CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
¿Alguien se ha parado a pensar que la mayoría de los padres y madres con su actitud de sobreprotección está fabricando niños dependientes o tiranos, o ambas cosas a la vez? ¿Alguien ha reflexionado sobre frases como la de “¡Ah, yo soy el mejor amigo de mi hijo!”?
¿Realmente es sano para el hijo que su padre o su madre sea “su amigo”?
Hace ya mucho tiempo, más de cuatro lustros, varias décadas, escribí un texto que para sorpresa mía , tuvo un enorme éxito, hasta tal extremo de que había profesores que me llamaban para felicitarme de muchos lugares de España y me contaban que alguien lo había colgado en el tablón de anuncios de la sala de profesores del instituto o del colegio … Hasta en locales de asociaciones de vecinos, llegaron a colgarlo.
Dado que el texto, desgraciadamente sigue de plena actualidad (y más después de los desastrosos resultados del último informe PISA) he decidido retomarlo y actualizarlo.
¡Ahí va!
Cada día es más frecuente oír a madres y padres frases como ésta (he de señalar que también se dan casos de padres aquejados del síndrome de gallina clueca, aunque sea poco frecuente). Suele ser la respuesta de algunas personas cuando una madre angustiada acude en busca de consejo. La razón de su inquietud es que acaba de darse cuenta de que tiene un adolescente en casa, y no sabe que hacer…También suele ocurrir que cuando algunas madres se quejan al profesor tutor de que no saben cómo lidiar con sus hijos (hablo de lidia a propósito, pues algunos conciben la relación con sus hijos como si de una corrida de toros se tratara, en la que no se sabe bien quien es el toro y quien el torero…) el profesor les diga que la solución es hacerse amigo de su hijo o hija, que eso es lo que él hace, que hay que ser modernos, e incluso si es necesario acompañar a los adolescentes y jóvenes para “hacer un botellón”… Alguno de ustedes se estará preguntando que cómo hemos llegado a semejante grado de estupidez y demencia. Pues muy sencillo, se ha instalado entre nosotros una “ideología educativa” que proclama que por encima de todo hay que ser especialmente cauteloso, estar permanentemente alerta no sea que se les ocasionen traumas a los niños, de tal calibre que queden afectados o desequilibrados para el resto de sus vidas. Como resultado de ello se deriva: “dales todo, resuélveles todo, tenlos entre algodones, juega con ellos, sé su amigo, protégelos a toda costa…”
Desde hace no mucho tiempo ha echado raíces entre nosotros la idea de que todo lo que hicieron nuestros padres o nuestros abuelos con nosotros fue negativo, los pobres no daban para más, eran unos incapaces,… Y claro, así nos educaron, o mejor dicho “nos maleducaron”… De ahí a pasar a proscribir determinadas cosas hay un pasito muy corto.
Hoy día no están de moda expresiones como “disciplina”, “normas convivenciales”, “autoridad”, “respeto por los demás y sus propiedades”, etc. Todas ellas son antiguallas que casi todo el mundo evita pronunciar, si no se quiere correr el riesgo de ser tildado de facha, autoritario, o cosas por el estilo. A menudo olvidamos que lo que no se siembra en casa, en el hogar, en la familia, difícilmente puede cosecharse después.
Hacemos que nuestros hijos tengan la vivencia del león del circo que había nacido y crecido en cautividad, y anhelaba salir de la jaula para corretear por los campos, ser libre… Un día, accidentalmente, se dejaron la puerta abierta, y el león salió de ella. Pero nada más empezar a caminar se le vino encima todo el peso de la libertad y la responsabilidad que comenzaba a tener, así que dio media vuelta y lo más deprisa que pudo se metió en la jaula…
¿Alguien se ha parado a pensar que la mayoría de los padres y madres con su actitud de sobreprotección está fabricando niños dependientes o tiranos, o ambas cosas a la vez? ¿Alguien ha reflexionado sobre frases como la que da título a este texto? ¿Realmente es sano para el hijo que su padre o su madre sea “su amigo”? Lamentablemente hay que recordarles a algunos que los hijos no necesitan que sus padres sean sus amigos, que lo que necesitan es que sean padres, madres y padres competentes que los amen, pero que no los mimen; que les enseñen y ayuden a resolver problemas, pero que no se los solucionen; que les enseñen a ser capaces de tomar decisiones, pero que no decidan por ellos; que les enseñen a cuidar de sí mismos, pero que “no los cuiden demasiado”…
Educar a un hijo es acompañarlo hasta la edad adulta, y ser adulto significa ser capaz de responsabilizarse de su propia vida. Ser amigo está reñido con ser madre o padre. Los amigos no reprenden a los amigos, los amigos no enseñan a los amigos, los amigos no ejercen ningún tipo de autoridad sobre los amigos, los amigos no tienen obligaciones con los amigos tales como procurarles alimentos, un hogar, seguridad afectiva, etc. Los amigos no educan a los amigos. Los amigos se buscan y se eligen entre gente de la misma edad. Decirle a un hijo que uno es su amigo implica invitarlo a que desobedezca cualquier tipo de norma o de autoridad, es no enseñarle que las normas no son algo caprichoso y arbitrario, sino algo necesario e imprescindible para evitar que nos molestemos los unos a los otros.
Hablemos de sobreprotección: el exceso de cuidados hace que los menores sean en el futuro personas frágiles, dependientes, o por el contrario arrogantes. Los niños a los que no se les enseña a tolerar la frustración, ni a ponerse en el lugar de los demás, se convierten en personas débiles o déspotas, según los casos. Quienes sobreprotegen a sus hijos asumen como si fueran propias las frustraciones de los niños, les ayudan en todo, tienen por norma resolverles todos sus problemas, e incluso acaban siendo controladores y guías de sus hijos. Lógicamente esto les impide tener la libertad suficiente para desarrollar su personalidad. La actitud de la que venimos hablando está claramente presente en los padres y las madres que dan a sus hijos una mala educación alimentaria o les permiten un excesivo consumo de productos de ocio.
Otro aspecto de la sobreprotección es el empeño de muchos madres y padres de llenarles todo el tiempo, consiguiendo de ese modo acentuar su dependencia, dificultar su maduración e impedir que el menor asuma riesgos. Como resultado de lo anterior, también se da el que haya menores que “arriesguen demasiado”, o que no sepan estructurar bien su tiempo, que sean personas que se agobien por cualquier cosa o tiendan a la pasividad.
Paradójicamente la sobreprotección conduce a la dependencia de los niños respecto de la televisión, las videoconsolas o Internet, pues muchos padres y madres para evitar pelearse con sus hijos, les permiten que se pongan delante de la pantalla sin saber, o no querer saber, lo que sus hijos ven o hacen. Una cuestión especialmente destacable es que cada vez tenemos menos tiempo para estar con nuestros hijos, lo cual unido a la baja natalidad conduce a que o les permitamos hacer su real gana o a que los sobreprotejamos. Evidentemente hay que permitir que los niños asuman “riesgos razonables”, permitir que decidan por si mismos, que tengan ideas propias, etc. Pero también se hace necesario que las madres y los padres supervisen los contenidos que sus vástagos consumen en la televisión, o en los videojuegos, o en Internet; ahora bien, no se trata de hacerles cambiar de canal cuando aparece una escena violenta en la tele, sino de estar junto a ellos y enseñarles a discriminar lo que es bueno y lo que es menos bueno.
Yo, el abajo firmante, cuando era pequeño vivía en un pueblecito de Badajoz de escasamente 1.000 habitantes, pertenecí a la generación de “la leche en polvo americana”, la siguiente a los años del hambre, la generación que aprendió a decir «buenos días», «gracias», «por favor»… y sufrí los últimos coletazos de austeridad, escasez, estrecheces, y etc. de los años del hambre, de la postguerra incivil.
Recuerdo que por entonces se aplicaba al pie de la letra aquello de “para educar a un niño hace falta toda una tribu”, existía un general consenso en cosas tales como que si un profesor reprendía a un niño, o lo castigaba, era porque el menor había hecho algo incorrecto… Lo mismo se consideraba si un adulto de la vecindad corregía “razonablemente” a un niño que no fuera su hijo, y nadie (salvo excepciones) lo consideraba una intromisión, o cosa parecida…
Y por supuesto, ningún menor iba a casa a quejarse de que el profesor, o el vecino, le hubiese reprendido, salvo casos de crueldad extrema. En aquellos tiempos (que las películas y literatura diversa han denostado y ridiculizado hasta la exageración) la gente tenía muy claro, adultos y menores, cuáles eran sus estatus y cuáles los modelos de conducta a seguir, y nadie dudaba de que, la mejor manera de educar e instruir era empezar por transmitir la tradición…
Solía haber una “natural” armonía, sintonía, entre los valores éticos que se inculcaban en casa, en la familia, y lo que se inculcaba/reforzaba en la escuela.
Frente a todo aquello, si actualmente hay algo especialmente devaluado en la Sociedad que nos ha tocado vivir, eso es la AUTORIDAD; no está de moda, y la gente (padres, profesores y educadores) teme ser tildada de “autoritaria” si insinúa que habría que utilizarla con los niños y adolescentes… Lo mismo ha acabado ocurriendo con todo aquello que suene a DISCIPLINA, BÚSQUEDA DE LA EXCELENCIA, DEL MÉRITO, DE LA CAPACIDAD, DEL ESFUERZO…
Se ha pasado de un modelo de sociedad en el que los adultos tenían la vara de mando -y las madres recurrían al zapatillazo-, a los que había que obedecer sin discusión, al actual momento en el que, por lo general, son (o casi) los menores los que mandan sobre sus padres, profesores, etc.
Parece ser que los niños –y niñas- poseen todos los derechos y los mayores debemos ser sus servidores/conseguidotes; sin que los niños y adolescentes deban asumir responsabilidad de clase alguna, e ir madurando como personas, encaminándose hacia la adultez. Es realmente increíble que haya que recordar, a estas alturas, que los jóvenes y menos jóvenes han de ir asumiendo responsabilidades acordes con su edad, y que éste es el único camino para que cuando sean mayores logren ser personas autónomas, responsables de sus actos…
Desgraciadamente, son muchos los que han olvidado que, educar es, también, poner límites: Es imprescindible para que un niño crezca de manera “constructiva” que sepa gestionar las frustraciones, es importantísimo que, los adultos que para él son importantes, se atrevan a decirle ¡NO!
Poner límites a un hijo (o a un alumno) es proporcionarle un entorno de seguridad, es protegerlo de peligros, hasta que el menor sea capaz de ser consciente de ellos. Ponerle límites es enseñarle a vivir relaciones de calidad, relaciones de respeto a los demás, a respetar su territorio de responsabilidad y el de los otros.
Poner límites a los hijos es enseñarles que las normas no son algo caprichoso, sino que –como mínimo- nos las damos para evitar que, nos molestemos lo menos posible los unos a los otros…
Ponerle límites a los menores es enseñarles que la vida “también es frustración”, situaciones no gratas, sentirse contradicho, y que todo ello es inevitable y lo seguirá siendo por los siglos de los siglos.
Decirle NO a un hijo es enseñarle a que él también sepa decir NO a determinadas cosas que no le convienen, y lo que es más importante: que los menores aprendan que “decir no” no significa romper las relaciones con las demás personas.
No es fácil decir NO, pues suele generar frustraciones, sentimientos negativos, conflictos no sólo con el hijo, sino con el otro progenitor; no es tarea fácil ponerse de acuerdo entre los papás a la hora de decidir sobre el grado de exigencia, o lo que se ha de permitir, o no, a los menores…
Otro obstáculo importante son los recuerdos que uno tenga sobre el ejercicio de la autoridad de nuestros padres y educadores, generalmente solemos guardar memoria de tal asunto como algo represivo, e incluso vejatorio; lo cual suele conducirnos a no asumir nuestra obligación de ejercer la autoridad como padres de nuestros hijos…
Tampoco hay que olvidar la frecuencia con que, algunos padres y madres hacen dejación de su responsabilidad, por temor a ser rechazados, o ser poco valorados, sentirse poco queridos por sus hijos… No se olvide que la ideología educativa de moda es “yo soy el mejor amigo de mi hijo”.
También hay padres y madres reacios a ejercer la autoridad por miedo a hacer sufrir a sus hijos, a hacerles daño; decepcionarlos, pero sobre todo lo que más abunda es el temor a entrar en conflicto con los hijos…
Por supuesto, ejercer la autoridad parental implica la necesidad –en muchas ocasiones- de tener que “explicarse” ante los hijos; lo cual no es equivalente a disculparse o pedir perdón por tal cosa. Para estar acertado en el ejercicio de la patria potestad (como lo llama el Código Civil Español) hay que estar alerta para no caer en actitudes autoritarias, lo cual implica estar atentos a las necesidades de nuestros hijos (nada hay más insensato que intentar educar a todos nuestros hijos por igual, pues cada cual es diferente, y por supuesto cada uno tiene diferentes necesidades) y tener la humildad necesaria para revisar normas (otra cosa que tampoco está de moda), cuando sea preciso, y así evitar ser demasiado severos, rígidos, etc.
El ejercicio de la autoridad con nuestros hijos (o alumnos) también requiere tener con ellos una relación cálida, con ingredientes como el afecto, la confianza, una relación de calidad en la que ellos se sientan amados, reconocidos, apoyados, en un entorno de seguridad material y afectiva, acompañados en su caminar hacia la adultez.
El ejercicio de la autoridad tiene que estar hecho de firmeza, pero también de flexibilidad. Una actitud de demasiada rigidez conduce a que los niños no tengan confianza en sí mismos, en sus posibilidades, y acaba traduciéndose en agresividad, crispación,… Por el contrario, la ausencia de firmeza produce en los menores inseguridad, e incluso cabe que sea interpretada como que el hijo no les importa a sus padres, como indiferencia, desamor.
Pero, lo más importante sin duda es la coherencia: de poco vale todo lo que hagamos o proclamemos, si no somos lo suficientemente disciplinados y exigentes con nosotros mismos en nuestra vida cotidiana; si no somos coherentes muy poca “autoridad moral” podemos tener para ser exigentes con nuestros hijos… Por desgracia, abunda demasiado aquello de «consejos vendo que, para mi no tengo».
Pues bien, a pesar de que todo lo anterior es absolutamente elemental, casi de Pero Grullo, sin embargo el que no se tenga en cuenta nada de ello, de forma sistemática, nos ha conducido a una sociedad psicopática y sociópata, una sociedad sin conciencia, en la que la característica definitoria es la ANOMÍA.
Estamos convirtiendo a los individuos en psico-sociópatas, no hablo de gente “loca” que sufre delirios, alucinaciones, ni neurosis de alguna clase, o angustia, o ansiedad… hablo de gente (cada vez un mayor número), que padece una especie de “autismo social”, gente con un egoísmo profundamente irracional, que carece del más mínimo escrúpulo, o cargo de conciencia a la hora de elegir los medios para conseguir su provecho personal… el sociópata, el psicópata, no entienden de respeto a las normas, a las leyes; y tampoco poseen sentimiento de culpa. En este tipo de individuo, en sus actos, está presente una especie de “lógica perversa”, si se me permite la expresión (pues nada más lejos de la lógica que la perversidad)
Vivimos en una sociedad que favorece el “narcisismo”, en la que las principales instituciones “educadoras y socializadoras”, la familia y la escuela, han acabado siendo altamente tóxicas, ya que no promueven –ni ayudan a- que los individuos interioricen normas éticas o morales. Tal es así que incluso ha acabado produciéndose una especie de “amnesia” en las personas de bien, en algunos españoles hasta hace poco «personas decentes», que las conduce a una situación de anomía y desapego afectivo.
Vivimos en una sociedad en la que todo vale, en la que se promueven “valores” como el engaño, la manipulación, la frivolidad, la superficialidad, la trivialidad, valores profundamente psicopáticos. Por supuesto, todo ello supone una ruptura radical con los códigos morales considerados como tradicionales… frente a los cuales se impone una cultura festiva, caprichosa y hedonista (todo lo que es deseable es sinónimo de derecho)
Si la sociedad genera personas psicópatas es debido al dogma educativo de “tolerancia máxima” (prohibido prohibir). Una psicopedagogía sin restricciones, por miedo a castrar, a traumatizar, que genera incapacidad para inhibir ciertas conductas; es el mejor camino para fabricar personas caprichosas y tiranas. Hemos llegado a tal situación que son muchos los que consideran que “modernidad” es sinónimo de “transgresión”, pues la transgresión es divertida y festiva…
Y ya para terminar, vuelvo la insistir: lo que no inculquemos en casa, difícilmente puede ser inculcado en el colegio o enmendado por los profesores. No nos engañemos.
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