España ha sido la única nación que ha logrado vencer al Islam. Hace 450 años que España venció al Islam en la batalla de Lepanto.
A la mayoría de la gente le cuentan en la enseñanza primaria, en la secundaria y en la universitaria que, en el año 1492 los españoles, guiados por los “Reyes Católicos”, Isabel y Fernando, lograron vencer al último rey de Granada y acabaron con la presencia de ocho siglos, de los musulmanes en la Península Ibérica que, había empezado en el año 711, cuando la derrota de Don Rodrigo…
Lo que se les cuenta a los alumnos en los centros de estudio es una verdad a medias, pues fue después, transcurrido más de un siglo, cuando se produjo la expulsión plena, cuando los españoles vencieron definitivamente a los seguidores de Mahoma. También se les cuenta la falacia, la gran mentira de la “convivencia pacífica y cordial de las tres religiones del libro”, musulmanes, judíos y cristianos.
Fue en 1609 cuando Felipe III decretó la expulsión de los moriscos españoles, después de más de un siglo de “buenismo” y de tratar de solucionar lo que no tenía solución, con paños calientes, después de enésimas rebeliones, entre las cuales, las más importantes fueron en las Alpujarras de Granada y Almería, que acabaron siendo finalmente sofocadas en 1571.
Fue en el siglo XVII cuando los musulmanes fueron expulsados definitivamente de España hacia el Norte de África, aunque muchos se acabaron escondiendo, se camuflaron entre la población cristiana, fundamentalmente por motivos económicos, ya que no tenían dinero para poder irse, y acabaron “cristianizándose”. Se calcula que permanecieron entre la población del reino de Granada unos diez o quince mil moriscos.
Antes de que la victoria sobre el Islam se produjera en España, hubo que derrotar también a quienes ayudaban a los musulmanes que había en territorio español, desde el otro lado del mar, en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571.
En la batalla de Lepanto se enfrentaron la armada del Imperio otomano y la de una coalición católica, llamada Liga Santa, formada por el Reino de España, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova y el Ducado de Saboya.
Los católicos, liderados por Juan de Austria, resultaron vencedores, y se salvaron solo treinta galeras otomanas. Se frenó así el expansionismo otomano en el Mediterráneo oriental durante algunas décadas y se provocó que los corsarios aliados de los otomanos abandonaran sus ataques y expansiones hacia el Mediterráneo occidental.
En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, lo que le valió el sobrenombre de «manco de Lepanto».
Cervantes, que estaba muy orgulloso de haber combatido allí, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros»
La expulsión de los moriscos de la Monarquía Hispánica fue ordenada por el rey Felipe III y fue llevada a cabo de forma escalonada entre 1609 y 1613. Los primeros moriscos expulsados fueron los del Reino de Valencia (el decreto se hizo público el 22 de septiembre de 1609), a los que siguieron los de Andalucía (10 de enero de 1610), Extremadura y las dos Castillas (10 de julio de 1610), en la Corona de Castilla, y los de la Corona de Aragón (29 de mayo de 1610). Los últimos expulsados fueron los del Reino de Murcia, primero los de origen granadino (8 de octubre de 1610), y más tarde los del valle de Ricote y el resto de moriscos antiguos (octubre de 1613).
La conquista de Granada por los Reyes Católicos implicó una emigración importante de “nazaríes” al norte de África, e influyó enormemente sobre la sociedad “magrebí” (Magreb es el vocablo que en lengua árabe significa “occidente”, «lugar por donde se pone el sol»).
Fueron muchos los que se mostraron reticentes a la expulsión en la España de entonces, principalmente por las consecuencias se derivarían para la economía –que fueron realmente graves-, también el temor de que los moriscos expulsados, conocedores del territorio peninsular acabaran ayudando a los enemigos de España.
Los más de 300.000 musulmanes condenados finalmente al exilio, o mejor dicho al destierro, se fueron situando principalmente en Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y el Imperio Otomano; aunque muchos de ellos llegaron a instalarse en lugares lejanos como Siria y la Península Arábiga, y en oriente medio en general, lugares en los que acabarán teniendo una gran influencia, tanto en la política interior como al exterior, especialmente en los países magrebíes, no tanto en los orientales. Hasta la India y países subsaharianos llegaron algunos moriscos según se ha documentado.
A los moriscos de entonces no les cabía ninguna duda acerca de quiénes eran los legítimos habitantes de la Península Ibérica (lo que ellos denominaban Al-Andalus, y siguen denominando sus descendientes) y quiénes eran los “intrusos”, tal como ahora piensan los numerosos musulmanes que aspiran a recuperar e islamizar España. Los expulsados siguieron albergando la idea de regresar y reconquistar lo que consideraban su hogar. Durante mucho tiempo siguieron instalados en la idea de retornar, reconquistar la Península Ibérica y reinstalar el poder musulmán.
Por supuesto, la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica tuvo un enorme impacto para los mahometanos de entonces, tal como ocurrió entre los cristianos con la toma de Constantinopla por los turcos. Siempre quedaría en la memoria el agravio, y sería transmitido de generación en generación, y la idea de regresar a la patria perdida, inevitablemente, todo ello aderezado con odio y ánimo de venganza, de revancha. Tal fue así que, durante el siglo XVII, tras la expulsión hubo expediciones de invasión en múltiples ocasiones, todas ellas condenadas al fracaso.
Especialmente importante fueron las iniciativas tomadas desde la “autarquía” de Salé-Rabat, integrada fundamentalmente por moriscos expulsados de Hornachos (Badajoz) que se dedicaron durante largo tiempo a la piratería y al “corso”, actividad promovida por las autoridades, para la defensa de la religión y de la patria, y entendida como actividad bélica con fines defensivos, y no por iniciativa de particulares.
La nostalgia del Al-Andalus, del “paraíso perdido”, sigue estando presente en la memoria de los descendientes de aquellos musulmanes expulsados de España y en casi todos los países islámicos.
Esa nostalgia es la que guía a la invasión silenciosa que hemos ido padeciendo en las últimas décadas, esa invasión anunciada y que muchos desde el buenismo se niegan a ver, invasión en la que subyace el convencimiento de que la sociedad occidental judeocristiana, nuestras forma de vida y costumbres, es una civilización decadente, perversa, el enemigo a batir.
Es por ello que son muchos los que callan de entre la comunidad musulmana en España, es por ello que incluso algunos aplauden el terror de sus correligionarios, aunque lo hagan todavía sin hacer demasiados aspavientos y algarabía (etimológicamente “la lengua de los árabes”) y con cierto disimulo.
Y mientras tanto, el gobierno frentepopulista que preside Pedro Sánchez, sigue sin tomar las riendas de la lucha antiterrorista, contra el terrorismo islámico, y sigue sin tomarse en serio el grave peligro que corre España con los musulmanes retornados tras combatir con Oriente Medio, muchos de ellos lobos solitarios y yihadistas camuflados como refugiados…
Cuando se cumple el 450 aniversario de la batalla de Lepanto, los historiadores Carlos Canales y Miguel del Rey acaban de publicar Gloria Imperial, un libro que aborda las causas la batalla de Lepanto, y las consecuencias que acabó teniendo en la Historia de la Humanidad.
“Lepanto es sin duda una de las batallas navales más importantes de la historia de la humanidad, en número de combatientes y de bajas”, asegura Canales.
Aunque durante mucho tiempo se ha tratado de quitarle importancia por razones políticas e intereses nacionales, nada ni nadie puede negar que tuvo una desmesurada importancia en su tiempo; no solo por los efectos materiales de la victoria y la destrucción de la flota turca, sino por los efectos indirectos que tuvo en la moral y el espíritu de la cristiandad europea, que desde ese momento supo que vencer a los otomanos, que vencer al Islam era posible…
Carlos Aurelio Caldito Aunión.