La izquierda (socialistas, comunistas, separatistas y etarras) y la violencia de falsa bandera

Jorge Vilches

El PSOE no estaba muy ducho en esto hasta que fracasó Iván Redondo en su estrategia del Gabilondo soso, y las encuestas le dieron la espalda. Otro revés personal con el que se juega su prestigio. Tras el traspiés con la esperanza de un nuevo Gobierno sanchista para Madrid, Redondo e Iglesias pensaron movilizar a la izquierda con el miedo y el rechazo.

Por eso saltó Adriana Lastra en cuanto Reyes Maroto recibió una carta con una navaja. Culpó a Vox y habló de fascismo y del “discurso del odio”. Al final ha sido un esquizofrénico diagnosticado, aunque da igual, no pedirá perdón.

Pero el maestro de la farsa es Pablo Iglesias. Repasemos. Apareció ante las cámaras de Telemadrid bajándose de un taxi. “Es una muestra de apoyo al sector”, dijo el periodista. El podemita cogió su mochila, dio la vuelta al coche y chocó el puño al conductor. El efecto deseado era que Iglesias pareciera solidario con los trabajadores, un hombre normal, de la calle.

Todo fue un circo. Llegó a Telemadrid en su coche con chófer, y una calle más arriba, en el parking del ente madrileño, lo esperaba un taxista, a la sazón candidato de Podemos. Unos segundos después, ya frente a los periodistas, con el contador del taxi a cero, salió del vehículo para recibir los flashes y tiros de cámara.

No era la primera vez. En las dos campañas electorales de 2019 Pablo Iglesias habló de “las cloacas”. La historieta era que el Estado había orquestado una operación para evitar que llegara al poder la gente de Podemos, los verdaderos demócratas y justicieros sociales que pondrían en jaque al “régimen”.

Iglesias se presentó como una “víctima” de la “policía patriótica”, que había robado el móvil de Dina Bousselham en 2015. En marzo de 2019, en plena campaña, Iglesias soltó el cuento y se personó en el caso. Otra farsa. Parecía verdad hasta que declararon Bousselham y otros, y se supo que la tarjeta del móvil la tenía Pablo Iglesias.

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Denunciar a periodistas

La Fiscalía Anticorrupción aconsejó que se retirara al podemita la condición de perjudicado. El juez escribió que Iglesias había diseñado una estrategia para presentarse como víctima de las «cloacas del Estado», con un «uso torticero del proceso penal» al denunciar a periodistas, aunque él «sabía que Dina era el origen de la filtración».

A mediados de 2020, Iglesias y su cohorte podemita y mediática soltaron que había “ruido de sables”, que se estaba preparando un golpe de Estado en el que estaba involucrado Vox. Incluso el entonces vicepresidente se lo dijo a Iván Espinosa de los Monteros en una comisión parlamentaria. Otra farsa para disimular sus maniobras totalitarias.

El 2 de abril de 2021, pocos días después de que Pablo Iglesias anunciara que se presentaba en Madrid, vimos un vídeo de un supuesto ataque a la sede de Podemos en Cartagena. En el vídeo, con un escenario perfecto de cortinas recogidas, aparecen y desaparecen objetos mágicamente.

El cóctel molotov no tenía apenas carga, hasta el punto de que la Policía local no llamó a los bomberos. El autor (o autora, quizá) no tuvo que romper un cristal para lanzar el objeto. La investigación policial no descarta nada, pero no se sabe más a pesar de que estamos rodeados de cámaras y de que el autor era un torpe. Podemos lo vendió como un ataque terrorista de la “ultraderecha”, y el cargo local podemita maldijo en las redes a PP y Vox por blanquear el “fascismo cada día”. Por supuesto, Pablo Iglesias usó el “ataque” para soltar una versión del “no pasarán”.

En cuanto desembarcó en la campaña electoral madrileña vimos otro de sus espectáculos. Cuatro supuestos nazis le gritaron “Fuera de nuestros barrios”; esa frase que Iglesias defiende cuando la profieren los separatistas en Cataluña contra los políticos del PP, Cs y Vox. Nada pasó, salvo que sirvió para que los comunistas hablaran del fascismo.

Lo último ha sido la carta con cuatro balas que ha recibido Iglesias, cosa que no dudo porque es un país de locos como ha demostrado el caso de Reyes Maroto. El podemita no fue a una comisaría a denunciar, sino que lo hizo en la Cadena SER, claro, porque la prioridad no era la seguridad y la detención de los culpables, sino el uso propagandístico. Por supuesto, señaló a los “fascistas”.

En Podemos hay una mezcla explosiva: el totalitarismo y el populismo. Esto se traduce en tanta agresividad como puedan y tanto victimismo como sea posible. La exclusión del adversario, la derecha, la buscan a través de su violencia -recuérdese las operaciones de “Rodea el Congreso” o con la excusa de Pablo Hasel-, y crear la sensación de que son hostigados por el régimen y el “fascismo”. Lo último justifica su reacción violenta, les da protagonismo y verosimilitud, y permite excluir a la derecha. Lo vimos en el ‘debate’ en la Cadena SER.

En la estrategia de comunicación del totalitario está el mezclar verdades con mentiras, como cuento aquí. Creado el marco cognitivo, la creencia de que existen esos ataques, puede inventar otros porque serán aceptados como ciertos. Son los “actos de falsa bandera”. Se trata de hacer que la gente crea que se ha recibido un ataque por parte de los enemigos, que justifique una reacción dura.

La táctica de los “actos de falsa bandera” es más sencilla de realizar hoy, cuando la tecnología y las redes sociales permiten crear opinión pública con gran facilidad. Además, se utiliza la táctica de la tinta de calamar, en la que la noticia se pierde entre el aluvión de informaciones. ¿Qué queda al final en la mente del elector? La existencia de violencia política y de que hay que elegir trinchera. Esa sensación es muy poderosa cuando no existe razonamiento. Por eso Podemos la utiliza desde su fundación.

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