CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
“Hay signos de que Alá garantizará la victoria islámica sin espadas, sin pistolas, sin conquista. No necesitamos terroristas, ni suicidas. Los más de veinticinco millones de musulmanes que hay en Europa -que al ritmo que van serán más setenta y cinco millones dentro de veinticinto años, 2050- lo convertirán en un continente musulmán en pocas décadas”.
Esta victoria islámica profetizada por Gadafi se está produciendo ya ante nuestros ojos: mientras Europa se entrega a un arrebato autodestructivo –estancamiento demográfico, extensión de la “cultura de la muerte”, disolución de los vínculos familiares, promoción del feminismo radical y de la homosexualidad–, los musulmanes procrean con un vigor inusitado»… a este paso, antes del final del siglo XXI la población de del continente europeo acabará siendo reemplazada, desde un punto de vista «étnico»… los blancos desaparecerán».
Mientras todo esto ocurre, la Unión Europea intenta crear una cultura laica, desprovista de todo rasgo del cristianismo, lo cual es sinónimo de un falseamiento de su historia y de su misma identidad. En Europa no se está fomentando sólamente la damnatio memoriae -condena al olvido- o alguna clase de amnesia al respecto, sino un rechazo al cristianismo, o mejor dcicho, una verdadera «cristofobia»
¿Qué sucederá en un futuro no muy remoto, cuando los musulmanes sean la mayoría en algunas regiones del continente? ¿Qué sucederá dentro de varias generaciones en algunas regiones de Alemania, Holanda, Francia, de los países nórdicos o del reino Unido, en las cuales los actuales grupos minoritarios dejarán de serlo? ¿Qué sentido tendrá entonces hablar de «integración» o asimilación? Serán entonces los actuales «nativos» quienes deberán conformar sus costumbres a los de quienes a partir de entonces acaben siendo mayoría. Lentamente, salvo que alguien revierta el ritmo de crecimiento de emigrantes, los actuales europeos pasarán a ser «dhimmis», es decir, ciudadanos de segunda clase.
En 2007, el prestigioso escritor de la posguerra europea Walter Laqueur, historiador del nazismo, el comunismo y el terrorismo, publicó «The Last Days of Europe» -Los últimos días de Europ-), un lúcido estudio sobre las causas de la decadencia europea. Walter Laqueur atribuye el declibe de Europa, principalmente, a tres factores: la desunión entre los Estados miembros; la excesiva carga del bienestar social y la inmigración incontrolada, sobre todo de países islámicos. Laqueur añade que ha llegado el momento de que, para evitar la caída, Europa debe comenzar a debatir cuáles de sus valores y sus tradiciones debe conservar, e insiste en que Europa es víctima del relativismo, de la erosión de la familia, de la pérdida de la fe religiosa y de la propia identidad cultural.
El libro no ha sido publicado todavía en España, donde la corrección política se impone. Laqueur trata de dar respuesta a la cuestión de qué ocurre en una sociedad cuando bajos índices de natalidad sostenidos y un acusado envejecimiento, se juntan con una inmigración incontrolada.
El autor cree que Europa, dada su debilidad, jugará, en el futuro, un modesto papel en los asuntos mundiales, a la vez que muestra su certeza de que será algo más que un museo de pasadas gestas culturales, lugares a visitar por parte de turistas asiáticos.Por supuesto que España no se escapa de su agudo análisis y deja constancia de su rol en el «landslide», el derribo de Europa.
El contexto sociocultural que expone Laqueur, del que España no extá exenta, es motivo para reflexionar sobre las particularidades que aquejan a España en exclusiva y que no comparte con ningún otro país de Europa, lo que hace de su situación algo enormemente grave:
– En España, casi 47 años después de aprobarse una «constitución democrática», el modelo de estado sigue sin cerrarse, lo que ha conducido en una dinámica de descomposición. En un arrebato de originalidad se puso en práctica un modelo excepcional en el constitucionalismo comparado: se inventó el «estado de las autonomías». Tal invento ha consistido en ir desposeyendo, paulatinamente y sin pausa al Estado, y al gobierno central, de sus competencias, creando a la vez fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar… «estado de las autonomías« cuya sola crítica, por antieconómico y ausente de visión, hace que quien lo haga corra el riesgo de ser acusado de golpista, fascista, franquista, involucionista o antidemocrático.
Lejos de suponer una descentralización para acercar la administración al ciudadano, su ejecución metódica consiste en desposeer al Estado de sus competencias, dejando de considerar y haciendo dejación de cometidos estratégicos y no transferibles como la Justicia, la Seguridad, la Enseñanza, la Sanidad y la Educación y la Cultura, vamos todo aquello que da sentido de Estado y que nos concede los mismo derechos a todos los ciudadanos, dejando de considerar al pueblo español como sujeto propietario de la soberanía nacional, creando ridículas fronteras interiores basadas en exclusivismos artificiales y en diferentes niveles de bienestar.
– España es el único país de Europa con un terrorismo propio, de carácter secesionista, donde sus miembros y simpatizantes están en las instituciones del estado y reciben ayuda de los presupuestos públicos… habiendo llegado a ocupar, incluso, puestos en las instituciones que guardan relacion con las víctimas del terrorismo.
– En España, se relativiza, o se niega el concepto de nación, recordemos la frase del entonces presidente, el funesto Zapatero, presidente del gobierno de que el concepto de España es “discutible” y “discutido”, todo ello impulsado por un «status» de idiocia política que permite la puesta en manos de unas pequeñas minorías independentistas de facultades y resortes políticos que cualquier estado con un mínimo sentido común e intención de supervivencia no consideraría su transferencia a las regiones que la componen dado que lo que es estratégico debe de ser competencia exclusiva del estado, y no sólo la Defensa. Aspectos como el terrorismo que ataca la esencia de España, deben ser competencia exclusiva y no compartida con las regiones, tampoco la Enseñanza y la Cultura, hoy fragmentada y empleada como arma para el enfrentamiento territorial y siempre aderezada por el victimismo nacionalista. Si estratégica es la Defensa para un país, tanto o más son los asuntos que nos hacen iguales como españoles como lo son la Seguridad, la lucha contra el terrorismo, la Justicia, la Sanidad y por encima de todo la Enseñanza pues es el medio mediante el cual se toma conciencia de lo que somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.
– Pero, sobre todo, existe un hecho de enorme relevancia: los españoles piensan que viven en una democracia consolidada, con una clase política experta y con sentido de estado. Nada más lejos de la realidad pues si algo caracteriza a la totalidad de quienes hacen profesión de la política es la falta de Visión de Futuro, no poseen Visión de España, vivimos en una situación de continuo, y hasta el hastío, enfrentamiento entre regiones, o mejor dicho, entre los capos de los diversos gobiernos de las 17 taifas, en el cual quien no mire primero por su tribu es un centralista enemigo de la sociedad.
Igualmente se ha hecho creer a los españoles que el funcionamiento institucional es enormemente perfecto, cuando la realidad es una ausencia de separación de poderes, debilidad democrática, y escasez de vigor y prestigio de sus instituciones. El periodo de aparente crecimiento económico, de prosperidad y de bienestar material de los últimos años ha impedido a los españoles ver el cáncer que corroía el esqueleto nacional. Las «élites» políticas españolas, con la entusiasta colaboració de los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas han convencido a una gran mayoríua de ciudadanos de que se realizó con éxito la denominada «transición política» y que todos, mágicamente, se convirtieron en «demócratas de toda la vida». Convencieron, también a los españoles de que lo que otras naciones habían tardado siglos en alcanzar, España lo había conseguido en una década prodigiosa.
También se indujo a los españoles a pensar que son gente madura y bien informada (como si ahora, en lugar de venir a este mundo con un pan debajo del brazo, viniéramos con ciencia infusa), y como indicaba anteriormente, se les inculcó la idea de que en España los que se dedican a la política son gente experta y con sentido de estado, que existe una estricta separación de poderes y que éste es el pilar básico sobre el que se asienta la fortaleza de la democracia, dado el vigor y prestigio de sus instituciones. Todo un absoluto embuste.
El fin de ese mundol fantástico del que nos hablaban los políticos, tertulianos, opinadores, todólogos, trovadores, bufones, etcétera, se produjo el 11 de marzo de 2004. Un ataque terrorista puso de manifiesto la enfermedad terminal que aquejaba a España.
A los españoles de hace veinte años se les dijo que aquello había sido un «atentado», algo a lo que la sociedad española estaba desgraciadamente demasiado acostumbrada debido a las innumerables acciones de ETA durante décadas. Aquella masacre se tradujo, primero en estupor e indignación; le siguieron condenas, manos blancas, procesiones y concentraciones con cirios y cánticos… y, después vino el olvido, hasta el siguiente golpe.
Los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas y la puesta en práctica de una política diferente se encargarían de llevar a cabo el plan previsto… El pueblo español se encogió sobre sí mismo.
No había sido casual que España fuese elegida como blanco. La debilidad de sus instituciones y la vulnerabilidad de su opinión pública, la hacían pieza adecuada para asestar un duro golpe al mundo occidental, suprimiendo a uno de sus peones.
A partir del 11 de marzo de 2004, España desapareció como actor estratégico, se ensimismó, se volvió hacia sí misma, como había hecho en los dos siglos anteriores.
Una ola de adoctrinamiento invadió España de norte a sur, de este a oeste. La «diferencias» entre regiones, las señas de identidad de las17 taifas hispánicas se acentuarron, «la España plural», a la vez que la Constitución se fue adaptando convenientemente a las circunstancias.
Se apeló a la «memoria histórica», como si desde la Guerra Civil Española hasta principios del siglo XXI no hubiese ocurrido nada, y se puso en marcha una política de «ampliación de derechos» que no era más que ingeniería social, al más puro estilo orwelliano.
El 11 de marzo de 2004 pasó a ser una fecha incómoda. Se convenció a los españoles de que aquella acción terrorista no fue un ataque a España sino la respuesta a un errónea política exterior por parte del gobierno del PP, entonces presidido por José María Aznar.
Cualquier estado moderno que sufriese una agresión semejante habría empleado los resortes adecuados para conocer quien promovió el ataque y a quien beneficiaba tanto en el interior como en el exterior, para actuar en consecuencia. Pero a una sociedad que se le había inoculado el «no a la guerra», no podía concebir que alguien emplease la violencia organizada para alcanzar fines políticos. La solución fue aplicar el procedimiento penal -y, de «aquella manera»-, aunque era, a todas luces, insuficiente… pero, transcurridas dos décadas poco se sabe acerca de quien ordenó el ataque y a quien benefició en el ámbito internacional. Aunque no hay que ser muy avispado para saber a quiénes benefició en el interior… Y mientras, los españoles han realizado un acto de desmemoria colectiva.
Europa está enferma. La batalla demográfica está pérdida definitivamente, el bajo nivel de natalidad y el descontrol en la inmigración ante la cual Europa y los europeos ceden y se adaptan, algo que no sucede en sus países de origen, crea un cóctel mortífero para el ser y la esencia europea.
En España, también enferma de esta dolencia, se suma la descomposición centrífuga, que se verá acelerada cada vez más al ampliarse las desigualdades sociales y territoriales por la crisis económica. España está está enferma y su mediocre clase política es incapaz de encontrar el tratamiento adecuado ya que, sin excepciones, se embarca en una huida hacia delante, alabando el estado de las autonomías y evitando las referencias éticas.
Si no se actúa oportunamente y con una precisión quirúrgica no cabe duda de que estamos ya en el principio del fin, en los últimos días de España como nación, el derribo de España precederá al derrumbamiento de Europa.
Indudablemente, es imprescindible, si se quiere frenar la demolición de la Nación Española, adelgazar el Estado, suprimir gastos supérfluos e innecesarios, disminuir el déficit, la enorme losa de la deuda pública (más de BILLÓN Y MEDIO de euros) y… desmantelar el «ESTADO DE LAS AUTONOMÍAS».
La recentralización de todas las competencias transferidas a los gobiernos regionales -según los cálculos que hizo el profesor Roberto Centeno hace ya un lustro- supondría un ahorro de cerca de 40.000 millones de euros anuales – 36.000 millones Sanidad y Enseñanza y 4.000 todo lo demás – y 110.000 millones la sustitución del Estado Autonómico por un Estado Unitario.
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