Hombre, mujer, machismo, hembrismo y «otras yerbas»
Antonio García Fuentes
Como el tema “hombre-mujer” en ciertos sectores furibundos, no parece tener remedio; y no aceptan la diferencia, entre “macho y hembra” (que existe en todos los mamíferos y el mono humano lo somos también) y tratan sobre todo, “las hembristas”, de ser iguales al hombre “o incluso superiores”; ya y hace cuarenta y seis años (12 de Julio de 1977), escribí un largo poema que titulé simplemente, “HOMBRE Y MUJER”; y que luego incluí en mi libro, “Pensando en… Andalucía” (1986); en el que de alguna manera, ya “barruntaba” o vaticinaba, lo que luego ha ido ocurriendo, en esa lucha absurda, puesto que nuestro idioma español, ya definió hace mucho tiempo, a los dos sexos del mono humano, con una contundente definición y la que sigue vigente pues dudo lo pueda mejorar alguien.
La docta palabra dice… “SEMEJANTES”; y la que iguala sin menospreciar “a uno o a otra”, pero igualmente significa la diferencia entre ambos, que aquel que la discuta, simplemente, debe, “lavarse muy bien su caletre”.
Y como los buenos libros, suelo leerlos y releerlos, encuentro en uno de mi biblioteca, el de un actor, famoso en su tiempo y que fue nórdico, nacido en Suecia; se licenció en medicina en París; y tuvo una muy rica vida, como médico-filósofo y escritor; encuentro en uno de sus libros, lo que abajo reflejo, por si puede aportar algo de “luz” a tan cerriles miembros de la sociedad, de “los homínidos superiores”.
Axel Munthe: Oskarshamn, (Unión de Suecia y Noruega, 31 de octubre de 1857; Estocolmo, Suecia, 11 de febrero de 1949) fue un médico y escritor sueco. A los 18 años Munthe visitó Capri y desde entonces se propuso crear su hogar allí. Años más tarde construyó, tal y como deseaba, una villa a la que llamó «San Michele» en el punto más alto de la isla de Capri, en el lugar que ocupara anteriormente la villa del emperador romano Tiberio. Munthe pasó la mayor parte de su vida adulta en «San Michele» dónde, salvo breves períodos, residió 56 años. Como médico ejerció mucho tiempo en París: fue condecorado con “La Legión de honor”; por su buen comportamiento haciendo honor a la vocación de verdadero médico. Su obra literaria es muy interesante de leer, por cuanto vivió intensamente como ser humano.
“DE SU LIBRO “LA HISTORIA DE SAN MICHELE”: Capítulo IX “REGRESO A PARÍS”: Páginas 128-129 y 130: “Hablando con otro médico, que es amigo”
-Siempre estás rodeado de mujeres. Quisiera gustar tanto a las mujeres como tú; hasta mi vieja cocinera está enamorada de ti desde que le curaste su herpe zoster.
-Quisiera no gustarles tanto, y de buena gana te las cedería todas esas mujeres neuróticas. Sé, que en gran parte, les debo a ellas mi fama como doctor de moda, pero déjame confesarte que son muy fastidiosas y, a menudo, acaban por ser un peligro. Dices que quieres gustar a las mujeres; pues bien, no se lo digas, no les des demasiada importancia, no las dejes mandarte como como quisieran. A las mujeres aunque parece que lo ignoran, les gusta mucho más obedecer que ser obedecidas. Pretenden ser iguales a nosotros, pero saben de sobra que no lo son, por fortuna para ellas; porque, si lo fueran, nos gustarían mucho menos. En general creo a las mujeres mejores que los hombres; pero, claro está, no se lo digo. Son mucho más valerosas, afrontan las enfermedades y la muerte mucho mejor que nosotros, tienen más piedad y son menos vanidosas. En general, su instinto es en su vida una guía más segura que nuestra inteligencia, y no hacen tantas locuras como nosotros. El amor es para una mujer mucho más que para un hombre; lo es todo. Y menos cuestión de los sentidos de lo que el hombre suele creer. Una mujer puede enamorarse de un hombre feo y aun de un viejo que sepa despertar su imaginación. Un hombre no puede enamorarse de una mujer si esta no despierta su instinto sexual, que, contrariamente a la intención de la Naturaleza, en el hombre moderno sobrevive a su virilidad. Por eso no tiene límite alguno de edad para enamorarse. Richelieu era irresistible a los ochenta años, cuando apenas podía tenerse en pie, y Goethe tenía setenta cuando perdió la cabeza por Ulrica von Levetzow.
“El amor mismo es de corta duración, como una flor. En el hombre muere de muerte natural con el matrimonio; en la mujer sobrevive a menudo hasta el fin, transformado en puro cariño materno por el caído héroe de sus sueños. Las mujeres no pueden comprender que el hombre es polígamo por naturaleza. Puede someterse por fuerza a nuestro reciente código de moral social, pero su irreductible instinto está sólo adormecido. ¡Sigue siendo el mismo animal, tal como el Creador lo hizo, dispuesto siempre a todo, sin inútiles intervalos!
“Las mujeres no son menos inteligentes que los hombres; comúnmente, quizá lo son más. Pero su inteligencia es distinta. No hay que pasar por alto el hecho de que el peso del cerebro del hombre es superior al de la mujer. Las circunvoluciones cerebrales, ya visibles en el recién nacido, son por completo diversas en los dos cerebros. Las diferencias anatómicas se hacen aún más evidentes cuando se compara el lóbulo occipital; precisamente, a la seudoatrofia de este lóbulo en el cerebro de la mujer atribuye Husche tan gran importancia psíquica. La diferencia entre los sexos es ley inmutable de la Naturaleza, que atraviesa toda la creación para acentuarse cada vez más con el mayor desarrollo de los tipos. Dícese que todo puede explicarse por el hecho de que hayamos tenido para nosotros la cultura como un monopolio del sexo, y que las mujeres nunca han tenido una adecuada oportunidad de estudiar. ¿De veras no la han tenido? Incluso en Atenas, la situación de las mujeres no era inferior a la de los hombres; tenían a su disposición todas las ramas de la cultura. Las razas jónicas y dóricas siempre reconocieron su libertad, y con los lacedemonios tuvieron demasiada. Durante todo el Imperio Romano, cuatrocientos años de alta cultura, gozaron de gran libertad las mujeres: baste recordar que disponían totalmente de su propiedad. En la Edad Media, la instrucción de las mujeres era muy superior a la de los hombres. Los caballeros sabían manejar mejor la espada que la pluma; los frailes eran cultos, pero había también muchos conventos de monjas que ofrecían a sus huéspedes iguales ocasiones de estudio. Mira nuestra profesión, en la que no son, ciertamente, novatas las mujeres. Había ya profesoras en la escuela de Salerno; Louise Bourgeois, que fue médica de María de Médicis, mujer de Enrique IV, escribió un lamentable libro de obstetricia; Margarita La Marche era comadrona-jefe en el Hôtel-Dieu, en 1677; Madame La Chapelle y Madame Boivin escribieron interminables libros de enfermedades de las mujeres, de muy poco valor todos ellos. En los siglos XVII y XVIII había muchas profesoras en las célebres universidades italianas de Bolonia, Pavía, Ferrara y Nápoles. Pero nunca hicieron progresar la ciencia que cultivaban; precisamente por haber dejado la obstetricia y la ginecología en manos de las mujeres, estas dos ramas de nuestra profesión han permanecido tanto tiempo estancadas, sin esperanzas de progreso. Este comenzó cuando los hombres se encargaron de ellas. Aún hoy, ninguna mujer, al ver en peligro su vida o la de su hijo, se fiaría de un médico de su sexo”.
Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
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