CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
MIGUEL HERNÁNDEZ.
La cuestión agraria en España ha sido una problemática medular a lo largo de la historia, revelando tensiones sociales, políticas y económicas que han marcado la evolución del país. En Extremadura, la concentración de la tierra —heredada desde la Edad Media— se tradujo en un modelo latifundista (más en la provincia de Badajoz que en la de Cáceres) que, con el tiempo, condujo a una serie de reformas agrarias en la Segunda República, el Régimen del General Franco y el Régimen del 78. La pretensión del presenta texto es investigar y analizar la génesis del latifundismo extremeño, sus manifestaciones en las tomas de tierras de marzo de 1936 y la evolución de las políticas agrarias, poniendo especial énfasis en la reforma agraria del general Franco y la contrarreforma del régimen del 78, en un contexto donde la memoria histórica se ve constantemente amenazada por discursos progresistas y una «desmemoria» y condena al olvido impuestos por las «leyes educativas progresistas» que, a su vez se refuerzan por parte de los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, día tras día…
Orígenes del latifundismo en Extremadura: un legado medieval
Para comprender la situación agraria de Extremadura es imprescindible remontarse a los últimos siglos de la Edad Media. Como han señalado estudiosos como Eduardo Manzano, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, la consolidación del latifundismo en la región fue consecuencia de la Reconquista y de las estructuras feudales, en las que la nobleza acumuló vastas extensiones de tierra como recompensa por sus servicios militares y su papel en la defensa de la frontera. Este modelo de concentración de la tierra generó una marcada desigualdad, cuyas consecuencias se extendieron a lo largo de los siglos, sembrando el descontento de un campesinado históricamente marginado.
Durante la Segunda República Española (1931-1936), la reforma agraria fue presentada como una respuesta a la desigualdad extrema que había caracterizado hasata entonces al campo español. La Ley de Reforma Agraria de 1932 intentó redistribuir latifundios y modernizar el sector rural, buscando no solo mejorar las condiciones de vida de los campesinos, sino también transformar la estructura social y económica. Sin embargo, las limitaciones en recursos, la resistencia de los terratenientes y la inercia burocrática impidieron una aplicación efectiva de la ley.
En Extremadura, la situación llegó a un punto crítico: en marzo de 1936, un número bastante importante de campesinos sin tierra ocuparon fincas en casi todos los municipios de la región, en una acción coordinada que, lejos de ser espontánea, reflejó la interacción entre organizaciones campesinas y un gobierno que, aunque dispuesto a realizar la reforma, no logró satisfacer las demandas del campo. Estos tomas simbolizaron la desesperación y la radicalización del campesinado, presagio de las tensiones que desembocarían en la Guerra Civil.
Tras la guerra civil española (1936-1939), la política agraria dio un giro radical. Lejos de la ambición redistributiva de la República, el régimen del General Franco se centró en la modernización y en la colonización del campo. A través del Instituto Nacional de Colonización (INC), se impulsó la mecanización, la construcción de regadíos y el asentamiento de familias campesinas en proyectos como el Plan Badajoz.
Este modelo pretendía aumentar la productividad y consolidar la paz social en el ámbito rural, sin alterar radicalmente la estructura de la propiedad. En Extremadura, donde la herencia del latifundismo era particularmente pronunciada, la reforma agraria emprendida por el régimen franquista resultó en una modernización no demasiado profunda, superficial según algunos, que no eliminó las desigualdades históricas. La concentración de la tierra se mantuvo y, aunque se mejoraron las técnicas agrícolas y las infraestructuras, el campesinado continuó sin ser tenido en cuenta, en la medida que muchos deseaban…
Resultados: La agricultura española se ha modernizado, pero ha generado nuevos problemas, como la concentración de la producción y la despoblación rural.
Enfoque: La «contrarreforma» se ha centrado en la integración en el mercado europeo y la modernización, dejando de lado la cuestión de la redistribución de la tierra.
Contexto político: La transición a la democracia ha supuesto un cambio en las prioridades políticas, con un mayor énfasis en la eficiencia económica y la integración europea.
Con la Transición a la democracia y la integración en la Unión Europea, la política agraria española experimentó otra transformación profunda. La denominada «contrarreforma» se orienta hacia la liberalización del mercado, la modernización de la producción agrícola y la adopción de la Política Agrícola Común (PAC).
Esta nueva orientación, lejos de buscar la redistribución de la tierra, se centra en la eficiencia y en la competitividad internacional, promoviendo la concentración de explotaciones y la profesionalización del sector. En Extremadura, la modernización trajo consigo un aumento en la productividad, pero también aceleró la despoblación rural y profundizó la concentración agraria. Así, el sector pasó a estar dominado por explotaciones de mayor tamaño, en detrimento de las pequeñas propiedades que habían sido históricamente el soporte del campesinado.
En medio de estas transformaciones, el debate agrario ha estado marcado por una lucha constante por la memoria histórica. Textos críticos señalan que, mientras algunos sectores defienden la «contrarreforma» del régimen del 78 como una modernización necesaria, otros recuerdan la reforma agraria republicana y las tomas de tierras en Extremadura como intentos legítimos de justicia social.
La narrativa oficial, influida por las «leyes educativas progresistas», ha tendido a minimizar o reinterpretar los episodios de ocupación de tierras y la radicalización del campesinado, contribuyendo a una «desmemoria» que dificulta el análisis completo de las causas y consecuencias de las reformas agrarias. Los críticos argumentan que quienes no han sido víctimas de este olvido —o que no se han dejado influir por dichos discursos— comprenden que la verdadera transformación del campo requiere reconocer las raíces históricas del latifundismo y la lucha por la redistribución que surgió en épocas de profunda desigualdad.
El recorrido histórico del sector agrario en Extremadura y en España en general revela una serie de continuidades y rupturas. La lucha del campesinado por el acceso a la propiedad de la tierra y la justicia social se vio truncada por la ineficacia de la reforma republicana, que a su vez dio paso a la modernización del franquismo y, finalmente, a una contrarreforma en la Transición que priorizó la competitividad sobre la equidad.
Las ocupaciones de tierras de marzo de 1936, que involucraron a miles de campesinos en Extremadura, son un claro recordatorio de la desesperación y la radicalización surgidas de siglos de latifundismo. Este legado histórico ha condicionado no solo la estructura del campo, sino también las tensiones sociales que perduran hasta nuestros días.
La persistencia de un modelo agrario que favorece la concentración de la tierra y la exclusión de los pequeños propietarios sigue siendo un desafío para la justicia social. Asimismo, la memoria histórica, continuamente erosionada por discursos que buscan olvidar o minimizar estos episodios, debe ser rescatada para comprender plenamente las implicaciones de las reformas agrarias y sus consecuencias en la sociedad española.
El análisis de la cuestión agraria en Extremadura muestra que el latifundismo, con raíces en la Edad Media, ha generado un legado de desigualdad que se ha manifestado en diversas reformas a lo largo del siglo XX. La reforma agraria de la Segunda República, las tomas de tierras en 1936 y la reforma agraria emprendida por el Régimen del General Franco, seguidas de la contrarreforma del régimen del 78, ilustran distintos intentos de abordar una problemática que, en esencia, sigue sin resolverse plenamente.
Para avanzar hacia un modelo agrario justo y perdurable es indispensable reconocer las heridas del pasado y fomentar políticas integrales que combinen modernización, redistribución y justicia social. Además, es crucial recuperar la memoria de la Historia reciente de España, para evitar que la desmemoria, promovida por discursos educativos y políticos, borre las lecciones aprendidas en una lucha que no puede ser olvidada. Solo a través de un compromiso honesto con la transformación del campo se podrá garantizar un futuro en el que la tierra, y la gente que de ella depende, sean realmente protagonistas del cambio.
Este ensayo-artículo pretende ser una invitación a reflexionar sobre la compleja herencia agraria de Extremadura y de España, un legado que, lejos de ser un mero capítulo del pasado, sigue configurando las tensiones sociales y políticas del presente. La lucha por la tierra es, en última instancia, una lucha por la dignidad y la justicia, y reconocerla es el primer paso para construir un futuro en el que el campo sea sinónimo de equidad y progreso.
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