Árabes contra judíos: la cuestión de Palestina

Fernando Díaz Villanueva, «LA CONTRAHISTORIA»

A principios del siglo XX el territorio que hoy ocupa el Estado de Israel formaba parte del imperio otomano.

Se encontraba dividido entre el valiato de Beirut y el mutasarrifato de Jerusalén. En aquella región reinaba la paz desde hacía siglos, concretamente desde que en 1517 el sultán Selim I se la arrebató a los mamelucos egipcios. Ese prolongado periodo de paz sólo se vio interrumpido por la llegada en 1799 de un ejército francés capitaneado por Napoleón Bonaparte, que libró una breve guerra contra los otomanos. Consiguió hacerse con algunas plazas, pero se estrelló contra San Juan de Acre, fuertemente amurallada y asistida por los británicos desde el mar.

Durante el sitio de Acre Napoleón envió una proclama a un periódico francés en la que llamaba a los judíos europeos para que emigrasen a la tierra de sus ancestros y restableciesen la antigua Jerusalén. Nadie en Europa se tomó en serio aquella proclama.

Napoleón fue derrotado en Siria y regresó a Egipto. Años más tarde Mehmet Alí, el valí de Egipto, se enfrentó allí mismo con el sultán otomano, pero una revuelta obligó a los egipcios a marcharse. Para entonces, entre las comunidades judías de Europa la idea de emigrar a Jerusalén había cobrado cuerpo. Comenzó entonces un goteo de inmigrantes judíos llegados de Europa y de otras partes del mundo que no se detendría hasta el momento presente.

El fenómeno se intensificó en la segunda mitad del siglo organizándose en torno a las llamadas aliyás, grandes olas migratorias hacia la tierra de Israel para establecerse allí. En ello tuvo mucho que ver un escritor austrohúngaro llamado Theodor Herzl, fundador de la Organización Sionista que promovía el retorno de todos los judíos europeos a Israel para que construyesen allí un Estado-nación como los que habían surgido en Europa tras la revolución francesa.

Hasta el nacimiento del Estado de Israel en 1948 hubo seis aliyás que provocaron un cambio radical en la demografía de aquel lugar. En menos de un siglo la población judía se multiplicó por sesenta pasando de unos 10.000 a mediados del siglo XIX a unos 600.000 en el momento de la independencia.

La creación del Estado de Israel no se hizo a costa del imperio otomano, que desapareció en 1920 con el tratado de Sèvres, sino de un mandato temporal, el de Palestina, que la Sociedad de Naciones había encomendado al imperio británico.

El problema era que los británicos durante la primera guerra mundial habían prometido un Estado tanto a árabes como a judíos para que se aliasen con ellos contra los otomanos. No cumplieron su palabra, pero el mandato se les terminó indigestando. Los árabes y la creciente población judía no tardaron en llegar a las manos poniendo así en aprietos al alto comisionado británico.

Tras la segunda guerra mundial y el Holocausto, la ONU buscó una solución para aquel conflicto designando una comisión internacional que estudiase el caso. El informe de la comisión indicaba que lo mejor era crear dos Estados, uno judío y otro árabe conforme a un plan de partición que se votó en la asamblea general y resultó aprobado por 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones.

Árabes contra judíos

Poco después los británicos anunciaron que se marcharían, lo harían el 14 de mayo de 1948.

Un día antes David Ben Gurion, un judío de origen polaco que había emigrado durante la segunda aliyá y que ejercía de presidente de la Agencia Judía, declaró la independencia de Israel en un museo de Tel Aviv bajo un retrato de Theodor Herzl.

Horas después los ejércitos de Egipto, Jordania, el Líbano e Irak invadieron el nuevo Estado provocando una guerra en la que, contra pronóstico, se impusieron los israelíes. Ese fue el punto de inicio de un conflicto que traería dos guerras más entre Israel y sus vecinos y que, convertido ya en un enfrentamiento entre los israelíes y la población árabe local, dura hasta nuestros días.

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