Abascal, Feijoo, Sánchez,… la ley de hierro de la oligarquía, el «centralismo democrático».

Pues sí, España es un país muy peculiar en el que predominan los eufemismos cada vez más; eufemismos que acaban imponiéndose e incluso son incluidos por la Real Academia Española en el Diccionario como expresiones válidas. Por supuesto, la tendencia a utilizar eufemismos esconde detrás una intención clara de ambigüedad calculada, premeditada, con la intención de confundir a los españoles, pues pervirtiendo el lenguaje, además de pervertir el pensamiento, se pervierte, se pudre todo o casi todo…

Detrás de los eufemismos, aparte de pretender presentarnos como real una realidad impostada, existe una actitud de rotunda hipocresía, de una profunda inmoralidad, impregnadas de relativismo moral que acaba llevando a la gente a la conclusión de que todo vale.

Hasta tal punto se ha llegado que el gobierno socialcomunista y casi toda la oposición acordaron modificar la Constitución Española de 1978, a principios del presente año, para cambiar un vocablo por otro sinónimo, me refiero a cuando suprimieron del texto constitucional la palabra «disminuido» para sustituirla por «discapacitado» y lo justificaron afirmando, sin sonrojarse, que usar disminuido para nombrar a quien tiene alguna deficiencia, alguna tara, alguna carencia, alguna enfermedad… es vejatorio. Y añadieron que de ese modo amplían los «derechos de las personas discapacitadas». También dijeron que la reforma, del artículo 49 de la Constitución Española era necesaria para adaptarla en su lenguaje y contenido a la realidad actual y a la terminología internacional.

De veras que es absolutamente increíble en qué pierden el tiempo nuestros supuestos representantes, debe ser que no existen cuestiones más urgentes en España por las que ponerse de acuerdo casi la totalidad de los diputados, para hacer que los españoles lleven una vida de más calidad. Por supuesto, de semejante estupidez se hicieron eco todos los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas. Multitud de trovadores, todólogos, bufones, presentadores de informativos, tertulianos, columnistas, etcétera, se hicieron eco de ello, hubo infinidad de «debates» en las radios y televisiones y todos se jactaban ufanos del «paso de gigante» dado en España, mediante el cual salíamos de la oscuridad, de una situación de atraso para pasar a la modernidad.

Así funciona todo en España, aplicando aquello de «si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie», paradoja expuesta por Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su novela «El Gatopardo».

Y, ya digo, más y más eufemismos que, aunque sean un insulto a la inteligencia de los españoles, van llegando uno tras otro y lo hacen para quedarse, aunque algunos no tengan fortuna, pero, así se ha impuesto aquello de «pedir, o exigir, que fulano, mengano o zutano dimita… cuando es descubierto infraganti cometiendo toda clase de tropelía», a sabiendas de que en España ningún cargo público, o carga pública, se marcha por voluntad propia. Y, como al parecer de la casta parasitaria que nos mal gobierna usar la expresión «destituir» (expulsar, echar, despedir) suena muy vejatoria y hay que adaptarse a la modernidad, hay que decir «cesar» (parar, interrumpir, etc.) … Sí, son los mismos que usan la expresión «interrupción del embarazo», como si una vez interrumpido fuera posible reanudarlo, pero, claro llamar a las cosas por su nombre, aborto, suena a crimen e infanticidio, y lo moderno es suavizar, blanquear, endulzar lo indeseable.

Y, volviendo a lo de dimitir: hace unos días, el gran timonel de VOX, aunque aparentemente navega sin brújula y sin rumbo, decidió -aplicando aquello del social comunismo del «centralismo democrático», aquello que Robert Michels llamaba la «ley de hierro de la oligarquía»- ordenó a sus oligarcas y caciques que rompieran toda clase de vínculo con el Partido Popular y que dejaran sus puestos allí donde gobiernan conjuntamente con el partido de Alberto Feijoo…

Ni que decir tiene que, aunque es de suponer que Abascal no suele dar puntada sin hilo, en esta ocasión al parecer de muchos se ha hecho el harakiri. Claro que, si tenemos en cuenta la trayectoria de VOX desde que logró presencia en las instituciones, uno acaba pensando que, una vez más, el partido de Abascal actúa así para apoyar al PSOE, como cuando dio carta blanca a Sánchez y sus secuaces, en el Congreso de los Diputados, para que gestionara los fondos europeos a su antojo, o cuando montó las pantomimas de las «mociones de censura» que, sólo sirvieron para que en momentos difíciles, de enorme flaqueza, los enemigos de España salieran airosos.

Afirmar, como algunos hacen, que la orden dada por Abascal a su tropa es un acto de dignidad, de coherencia, un gesto que honra a Abascal y a sus oligarcas y caciques y que demuestra que su único interés es servir a España y a los españoles… pues, de veras que suena a burla, a cruel sarcasmo. Un insulto más a la inteligencia de los españoles de gente que, como el resto de organizaciones mafiosas que se hacen llamar partidos políticos, se mueven a golpe de ocurrencias, pues no poseen un programa de gobierno, con objetivos claramente definidos, a corto, medio y largo plazo y menos aún temporalizados y concretando con qué medios humanos y materiales y mediante qué procedimientos se pretenden alcanzar, supuestamente para dar solución a los problemas que sufren los españoles., Pue sí, ocurrencias como lo que Abascal y sus secuaces llaman las «cien medidas para las España viva» que, no pasan de ser una declaración de buenas intenciones de las que está empedrado y asfaltado el camino del infierno, eso sí con mucha palabrería patriótica, haciendo sonar el himno de España y envolviéndose en la Bandera Nacional.

Nuevamente, y me dirán que la forma de actuar de Santiago Abascal no es exclusiva del dirigente de VOX (mal de muchos, epidemia), se ha vuelto a imponer la LEY DE HIERRO DE LA OLIGARQUÍA, independientemente de la decisión tomada, por una organización que no es democrática (tampoco el PP, ni el PSOE, ni ninguno de los partidos con representación en las instituciones), una organización en la que los afiliados y cotizantes no participan en la toma de decisiones da igual el asunto de que se trate, una organización que en su financiación y la gestión de los dineros es absolutamente opaca… ¿Los demás partidos pecan de lo mismo? Si, sin duda alguna, pero no es ningún consuelo.

Bien, para los que no hayan leído nada, o casi nada de Robert Michels, pasemos a analizar el comportamiento de las “élites”, la “ley de hierro de la oligarquía”:

Robert Michels afirma, tras estudiar el funcionamiento de los partidos, sindicatos, y hasta del nacional-socialismo y el fascismo italiano, que «tanto en autocracia como en democracia siempre gobernará una minoría», en resumen, que toda organización acaba volviéndose oligárquica.
Michels también concluye que los líderes, aunque en principio se guíen por la voluntad de la masa y se digan revolucionarios, más pronto que tarde acaban “emancipándose” de sus seguidores y se vuelven conservadores. Siempre el líder buscará la manera de incrementar o mantener su poder, a cualquier precio, incluso olvidando sus viejos ideales.
Por eso, las organizaciones políticas pronto dejan de ser un medio para alcanzar determinados objetivos socioeconómicos, y se transforman en un fin en sí mismas.
He aquí algunas reflexiones de Robert Michels que cualquiera que esté suficientemente al tanto de la actualidad política o tenga algo de experiencia de organización, de lucha, de militancia política, sindical, vecinal, o en lo que ahora llaman “oenegés”, reconocerá al instante como prácticas corrientes en cualquier agrupación humana, sean cuales sean sus principios, sus fines, sus medios de actuación:
– “En un principio los líderes surgen espontáneamente, sus funciones son accesorias y gratuitas. Muy pronto, sin embargo, se convierten en líderes profesionales, y en esta segunda etapa del desarrollo son estables e inamovibles”… “es innegable que la tendencia oligárquica y burocrática de cualquier organización es una necesidad técnica y práctica… como regla general, cabe enunciar que el aumento de poder de los líderes es directamente proporcional a la magnitud de la organización”…
– “Los líderes que, al principio no eran más que órganos ejecutivos de la voluntad colectiva, se emancipan al poco tiempo de la masa y se hacen independientes de su control”.
La clave, el motivo de todo ello está en el conocimiento que los líderes profesionales y burócratas van adquiriendo a medida que desempeñan su trabajo, unas habilidades que escapan de la comprensión y competencia de la masa de los afiliados y votantes de los partidos. Así, este conocimiento, considerable de “experto” que el líder adquiere en cuestiones inaccesibles, o casi inaccesibles para las masas, le da seguridad en su posición. Sin embargo, este proceso tiene consecuencias porque “la democracia acaba por transformarse en una oligarquía, debido a la imposibilidad de las masas de adquirir las competencias necesarias y su dependencia de un liderazgo”.
Ciertamente, con la profesionalización se consigue mayor eficacia en la gestión de los partidos, pero al precio de sacrificar e impedir de facto la participación y el control por parte de la mayoría ya que, en palabras del autor, “el advenimiento del liderazgo profesional señala el principio del fin para la democracia”… porque “es obvio que el control democrático sufre de este modo una disminución progresiva, y se ve reducido finalmente a un mínimo infinitesimal”, y lógicamente la mayoría de los miembros, los militantes “de base” acaban siendo excluidos de los procesos de toma de decisiones de la organización
Los partidos políticos necesitan la democracia para poder existir, necesitan elecciones, parlamentos, leyes, etc., pero al mismo tiempo destruyen la democracia interna en el camino para conseguirlo, aunque no destruyan del todo la democracia liberal propiamente dicha.
“¿Qué es en realidad un partido político moderno?”

Robert Michels responde los partidos son máquinas electorales creadas con el fin de ganar elecciones, y para ganarlas, sacrifican, renuncian a su democracia interna. Indica, también Robert Michels que no es una exageración afirmar que, entre los ciudadanos que gozan de derechos políticos, el número de los que tienen un interés vital por las cuestiones públicas es insignificante,
Siguiendo esta dirección se llega inevitablemente a la conclusión de que la democracia está controlada por un grupo de personas que funcionan de manera no democrática.

La pregunta obligada es ¿Es “democrático” un sistema en el que sus principales instituciones no lo son?

Como explicaba Michels, “podemos resumir el argumento diciendo que en la vida partidaria moderna la oligarquía se complace en presentarse con apariencia democrática, en tanto que la sustancia de la democracia se impregna de elementos oligárquico-caciquiles. Tenemos una oligarquía con apariencia democrática, y, por otra parte, una democracia que en realidad es un régimen oligárquico y caciquil.
Al estar dominados por elementos oligárquicos, los partidos presentan a las elecciones unos candidatos que son las élites de estos partidos.
El parlamentarismo ayuda a la oligarquización (especialización de faenas, comisiones, etc.), hace que el líder sea imprescindible, es rutinario (el líder puede hacer uso de sus capacidades técnicas adquiridas). El parlamentarismo da cada vez más oportunidades al líder, a los líderes para alejarse de sus electores y por supuesto de sus afiliados/militantes.
Los líderes de las oligarquías diversas se ayudan mutuamente para evitar la competencia de nuevos líderes que pudieran surgir de la sociedad. Los diversos partidos acaban formando una especie de “trust oligárquico”, tal como ocurre con un “trust” en la actividad empresarial, en que varias empresas que producen los mismos productos se unen formando en realidad una sola empresa, que tiende a controlar un sector económico y ejercer en lo posible un poder monopolístico; sea mediante un control en el ámbito horizontal, cuando las empresas producen los mismos bienes o prestan los mismos servicios; o de ámbito vertical cuando las empresas del grupo efectúan actividades complementarias.
Lo único que puede hacer la masa es sustituir un líder por otro. Por eso los líderes mantienen algún vínculo con la masa, incluso alianzas contra nuevos líderes. Los viejos líderes apelan a la disciplina, cosa que reduce la libertad de expresión de la masa.
Los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir entre diferentes oligarcas de los diferentes partidos para dirigir la democracia, lo que sería la “democracia con contenido oligárquico”, o lo que Gaetano Mosca llamó “clase política”. Los ciudadanos corrientes no tienen acceso al ejercicio real de su soberanía, y por lo tanto a participar realmente en la democracia, si no es formando parte de esta clase.
La siguiente cuestión entonces es si se trata de una clase cerrada, de acceso restringido. Michels explicaba que sus miembros pueden surgir de la ciudadanía ordinaria, lo que es más cierto en los partidos de amplia base popular, pero al alcanzar el puesto de liderazgo en los partidos, estas personas dejan de pertenecer a su grupo de origen y se elevan por encima de la ciudadanía. Michels lo explicaba así: “Todo poder sigue así un ciclo natural: procede del pueblo y termina levantándose por encima del pueblo”. Se produce así, según Michels, un proceso de “circulación de élites” que ya estudiaron los autores italianos Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto, según el cual en un sistema democrático las élites en el poder político se verán refrescadas por la llegada de nuevas personas surgidas de los estratos inferiores, pero que al acceder al poder pasan a convertirse a su vez en élites dejando necesariamente de pertenecer a la ciudadanía corriente.
Es decir, la democracia sin élites sería imposible porque, en un sistema de partidos, los que llegan a la situación de poder tomar decisiones lo hacen porque han ascendido dentro de la organización y por ello han alcanzado el estatus de élite separándose de la base. “Los defectos de la democracia residirán en su incapacidad para liberarse de su escoria oligárquica”, escribía Michels.
En casos de crisis política, la lejanía de la llamada “clase política” con respecto a la masa de la ciudadanía produce rechazo en ésta, lo que provoca el surgimiento de grupos que denuncian a la oligarquía de turno y a la democracia como imperfecta o incluso inexistente porque no se sienten representados. Esos grupos están integrados por un número relativamente pequeño de personas, que son las interesadas en política, y luchan de manera organizada por llegar al poder, adquiriendo a su vez rasgos oligárquicos, y cuando alcanzan el poder lo hacen generalmente mezclándose con la anterior oligarquía hasta confundirse con ella. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia: los burgueses revolucionarios de finales del S. XVIII a mediados del S. XIX acabaron por formar parte de la élite política mezclados con la antigua nobleza; los socialistas revolucionarios de finales del S.XIX acabaron fundiéndose con la burguesía en el S. XX; y los partidos que han surgido de la actual crisis de legitimidad del sistema democrático, como organizaciones oligárquicas que son, acabarán mezclándose con la actual “clase política” que hoy tanto rechazan.
Es como un tornillo que no deja de girar. Después llegarán otros grupos que denunciarán a los anteriores y le llamarán traidores a los ideales que inspiraron su revolución, aspirando a su vez a ocupar el poder, proceso en el que volverán a mezclarse en la élite con el grupo anterior. Y así sucesivamente. Como decía Michels, “es probable que este juego cruel continúe indefinidamente”.

Robert Michels sugiere que las organizaciones que deseen evitar la oligarquización deben tomar una serie de medidas de precaución:

Deben asegurarse de que las bases se mantienen activas en la organización y que a los líderes no se les concederá el control absoluto de una administración centralizada. Mientras hay líneas abiertas de comunicación y toma de decisiones compartida entre los dirigentes y las bases, una oligarquía no puede desarrollarse fácilmente. La casi inevitable oligarquización puede ser limitada si se mantiene una libre comunicación entre los líderes y el resto de la organización, así como el compromiso de la toma de decisiones compartida. La solución completa a este problema, sin embargo, que Michels no acaba abordando, necesita de la participación de líderes que verdaderamente viven por el bien de los demás. Estos líderes, con la actitud de un verdadero padre para con todos los miembros, serían capaces de desarrollar estructuras sociales que apoyen la continuación de un buen liderazgo.

Y… ¿Eso cómo se hace?

Pues creando una organización que, esté dotada de mecanismos a través de los cuales se pueda ejercer “la desconfianza”, mecanismos de fiscalización eficaces, de manera que quienes ostentan el liderazgo sean disuadidos de llevar a cabo acciones de amiguismo, nepotismo y cuestiones similares, o tratar de perpetuarse sine die en el cargo.

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