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Acciones punitivas o no punitivas, el dilema del maldito buenismo progresista

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Con motivo de las excarcelaciones y rebajas de condenas que han beneficiado a peligrosos abusadores, agresores sexuales, violadores y asesinos, a las que ha conducido la ley denominada «sólo sí es sí» aprobada por el Congreso de los Diputados de España, con el apoyo entusiasta de socialistas, comunistas, etarras y separatistas (y algunos tontos útiles regionalistas y supuestamente liberales), la principal protagonistas del asunto, la consorte del estalinista Pablo Iglesias (también algunas de sus colaboradoras) ha hablado de que las políticas de «podemos» tienen como objetivo no ser «punitivas»…

Quienes hablan de aplicar acciones no punitivas y pretenden que a quienes delinquen se les prive de libertad lo menos posible y se les den oportunidades de «reformarse», «reeducarse», «reinsertase», y cuestiones por el estilo, consideran al mismo tiempo que los delincuentes suelen ser buenas personas que cuando se descarrían, en realidad no son enteramente responsables de sus actos, no lo son nada, sino que son «víctimas de la sociedad» o algo por el estilo. y que tenemos que ser «empáticos», comprensivos con ellos y tratarlos con mucho amor, con mucho cariño. Sólo les falta proponer que se les premie.

Cualquiera que sea mínimamente sensato y tenga conocimiento de cómo han actuado los humanos a lo largo de los tiempos, independientemente de la época, del lugar, de la cultura de que se trate, sabe sobradamente que cuando un individuo se ha comportado de forma incorrecta, no ha respetado la vida, las propiedades de los demás, etc. ha sido castigado y apartado, dependiendo de la gravedad de sus acciones… antiguamente aplicando el «ojo por ojo, diente por diente» y más tarde delegando el monopolio de la violencia en los gobernantes. Es a partir de que se instala en determinadas sociedades el mito del buen salvaje, y estupideces buenistas por el estilo cuando surgen las ideas «reformadoras», «reeducativas», hasta tal punto que en muchos lugares las cárceles pasan a llamarse «reformatorios» o eufemismos por el estilo.

Por supuesto, tal como afirmaba el filósofo español José Ortega y Gasset, «yo soy yo y mi circunstancia (y si no la salvo a ella no me salvo yo)”. Efectivamente, no se puede separar al individuo de su entorno, pero uno no es sólo resultado de la influencia del entorno, y como afirma Ortega, todos podemos cambiar nuestra circunstancia, «salvarla», a pesar del entorno en el que nos ha tocado vivir. Claro que, tener todo esto en cuenta, supondría abandonar la idea de «quienes delinquen son víctimas de la sociedad que les ha tocado en suerte».

Como decía un poco más arriba, en todas las sociedades, salvo excepciones, siempre ha existido la idea clara de quien la hace la paga y que, las leyes están para ser cumplidas, y además fundamentalmente para evitar que nos molestemos unos a otros. Estamos hablando de una moral de obligación y sanción que siempre ha supuesto que, cuando alguien tenía un comportamiendo criminal se le apartaba, y teniendo en cuenta la gravedad de su conducta se le castigaba de manera más o menos severa. Y, por descontado, la gente en general siempre ha sabido que muchos de quienes delinquen no tienen intención de cambiar, de redimirse y se corre el riesgo de que reincidan si recuperan la libertad y son excarcelados.

Detrás de los ilícitos penales siempre hay psicópatas y sociópatas (bueno, a veces hay quienes delinquen por accidente, pero son los menos). Indudablemente hay psicópatas y sociópatas de muchas clases y grados. Es más, hay psicópatas -menos sociópatas, por no decir ninguno- que están más o menos integrados y llevan una vida relativamente normal y no molestan a sus conciudadanos. Tampoco todos los delitos son cometidos por psicópatas.

Son muchas las personas que se sienten abusadas por los gobernantes, o por sus empleadores, o por sus vecinos… y se sienten justificadas para burlarse de las normas. También están quienes piensan que son demasiado inteligentes para estar sujetos u obedecer a leyes diseñadas por mediocres para mentes también mediocres.

Pero, volvamos a los psicópatas -y sociópatas- todos o casi todos los intentos de rehabilitación o reeducación han sido vanos, el resultado ha sido desalentador. Los verdaderos psicópatas no «mejoran», nunca se reforman, nunca se reinsertan… Los psicópatas y sociópatas están convencidos de que no necesitan «arreglos», especialmente si sacan provecho de su psicopatía. Generalmente, cuando los sociópatas y psicópatas aceptan someterse a alguna clase de terapia se realiza bajo coacción, aceptan someterse a ella porque saben que es la condición para salir antes de la cárcel, o para evitar un castigo mayor; y obviamente es ineficaz. Nadie, por muy bien intencionado que sea, puede infundir «empatía», comprensión, capacidad de ponerse en el lugar del otro, compasión, sentir lástima, arrepentirse, tener remordimientos de conciencia… en un cerebro que, por la razón que sea, no es receptivo a nada semejante.

Por otro lado, aparte de ser unos perfectos encantadores de serpientes, los psicópatas suelen ser, además, muy hábiles en saber qué desean oír los demás y dirán lo que desean oír quienes en un determinado momento pueden decidir sobre ellos y su futuro. Son muchos, demasiados los profesionales de la salud mental, que pecando de bondadosos y buenistas no son mal pensados y acaban siendo engañados y estafados.

A la gente corriente, a los no psicópatas ni sociópatas generalmente les resulta difícil pensar y aceptar que los psicópatas son como son, no los «comprenden». Es demasiada la gente que acaba viéndolos como buenas personas, cordiales, agradables que se han «extraviado», y esto hace que bajen la guardia, no estén alerta y no sean capaces de hacerles frente de forma eficaz. Tampoco hay que olvidar que, desgraciadamente, la sociedad occidental tiende a idealizarlos, a endulzarlos y incluso a presentarlos como héroes; los filmes en los que los protagonistas son psicópatas y sociópatas consiguen grandes personajes de ficción, garantizando tensión y dando mucho juego. También son muchas las personas que, de manera consciente o inconsciente, admiran, envidian la capacidad de los psicópatas para ignorar las reglas, dominar, imponer su voluntad y salir airoso, ganar.

Si, son muchos los que nacen «torcidos» y es imposible enderezarlos, en la mayoría de los casos no se sabe bien por qué; y evidentemente, lo mejor es prepararse para ser eficacaces en reconocerlos, detectarlos, estar alerta y cuando se nos aproxime uno salir corriendo; pues, no nos engañemos: de momento no existe otro remedio.

Para quienes hemos sido correctamente socializados, imaginar el mundo como lo hace el psicópata es casi imposible. Piénsese en el conductor de un automóvil y un psicópata al volante como extremos opuestos del mismo continuo de la conciencia, de la restricción personal: 

El primero, en un extremo, sigue las normas a rajatabla y el segundo, en el otro extremo, sencillamente las ignora. 

Uno pasivamente acepta la autoridad suprema de la voz interior que dice no, y el otro le dice a su voz interior: «piérdete». 

Nuestra voz interior nos da dolores de cabeza si pretendemos saltarnos las normas sociales. 

Los psicópatas y sociópatas aplican la consigna de la Revolución de Mayo del 68: “Hay un policía en cada uno de nosotros y debemos matarlo”. 

Tampoco está de más subrayar que las élites extractivas, los capos de las diversas agrupaciones que se hacen llamar partidos políticos en este ámbito también se mueven con intención de conseguir simpatía que se traduzca en votos; crean alarma social y legislan aparentemente para proteger a las personas en situación de riesgo, a las personas vulnerables, y añaden que serán severos en la persecución y el castigo de quienes delincan; pero al mismo tiempo, aprovechando que la gente está muy receptiva al sentimentalismo tóxico, al buenismo, crean normas «compasivas» que contradicen y anulan las anteriores normas o las vacían de contenido, o no les dedican los dineros necesarios, o los recursos humanos imprescindibles para perseguir el crimen, sea cual sea… Tampoco hay que olvidar que, también, suelen hacer diagnósticos falsos y proponer objetivos también equivocados, a la vez que crean oficinas, observatorios y organismos diversos en los que derrochan multitud de recursos para contentar a un sector del electorado o calmar, de forma ficticia, la alarma social que antes han creado… el perfecto pretexto para crear burocracia, más y más «empleo público», más despilfarro… Y como afirma el aforismo que circula por internet: «pon en marcha una oficina, con teléfono, internet, un o una secretaria, dótala de una subvención… todo ello para luchar por una noble causa, para solucionar un determinado problema… y los encargados de ese organismo nunca solucionarán el problema, pues si lo hicieran ya no habrá motivo para seguir subvencionándo…»

Así que, ojo avizor y a no bajar la guardia, por la cuenta que nos trae… y, por descontado, a dejarse de remilgos y de «no punitivismo» con los psicópatas y sociópatas.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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