En estos días de finales de agosto, de un verano atípico, condicionado de manera especial por la epidemia del cobid 19, también llamado coronavirus; en estos momentos de incredulidad, de miedo e incertidumbre, en los que la mayoría de los españoles ignoran qué va a ser de sus vidas en los próximos meses, qué va a ser de la economía… y un largo etc. En estos momentos en los que, a pesar de faltar pocas semanas para el comienzo del curso escolar el gobierno aún no tiene un plan definido, no tiene claro unos objetivos a corto, medio y largo plazo, y no ha previsto cómo será el comienzo del curso, en todos los niveles de la enseñanza… pienso que es el mejor momento para hablar de «la burbuja universitaria», de esa enorme burbuja que nadie quiere ver y a la que nadie pretende poner solución. Evidentemente, la burbuja universitaria es la muestra más escandalosa de que el sistema público de enseñanza no funciona y de que la enseñanza en España es de ínfima calidad, como demuestran una y otra vez los diversos estudios que, periódicamente realizan los diversos organismos internacionales.
Hablemos de todo ello:
El deterioro de la formación de nuestros niños y jóvenes españoles se ha acelerado de forma terrible en las últimas décadas, basta con echarle un vistazo a los informes Pisa y observar también el funcionamiento de las universidades sostenidas con fondos públicos para comprender la situación de degradación a la que hemos llegado. Una muestra de ello es el número de universitarios españoles que, tras terminar sus estudios, no encuentra empleo, que dobla la media europea. Doce de cada cien titulados españoles está en el paro, frente al 5,2% de la Unión Europea. Otra muestra del deterioro del que vengo hablando es la alta tasa de abandono en nuestras universidades: más del 30% de los estudiantes no concluyen sus estudios, el doble que en Europa; a lo que hay que añadir el alto índice de repetidores, pues apenas la tercera parte de los que se titulan finaliza la carrera sin repetir curso, según los datos del Ministerio Español de Educación. Tampoco está de más recordar que, año tras año, las universidades españolas no consiguen ser incluidas en la lista de universidades con mayor reconocimiento internacional. El índice de Shanghái, el más prestigioso, suele ubicar a los centros universitarios españoles más allá del puesto 201. Solo hay diez universidades españolas están entre las 500 mejores del mundo. Según diversos informes internacionales, y en particular el Directorio de Asuntos Económicos de la Comisión Europea en 2016, el 68% de los jóvenes españoles que lograron terminar sus estudios en las universidades españolas –a las que en general llegan con una paupérrima educación primaria y secundaria- no reúne los requisitos mínimos exigidos para incorporarse al mercado laboral, motivo por el cual es un absoluto disparate que haya quienes reclamen para ellos empleos para los que se necesita una alta especialización, así como altos salarios. La idea, repetida hasta el hartazgo, de que los jóvenes actuales son la generación mejor preparada de la historia de España y que, por desgracia está condenada a emigrar o a aceptar empleos precarios, mal remunerados, es un tópico muy socorrido, sin fundamento, una absoluta necedad. Es una tremenda falsedad con la que los políticos profesionales que España y los españoles sufrimos desde hace años, tratan de engañarnos de forma demagógica, porque su tremenda mediocridad los conduce a creérsela, o para tratar de no tener mala conciencia y eximirse de cualquier responsabilidad, o sencillamente porque nos toman por estúpidos. Dicen que un demagogo, aparte de hacer mucho ruido para intentar salir airoso en medio de una multitud gritona (lo que los antiguos griegos y romanos llamaban “oclocracia”) es aquel que promete estupideces en el convencimiento de que quienes lo escuchan son estúpidos…. Los caciques y oligarcas que nos mal-gobiernan han convencido, entre otra muchas cuestiones, a una gran mayoría de nuestros compatriotas de que la escolarización masiva –masificada-, en la que se impide y sanciona el mérito y el esfuerzo y se premia la mediocridad- el aprobado general -o casi- y un fácil acceso a los estudios universitarios (más del 95 por ciento de quienes se someten a la selectividad supera el examen de acceso) es un signo de modernidad y de progreso (olvidan que progresar es sinónimo de avanzar para mejorar), no teniendo en cuenta que el problema reside en la pobrísima calidad de la educación que reciben nuestros jóvenes, que inevitablemente conduce a la incapacidad para satisfacer las necesidades que demandan las empresas. Pero, lo que más sorprende es que todos aquellos a los que de vez en cuando se les llena la boca de expresiones como que “es necesario un pacto nacional por la educación” y recursos retóricos vacuos semejantes, nunca argumentan nada medianamente racional, nunca mencionan ninguna medida que pretenda mejorar la actual situación de indigencia y que vaya en la dirección de que los jóvenes tengan salidas profesionales y empleos duraderos. Por un lado tenemos a la izquierda española que nos vende constantemente la idea de que la culpa de todo la tienen los empresarios, esos bandidos que se niegan a contratar a la generación de jóvenes mejor preparada de la historia de España, y que cuando lo hacen les ofrecen sueldos irrisorios y regímenes poco menos que esclavistas (esta historia macabra también se vende en los centros de enseñanza, desde el parvulario a la universidad, y se ve reforzada por los medios de información “progresistas”). Pero la triste y cruda realidad es muy diferente, esos sapientísimos y cualificadísimos jóvenes, son generalmente analfabetos funcionales, y muchos de ellos no dominan su propio idioma y la mayoría tendrían enormes dificultades para superar las antiguas reválidas -a las que se tenían que someter los jóvenes de generaciones como la de quien esto escribe-, que ahora tanto se denostan y demonizan. Sí, son muchos los que apenas saben hacer la “o” con un canuto, e incluso, por no saber, algunos no saben qué es un canuto. Y, por otro lado, está la derecha boba, Ciudadanos y PP (tampoco podemos olvidar al partido político que denomina al PP y Ciudadanos «derecha cobarde» y que tampoco ofrece ninguna solución, salvo brindis al sol) que se ha adherido, también, al consenso socialdemócrata y al discurso igualitarista, hasta el extremo de adherirse a la idea de que una solución para acabar con la precarización de la enseñanza, el fracaso escolar y el abandono temprano de los centros de estudio, es permitir pasar de curso con suspensos… e incluso promocionar al bachillerato de ese modo. ¿Se trata de una burla cruel o de sadismo? De veras, es llamativo que sigan administrándole al enfermo una medicación que a todas luces hace que empeore su salud. Es aquello muy común, de haber emprendido un camino equivocado, darse cuenta de que no conduce a ningún lado, y en lugar de volver al comienzo del sendero –para tomar el camino correcto-, seguir, seguir hacia delante, y repetir una y otra vez que ya se encontrará un atajo, y que bastantes dinero, tiempo y energías se han invertido ya, como para volver al principio… Sería reconocer que se ha emprendido un camino equivocado, pero eso será lo último que hagan nuestros actuales gobernantes, sean en las taifas hispánicas o en el gobierno de la nación. Por supuesto, todos, el gobierno y la oposición nos dirán que les preocupa la mejora la empleabilidad de los jóvenes y que están estudiando la manera de procurarles ese empleo estable por el que dicen “apostar” (aunque siempre olvidan decirnos que el dinero que apuestan no es el de ellos, sino el nuestro). Y no se trata, solamente de que en las universidades españolas entren muchos malos estudiantes, sino que la mayoría de ellos acaba consiguiendo el título sin apenas hacer esfuerzo, y por supuesto con muy escasa formación. Y, desgraciadamente, si llevan a cabo los planes que algunos tienen, para el curso que dentro de pocas semanas echará a andar, de implantar una especie de «enseñanza virtual, no presencial», todo ello acabará agudizándose… Y todo ello se da por la sencilla razón de que, en la enseñanza universitaria española, tal como en el resto de los centros y niveles educativos está proscrito el mérito y el esfuerzo, y apenas sirve de guardería en la que se aparca a nuestros jóvenes, a los que se les crea falsas expectativas, se les engaña, y se les acaba suscitando frustraciones. Claro que, todo esto les importa un bledo a los miembros del consenso socialdemócrata del que forman parte todos los partidos políticos con representación en el Congreso de los Diputados. Y mientras tanto, existe una enorme mayoría de padres españoles que parece estar satisfechísima, enormemente orgullosa con la idea de tener en casa uno o varios titulados universitarios, y orlas que colgar en las paredes… pero conocimientos, y capacitación que la empresa privada no pide (tampoco la pública), titulados universitarios que tienen como futuro inmediato el desempleo. Llegados a este punto, la única conclusión posible es que todos los españoles, salvo honrosas excepciones, viven felizmente engañados. Llegados a este punto, pasemos a hablar de la “burbuja universitaria”: España vive en una continua burbuja, que cambia de forma y de tamaño; la tendencia al endeudamiento, a despilfarro, por parte de las administraciones es enfermiza, obsesiva. Tenemos –y sufrimos- la burbuja de los aeropuertos, también la del AVE, la de las autopistas de peaje y las denominadas “radiales”, la burbuja de las cajas de ahorro… y por supuesto, no podemos olvidar la más famosa de todas: “la inmobiliaria”. Pero de la que apenas nadie habla, y cuando reviente puede tener resultados catastróficos, es de la burbuja universitaria. ¿De veras en España son necesarios 2.425 grados y 2.854 másteres? España posee más de 1,5 millones de estudiantes universitarios, frente a una población de 3,23 millones de sus mismas edades, es decir una tasa del 47%, lo que nos sitúa en la parte más alta de la lista de países de UE. En España hay carreras similares, con el mismo programa de estudios, a las que las universidades les ponen nombres diferentes -cada vez más rimbombantes- con la intención de hacerlas más atractivas pues entre las diversas universidades hay una encarnizada competición en lo de captar alumnos-clientes. Tal es así que, hasta la universidad más pequeña de España ofrece la misma lista de titulaciones que la más grande, pues todos los papás desean que sus hijos estudien cerca de casa. Otra causa de la desmesura, del exceso de grados y de másteres de nueva creación es la lucha permanente entre departamentos de las diversas facultades universitarias por conseguir capacidad de influencia. Cada departamento es una taifa que aspira a conseguir el mayor número posible de alumnos para lograr más profesores y conseguir más poder. Casi todos los departamentos ofrecen su propio grado, un esperpento, pura demencia. Ofrecer más titulaciones es la excusa perfecta para reclamar más puestos de trabajo. Hasta el extremo de impartirse másteres con escasamente una decena de alumnos. Existe una hiperinflación, una enorme burbuja de titulaciones: infinidad de títulos que se crean no para atender a la demanda de los estudiantes, sino para justificar la contratación de profesores, y para conservar sus empleos. Y la calidad de la mayoría de las titulaciones deja mucho que desear… Y la gran paradoja es que cada vez hay menos jóvenes que antes, y por lo tanto una demanda a la baja, debido al descenso de la natalidad. A pesar de ello, la oferta de titulaciones con baja demanda sigue persistiendo y vuelve a incrementarse, sin que nadie lo cuestione ni esté por la labor de ponerle remedio a tamaño desbarajuste. España cuenta con 83 universidades y más de 240 Campus presenciales, es decir 25 universidades por cada millón de personas en edad universitaria o 1,78 universidades por cada millón de habitantes a secas. Hablo de una descomunal burbuja a la que nadie pretende poner fin. Y lo peor de todo es que se siguen abriendo nuevas universidades, al ritmo de una por año, y como consecuencia, a corto o medio plazo habrá facultades universitarias en las que muchos profesores no tengan alumnos o que el número de horas semanales sea auténticamente ridículo. ¿Cómo podemos mantener, pagar, todo esto? ¿Estamos dispuestos a seguir malgastando, despilfarrando, derrochando tales cantidades de dinero, con la intención de mantener a nuestros hijos al lado de casa, y para obtener un título sin apenas valor? Como resultado de lo que vengo narrando, en España existe una minoría de jóvenes altamente especializados, y realmente bien preparados, que generalmente son hijos de padres que se pueden permitir enviarlos a prestigiosas universidades privadas, en España, o en el extranjero. Y obviamente esos jóvenes acaban teniendo más posibilidades de optar a mejores puestos de trabajos y conseguir altos salarios. Y, por otra parte existe una enorme cantidad de titulados universitarios, con formación escasa, precaria que tiene muy difícil, por no decir imposible, acceder a empleos bien pagados. Ni que decir tiene que este círculo vicioso irá aumentando de forma exponencial a medida que se vaya generalizando la mecanización y robotización de los diversos sectores de la economía. Frente a esto, solo caben dos soluciones: Una a largo plazo, aumentar la natalidad, e incluso si así se hiciera, tampoco tiene demasiado sentido mantener tal número de centros universitarios. Otra opción sería darle otro uso a multitud de instalaciones universitarias, cerrar algunas de ellas y recolocar a los profesores en otros centros, e incluso, más todavía: reciclar a parte del profesorado universitario, para que preste mejores servicios a los españoles, en otros ámbitos. De lo que no cabe duda alguna es de que, es mucho más barato becar al conjunto de alumnos existentes, más de 1,5 millones con 12.000 euros/año, para que vayan a las mejores universidades que, mantener la burbuja universitaria, la multitud de facultades universitarias que en muchos casos no poseen ni calidad ni excelencia. Carlos Aurelio Caldito Aunión. |
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