Acerca de cómo mucha gente se atreve a opinar de lo que ignora, a sabiendas de que no tiene suficiente información ni formación. El efecto Dunning-Kruger
CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Últimamente se ha puesto muy de moda que cualquier persona pueda hablar sobre cualquier cosa sin poseer formación e información suficiente. Son muchas, demasiadas, las personas que hablan de todo sin saber nada.
En los tiempos que corren, se oyen por doquier frases tales como: “mi opinión también es importante”, “porque, no me negarás que yo también tengo derecho a opinar, sobre tal o cual cosa…”, “mi opinión es tan respetable como la tuya”, “es increíble lo intolerante que eres, no respetas las opiniones ajenas”… y lindezas por el estilo.Y… ¿por qué la opinión de cualquiera es importante, existe el “derecho a opinar”, en qué consiste, que significa eso de que todas las opiniones son “respetables”, por qué hay que “respetar” las opiniones ajenas…?
Una de las creencias más extendidas durante los últimos años de adoctrinamiento “igualitarista” es la de que todo el mundo tiene algo que decir, e incluso, en los colegios y demás centros de estudios, se repiten, como si de dogmas de fe se tratara, frases tales como “los profesores tienen mucho que aprender de sus alumnos”. Da igual la condición del individuo, si es muy inteligente o no, da igual su cociente intelectual, su formación académica, sus años de estudios, su experiencia profesional, o su experiencia vital, todos tienen algo que decir; toda la gente es digna de opinar aunque no tenga ni la más remota idea de que va el asunto, el caso es “ejercer su derecho”, y como bien se sabe, en España, en este momento derecho es sinónimo deseo…
Nadie debe ser tan reaccionario, tan retrógrado como para no tener en cuenta los derechos ajenos, eso es cosa de fachas e intolerantes, ¿O no?
El asunto ha llegado a tal extremo que todos esos tópicos se han transformado en inapelables, incuestionables… y, ay de aquel que se atreva a disentir, puede ser linchado metafóricamente hablando, y corre el riesgo de serlo no tan metafóricamente…
En España ha llegado a convertirse en un pecado social no comulgar con tales afirmaciones. Claro que, no es de extrañar que las cosas estén “así”, después de que la gente haya visto, y oído, año tras año a “opinadores”, “creadores de opinión”, tertulianos, «todólogos» hablar, hablar, hablar de trivialidades, vulgaridades, nimiedades, con absoluta solemnidad, como si realmente estuvieran diciendo algo notable, fuera de lo común y en el convencimiento de que son personas ocurrentes, ingeniosas, o algo parecido; y por descontado, cada vez que opinan lo hacen ex cátedra, o al menos esa es la impresión que causa en muchos de quienes los “escuchan” (ahora ya no se dice oír, eso ya es una antigualla) de manera que para el común de los mortales, muchos de ellos gozan de un gran prestigio, de un enorme predicamento – por supuesto inmerecido-, y todo ello se convierte en un círculo vicioso, pues la gente suele recurrir con frecuencia a aquello del “principio de autoridad” para argumentar y apoyar sus opiniones; y claro, si lo ha dicho alguien que sale en los “medios”, eso es veraz, y va a misa.
Argumentum ad verecundiam, argumento de autoridad o magister dixit, “falacia lógica” consistente en defender algo como verdadero porque, quien es citado en el argumento, tiene reconocida autoridad en la materia.
Ni que decir tiene que, todo lo que sale de sus bocas lo aderezan –aunque no todos, claro- lo aliñan con zafiedades, palabras malsonantes, procacidad, y multitud de ingredientes más; y en muchas ocasiones con voces, gritos, desplantes, que la gente ha acabado integrando en sus esquemas de pensamiento y de acción como “algo normal”; si lo hacen los famosos ¿Por qué yo no? Debemos llegar a la conclusión de que algunos de los personajes asiduos a los medios de información, incluso tienen el convencimiento de que la modernidad es sinónimo de transgresión y extravagancia.
Y, como es lógico, se recolecta lo que se siembra.
Se les vende a los niños y niñas desde sus primeros años que los adultos apenas nada tienen que enseñarles, como si uno viniera al mundo con “ciencia infusa”, con un saber innato, no adquirido mediante el estudio. No es de extrañar, pues, que los alumnos no le reconozcan al profe ninguna autoridad, y tampoco piensen en la remota posibilidad de que les pueda enseñar “algo interesante y divertido” (otro de los muchos tópicos al uso) sino ni siquiera enseñarles.
Luego, para más inri, los diversos gobiernos han ido aprobando leyes, “educativas las llaman” que pretenden, dicen, acabar con las desigualdades, y por supuesto, para no perturbar a los tiernos infantes, no sea que queden impactados de tal modo que les produzca un desequilibrio emocional irreparable, han eliminado de los centros de estudio cualquier cosa que suene o huela a “selección”, notas, esfuerzo, disciplina, excelencia, y anacronismos –según su entender- por el estilo. ¡Viva la escuela, alegre y divertida!
¿Se han dado cuenta de que en los actuales colegios, institutos, facultades universitarias, lo que siempre fue excepción, ahora se ha convertido en lo común, casi diario?: La fiesta.
Y de paso, tuvieron la feliz ocurrencia de instituir los llamados “consejos de centro”, pues se entiende que quienes mejor que los papás y mamás para dirigir y planificar la actividad de los centros de estudios. Ya digo, la ciencia infusa, total, ¿Para qué estudian los futuros profesores en las Universidades, si para ser enseñante vale cualquiera y cualquiera sabe?
A punto estuvieron, también, de hacer lo mismo con los ambulatorios y hospitales públicos… Al fin y al cabo, ¿No sabe toda la gente lo suficiente de salud, o más que algunos “matasanos”? Así nos va en el país en el que todo el mundo tiene derecho a opinar, como si estuviera en la taberna, hablando de fútbol, o en la peluquería hablando del famoseo…
Así que ¿Todas las opiniones son igualmente respetables?
Como se dice, también ahora, ¡Va a ser que no”!
¿No sería de insensatos tener en cuenta opiniones disparatadas, de gente que lo ignora todo o casi todo de determinados asuntos? ¿Se pondría usted en manos de un cirujano ciego, por muy buena voluntad que éste tuviera?
¿No es al fin y al cabo una absoluta necedad considerar que, si algo es aceptado por la mayoría, aunque sea una sandez, hay que “respetarlo” pues es la voluntad de la mayoría, y cuando la mayoría piensa así, por algo será…?
¿No es también otra absoluta insensatez, pensar que hay que acatar la voluntad de la mayoría de la comunidad, cuando esa mayoría considera que algo es veraz, por no haberse aún podido demostrar lo contrario? (Falacia ad ignorantiam)
Podría seguir poniendo cientos, miles de ejemplos, hasta aburrir, pero no es mi intención; si lo es, por el contrario llamar la atención sobre que ya va siendo hora de dejarse de pamplinas y empezar por decir que no solo no son respetable algunas opiniones, sino absolutamente detestables; también es momento de ponerse manos a la obra e impedir que siga habiendo mediocres, indocumentados, analfabetos en puestos de dirección, en ámbitos en los que se toman decisiones demasiado importantes para nuestras vidas… ¿Cabe mayor insensatez que el que las pruebas de selección de personal de cualquier ámbito de la Administración del Estado, sean decididas, desde el temario hasta los exámenes, por parte de gente que no reúne condiciones para presentarse a tal oposición, o más todavía, gente sin experiencia profesional ni vital, que nunca sería contratada en la empresa privada, dada su nula o casi nula cualificación?
Decía el personaje de Forrest Gump que, “tonto es el que hace y dice tonterías”, evidentemente nadie puede decir de esa agua no beberé, por muy alerta que uno esté; pero lo que sí tengo claro es que, si alguien tiene la osadía de opinar, hacer juicios sobre algo que desconoce, o casi, el riesgo de decir insensateces es muy grande, así que en esos casos es mejor dejar que hablen quienes sepan, y esperar a tener suficiente información del asunto de que se trate…
De todas maneras, es bueno estar atentos a la opinión de los estúpidos y desinformados, pues siempre se corre el riesgo de que acaben eligiendo al presidente del Gobierno
Efecto Dunning-Kruger
Se trata de un sesgo o una distorsión cognitiva. Ocurre cuando una persona sobreestima la capacidad o los conocimientos que tiene sobre algo. Este fenómeno ha sido muy estudiado en psicología social. Hay algunas personas que lo describen como «el fenómeno de cómo los ignorantes se creen los más listos«.
Fue descrito por primera vez por los psicólogos David Dunning y Justing Kruger, de ahí su nombre.
¿Qué es el efecto Dunning-Kruger?
Estos psicólogos, a través de diferentes investigaciones, concluyeron que las personas tenemos tendencia a pensar que somos mejores de lo que realmente somos en algunos aspectos sociales e intelectuales. En otras palabras, sobreestimamos nuestras capacidades y habilidades.
Los autores sugieren que esta sobreestimación ocurre, a grandes rasgos, porque las personas que no tienen habilidades sufren una carga doble: esta gente no solo llega a conclusiones erróneas y toma decisiones malas, sino que, además, su incompetencia también les impide darse cuenta de ello.
Las investigaciones que realizaron los llevaron a ganar diferentes premios entre los que se encuentra el premio Nobel de Psicología del año 2000.
Algunas de las conclusiones que sacaron estos autores de sus investigaciones son las siguientes:
- Las personas con pocas capacidades tienen tendencia a pensar que son mejores de lo que realmente son.
- Las personas con pocas capacidades no suelen tener la habilidad para reconocer las habilidades de otras personas.
- Las personas con pocas capacidades no son capaces de ver que realmente no son tan buenos como se piensan.
- Cuando estas personas con pocas capacidades se entrenan para aumentar estas capacidades tienen más facilidades para ver que previamente eran incompetentes.
Conclusión
Si crees que estás sobreestimando tus capacidades y habilidades mi consejo es que te formes debidamente en aquello que te interesa. Debemos tener en cuenta que no todo el mundo sabe de todo y que para poder hablar sobre algo es necesario saber y conocer ciertos aspectos si no queremos causarle un daño a alguien.
El hablar sobre cosas que desconocemos puede tener graves consecuencias en personas con determinados problemas. No debemos dar nunca falsas esperanzas a la gente ni ofrecer información que no hemos contrastado previamente.