Obélix y Compañía (1976) es una de mis historias preferidas. Trata sobre el colapso de los mercados local y global por la inyección de esteroides en la economía. No sé si —técnicamente— se puede hablar de espóiler de una obra que tiene casi medio siglo, pero en los próximos párrafos voy a explicar con detalle la trama. Eso no impedirá que el tebeo siga siendo fresco y de lectura obligada.
En esos días Julio César estaba desesperado por los continuos fracasos en su intento de anexionar la aldea gala a su Imperio. Hasta la fecha, el uso de la fuerza no había funcionado. Sus poderosas legiones siempre habían sido repelidas por un puñado de bárbaros testarudos. Pero una mañana se le acerca un joven ambicioso y le propone una idea novedosa: usar la economía como arma de dominación.
Ese joven se llama Cayo Coyuntural. Se trata de un recién graduado de la escuela de administración (Latin School of Economics) y el perverso plan que sugiere al emperador pasa por introducir a los galos en el sistema de mercado global. Julio César levanta una ceja y presta atención.
La idea es introducir en la aldea la ley de la oferta y la demanda para despertar en los galos el individualismo y el afán de riqueza que acabe conduciendo a la dependencia económica de Roma. El objetivo último es, por supuesto, la rendición de los galos y la renuncia de su identidad como pueblo. Julio César sopesa la idea. Mira a su alrededor y comprende que el plan no puede fallar. A escasos metros del emperador los senadores romanos comen y ríen a carcajadas. Quienes fueron soldados fuertes y valerosos en su juventud, están ahora en un estado de decadencia: gordos y perezosos después de muchos años de comidas pantagruélicas y ganancias en forma de oro.
Julio César intuye que, a veces, la prosperidad material puede doblegar a un pueblo mejor que las espadas. El emperador autoriza el plan y da a Cayo Coyuntural un crédito ilimitado para llevarlo a cabo.
Cayo Coyuntural viaja a la Galia y traza un plan para corromper a Obélix, el guerrero más fuerte de la aldea. El primer día le ofrece 200 sestercios por el menhir que Obélix ha fabricado. El segundo día le ofrece 400 sestercios y le pide más menhires porque, según dice el romano, la demanda está creciendo. Obélix entra en una vorágine de trabajo y ánimo de lucro que le aleja de sus amigos y vecinos. No tiene tiempo para nada. Ya no sale a cazar. Paga generosamente a alguien para que cace para él. Como aparentemente la demanda sigue creciendo, Obélix contrata al cazador y otros vecinos para que trabajen para él. Siente la necesidad de comprarse ropas caras para mostrar su éxito. Astérix reprocha a Obélix su cambio de carácter y que ya no tenga tiempo para pasear y divertirse como antes. Surge la envidia y las rencillas entre los habitantes de la aldea. El guerrero galo más fuerte ya no es un obstáculo para Roma, ahora es su “repartidor de menhires”.
En un determinado momento, Julio César se queja de que los precios cada vez más altos de los menhires están esquilmando las arcas del imperio. Cayo Coyuntural decide que sea la población quien pase a comprar las piedras. Nadie sabe para qué sirve un menhir, pero eso no es problema para el golden boy. El joven tiburón de los negocios genera necesidades superfluas gracias a las técnicas de marketing y una publicidad atractiva. No eres nadie y no estás a la moda si no tienes un menhir. Cuantos más menhires tengas, más poderoso y atractivo eres.
La publicidad romana es tronchante. Bajo el dibujo de una familia feliz aparece el eslogan: «En tu diario vivir, pon un menhir». Otro anuncio apela al estatus social que otorgan los enigmáticos monolitos: «Tienes una villa, una cuadriga, esclavos, pero… ¿tienes un menhir?»
Para atender las crecientes “necesidades del mercado”, la aldea gala debe recurrir a su pócima mágica para aumentar la productividad de los trabajadores y ganar competitividad. El brebaje secreto ya no es un arma contra los romanos, ahora es la savia de su sistema económico.
Julio César está contento porque cree que además de domesticar a los galos va a obtener una fortuna. Pero sus planes se tuercen por culpa de los incentivos económicos. Hay mucho dinero corriendo como para que los “emprendedores” se queden de brazos cruzados. Los menhires tienen tanto éxito en Roma, que un comerciante local decide producir sus menhires romanos y no importados, más baratos. Se produce hasta una huelga y una protesta a favor del menhir local. A los menhires romanos pronto le siguen los egipcios y los fenicios también, con lo que el mercado empieza a saturarse de menhires de todas clases hasta que, finalmente, pasan de moda. Ya nadie los quiere y su precio se desploma, con lo que no se puede compensar los gastos de producción.
Es el pinchazo de la burbuja. César, enfadado, ordena a Coyuntural que parta hacia la Galia y que detenga inmediatamente la compra de menhires. En la aldea gala el sueño se convierte en pesadilla. Se acabó la fiesta. También en Roma, porque el sestercio ha quedado tan devaluado que ya no vale nada. Los galos se sienten engañados por los romanos. Astérix y Obélix se reconcilian, igual que el resto de los vecinos. Los galos arrasan el campamento romano para responder por la corrupción de su convivencia. Tras la bancarrota de la aldea y del César todo vuelve al punto de partida.
Como en todas las historias de Astérix, el cuento termina con un gran banquete en la aldea gala. Buenos alimentos y una comida de hermandad bajo las estrellas.
El paralelismo entre el imperio romano y la dominación cultural anglosajona es patente. La pequeña aldea de los irreductibles galos simboliza la lucha del pueblo francés para proteger su estilo de vida, su lengua y su cultura. La Francia de Astérix no es la de Macron, una start-up nation cosmopolita e hiperconectada al supermercado global. Los galos de la aldea son campesinos franceses alegres y algo rudos, cohesionados, combativos, ruidosos y apegados a sus valores tradicionales.
Muchas veces se acusó a Goscinny y Uderzo de ser chovinistas e incluso xenófobos. Ellos siempre lo negaron. De hecho, la acusación es absurda. Goscinny tenía origen judío y parte de su familia había muerto en los campos de concentración nazis. Por su parte, Uderzo era hijo de emigrantes italianos. Esa acusación sin base procedía de una mentalidad que pretende convertir el amor a lo propio en sinónimo de rechazo de los demás. Y es que es difícil encontrar en la literatura un personaje más bondadoso, inocente y audaz que Astérix.
Como afirma Luciano Alonso, tal vez la piedra angular del cómic sea «una francesidad que no se ancla solo en la imagen de la libertad, sino que supone también la franqueza y la afabilidad, la galantería masculina hacia las mujeres, el buen comer y beber, el valor de la amistad y la comunidad de vecinos, la inventiva o la capacidad de resolver situaciones adversas y una serie de virtudes semejantes[1]».
Las historias de Astérix son también un relato sobre los rápidos cambios que trae la modernidad: la introducción en la cocina de los alimentos preparados (Astérix y los Godos, 1963), la complejidad de la vida en las grandes ciudades (La hoz de oro, 1962), la conflictividad laboral (Astérix y Cleopatra, 1965) o el turismo de masas (La Vuelta a la Galia de Astérix, 1965; Astérix en Hispania, 1969). Como también destaca Luciano Alonso hacia la década de los setenta se aprecia un giro en los guiones de Goscinny hacia la crítica a la mercantilización de la vida, el desarrollo de la sociedad de consumo y la erosión de los lazos comunitarios (La Residencia de los Dioses, 1971; Los Laureles del César, 1972; Obélix y Compañía, 1976).
En concreto, como hemos visto, Obélix y Compañía es una voz de alerta frente a un sistema económico basado en la maximización de las ganancias. Critica de forma magistral la acción deshumanizadora del dinero, capaz de convertir a buenos vecinos y amigos en competidores envidiosos. También es una alegoría en favor de la economía local y sensata, enfocada en la persona, en la comunidad y en la satisfacción de las necesidades reales. Obélix nos explica con menhires los riesgos de una economía globalizada. Y demuestra que, a veces, un tebeo puede ser más ilustrativo que un sesudo tratado de economía.
Goscinny y Uderzo introdujeron en su historia su particular visión del mundo, pero del tono del cómic se desprende que su principal objetivo era divertir. Y es que el pensamiento crítico puede (y debe) ser divertido.
[1] Alonso, L., “Más allá del relato de la Resistencia. Astérix como dispositivo memorial y las representaciones del colaboracionismo”, Anuario Nº 36, Escuela de Historia, 2022.
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