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Algunas reflexiones imprescindibles para dejar de ser un estúpido antisemita y dejar de odiar a los judíos

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Según Abū al-WalīdʾMuhammad ibn Aḥmad ibn Muḥammad ibn Rušd, más conocido como Averroes, filósofo, médico y polímata (persona que posee conocimiento de muy diversas disciplinas) ,cordobés, andalusí musulmán, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas, astronomía y medicina. hay una «ecuación» que mueve al mundo: «la ignorancia conduce al miedo, el miedo incita al odio y el odio empuja a la violencia». Esas cuatro variables están presentes en el racismo en general y en el antisemitismo en particular.

Bien, empecemos desde el principio:

Son considerados «semitas» quienes, según la Torá y el Talmud judíos, provienen de Sem, uno de los tres hijos de Noé -los otros dos son Cam y Jafet-, cuyos descendientes repoblaron el planeta Tierra tras el Diluvio Universal.

Según la tradición judía, en el año 3100 a.C., el mundo entero quedó sumergido producto de un diluvio. El Génesis, primer libro del pentateuco de la Torá, relata que el llamado ”Diluvio Universal” fue obra de la ira de Yahvé. Hecho que también es relatado en las crónicas sumerias, donde se habla de cierta inundación que trajo el fin al Periodo de Uruk.

Sea cual sea la versión más creíble, ambas presentan cierta falibilidad histórica y geológica. El Pentateuco señala que los únicos sobrevivientes a esta catástrofe, fueron Noé y sus tres hijos: Sem, Cam y Jafet. De los cuales provienen respectivamente el pueblo semita, de Medio Oriente; los camitas del Norte de África y los jafetitas Indo-Europeos.

Una de aquellas tribus semitas eran los hebreos. Los hebreos llegaron a Canaán tras recorrer un largo viaje desde la ciudad de Ur, alrededor del 1700 a.C., liderados por su patriarca Abraham. Abraham es considerado el padre fundador del judaísmo, como religión y como pueblo…

Obviamente, denominar «semitas» a los judíos de forma exclusiva es erróneo, pues según la tradición judía semitas son muchos más pueblos de Oriente Medio, como por ejemplo los árabes…

El Diccionario de la Lengua Española afirma que el uso que los hablantes ha acabado restringiendo la palabra «antisemita» a quien muestra hostilidad, odio, o posee prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia; frente a «semita», que se emplea en referencia a más pueblos, también se utiliza para nombrar a quienes forman de un determinado grupo de lenguas, «lenguas semíticas»…

En Europa aproximadamente la cuarta parte de la población es antisemita. En España quienes odian a los judíos se acercan al 30% que, aunque no sea ningún consuelo y menos una disculpa está lejos de Grecia, el país europeo que más odia a los judíos; nada más y nada menos que el 70% de los griegos es antisemita.

Lo que más llama la atención, lo tremendamente sorprendente es que quienes dicen estar en contra de los judíos, más del 75% nunca han conocido a nadie que sea judío.

Por otro lado, la mayoría de la gente no sabe cuántos son los judíos en el mundo. La gente suele responder que los judíos son entre 500 y 1.000 millones; cuando en realidad no llegan a 15 millones, de los cuales, apenas la mitad viven en el Estado de Irael.

Igualmente, entre las personas antisemitas predominan los que piensan que los judíos son más leales al estado israelí que a la nación en donde viven; los mismos coinciden en afirmar que los judíos tienen demasiado poder e influencia en el mundo y especialmente en el mundo de los negocios, en la economía. También suelen afirmar que son los judíos quienes en realidad controlan al gobierno de los EEUU y la mayoría de las organizaciones internacionales. Lo mismo suelen pensar respecto de los medios de información: que los más influyentes están en manos de judíos.

Otra cuestión importante, importantísima, es generalmente cuando se pregunta acerca del Holocausto, las dos terceras partes reconocen que nunca han oído hablar de él. Pero, a pesar de ello se declaran antijudíos.

Natan Sharanski (Donetsk, 1949), judío ucraniano nacido en la Unión Soviética como Anatólij Borísovič Ščharanskij, conocido disidente, escritor, maestro de ajedrez, activista de derechos humanos y emigrado a Israel, en donde se convirtió en un experto en la diáspora judía y en parlamentario israelí, define cuatro tipos de antisemitismo, simbolizados de manera sencilla y eficaz por cuatro colores: amarillo, marrón, verde y rojo. El Amarillo es el antisemitismo de origen cristiano que tuvo su momento de mayor magnitud en la Edad Media y cuyos vestigios siguen vivos en parte del inconsciente de la sociedad europea. El Marrón es el antisemitismo fascista y nazi que, aun habiendo perdido la fuerza destructora de los años 40, sigue vivo en un sector marginal de la extrema derecha europea. El Verde es el antisemitismo de corte islámico que existe en una parte demasiado importante del mundo musulmán y que ha entrado en Europa a través de la inmigración. Por último, existe el antisemitismo de color Rojo que nació del estalinismo soviético y que hoy se esconde detrás del antisionismo militante progresista que, de todos los pueblos, le niega sólo al judío la legitimidad de un hogar nacional.

Bueno es aclarar que sionista es simplemente una persona que defiende la existencia de Israel como estado.

Tras lo hasta ahora expuesto viene bien que subrayemos que lo más escalofriante es el alto porcentaje de odio antijudío en un país, España, en el que apenas hay judíos: los judíos en España, que no se olvide que posee alrededor de 48 millones de habitantes, apenas son 40.000.

Sin duda, los españoles más antisemitas, los que más odian o detestan a los judíos son los más desinformados. Y, hablando de información, entre los españoles que reconocen tener «antipatía hacia los judíos», sólo un 17% dice que ésta se debe al llamado «conflicto de Oriente Medio». No sucede así en los medios de comunicación, en los que el auge del antisemitismo sí está en función de ese conflicto. Otros motivos alegados por las personas que reconocen que odian o tienen antipatías hacia los judiós son «su religión», «sus costumbres», «su forma de ser», etcétera. Lo que más asombra es que hay quienes afirman tener antipatía hacia los judíos aun sin saber los motivos.

«En encuestas realizadas por la Universidad Complutense de Madrid, un 20% de los escolares se pronunciaron, afirmando que si de ellos dependiera, “echarían a los judíos de España”. En 2008, el Observatorio Escolar de la Convivencia del Ministerio de Educación detectó mediante una encuesta sobre la diversidad que “el 50% de los escolares no compartirían pupitre con un niño o una niña judía”. 

La mayoría de los estudios de opinión concluyen que aquellos que se identifican ideológicamente con el centro-izquierda son quienes muestran mayor rechazo hacia los judíos: un 37,7%, frente al 34% de la extrema derecha. Los datos son no sólo preocupantes, sino alarmantes, o al menos tendentes a crear una alarma. ¿Quiere esto decir que la generación de nuestros hijos tiende a ser más antisemita que la de nuestros padres y abuelos? ¿En qué ha fallado la educación en España, tanto desde el ámbito público como del familiar? 

El odio antijudío no es un fenómeno moderno, viene de tiempos remotos y su metamorfosis ha sido continua. España no está al margen y si el antisemitismo tradicional estuvo basado en la discriminación religiosa contra los judíos por parte de los cristianos, el actual utiliza el conflicto israelí-palestino, la crisis económica y las teorías conspiracionistas del lobby mundial oculto. Junto a ello hay que añadir los mitos sociales del antijudaísmo, lo que proporciona nutriente para ese antisemitismo organizado que se construye como uno de los ejes esenciales de los grupos neonazis y racistas, minoritarios políticamente, pero con capacidad de ejercer agresión. 

El antisemitismo español presente en la izquierda y en la derecha, en el clero, la clase política, las clases populares e incluso entre los escritores, desde Quevedo a Pío Baroja, pasando por Emilia Pardo Bazán, Vicente Risco, Sabino Arana, González Ruano, Ramiro de Maeztu, Blasco Ibáñez, Jardiel Poncela, José María Pemán… Frente a ellos, destaca el filosemitismo de escritores como Pérez Galdós, Aub, Muñoz Molina o Cansinos Assens. El volumen, escrito con solvencia y sencillez, con rigor histórico y exactitud historiográfica, cuenta además con gran número de citas, algunas de ellas sorprendentes, que componen una bibliografía completísima para el estudioso, y que incluye todas las ediciones en español (no sólo de España, también europeas en español) de Los protocolos de los sabios de Sión, detallando sus veintinueve ediciones españolas y las dos europeas (Álvarez Chillida, 2002, pp. 496-497), así como las nueve ediciones castellanas de El judío internacional, obra del magnate del automóvil Henry Ford, quizá el más célebre antisemita estadounidense. Un libro que es una lectura obligada para comprender los prejuicios y odios que la figura del judío, casi como personaje mitológico con frecuencia asociado al anticristo y a la conspiración judeomasónica, despierta entre los sectores más deleznables de la historia española moderna. Desde que publicó su volumen Gonzalo Álvarez Chillida en 2002, la situación no sólo no ha mejorado, sino que podría haber ido incluso a peor. 

Hay que insistir en que lo escalofriante es el alto porcentaje de odio antijudío en un país en el que apenas hay judíos. 

En relación a lo que venimos hablando, de que respecto del antisemitismo España es un país relativamente diferente al resto de Europa, en lo que sí se ha demostrado las últimas semanas que sí lo somos es que hay un amplio número de españoles, encabezados por la izquierda más liberticida, totalitaria que deslegitima la existencia del Estado de Israel, niegan su derecho a existir, como si se pudiese cambiar la historia de los últimos setenta u ochenta años. Esos mismos detractores de Israel emplean unos criterios historicistas y de defensa de derechos humanos que no aplican a otros estados soberanos, por ejemplo con China respecto al Tíbet (invadido de manera ilegal y ocupado desde 1950). 

¿Alguien ha visto reiteradas manifestaciones contra la ocupación de China? ¿Se manifiestan esas mismas personas a favor de Argentina y contra la ocupación británica de las Islas Malvinas? Doble rasero. Hay, por desgracia, territorios en disputa en todos los continentes, recordemos los casos de Kosovo (territorio serbio, y no albanés, durante mil años), el Cáucaso (Abjasia, apoyada por Rusia, le arrebató territorios históricos a Georgia, como también hizo Osetia del Sur), Cachemira, región en disputa entre la India, Pakistán y China desde 1947 —mismo año del inicio de la guerra entre israelíes y palestinos— cuando se retiró el Imperio británico. Cuando en 1981, la colonia británica de Belice se constituyó como Estado soberano y le arrebató territorio legítimo a Guatemala, ¿alguien se manifestó en España por tamaña «ocupación»? Guatemala no reconoció a Belice hasta 1993. Nadie cuestiona la legitimidad de Nueva Zelanda, fundada en 1947 en una colonia británica en la que durante décadas se despojó de territorios a los maoríes, desplazándolos y privándolos de derechos. Más de cien años de injusticia. ¿Alguien ha escuchado hablar del genocidio maorí? Hoy en día sólo el 7% de los neozelandeses son de etnia maorí. Los descendientes de los ingleses y otros europeos jamás les han devuelto sus tierras. ¿Se manifiestan los activistas a favor de ellos? También en 1947, con la caída del Imperio británico, se creó la República Islámica de Pakistán, sobre territorios británicos que eran de la India y cuyo gobierno musulmán expulsó a millones de ciudadanos hinduistas de aquellas tierras. ¿Qué habríapasado si fuesen judíos los ocupantes? Se aceptó y se acepta un Pakistán musulmán, pero no una Palestina judía: Israel. Este cambio de criterio es el que ahoga el disfraz del antisionismo, que en no pocas ocasiones esconde el antisemitismo. Es legítimo defender al pueblo palestino y criticar los abusos israelíes, incluso cuando se producen con fines defensivos. Pero es sospechoso que existan personas que se movilizan por Palestina y jamás lo hagan por el Tíbet, por ejemplo. Cuando el norte de Sudán, islámico en su mayoría, inició una guerra civil contra sus hermanos cristianos del sur de Sudán, cristianos y/o animistas, casi nadie movió un dedo, ni en la Primera Guerra Civil Sudanesa (1955-1972) ni en la Segunda Guerra Civil Sudanesa (1983-2005), una de las más sangrientas de nuestra historia, con casi dos millones de civiles asesinados. ¿Se imagina alguien qué habría ocurrido si los militares sudaneses del norte, auténticos genocidas, hubiesen sido judíos en lugar de musulmanes? ¿Cómo habría reaccionado la opinión pública de Occidente ante ese genocidio? Mejor no pensarlo. En 2005 se llegó a un acuerdo de paz que incluía un referéndum, celebrado en 2011, año en que se constituyó un nuevo estado soberano: Sudán del Sur. Respecto al genocidio de los aborígenes australianos, Europa y Occidente siempre han guardado silencio, pese a que no lograron tener igualdad jurídica en Australia ¡hasta 1967! Aún hoy, en pleno siglo XXI, las comunidades aborígenes de Australia denuncian discriminación social, sin recursos sanitarios y económicos dignos, propios de un país rico, con deficiencias escandalosas en materia de educación, empleo, salud, etcétera. Los índices de pobreza, delincuencia y alcoholismo son altos. Las discriminaciones respecto a los blancos anglosajones protestantes y las distancias económicas son mucho mayores que las que pueden existir entre ciudadanos israelíes judíos, árabes o cristianos. ¿Alguien ha visto manifestaciones a favor de estas minorías u otras?  Es esta diferencia de rasero lo que invita a la sospecha razonable de que, dentro de los grupos antisionistas y de boicot anti-Israel se esconden antisemitas, los mismos judeófobos históricos de siempre. Lo que la historia nos ha enseñado es que el antisemitismo, absolutamente irracional e incomprensible, adopta nuevas formas con el devenir de las sociedades y su evolución.

 La mayor parte de personas que en España posee prejuicios antisemitas, más o menos latentes, más o menos evidentes, no sabe apenas nada o absolutamente nada, o casi nada, de la historia de los judíos, de su cultura y tradiciones. Incluso se da el caso de personas que admiten sin tapujos tener prejuicios antisemitas y admiran al mismo tiempo a personalidades famosas de origen judío — cantantes, músicos, actores, directores, modelos o deportistas— ¡sin saberlo! Es una de las muchas contradicciones del antisemitismo español. 

La idea general en España respecto de los judíos también se basa en la siguiente premisa: el débil tiene razón. Es hasta cierto punto comprensible, pero no es correcto.

Y para terminar, lean algunas reflexiones breves, también imprescindibles para dejar de ser un estúpido racista antijudío:

  • La miseria no es la causa del terrorismo, la yihad islámica no guarda relación con el hambre, la injusticia o la opresión.

La idea de que la miseria es la causa del terrorismo es una simpleza. Hay millones de pobres y, sin embargo, solo existe una ínfima minoría que pone bombas, asesina y siembra el terror entre personas inocentes, y desde un punto de vista moral, es una injuria pretender que cualquier persona pobre es un criminal en potencia.

La furia, la tristeza, el sufrimiento, el sentirse uno de los seres más desgraciados del mundo, pueden ser controlados; cuando no es así ese odio acaba siendo el perfecto pretexto para actuar contra otros.

  • Son muchos, demasiados, los políticos y goberantes que no están interesados en que la gente pase página y perdone, pues el odio es un poderoso explosivo. Los políticos lo promueven y lo manipulan y lo hacen explotar cuando más les conviene. Ellos suelen ser quienes crean, amamantan alimentan a los terroristas, los financian, hasta convertirlos en monstruos incontrolables.
  • El Islam no es una religión de paz, el problema en Oriente Próximo no es la presencia de los judíos. Los musulmanes llevan toda la vida peleándose entre ellos y convirtiendo a quienes ellos consideran infieles por la fuerza; basta con leer un poco de Historia.

Tras la invasión de Hamás, con la entusiasta ayuda y el aplauso casi unánime de la izquierda de Occidente, los terroristas musulmanes están siendo ensalzados hasta tal punto que para muchos son «luchadores por la libertad» y está provocando un aumento del activismo islamista en Europa y en otras partes del mundo. Las imágenes de la matanza del festival rave en el sur de Israel, con alrededor de 300 muertos, divulgadas por doquiera por parte de Hamás, no pretenden tanto sembrar el pánico entre los enemigos como el entusiasmo entre los amigos. Sus destinatarios últimos son los mismos que compraban vídeos de decapitaciones en los bazares de Bagdad durante la guerra de Irak.

  • Para el terrorismo islamista cualquier pretexto es bueno

Benjamín Netanyahu tiene que demostrar que su combate, su contrataque es contra los terroristas, no contra los gazatíes, contra quienes viven en la Franja de Gaza. Cuando la guerra termine, el gobierno israelí debe poner en marcha un programa de reconstrucción y prometer que no estrangular la economía palestina. Pero que nadie se engañe: Aunque judíos y musulmanes pacten tras la terminación del conflicto una paz duradera y un reparto justo del territorio en dos estados, la amenaza yihadista seguirá existiendo, desgraciadamente, pues los terroristas acabarán encontrando nuevos pretextos para para actuar. persistiría. Siempre encontrarán alguna «causa justa», alguna «razón» para seguir sembrnado la ignorancia, el miedo, el odio… y la violencia como el último 7 de octubre.

Ojalá me equivoque.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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