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¿A dónde va el matrimonio?

Rafael Navarro-Valls, «El Mundo»

LA NOTICIA de que la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin han decidido «interrumpir» su relación (esperemos que sea de un modo temporal) pone sobre el tapete la situación actual del matrimonio.

Los sabios de hace unos lustros se preguntaban de dónde viene el matrimonio. Los expertos de hoy (sociólogos, juristas…) se preguntan más bien a dónde va. Efectivamente, entre cierta intelligentzia existe un hábito, más o menos persistente, que consiste en mirar el pasado con ojos de criminalista.

Intrépidos jueces instructores convierten el ayer en un proceso judicial, acusando a nuestros predecesores (y a las leyes que ellos gestaron) de un imperdonable subdesarrollo jurídico, político e incluso psíquico. Según algunos, en materia de matrimonio y familia, decenas y decenas de generaciones vivieron en la noche de la ignorancia, hasta que comenzó a clarear gracias a Voltaire y Rousseau, fue saliendo el sol gracias a Engels y Freud, y definitivamente amaneció con Jean Paul Sartre

Esta visión, aplicada al matrimonio, tiende a separar el derecho de la unión conyugal dejándolo como un fenómeno exclusiva o preferentemente sociológico en el que su regulación debería adaptarse no a lo que el matrimonio como institución jurídica es en sí mismo sino a cómo dicen que es determinadas visiones sociológicas, conectadas con minorías más o menos estridentes, o a cómo viven determinados casados sus compromisos en concretos ámbitos geográficos. Lo cual, ya se entiende, está produciendo una erosión de la unión conyugal

Algunos datos significativos: se estima que el número de estadounidenses que practica alguna forma de poliamor ronda el 4 o el 5% de la población, mientras que entre los españoles llega hasta el 8%. La factura del divorcio británico, según Financial Times, es astronómica. Piénsese que un solo divorcio acaba de saldarse con más de 500 millones para la demandante.

A su vez, el Instituto Nacional de Estadística afirma que en los últimos 40 años –de 1980 a 2020– la tasa de nupcialidad en España disminuyó de 5,86 a 1,9, además de aumentar en 10 años la edad media en la que se contraen las primeras nupcias: en 2019 la media estaba en 34 años para las mujeres y en 36 años para los hombres.

Otra cifra que podría confirmar el ocaso del matrimonio es que en el primer trimestre de 2020 se registraron un total de 19 millones de personas solteras en España. Y el índice de fecundidad ha bajado en España hasta 1,24 de hijos por mujer. A estos fenómenos los sociólogos llaman –jocosamente– el celibato definitivo.

No quiero decir que esta visión pansociológica deba ser sustituida por una perspectiva panjurídica. El matrimonio no sólo es una realidad jurídica, también juegan en él datos muy diversos: filosóficos, sociológicos, teológicos, etnológicos, políticos, etcétera.

Ya Jemolo decía que la familia, y el matrimonio por tanto, es como «una isla que el mar del derecho debe acariciar, pero solo acariciar». Es decir, la inidoneidad de la realidad natural del matrimonio a una hetero-reglamentación, a un derecho tentacular que le prive de su originaria autonomía.

No conviene olvidar que el derecho matrimonial es un «derecho intermitente» (J. Carbonnier): actúa primordialmente al principio y al final del matrimonio. En el intermedio tiende a enmudecer en una suerte de paz jurídica.

Interviene vigorosamente para decirnos los requisitos que un matrimonio, para serlo, debe tener, la forma en que debe celebrarse o las normas a la que debe someterse. Más tarde interviene –aunque felizmente no siempre – cuando se produce una patología matrimonial, es decir, cuando algo va mal, o cuando algo esencial no se observó en el momento de contraerlo y conviene decretar su nulidad.

Pero en lo que pasa en el seno del hogar, en cómo los cónyuges arreglan sus diferencias (exceptuando, claro está, episodios escandalosos y violencia de género) o cómo se organizan las relaciones paterno-filiales, en principio es la moral o las costumbres quienes intervienen.

Dando por sentado el desenfoque de una visión panjurídica (todo en el matrimonio es derecho) es igualmente inexacta la mencionada visión pansociológica. Es decir, una visión que quiera eliminar del matrimonio toda regulación jurídica. La separación del matrimonio del mundo del derecho es una visión seráfica: es la visión economicista para la que no hay verdadero derecho fuera del patrimonial.

La familia, en esta visión, es reenviada al reino de la philia, de la amistad, de los sentimientos, que demasiado derecho podría matar. Algo así como concebir un código de familia como un código deontológico, un recetario de principios morales.

Pero esto es una ingenuidad: con buen humor la doctrina jurídica de EEUU ha hecho notar que para escapar a toda regulación matrimonial «no es suficiente quedarse soltero, es necesario entrar en la vida monacal».

Un ejemplo. Ante el Tribunal de Estrasburgo se dilucidó hace un tiempo la demanda de un alemán de Heidelberg contra Alemania, ante la negativa del oficial del estado civil de esa ciudad de inscribir su matrimonio en el registro. El demandante se pretendía válidamente casado al haber simplemente leído en alta voz el versículo 16 del cap. 22 del II libro de Moisés, antes de las primeras relaciones sexuales con la mujer que consideraba su esposa.

El TEDH observó sensatamente que en el matrimonio no basta que sea la expresión de cualquier pensamiento, religión o conciencia: está regulado por las específicas normas del artículo 12 del Convenio de Roma.

Como se ve, personas que cerraron la puerta a cualquier tipo de derecho al celebrar su unión pretenden ahora hacerlo entrar por la ventana.

Las dos visiones son desenfocadas. El panjuridismo encierra el matrimonio en la cárcel del amor. El pansociologismo altera el código genético de la unión conyugal, produciendo un auténtico desorden axiológico. Repárese en lo que la sociología denomina variaciones en el ciclo familiar.

No hace mucho, la gran mayoría de hombres y mujeres, desde luego con excepciones, seguían un mismo camino familiar: matrimonio, hijos, su marcha y la muerte del cónyuge. Hoy las variaciones ya no son unidireccionales sino pluridireccionales. Cohabitación o matrimonio, divorcio al vapor y ruptura, nuevo matrimonio, vida sin cónyuge, con o sin hijos, etcétera. Una verdadera alteración del ecosistema familiar.

CURIOSAMENTE, esa pérdida de atención a la sustancia del matrimonio se produce en una época de hipersexualización, con una inmensa facilidad para tener relaciones sexuales con otras personas sin necesidad de que estén socialmente bendecidas por un matrimonio legalmente constituido.

Uno podría pensar que, liberados de la presión de tener necesariamente que expresar la propia sexualidad mediante el matrimonio, éste podría haber sido abordado de manera más profunda y reflexiva. Ver en el otro/otra no sólo un compañero de cama, sino el padre/madre de los hijos futuros.

De todas formas, a mí me parece demasiado optimista confiar sólo en el derecho como vehículo salvador del matrimonio. En realidad, con demasiada frecuencia las legislaciones han contribuido más al asentamiento de las tendencias desintegradoras que a su fortalecimiento.

Así, por ejemplo, las leyes que permiten el divorcio unilateral sin condiciones no sólo alteran el proceso de salida, sino que devalúan también el proceso de entrada al matrimonio, ya que lo conciben como una institución sin demasiadas consecuencias.

No es así. Los valores del matrimonio no son simplemente alternativas entre varios estilos de vida. Por eso su presencia no es un foro donde se negocian los derechos, no son barreras anticuadas y reaccionarias frente a la promiscuidad, no son un montón de cálculos de costos y beneficios. Es más bien, como observa J. Q. Wilson, un compromiso.

Y en ese compromiso los juristas debemos alertar de que la desmitificación de las normas jurídicas suele llevar a su desmetafisicación, es decir, a la conceptuación del matrimonio como un simple hecho cultural y no natural.

La clave está hoy en conceptuar el matrimonio como una ciencia ético-social y no simplemente político-social. Prescindir de la primera visión es, en mi opinión, un error. Error que, en parte, explica hoy la erosión jurídica del matrimonio.

Rafael Navarro-Valls, vicepresidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, es autor del libro Matrimonio y Derecho (Ed.Tecnos).

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