. Nuestro objetivo debería ser el olvido del propio yo, no la auto-contemplación. El hombre, apto sólo para esta última, hace de un defecto irremediable una virtud y eleva la auto-contemplación al rango no sólo de un bien, sino de un Bien Filosófico, y puede así pasar por profundo.
    SCUM no formará piquetes, ni se manifestará, marchará o declarará en huelga con el fin de alcanzar sus metas. Tales tácticas son propias de damas refinadas y como es debido, que se embarcan en acciones semejantes tan sólo porque su ineficacia está garantizada.
    Además, sólo las mujeres-macho, decentes y de vida ordenada, bien adiestradas para sumergirse en la especie, actúan fundiéndose con la muchedumbre. SCUM está compuesto por individuos; no es una masa informe. Las acciones de SCUM serán llevadas a cabo tan sólo por el número de miembros necesarios. Por otro lado, las SCUM, de lo más espabiladas y egoístas, no expondrán jamás sus cabezas a las porras
    de la pasma; eso queda para las damas de clase media, amables, privilegiadas y educadas, que tienen una fe conmovedora y una elevada estima por la bondad intrínseca de Papi y de los polizontes. Si las SCUM marchasen alguna vez, lo harían sobre la estúpida y enfermiza cara del Presidente; y si en alguna ocasión se echasen a las calles, sería por las más oscuras y provistas de heiras de quince centímetros de hoja.
    Las acciones de SCUM serán siempre actos criminales. No se tratará de simple desobediencia civil, es decir, de quebrantar abiertamente la ley e ir a la cárcel con el fin de atraer la atención sobre una injusticia. Semejantes tácticas suponen la aceptación global del sistema y se emplean tan sólo para modificarlo ligeramente y cambiar leyes
    específicas. SCUM está en contra del sistema en su conjunto, contra la idea misma de ley y gobierno. SCUM quiere destruir el sistema, no obtener determinados derechos dentro de él. Por otro lado, las SCUM –siempre egoístas y espabiladas- procurarán evitar en todo momento ser detenidas y condenadas. SCUM actuará siempre furtiva,
    escurridiza, clandestinamente (aunque a las asesinas de SCUM siempre se las reconocerá como tales).
    Tanto la destrucción como los asesinatos serán selectivos y discriminados. SCUM está en contra de las revueltas histéricas y confusas, sin un objetivo claro, y en las cuales muchas de las nuestras son eliminadas. SCUM nunca alentará, instigará o participará en
    ningún tipo de revuelta o en cualquier otra forma de destrucción indiscriminada. Las SCUM acecharán fría, furtivamente, a su presa y se moverán sigilosamente hasta darle muerte. La destrucción no llegará nunca, por ejemplo, al punto de bloquear las vías necesarias para el transporte de alimentos y otros productos vitales, contaminar o cortar
    el suministro de agua, cerrar al tráfico las calles por las que han de pasar las ambulancias o impedir el funcionamiento de los hospitales.
    SCUM continuará destruyendo, saqueando, asesinando y jodiéndolo todo hasta que el sistema laboral-monetario deje de existir y se instaure la completa automatización, o hasta que un número suficiente de mujeres coopere con SCUM para alcanzar sus objetivos sin recurrir a la violencia, es decir, hasta que un número suficiente de mujeres «destrabaje» o abandone su empleo, comience los saqueos, dejen a sus respectivos
    compañeros y se niegue a obedecer leyes impropias de una sociedad verdaderamente civilizada. Muchas mujeres engrosarán nuestras filas, pero muchas otras (que hace tiempo se rindieron al enemigo, que están tan bien adaptadas a la animalidad y al machismo que disfrutan con las restricciones y represiones, y que no saben qué hacer con su libertad) continuarán ejerciendo de lameculos y de felpudos, del mismo modo
    que los campesinos de los arrozales siguen siendo campesinos de los arrozales cuando un régimen derriba a otro. Unas cuantas entre las más atolondradas gimotearán, se enfurruñarán y arrojarán sus juguetes y trapos de cocina al suelo; SCUM las arrollará sin piedad.
    Se puede llegar a una sociedad completamente automatizada de forma muy simple y rápida una vez la demanda sea algo generalizado. Ya existen proyectos al respecto y su construcción sería sólo cosa de semanas si millones de personas trabajarán en ello. Aun fuera del sistema monetario, todo el mundo estará feliz de arrimar el hombro para
    alumbrar la sociedad automatizada. Esto señalará, sin duda, el inicio de una era nueva y fantástica, y su edificación tendrá lugar en medio de una atmósfera de fiesta.
    La eliminación del dinero y la instauración completa de la automatización son la base de todas las demás reformas de SCUM; sin ellas, no podrían producirse; con ellas, su
    implantación será rápida. El gobierno caerá automáticamente. Gracias a la automatización total, será posible que cada mujer vote directamente cada cuestión por medio de una máquina de votar electrónica instalada en su hogar. Y puesto que el gobierno está casi completamente ocupado en la regulación de las finanzas y en legislar contra asuntos estrictamente privados, la eliminación del dinero, y con ella la de los
    hombres empeñados en legislar la moral, supondrá que pronto casi no queden cuestiones que votar.
    Tras la eliminación del dinero ya no habrá necesidad de matar hombres, pues habrán sido despojados del único poder del que disponen contra las mujeres psicológicamente independientes. Ya sólo podrán someter a las mujeres-felpudo, que gustan de someterse.
    Las demás estarán demasiado ocupadas en resolver los pocos problemas irresueltos que queden antes de dedicarse a planificar sus agendas para la eternidad y la Utopía:
    fundamentalmente, la renovación completa de los programas educativos de forma que millones de mujeres puedan alcanzar en unos pocos meses un nivel de pericia intelectual que ahora requiere años de aprendizaje (esto puede lograrse fácilmente desde el mismo momento en que el objetivo de nuestro sistema educativo sea educar y no perpetuar una elite académica e intelectual); la resolución de los problemas de la
    enfermedad, la vejez y la muerte; y el rediseño de nuestras ciudades y barrios. Muchas mujeres continuarán creyendo por un tiempo que les van los hombres, pero en cuanto se acostumbren a la sociedad femenina y se concentren en sus respectivos proyectos, acabarán por darse cuenta de la absoluta inutilidad y banalidad del macho.
    Los pocos hombres que queden podrán pasar sus miserables días colgados de las drogas o pavoneándose en plan travolo, o bien observando pasivamente a las ultra-poderosas hembras en acción, realizándose como espectadores y viviendo por delegación, o
    procreando en los pastizales con las lameculos, o –en último término- tendrán la posibilidad de acudir al centro de suicidio más cercano y acogedor, donde serán gaseados de manera silenciosa, rápida e indolora.
    Antes de la implantación completa de la automatización, de la sustitución del hombre por la máquina, el macho deberá ser útil a la mujer, ponerse a su servicio, satisfacer sus menores caprichos, obedecer todas y cada una de sus órdenes, sometérsele por completo, adoptar una actitud de perfecta obediencia a su voluntad, en lugar de la situación
    perversa y degenerada de los hombres de hoy, quienes no sólo existen y desbaratan el orden del mundo con su ignominiosa presencia, sino que además se permiten el lujo de que la gran masa de las mujeres les laman el culo y se rebajen ante ellos: millones de mujeres adorando piadosamente al Becerro de Oro, el perro llevando al amo de la correa;
    cuando lo cierto es que el macho, de no ser un travestón, es mucho menos desdichado cuando se reconoce su condición perruna, pues de ese modo no se le exige aquello de lo que es emocionalmente incapaz, y las mujeres, perfectamente equilibradas, manejan los hilos. Los hombres racionales quieren ser despachurrados, pisoteados, machacados y triturados, tratados como los perros sarnosos y la porquería que son: confirmados en su repulsión.
    Los irracionales, los enfermos, aquellos hombres que se esfuerzan por defenderse de su propia repugnancia, se aferrarán aterrorizados a la Gran Mamá de las Grandes Tetas Saltarinas cuando vean a las SCUM cargando sobre ellos, pero sus Tetas ya no les protegerán de SCUM; y Mamá se aferrará a su vez al Gran Papá, que, agazapado en su
    rincón, se cagará en sus potentes calzones largos. Los racionales, sin embargo, no patalearán ni se debatirán ni armarán un jaleo patético; se sentarán, relajarán, disfrutarán del espectáculo y se dejarán arrastrar por las olas hacia su extinción.

    (1) El adjetivo empleado por Solanas es bitchy, derivado de bitch (lagarta, zorra, ramera; como verbo intransitivo: quejarse), que en inglés ordinario equivale a malevolente, rencoroso, de mal genio, malintencionado, etc. Solanas y las feministas radicales de los años sesenta llevan a cabo una inversión de sentido de esta familia léxica, en cierto modo a la manera en que los militantes de los movimientos de liberación homosexual dotarán de un contenido meliorativo al término queer y sus derivados, o en el que los militantes negros harán de nigger una marca de orgulloso reconocimiento mutuo.
    (2) Scum designa, en cierto modo, ‘lo sucio sobrante’: es la nata o la espuma de un líquido (está emparentado con el francés écume; ambos proceden del fráncico skum), el verdín en un estanque o la escoria de un metal labrado. Es también la bazofia y la hez: la mierda. En inglés se alude, por ejemplo, a the scum of the earth para referirse a los
    desechos de la sociedad. No es agradable tampoco que se dirijan a uno con un Yo, scum!
    Pero, en todo caso, es de este poco definido sector social del que, según Solanas, habrán de salir las componentes potenciales de su Society for Cutting Up Men.
    (3) Virginia es toda una institución en los Estados Unidos. En 1897, siendo todavía una niña, se hizo celebre por enviar una carta al periódico New York Sun. “Mis amigos dicen –escribía la pequeña- que Papá Noel no existe. Mi papá dice que si sale en el Sun es que es verdad. Así que: ¿existe Papá Noel?”. La redacción contestó: “Sí, Virginia, Papá Noel existe tan seguro como existen el amor, la generosidad y la devoción, y tú
    sabes bien que estas cualidades abundan y dan a nuestra vida toda su belleza y alegría.
    ¡Ay, qué triste sería un mundo sin Papá Noel! Sería tan triste como un mundo en el que no existiese Virginia”.
    (4) Un dispositivo electrónico les permitirá sintonizar con cualquier mujer que deseen y seguir cada uno de sus movimientos en detalle. Las mujeres consentirán benévola y cortésmente pues no puede causarles el menor daño y se trata de un modo maravillosamente amable y humano de tratar a sus desgraciados compañeros discapacitados..
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Valerìe Solanas

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