CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
«Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antiguamente hablaban sólos en el bar junto a un vaso de vino y no dañaban a la comunidad. Cuando se les ocurría alzar la voz ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas». Umberto Eco
“En España hay siete clases de españoles… sí, como los siete pecados capitales:
1) los que no saben;
2) los que no quieren saber;
3) los que odian el saber;
4) los que sufren por no saber;
5) los que aparentan que saben;
6) los que triunfan sin saber, y
7) los que viven gracias a que los demás no saben.
Estos últimos se llaman a sí mismos “políticos” y a veces hasta “intelectuales”. Pío Baroja.
Aprovecho, nuevamente, para recomendar la lectura de su trilogía “La lucha por la vida”, escrita en la primera década del siglo XX, especialmente a las víctimas de las diversas leyes educativas “progresistas”.
En estos tiempos de incertidumbre, de inquietud, de miedo debido a que salvo que alguien le ponga remedio España camina hacia el desastre e incluso es posible que estemos ya en el principio de un camino sin retorno hacia el suicidio colectivo como nación; han aparecido por doquier «expertos constitucionalistas» que hablan ex cátedra en los periódicos diarios, tanto digitales como de papel, en las radios, en las televisiones, y por supuesto en las redes sociales acerca de todo lo concerniente al proceso mediante el cual el Congreso de los Diputados ha de investir al nuevo presidente del Gobierno de España.
Ninguno de ellos se arredra, ninguno se achanta, ninguno se echa para atrás, todos se atreven con lo que se les eche, al parecer todos o casi todos han perdido el temor a hacer el ridículo, claro que, algunos han nacido con ciencia infusa… da igual el matiz sobre el que se les pregunte, todos ellos participan de la idea de que «su opinión es tan respetable e importante como la de cualquiera”, “todos están en el convencimiento de poseer derecho a opinar, sobre lo divino y sobre lo humano…”, y, ¡Ay de aquel que se le ocurra contradecirlos! La lluvia de improperios que le puede caer es tal que, mejor abstenerse de decirles que en muchas ocasiones, como en el momento actual, no tienen ni pajolera idea de lo que osan hablar y pontificar.
La legión de «todólogos» que da su opinión sobre las elecciones generales, sobre la normativa electoral, sobre las facultades que la Constitución Española de1978 le otorga al Rey de España y particularmente en lo que concierne a la potestad de Su Majestad para proponer al Congreso la persona que él considere más capacitada para presidir el Gobierno de España, y un largo etc. demuestra día tras día que no conocen la Constitución ni ninguna de las leyes acerca de las que tienen el atrevimiento de opinar.
Claro que, esta gentuza, estos furcios y furcias, saben qué ganado pastorean, saben a qué tipo de personas se dirigen, saben que los receptores de sus «opiniones» son tan mediocres o analfabetos como ellos. Es más, la mayoría de ellos, siendo víctimas de las «leyes educativas igualitaristas-progresistas», participan de la idea de que toda la gente es digna de opinar aunque no tenga ni la más remota idea de qué va el asunto, el caso es “ejercer su derecho”, y como bien se sabe, en España, en este momento derecho es sinónimo deseo. Da igual la condición del individuo, si es muy inteligente o no, da igual su cociente intelectual, su formación académica, sus años de estudios, su experiencia profesional, o su experiencia vital, toda la gente tiene algo que decir, y, como repiten sin cesar, «sus opiniones son tan respetables como las de cualquiera».
No obstante, como supongo que aún queda algún que otro «politólogo», opinador, trovador, etc. al que le queda cierto temor a hacer el ridículo si se encuentra a alguien que realmente sepa de qué se está hablando; les recomiendo que, para la próxima ocasión que se vean en la situación de tener que «opinar» antes traten de informarse acerca de cuestiones elementales como las que siguen, salvo que ya se hayan convertido en verdaderos «sinvergüenzas» y no quede en ellos el más mínimo resto de pudor o de recato. Ahí va, de todos modos, estoy seguro de que habrá a quienes les sirva de provecho:
Así que ¿Todas las opiniones son igualmente respetables?
Como se dice, también ahora, ¡Va a ser que no”!
¿No es de insensatos tener en cuenta opiniones disparatadas, de gente que lo ignora todo o casi todo de determinados asuntos? ¿Se pondría usted en manos de un cirujano ciego, por muy buena voluntad que éste tuviera?
¿No es al fin y al cabo una absoluta necedad considerar que, si algo es aceptado por la mayoría, aunque sea una sandez, hay que “respetarlo” pues es la voluntad de la mayoría, y cuando la mayoría piensa así, por algo será…?
¿No es también otra absoluta insensatez, pensar que hay que acatar la voluntad de la mayoría de la comunidad, cuando esa mayoría considera que algo es veraz, por no haberse aún podido demostrar lo contrario? (Falacia ad ignorantiam)
Podría seguir poniendo cientos, miles de ejemplos hasta aburrir, de lo que predomina en los medios de información, pero no es mi intención; si lo es por el contrario, llamar la atención acerca de que ya va siendo hora de dejarse de pamplinas y empezar por decir que no solo no son respetable algunas opiniones, sino absolutamente detestables; también es momento de ponerse manos a la obra e impedir que siga habiendo mediocres, indocumentados y analfabetos en puestos de dirección, en ámbitos en los que se toman decisiones demasiado importantes para nuestras vidas entre los cuales predomina el embuste, la ocultación de información, las medias verdades; en suma, la impostura.
Y ya, para terminar, aunque alguien piense que no viene a cuento me voy a permitir una última pregunta para todo aquel que esté dispuesto a oír, incluyendo a Su Majestad, Don Felipe VI:
¿Cabe mayor insensatez que el que las pruebas de selección de personal de cualquier ámbito de la Administración del Estado sean decididas, desde el temario hasta los exámenes, por parte de gente que no reúne condiciones para presentarse a tal oposición, o más todavía, por gente sin experiencia profesional ni vital, que nunca sería contratada en la empresa privada debido a su nula o casi nula cualificación?
Respecto de todo lo que vengo hablando, trata un libro publicado en 2018, en español, que lleva por título “Contra la democracia” y cuyo autor es Jason Brennan, recomiendo su lectura a todos los opinadores, trovadores, aduladores de los diversos medios de información, también a los pocos «políticos» decentes que todavía quedan en los partidos y por supuesto a Don Felipe VI y a sus más cercanos colaboradores y asesores. El autor del libro nos recuerda entre otras muchas cuestiones que «no importa el color del gato sino que sea capaz de cazar ratones».
Pues, «eso».
Generalmente, se da por sentado que la democracia es la única forma justa de gobierno y creemos que es honesto y de sentido común que todos tengamos derecho a voto. El libro de Brennan pretende demostrar que la realidad es muy diferente. Por supuesto, Brennan afirma que los países con democracia liberal suelen ser los más prósperos, los que más respetan los derechos y las libertades, los mejores para vivir; lo deja muy claro para que no haya lugar a equívocos. Pero lo que se le atraganta a este filósofo y «politólogo» estadounidense es ese ciego triunfalismo con el que, casi como si de una religión ser tratara, se celebra la democracia como el sistema más perfecto que pueda existir.
El problema de la democracia, tal como afirma Brennan son los votantes. O, más exactamente, los votantes desinformados. Son multitud los estudios revelan que son la mayoría y que muchos muestran una ignorancia extrema en cuestiones políticas. Y pese a ello, su voto vale lo mismo que el de una persona que conoce a fondo la situación real de su país. A Brennan –y no solo a él- eso le parece profundamente injusto, sobre todo porque los desaciertos, los errores que salen de las urnas acaban teniendo gravísimas consecuencias, acaban acarreando graves perjuicios para gente que no se lo merece. Para subsanar ese problema propone experimentar la meritocracia (él la denomina “epistocracia”), un sistema en el que los ciudadanos más competentes e informados posean más capacidad de decisión, de gestión, en suma, más poder político.
Brennan considera que el modelo actual de democracia liberal debe ser sustituido por una meritocracia; un gobierno regido por una élite de profesionales que demuestren estar cualificados, en posesión de un alto conocimiento de las materias que verdaderamente afectan al progreso de un pueblo.
Brennan insiste especialmente en que, se debe evitar por todos los medios que el gobierno democrático caiga en manos de personas que sólo fomentan la ignorancia, la irracionalidad o la simple inmoralidad. (Alguno habrá que recuerde que este dilema que ya fue abordado por Aristóteles, hace más de 2500 años).
Otro asunto importantísimo, del que también nos habla Brennan, es el de que el interés por la política no suele hacer mejor a la gente, sino que en muchos casos, incluso aunque estén bien informados, los convierte en ‘hooligans’ que, con su comportamiento lo último que hace es mejorar la sociedad en la que viven y su propia vida.
En la política abundan los fanáticos, a la manera de los seguidores de los equipos de fútbol. Jason Brennan nos alerta en su libro, «Contra la democracia», del ruido y de la furia que empieza a surgir de esa masa de votantes cuya politización ‒o en otras palabras, su extremismo de hooligans‒ alcanza la misma intensidad que su ignorancia. Una ignorancia que, en demasiados casos, no depende tanto de la incultura como de la voluntad de no saber, de su “ignorancia voluntaria”.
¿Qué origina ese nuevo perfil de activistas empeñados en dibujar el mundo a fuerza de consignas y desprecio al contrario? Como explica el propio Brennan, no se trata de un problema nuevo, y de hecho, grandes pensadores del pasado se preocuparon por esa politización de quien no comprende la política. Sucede que, en la actualidad, los nuevos medios de información -de manipulación de masas- canalizan mucho mejor la pólvora partidista, y unos clics rápidos en los hipervínculos adecuados ‒o un desplazamiento por las redes sociales‒ funcionan como el perfecto catalizador de la ira.
Obviamente, este asunto va mucho más allá de la contienda que se produce online. Los beneficios informativos que uno recibe de internet no son pocos, y sería demasiado simplista aislar el problema en las noticias falsas de Facebook o en los tuits de los manipuladores profesionales. En realidad, como se encarga de explicar Brennan, la clave es que nos afectan varios sesgos cognitivos ‒el de confirmación, el de disconformidad, el motivado, el intergrupal, el de disponibilidad o el de actitud previa, por no hablar de la presión social y la autoridad‒. Y el conjunto de esos sesgos, fatalmente combinados, nos lleva a rechazar evidencias o argumentaciones, a mantener creencias reconfortantes y a demonizar a quienes, simplemente, no pertenecen a nuestra tribu política.
Teniendo en cuenta lo poco, o nada, que saben los votantes ‒nos dice Brennan‒ y lo mal que procesan la información, no es sorprendente que las democracias opten a menudo por malas políticas. Pero teniendo en cuenta, también, lo poco que saben los votantes y lo mal que procesan la información, es sorprendente que las democracias no funcionen aún peor de como lo hacen.
En este apasionante y perturbador estudio del proceso político y de las relaciones del electorado con los partidos, Jason Brennan nos plantea las consecuencias que surgen de la irresponsabilidad los votantes.
Llegados a este punto, Brennan insiste especialmente en que la democracia es un sistema que no ha de medirse por su valor intrínseco, sino por sus resultados: teniendo en cuenta si la democracia es eficaz y justa, pues de ello dependen nada menos que nuestra libertad y nuestro bienestar.
Cualquier grupo social que esté en sus cabales, cuyos miembros no estén embrutecidos o encanallados, procura evitar que la gente viva inmersa en continuos sobresaltos, busca la manera de que quienes la integran se sientan miembros de una sociedad estable, perdurable, próspera; y para que eso sea posible es imprescindible que existan “absolutos”, sí, asideros incuestionables.
Si antes afirmaba la necesidad de “absolutos/incuestionables”, es porque si no es “así” tendremos que aceptar que la mayoría puede hacer lo que le dé la gana, y por lo tanto cualquier cosa que hace/decide la mayoría es buena porque “son la mayoría”, siendo pues éste el único criterio de lo bueno o lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto. Una democracia con “absolutos/incuestionables” solo debe permitir que la soberanía de la mayoría se aplique exclusivamente, a detalles menores, como la selección de determinadas personas. Nunca debe consentirse que la mayoría tenga capacidad de decidir sobre los principios básicos sobre los que ya existe un consenso generalizado y que a nada conduce estar constantemente poniéndolos a debate y refrendo… La mayoría no debe poseer capacidad de solicitar, y menos de conseguir, que se infrinjan los derechos individuales.
Para evitar males mayores de los que ya conocemos, y de los cuales se ha venido hablando en este texto, Brennan propone que se ponga en marcha algún procedimiento para que los ignorantes no puedan decidir irresponsablemente, con sus votos y nos impongan disparates y crueldades, incluso llega a afirmar que quienes voten, como quienes sean susceptibles de ser elegidos, pasen previamente un examen de actitud…
En el libro de Jason Brennan, incluso se insinúa que, mejor sería que se realizara un sorteo para elegir a los gobernantes, pues, aparte de ser más barato que los actuales procesos electorales, posiblemente nos aseguraría la elección de mejores gestores, administradores de nuestros dineros…
Y, ya para terminar: decía el personaje de la película Forrest Gump que, “tonto es el que hace y dice tonterías”, evidentemente nadie puede decir de esa agua no beberé, por muy alerta que uno esté; pero lo que sí está claro es que, si alguien tiene la osadía de opinar, hacer juicios sobre algo que desconoce, o casi, el riesgo de decir insensateces es muy grande, así que en esos casos es mejor dejar que hablen quienes sepan, y esperar a tener suficiente información del asunto de que se trate…
¡Ahí queda eso!
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