Adviento (del latín adventus, «venida») es el primer período del año litúrgico cristiano, y consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Su duración suele ser de 22 a 28 días, dado que lo integran necesariamente los cuatro domingos más próximos a la solemnidad de la Natividad (celebración litúrgica de la Navidad).
Los fieles cristianos consideran al Adviento como un tiempo de oración y de reflexión caracterizado por la espera vigilante —es decir, tiempo de esperanza y de vigilia—, de arrepentimiento, de perdón y de
alegría.
La sonrisa es, muchas veces, el mejor acto de caridad y de cariño que podemos ofrecer a una persona en esta Navidad.
Del santo Evangelio según Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan el Bautista: «Qué tenemos que hacer?»
Y él les contestaba: «El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene».
Vinieron también a bautizarse algunos de los que recaudaban impuestos para Roma y le preguntaron: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer?»
Él les respondió: «No exijan nada fuera de lo establecido».
También los soldados le preguntaron: «¿Y nosotros qué tenemos que hacer?»
Juan les contestó: «A nadie extorsionen, ni denuncien falsamente, y conténtense con su salario».
El pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Entonces Juan les dijo: «Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar las correas de sus sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene la horquilla para separar el trigo de la paja y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga». Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Hemos llegado ya al tercer domingo de Adviento. Y todo él está dominado por el tema de la alegría.
Antiguamente se llamaba a este día «Domenica laetare»; o sea, «el domingo de la alegría». Y si escuchamos las lecturas de la Misa con atención, nos daremos cuenta del porqué de este nombre. «Estad siempre alegres en el Señor» -exhorta san Pablo a los filipenses-; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca.
Seguramente ya sabes que la palabra «Evangelio» viene directamente del griego (eu-angelíon) y que significa, al pie de la letra, «Buena Nueva». Y es «Buena noticia» porque nos trae la alegría, nos anuncia la salvación; más aún, la llegada de nuestro Redentor en persona, de Jesús, nuestro Salvador. El mismo nombre de Jesús (en hebreo Yeshúa), significa «Yahvé salva».
Y es esto lo que nos dice Lucas de Juan Bautista: que anunciaba al pueblo la Buena Nueva de la salvación. Y los exhortaba a prepararse para la venida del Mesías con obras de caridad y de conversión interior.
«Que nada os preocupe ni os turbe». A pesar de cualquier dificultad o problema que nos pueda sobrevenir, hemos de conservar la alegría en lo más profundo de nuestro corazón. Si estamos esperando con gran anhelo el nacimiento de nuestro Redentor -¡y está ya a las puertas!-, no podemos estar tristes.
La alegría es esencial en toda fiesta, y con Jesús estamos de fiesta. Además, es una característica de todo buen cristiano. Porque Dios nos ama infinitamente y nos protege siempre con su providencia de Padre. Porque ya hemos sido redimidos de nuestros pecados y gozamos de la compañía de nuestro Salvador. Porque albergamos en nuestro corazón las más seguras y ciertas esperanzas de una vida feliz y eternamente bienaventurada que nos aguarda en la otra vida, pero de la que ya gozamos, de alguna manera, aquí abajo. ¡Esperamos a nuestro Redentor! Y con Dios tenemos mil motivos para estar alegres y para ser optimistas. «Si Dios está con nosotros -exclamaba san Pablo-, ¿quién contra nosotros?».
La alegría es esencial en toda fiesta, y con Jesús estamos de fiesta. Porque no olvidemos: «un cristiano triste es un triste cristiano».
Santa Teresa de Jesús, decía que «un santo triste es un triste santo». O sea, un falso santo o que, al menos, no merece el nombre de tal.
Nietzsche, filósofo ateo alemán de fines del siglo XIX e inicios del XX, tristemente conocido por su teoría del «superhombre» y de la «muerte de Dios», acusaba a los cristianos de haber perdido ya su rostro de resucitados. Y decía: «¿Qué habéis hecho, cristianos, del gozo que os dieron hace dos mil años?».
El periodista español José Luis Martín Descalzo, en una de sus obras llamada «Razones para la alegría», escribe: «Si yo tuviera que pedirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas personas.
Es, me parece, la cima de las expresiones humanas…
Siempre me ha sorprendido que la persona que ama mucho, sonrie facilmente, siempre está alegre.
La sonrisa y la alegría van siempre de la mano. Es más, la sonrisa es como la más bella y dulce emanación de un alma alegre y serena. Es un regalo maravilloso que se ofrece gratuita y generosamente a los demás, y que brota, precisamente, del amor y de la paz.
La sonrisa, no cuesta nada y produce mucho; no empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe; no dura más que un instante y su recuerdo perdura eternamente.
Nadie es tan rico que pueda vivir sin ella, y nadie tan pobre que no la merezca».
La sonrisa es, muchas veces, el mejor acto de caridad y de cariño que podemos ofrecer a una persona.
Si queremos hacer algo por los demás, comencemos por aquí. Regalemos a nuestro prójimo una hermosa y sincera sonrisa siempre que podamos, a todos sin excepción y en todas las circunstancias. También a aquellos que no nos simpatizan o tal vez nos han herido o hecho algún mal. También cuando estemos cansados o totalmente agotados. Este gesto tan sencillo, de verdadera alegría y de amor, puede ser también un hermoso regalo de Navidad. ¡Sonríe, descubre a los demás cuánto los ama Dios! Y ten la seguridad de que Jesús te recompensará…
FUENTE: https://es.catholic.net/op/articulos/11735/cat/504/adviento-la-espera-de-la-alegria.html#modal
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