Jesús Antonio Cámara Pérez
La minoría más pequeña del mundo es el individuo. Aquellos que niegan los derechos individuales no pueden pretender además ser defensores de las minorías”. Ayn Rand
Esta cita de la filósofa Ayn Rand define a la perfección la doctrina individualista y se convierte en toda una referencia a la sociedad actual en la que nos encontramos, donde parece que hemos sustituido la democracia liberal (obviando que los derechos actúan de forma particular) por una oclocracia (gobierno de la muchedumbre, tiranía de la mayoría).
El individualismo se basa en la autoridad sobre las propias acciones, asumiendo que sólo uno mismo debe hacerse responsable de sus actos. El individualismo considera a cada persona como una entidad independiente y soberana que posee un derecho inalienable a su propia vida, un derecho derivado de su naturaleza como ser racional. Sostiene que una sociedad civilizada, o cualquier otra forma de asociación, cooperación o coexistencia pacífica entre los individuos, solo puede lograrse sobre la base del reconocimiento de los derechos individuales, y que un grupo, como tal, no tiene ningún derecho, sino los derechos individuales de cada uno de sus miembros.
Lo contrario a una mente individual es un cerebro colectivo. El colectivismo en sus diferentes formas abunda a lo largo y ancho del mundo, ya sea en forma de populismo, socialismo o nacionalismo, cualquier estatismo o combinaciones de ellas, el individualismo se ha visto relegado a un segundo plano.
El colectivismo domina y reduce a un grupo de personas (da igual si es a una raza, clase o Estado) sosteniendo que el hombre debe de estar encadenado a la acción grupal y al pensamiento único con la excusa de que existe un bien común para toda la sociedad. Como consecuencia, el colectivismo es una herramienta para eximir de responsabilidades. Es un mecanismo para externalizar la culpa y halagar al presunto oprimido. Lo libera de cualquier deber personal, de cualquier compromiso personal ajeno al colectivo: toda responsabilidad se reduce a ponerse a las órdenes de quien manda.
El colectivismo sostiene que, en los asuntos personales (la sociedad, la comunidad, la nación, el proletariado, la raza, etc.) es la unidad de realidad y el estándar de valor. Desde esta perspectiva, el individuo sólo forma parte del grupo, y tiene valor en la medida que le sirve al grupo. Sostiene, así mismo, que el individuo no tiene derechos, que su vida y su trabajo le pertenecen a la tribu y la tribu puede sacrificarlo a su antojo para sus propios intereses.
Las consecuencias del colectivismo han sido devastadoras, especialmente durante el siglo XX donde podemos encontrar sucesos desagradables como: genocidios, hambrunas, represiones y delitos de lesa humanidad. Fascismo, nazismo y comunismo, no fueron cosas opuestas. Fueron bandas rivales luchando por el mismo territorio. Dichas variantes colectivistas se basaban en el principio de que el hombre es un esclavo del Estado, sin derechos algunos. La filosofía de estas tres variantes dio una visión del hombre como un incompetente congénito, una criatura impotente, sin mente, sin motivaciones. Hombres que debían dejarse engañar y ser gobernados por una élite especial que alega algún tipo de sabiduría superior.
El colectivismo no predica el sacrificio como un medio temporal para alcanzar algún tipo de objetivo deseable. Es la independencia del hombre, el éxito, la prosperidad y la felicidad lo que los colectivistas quieren destruir. Los partidarios de esta doctrina están motivados, no por un deseo de felicidad para los hombres, sino por el odio contra el hombre, el odio contra lo bueno por ser bueno y el foco de ese odio, el blanco de su furia apasionada, es el hombre de habilidad.
La principal consecuencia del colectivismo es que quienes lo aceptan plena y consistentemente son incapaces de tener un yo. En la medida en que una persona abandona su mente a los demás, abandona sus medios de decidir qué valor y qué hacer. Por esto mismo, este ensayo es un alegato claro al individualismo, a los derechos individuales, al libre mercado y a la propiedad privada, es decir, una defensa a la libertad.
La libertad se basa en el hecho de que el hombre es un ser productivo. El hombre no puede sobrevivir si no es a través de su mente. Por ello, es un atributo del individuo que no puede estar subordinada a las necesidades, opiniones o deseos de los demás. Otro hombre no puede arrebatársela.
El protagonista de la novela “El manantial” argumentó así ante el tribunal de defensa sus derechos inalienables:
“Fíjense en la historia. Todo lo que tenemos, todos los grandes logros, han surgido del trabajo independiente de mentes independientes y todos los horrores y destrucciones, de los intentos de obligar a la humanidad a convertirse en robots sin cerebros y sin almas, sin derechos personales, sin ambición personal, sin voluntad, esperanza o dignidad. Es un conflicto antiguo, tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo”.
En definitiva, el colectivismo es incompatible con una comunidad democrática. Nacemos libres e iguales, a pesar del empeño de sanguinarios y sibilinos, nuevos y viejos, por impedirlo. Es importante enseñar los valores occidentales de la Ilustración y el peligro de las políticas identitarias, para no caer en las trampas colectivistas, presentes en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Hay que afirmar y pelear por la libertad: un liberalismo que ha de ser beligerante o no será.
Este artículo fue publicado inicialmente en el Instituto Juan de Mariana.
Jesús Antonio Cámara Pérez es técnico superior en química y trabaja en un laboratorio farmacéutico como técnico de bioanálisis.
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