Por David de Caixal : Historiador Militar. Director del Área de Seguridad y Defensa de INISEG. Director del Máster de Historia Militar de INISEG / Universidad Pegaso. Director del Grupo de Investigación del CIIA (Centro Internacional de Investigación Avanzada en Seguridad y Defensa de INISEG-Universidad Pegaso. Membership in support of the AUSA (Association of the United States Army) Miembro asesor de la Sección de Derecho Militar y Seguridad del ICAM (Ilustre Colegio de Abogados de Madrid). Miembro del Grupo de Investigación de INISEG y “The University and Agency Partnership Program » (UAPP) proyecto universitario para la difusión de la Cultura de la Defensa de Estados Unidos.
Desafíos a la desmilitarización de la posguerra
Los acuerdos de la Conferencia de Yalta, a la que concurrieron el presidente norteamericano Franklin Roosevelt, el primer ministro británico Winston Churchill, y el líder soviético Joseph Stalin, fueron claves para definir el balance de poder en Europa durante el período de la postguerra. Sin embargo, hacia el final de la guerra, Stalin estimaba que eran escasas las probabilidades de un frente anglo-norteamericano contra la Unión Soviética. Al final de la guerra, Stalin supuso que el bando capitalista retomaría su rivalidad interna sobre colonias y comercio, y que recién en una fecha posterior se dedicaría a actividades expansionistas, en vez de representar una amenaza para la URSS. Stalin pensaba que Estados Unidos cedería ante la presión popular doméstica para una desmilitarización postguerra. Los asesores económicos soviéticos tales como Eugen Varga predecían que Estados Unidos recortaría sus gastos militares, y por lo tanto padecería de una crisis de sobreproducción, que culminaría en otra gran depresión. Basándose en el análisis de Varga, Stalin supuso que Estados Unidos les ofrecería a los soviéticos ayuda para la reconstrucción postguerra, dada su necesidad de encontrar un destino para sus inversiones masivas de capital y así poder mantener la producción industrial del período de la guerra que le había permitido a Estados Unidos salir de la Gran Depresión. Sin embargo, para gran sorpresa de los líderes soviéticos, los Estados Unidos no sufrieron una crisis severa de sobreproducción en la postguerra. En contra de lo que Stalin había supuesto, las inversiones de capital en la industria continuaron manteniendo aproximadamente los mismos niveles de gasto gubernamental.
En Estados Unidos, fue difícil regresar a la economía anterior a la guerra. Si bien la cantidad de tropas en Estados Unidos se redujo a una pequeña fracción de la cantidad existente durante la guerra, no se eliminó el complejo militar-industrial norteamericano que fue creado durante la Segunda Guerra Mundial. Existían fuertes presiones para «regresar a la normalidad«. El Congreso quería regresar a presupuestos pequeños y equilibrados, y las familias pedían que los soldados regresaran a sus hogares. La principal preocupación del gobierno de Truman era el bajón postguerra, y la siguiente eran las consecuencias inflacionarias de un incremento en la demanda de bienes y servicios. La G.I. Bill, aprobada en 1944, fue una respuesta a este problema: subsidiar a los veteranos para que completaran su educación en vez de inundar el mercado laboral y probablemente disparar la tasa de desempleo. Finalmente, el gobierno de postguerra de Estados Unidos guardaba un gran parecido con el gobierno en tiempos de la guerra, con grandes gastos en las fuerzas armadas —junto con las industrias militares y de seguridad. El bajón capitalista postguerra predicho por Stalin fue evitado mediante la gestión doméstica del gobierno, combinada con el éxito en promover el comercio internacional y las relaciones monetarias.
Visiones antagónicas sobre la reconstrucción de la posguerra
Había diferencias fundamentales entre las visiones de Estados Unidos y de la Unión Soviética, entre los ideales del capitalismo y el comunismo. Estas diferencias habían sido simplificadas y refinadas en ideologías nacionales para representar dos formas de vida, cada una de ellas avalada en 1945 por desastres anteriores a la guerra. Modelos antagónicos de autarquía versus exportaciones, y de planificación estatal versus iniciativa privada, iban a servir de base para la confrontación del mundo en los años de la postguerra. Los líderes norteamericanos siguiendo los principios de la Carta del Atlántico, tenían la esperanza de modelar el mundo posterior a la guerra abriendo los mercados mundiales al comercio internacional. Los analistas del gobierno eventualmente llegaron a la conclusión que era esencial para mantener la prosperidad en Estados Unidos, reconstruir una Europa Occidental capitalista que pudiera servir nuevamente como punto importante de referencia en el debate de los temas del mundo. La Segunda Guerra Mundial destruyó gran cantidad de infraestructura y población en Eurasia de la cual prácticamente no se libró ningún país. Estados Unidos fue la única potencia industrial del mundo que emergió intacta, y hasta revitalizada desde un punto de vista económico. Como la mayor potencia industrial de mundo, y como uno de los pocos países físicamente intactos por la guerra, los Estados Unidos se beneficiarían de abrir todo el mundo al libre comercio. Estados Unidos tendría un mercado global para sus exportaciones, y tendría acceso irrestricto a materias primas vitales. Determinados a evitar otra catástrofe económica como la de la década de 1930, los líderes de Estados Unidos consideraban que el establecimiento del orden de postguerra era una forma de asegurar la prosperidad de Estados Unidos. Dicha Europa necesitaba de una Alemania sana. Estados Unidos en la postguerra era una potencia económica que producía el 50% de la producción mundial de bienes industriales y un poderío militar sin rival con un monopolio de la nueva bomba atómica. También era preciso desarrollar nuevas agencias internacionales: el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que fueron creados para asegurar una economía abierta, capitalista e internacional. La Unión Soviética decidió no formar parte de los mismos. La visión norteamericana del mundo de la postguerra chocaba con los objetivos de los líderes soviéticos, quienes, también estaban motivados a definir la Europa de la postguerra. Desde 1924 la Unión Soviética, había asignado una mayor prioridad a su propia seguridad y desarrollo interno que a la visión de Leon Trotsky de una revolución mundial. Por lo tanto, antes de la guerra Stalin había sido proclive a establecer relaciones con gobiernos no comunistas que reconocieran la dominación soviética sobre su zona de influencia y ofrecer tratados de no agresión.
Creación del Bloque del Este
Luego de la guerra, Stalin buscó asegurar la frontera occidental de la Unión Soviética instalando una serie de regímenes dominados por el comunismo bajo influencia soviética en los países fronterizos. Durante y en los años inmediatamente posteriores a la guerra, la Unión Soviética anexó varios países con el estatus de Repúblicas Socialistas Soviéticas (RSS) a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Muchos de ellos eran países que originalmente le habían sido cedidos por la Alemania Nazi en el pacto Mólotov-Ribbentrop, antes de que Alemania invadiera la Unión Soviética. Posteriormente la Unión Soviética anexó los territorios del este de Polonia (incorporados en dos RSSs diferentes), Letonia (que pasó a ser la RSS de Letonia),Estonia (que pasó a ser la RSS de Estonia),Lituania (que pasó a ser la RSS de Lituania), parte este de Finlandia (RSS Carelo-Finesa, y anexada a la RSS de Rusia) y el norte de Rumania (que pasó a ser la RSS de Moldavia).
Otros estados fueron convertidos en estados satélites soviéticos, tales como Alemania Oriental, la República Popular de Polonia, la República Popular de Hungría, la República Socialista de Checoslovaquia, la República Popular de Rumania y la República Popular de Albania, que en la década de 1960 se alejó de Unión Soviética y se alineó con la República Popular de China. La característica distintiva del comunismo estalinista que se implementó en los estados del Bloque del Este fue la simbiosis del estado con la sociedad y la economía, lo que produjo que la política y la economía dejaran de ser esferas autónomas y distinguibles. Inicialmente, Stalin impuso sistemas que rechazaban las características institucionales Occidentales de economía de mercado, gobierno democrático (denominado «democracia burguesa» en la jerga soviética) y el imperio de la ley subduing discretional intervention by the state. Ellos eran comunistas desde un punto de vista económico y dependían de la Unión Soviética para abastecerse de una gran cantidad de materiales. Durante los primeros cinco años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se produjo una emigración masiva desde estos estados hacia el occidente, las restricciones que se implementaron posteriormente detuvieron en gran medida la emigración del Este al Oeste, excepto aquella realizada bajo acuerdos bilaterales limitados.
Traición occidental
La traición occidental, también denominada traición de Yalta, fue la política externa aplicada por varios países occidentales entre 1919 y 1968 concerniente a Europa del Este y Central. Estas políticas violaron los pactos y acuerdos de los Aliados llevados a cabo durante el periodo que se extiende desde la firma del Tratado de Versalles y la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra Fría.
La percepción de «traición» surge porque los Aliados Occidentales promovían la democracia y el derecho a la autodeterminación mediante la firma de pactos y la formación de alianzas militares antes y durante la Segunda Guerra Mundial, pero más tarde abandonaron aparentemente estos pactos, ya que, por ejemplo, aceptaron que la Alemania nazi se anexase sectores de Checoslovaquia (Acuerdos de Múnich) y abandonaron a sus aliados polacos durante la Invasión de Polonia de 1939 y durante el Alzamiento de Varsovia en 1944. Las potencias occidentales, además, firmaron el acuerdo de Yalta y después de la Segunda Guerra Mundial hicieron nada o muy poco para evitar que estos estados cayeran bajo la influencia y el control del comunismo soviético. Además, cuando estalló la Revolución húngara de 1956, Hungría no recibió apoyo moral ni militar de las potencias occidentales durante el alzamiento, el cual finalmente fue reprimido por las Fuerzas Armadas Soviéticas.En 1968 se repitió el mismo escenario, cuando el ejército del Pacto de Varsovia[1] liderado por la Unión Soviética invadió la República Socialista de Checoslovaquia para reprimir los cambios introducidos durante la Primavera de Praga en el sistema gobernante comunista. Con respecto a la Conferencia de Yalta y sus consecuencias, algunos historiadores discuten el concepto de «traición occidental«, bajo el pobre argumento de que el primer ministro británico Winston Churchill y el Presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt no tenían más opción que aceptar las demandas que su aliado, el gobernante soviético Iósif Stalin, pronunció en la Conferencia de Teherán y más tarde en Yalta. Sin embargo, existieron algunos juicios erróneos concernientes al poder de la Unión Soviética sobre las potencias occidentales, de manera muy similar al caso de la Alemania nazi una década antes.
Los defensores de Yalta suelen apoyar la idea de que Yalta fue realmente una traición por parte de los países de Europa Central y del Este sin considerar la suerte de Polonia. Las fuerzas polacas habían combatido contra los alemanes durante más tiempo que cualquier otro país desde el principio de la guerra. Pelearon junto a las tropas de los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética en la mayoría de las campañas importantes en Europa, incluyendo la Batalla de Berlín. En la etapa final de la guerra, las tropas polacas de todos los frentes europeos, excluyendo el Armia Krajowa, sumaban más de seiscientos mil soldados (entre infantería, tropas armadas, fuerza aérea y marina). Estas cifras convirtieron a las Fuerzas Armadas de Polonia en la cuarta más numerosa, después de la Unión Soviética, los Estados Unidos y Gran Bretaña. El gobierno de Polonia en el exilio fue un aliado oficial de los Estados Unidos y de Gran Bretaña. Pese a todo esto, Roosevelt no evitó la instalación de un gobierno comunista en Polonia. Otros historiadores sugieren que Churchill no urgió a Roosevelt para que continuase con la acción militar en Europa, pero en contra de la Unión Soviética, para evitar que la URSS extendiese su control más allá de sus fronteras. Roosevelt confiaba ciegamente en la seguridad de Stalin y se negó a hacer caso de la aparente sugerencia de Churchill para asegurar la libertad de toda la Europa no soviética. Sin el apoyo de los Estados Unidos, el Reino Unido, cuya fortaleza estaba muy desgastada tras seis años de guerra, fue incapaz de hacer algo en apoyo de las repúblicas de Europa Oriental. Incluso sin el apoyo norteamericano, la ejecución de las acciones en contra de la Unión Soviética habría sido altamente incierta. No obstante se debe recordar el apoyo de Churchil a los soviéticos incluso en desmedro de sus fuerzas armadas en Extremo Oriente, por lo que esta visión es poco plausible.
Inicio de la posguerra y el inicio de la Guerra Fría
Al igual que Moisés, Franklin D. Roosevelt vio la Tierra Prometida, pero no le fue concedido alcanzarla. Cuando murió, los ejércitos aliados habían penetrado en Alemania y la batalla de Okinawa[2], preludio de la prevista invasión aliada de Japón, acababa de empezar. La muerte de Roosevelt el 12 de abril de 1945 no fue inesperada. En enero, su médico, preocupado por las fuertes variaciones en la tensión sanguínea de su paciente, había afirmado que el presidente sólo sobreviviría si evitaba toda preocupación. Dadas las presiones de la presidencia, aquella valoración equivalía a una sentencia de muerte. Durante un momento de locura, Hitler y Goebbels, atrapados en el Berlín sitiado, se engañaron a sí mismos pensando que iban a ser testigos de una repetición de lo que los libros de historia alemanes describen como el milagro de la casa de Brandenburgo: durante la guerra de los Siete Años, cuando los ejércitos rusos estaban a las puertas de Berlín, Federico el Grande se salvó por la muerte repentina del monarca ruso y la ascensión al trono de un zar favorable a Prusia. Pero la historia no se repitió en 1945. Los crímenes nazis habían forjado al menos un propósito aliado común e inamovible: eliminar la plaga del nazismo. La caída de la Alemania nazi y la necesidad de cubrir el vacío de poder resultante condujo a la desintegración de la alianza. Los objetivos de los aliados eran diferentes. Churchill deseaba evitar que la Unión Soviética dominara Europa central. Stalin quería ser recompensado con territorios por las victorias militares soviéticas y el sufrimiento del pueblo ruso. El nuevo presidente norteamericano, Harry S. Truman, luchó inicialmente por defender el legado de Roosevelt y mantener unida la alianza. Pero al final de su primer mandato, todo vestigio de armonía había desaparecido. Estados Unidos y la Unión Soviética, los dos gigantes de la periferia, estaban ahora frente a frente en el mismo corazón de Europa. Truman se encontró presidiendo el comienzo de la guerra fría y el desarrollo de la política de contención que acabaría ganando esa guerra. Llevó a EE UU a su primera alianza militar en tiempo de paz. Bajo su dirección, el concepto de los “cuatro gendarmes” de Roosevelt fue sustituido por un conjunto de coaliciones sin precedente que serían el eje de la política exterior estadounidense durante 40 años. Este hombre sencillo del medio Oeste, que abrazaba la fe norteamericana en la universalidad de sus valores, animó a los enemigos derrotados a entrar de nuevo en la sociedad de naciones democráticas. Patrocinó el plan Marshall[3] y otros programas a través de los cuales EE UU dedicó recursos y tecnología a la recuperación y desarrollo de sociedades lejanas. El sueño de Roosevelt de los “cuatro gendarmes” acabó en la conferencia de Potsdam, celebrada entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945. Los tres líderes se reunieron en el Cecilienhof, una casa de campo de estilo inglés situada en un gran parque, que había sido la residencia del último príncipe heredero alemán. Se escogió Potsdam porque estaba en la zona de ocupación soviética, era accesible por tren (Stalin odiaba volar) y podía ser protegida por fuerzas de seguridad soviéticas.
A Truman no le resultaba nada sencillo mimar a las personas, especialmente a los comunistas. No obstante, realizó un intento heroico. Inicialmente apreció el estilo lacónico de Stalin más que la elocuencia de Churchill. Como escribió a su madre “Churchill habla todo el tiempo y Stalin sólo gruñe, pero sabes lo que quiere decir”. En una cena privada el 21 de julio, Truman puso toda la carne en el asador y más tarde confió a Davies: “(…) quería convencerle de que somos sinceros y estamos interesados en la paz y en un mundo decente y de que no tenemos propósitos hostiles contra ellos; que no queremos nada para nosotros, salvo seguridad para nuestro país y paz con amistad y buena vecindad y que nuestro trabajo es conseguir eso. Insistí mucho y me parece que me creyó. He sido totalmente sincero”. Desgraciadamente, Stalin no tenía un marco de referencia para interlocutores que proclamaban su actitud desinteresada ante las cuestiones a que se enfrentaban. Los líderes que asistieron a la conferencia de Potsdam trataron de evitar los problemas de organización con los que se vio abrumada la conferencia de Versalles. En lugar de empantanarse en detalles y trabajar presionados por la falta de tiempo, Truman, Churchill y Stalin se limitaron a principios generales. Después, sus ministros de Asuntos Exteriores elaborarían los detalles de los acuerdos de paz con las potencias del Eje derrotadas y sus aliados. Incluso con esa restricción, la conferencia tenía un amplio programa, que incluía el pago de reparaciones, el futuro de Alemania y la situación de sus aliados: Italia, Bulgaria, Hungría, Rumania o Finlandia. Stalin amplió esa lista al presentar el catálogo de demandas que Molotov había remitido a Hitler en 1940 y reiterado a Eden un año después. Entre estas demandas figuraba la mejora del tránsito ruso a través de los estrechos, una base militar soviética en el Bósforo y una parte de las colonias italianas. Habría sido imposible que unos jefes de gobierno tan ocupados cumplieran un programa de tal magnitud en un período de dos semanas. La conferencia de Potsdam se convirtió rápidamente en un diálogo de sordos. Stalin insistió en consolidar su esfera de influencia. Truman, y en menor medida Churchill, pidieron la reivindicación de sus principios. Stalin intentó obtener el reconocimiento occidental de los gobiernos impuestos por los soviéticos en Bulgaria y Rumania a cambio del reconocimiento soviético de Italia. Entretanto, Stalin insistió en obstaculizar la petición de las democracias para que hubiera elecciones libres en la Europa del Este. Durante la guerra, los soviéticos sospechaban que británicos y estadounidenses habían optado por dejar a los rusos el grueso del esfuerzo bélico, y que forjarían una unión contra los soviéticos Operación Impensable una vez que la guerra estuviera decidida a favor de los aliados, para forzar a la URSS a firmar un tratado de paz ventajoso para los intereses occidentales. Estas sospechas minaron las relaciones entre los aliados durante la II Guerra Mundial. Los aliados no estaban de acuerdo en cómo deberían dibujarse las fronteras europeas tras la guerra. El modelo estadounidense de «estabilidad» se basaba en la instauración de gobiernos y mercados económicos parecidos al estadounidense (capitalista), y la creencia de que los países así gobernados acudirían a organizaciones internacionales (como la entonces futura ONU) para arreglar sus diferencias. Sin embargo, los soviéticos creían que la estabilidad habría de basarse en la integridad de las propias fronteras de la Unión Soviética.
Este razonamiento nace de la experiencia histórica de los rusos, que habían sido invadidos desde el Oeste durante los últimos 150 años. El daño sin precedentes infligido a la URSS durante la invasión nazi (alrededor de 27 millones de muertos y una destrucción generalizada y casi total del territorio invadido) conminó a los líderes moscovitas a asegurarse de que el nuevo orden europeo posibilitara la existencia a largo plazo del régimen soviético, y que este objetivo solo podría conseguirse mediante la eliminación de cualquier gobierno hostil a lo largo de la frontera occidental soviética, y el control directo o indirecto de los países limítrofes a esta frontera, para evitar la aparición de fuerzas hostiles en estos países. A tan sólo unos días después de la rendición alemana, el 12 de mayo de 1945, el premier inglés Winston Churchill telegrafiaba al Presidente Truman en forma premonitoria. “Me preocupa seriamente la situación en Europa. Siempre he trabajado en pro de la amistad con los soviéticos. Pero me siento un poco intranquilo, al igual que usted. Ha caído un telón de acero sobre Europa y no sabemos lo que ocurre al otro lado. Parece ser realidad que el territorio situado detrás de la línea Lübeck, Trieste y Corfú, pronto caerá completamente en sus manos. Si ellos lo desean podrán alcanzar en poco tiempo el litoral del mar del Norte y del Océano Atlántico” En una reunión extraoficial en Missouri a principios de 1946, relevado ya de su cargo político, Churchill insistió en sus posturas “Desde Stettin hasta Trieste ha bajado un telón de acero sobre el continente europeo” “Al otro lado se encuentran capitales de estado del centro y del este de Europa, como Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Bucarest, Belgrado y Sofía, así como otras muchas ciudades, que han caído bajo la influencia de la esfera soviética y de que una manera u otra están sometidas a la presión de estos ejércitos”. El 12 de marzo de 1947. El 12 de marzo de 1947, los EEUU elaboran a modo de respuesta al análisis inglés la “Doctrina Truman” que en sus propias palabras especifico el Presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman: “Últimamente y en una serie de países, se han instalado regímenes totalitarios en contra de la voluntad de sus respectivos pueblos. El Gobierno de EEUU viene protestando continuamente contra estos actos de fuerza e intimidación que vulneran los acuerdos tomados en Yalta, relativos entre otros a Polonia, Rumania y Bulgaria. También se ha producido idéntica situación en una serie de naciones. (Una de esas formas se basa en la voluntad de la mayoría, y se distingue por sus instituciones y garantías personales de libertad de expresión y de libertad religiosa. La otra se basa en el poder de la minoría que domina a la mayoría. Para ello se apoya en el terror y la opresión; controla la prensa y la radio, e incluso avasalla las libertades personales del individuo) Estoy convencido de que los pueblos libres debemos acudir en ayuda de los sojuzgados, a fin de que ellos puedan ejercer su derecho soberano a elegir su propia forma de gobierno. Tengo asimismo la certeza, que hemos de prestar nuestra colaboración con medios económicos y financieros para que ellos puedan ejercer el gobierno en forma ordenada políticamente”
Estas líneas escritas por el Presidente Truman, en las que hemos podido analizar y constatar que la alianza contra Hitler se había destruido en menos de una año anunciándonos el inicio de un enfrentamiento entre los aliados, aunque sin llegar al plano bélico directo entre ambos. Sugiriendo lo que el periodista norteamericano Herbert Swope dijo en 1947 denominado este conflicto como la “Guerra Fría” También me gustaría constatar las ideas o pensamientos que nos detalla en estas líneas el analista español Julio Pecharromán: “Durante la Guerra Fría se creará un sistema bipolar rígido basado en dos esferas de influencia: la soviética y la norteamericana, esta última con el apoyo de dos potencias debilitadas: Francia y Gran Bretaña, con una tensión permanente entre ambas, motivada por la búsqueda de un equilibrio estratégico; una (política de riesgo calculado” destinada a contener los avances del enemigo y disuadirlo de cualquier paso tendiente a potenciar un conflicto de carácter mundial y, finalmente asignada a la ONU el papel de foro de discusión entre los bloques, último recurso frente a la crisis y, a la vez, escenario de la propaganda de los adversarios” Con ello veremos que en el contexto histórico en el que nos encontramos, analizando esta década de la historia mundial, veremos el transcurrir de una serie de hechos que irán poniendo al hombre en una situación única en el desarrollo de la humanidad: la posibilidad de la autodestrucción del planeta, e irá delimitando y marcando las líneas de unos caracteres que contextualizan los desarrollos históricos de una época que nos toca analizar. Concretamente veremos desarrollarse una breve pero inquietante crisis en la milenaria Persia-actual Irán- entre 1945 y 1947, una sangrienta guerra civil en Grecia entre 1946 y 1949, la consolidación de los bloques que hegemonizan por casi medio siglo al mundo, donde veremos la aparición del surgimiento de un nuevo conflicto en Berlín que pondrá al Planeta al borde de la destrucción nuclear, una guerra fratricida en Corea, los planes de desarrollo pensados por el general Marshall para la devastada Europa de la posguerra, el comienzo del descalabro de la intervención norteamericana en Vietnam, tras la derrota francesa en Indochina y la irremediable crisis del Tercer Mundo.
[1] El Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, más conocido como Pacto de Varsovia por la ciudad en que fue firmado, fue un acuerdo de cooperación militar firmado el 14 de mayo de 1955 por los países del Bloque del Este. Diseñado bajo el liderazgo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), su objetivo expreso era contrarrestar la amenaza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y en especial el rearme de la República Federal Alemana, a la que los Acuerdos de París permitían reorganizar sus fuerzas armadas. El Pacto se disolvió el 1 de julio de 1991, tras las Revoluciones de 1989, simbolizadas por la caída del Muro de Berlín.
[2] La batalla de Okinawa, cuyo nombre clave fue Operación Iceberg, se libró en la isla de Okinawa, en las Islas Ryukyu y fue el mayor asalto anfibio en el Teatro del Pacífico. Se combatió durante 82 días, desde principios de abril hasta mediados de junio de 1945.
[3] El Plan Marshall —oficialmente llamado European Recovery Program (ERP)— fue una iniciativa de Estados Unidos para ayudar a Europa Occidental, en la que los estadounidenses dieron ayudas económicas por valor de unos 14 000 millones de dólares de la época, para la reconstrucción de aquellos países de Europa devastados tras la Segunda Guerra Mundial. El plan estuvo en funcionamiento durante cuatro años desde 1948. Los objetivos de Estados Unidos eran reconstruir aquellas zonas destruidas por la guerra, eliminar barreras al comercio, modernizar la industria europea y hacer próspero de nuevo al continente; todos estos objetivos estaban destinados a evitar la propagación del comunismo, que tenía una gran y creciente influencia en la Europa de posguerra. El Plan Marshall requirió de una disminución de las barreras interestatales, una menor regulación de los negocios y alentó un aumento de la productividad, la afiliación sindical y nuevos modelos de negocio «modernos
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