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Ayer, 7 de octubre, se cumplieron 451 años de la batalla de Lepanto: España salvó a la Civilización Occidental greco-romana-judeo-cristiana derrotando al Islam.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

«Ayer, 7 de octubre, se cumplieron 451 años de la victoria de España, de la Europa Cristiana, frente al Islam, en la batalla de Lepanto: los españoles debemos sentirnos orgullosos de tamaña gesta»

A la mayoría de la gente le cuentan en la escuela que en el año 1492 los españoles, guiados por los “Reyes Católicos”, Isabel y Fernando, lograron vencer al último rey de Granada y acabaron con la presencia de ocho siglos, de los musulmanes en la Península Ibérica, que había empezado en el año 711.
Lo que se les cuenta a los alumnos en la enseñanza primaria (también en la secundaria y en la enseñanza universitaria) es una verdad a medias, pues fue después, transcurrido más de un siglo, cuando se produjo la expulsión plena, cuando los españoles vencieron definitivamente a los seguidores de Mahoma (también se les cuenta la falacia, la gran mentira de la “convivencia pacífica y cordial de las tres religiones del libro”, musulmanes, judíos y cristianos), fue en 1609 cuando Felipe III decretó la expulsión de los moriscos españoles, después de más de un siglo de “buenismo” y de tratar de solucionar lo que no tenía solución, con paños calientes, después de enésimas rebeliones, entre las cuales, las más importantes fueron en las Alpujarras de Granada y Almería, que acabaron siendo finalmente sofocadas en 1571.
 Fue en el siglo XVII cuando los musulmanes fueron expulsados definitivamente de España hacia el Norte de África, aunque muchos se acabaron escondiendo, se camuflaron entre la población cristiana, fundamentalmente por motivos económicos, ya que no tenían dinero para poder irse, y acabaron “cristianizándose”. Se calcula que quedaron entre la población del reino de Granada unos diez o quince mil moriscos.
Antes de que la victoria sobre el Islam se produjera en España, hubo que derrotar también a quienes ayudaban a los musulmanes que había en territorio español, desde el otro lado del mar, en la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571.

A principios del s. XVI, la presencia otomana en Occidente es constante y cada vez más peligrosa. Atacan las costas de Italia, invaden Hungría, llegando a las puertas de Viena, conquistan Túnez y Chipre, se apoderan de Trípoli, asedian Malta …
La oposición resultó escasa y débil. Una armada de cruzados organizada por Venecia fue derrotada en Prevence en el año 1538, y la campaña emprendida por Carlos V en Argelia resultó un desastre. La hegemonía turca en el Mediterráneo acabó siendo indiscutible.
Las costas e islas españolas no se libraron durante mucho tiempo de la amenaza otomana, sufriendo importantes ataques las poblaciones de Mallorca y Menorca. Ante este peligro, la sociedad española se movilizó. Se construyeron galeras y organizaron flotillas de barcos guardacostas; se formó una milicia ciudadana de defensa, se edificaron por todo el litoral torres de vigilancia que servían para avistar con prontitud de la presencia de navíos enemigos y de esta manera organizar de inmediato a los vecinos para la defensa. Muchos pueblos de la costa se retiraron a las alturas y la frase, ¡Moros en la costa!, es un recuerdo actual de aquel tiempo de peligro e inseguridad permanente en nuestro litoral… pero, todo ello no fue suficiente.

Se cumple un nuevo aniversario de la Batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571 tuvo lugar una batalla naval en el golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Epiro, en ella se enfrentaron los turcos otomanos a una coalición cristiana, llamada la Liga Santa, integrada principalmente por los Estados Vaticanos, la República de Venecia y encabezada por la monarquía española de Felipe II.

La coalición católica, dirigida por Juan de Austria (hermano bastardo del Felipe II) resultó vencedora. La Civilización Occidental Greco-Romana-Judeo-Cristiana acabó de ese modo con la expansión otomana y frenó el cada vez mayor dominio del Mediterráneo por parte de los turcos, además provocó que los corsarios y piratas aliados de los otomanos abandonaran sus ataques y continuos saqueos en la parte occidental del Mar Mediterráneo.

En la batalla de Lepanto participó Miguel de Cervantes, que fue herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, lo que le valió el sobrenombre de «manco de Lepanto». Miguel de Cervantes, muy orgulloso de haber combatido en ella, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros»

Sin embargo, en España los problemas con los musulmanes no acabarían hasta más tarde, en el reinado de Felipe III que decidió expulsar definitivamente a los musulmanes, tras revueltas y más revueltas, de las cuales las más importantes fueron la de las Alpujarras en 1501, la de Valencia en 1525 y la de Granada en 1568, ayudados y armados por los turcos y por los musulmanes del norte de África; durante el reinado de Felipe II el Islam fue una amenaza para la corona española, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.

La expulsión definitiva de los moriscos –musulmanes- de la Monarquía Hispánica fue ordenada por el rey Felipe III y fue llevada a cabo de forma escalonada entre 1609 y 1613. Los primeros moriscos expulsados fueron los del Reino de Valencia (el decreto se hizo público el 22 de septiembre de 1609), a los que siguieron los de Andalucía (10 de enero de 1610), Extremadura y las dos Castillas (10 de julio de 1610), en la Corona de Castilla, y los de la Corona de Aragón (29 de mayo de 1610). Los últimos expulsados fueron los del Reino de Murcia, primero los de origen granadino (8 de octubre de 1610), y más tarde los del valle de Ricote y el resto de moriscos antiguos (octubre de 1613).

La conquista de Granada por los Reyes Católicos implicó una emigración importante de “nazaríes” (musulmanes granadinos) al norte de África, e influyó enormemente sobre la sociedad “magrebí” (Magreb es el vocablo que en lengua árabe significa “occidente”, «lugar por donde se pone el sol»).

Fueron muchos los que se mostraron reticentes a la expulsión en la España de entonces, principalmente por las consecuencias se derivarían para la economía –que fueron realmente graves-, también el temor de que los moriscos expulsados, conocedores del territorio peninsular acabaran ayudando a los enemigos de España.
Los más de 300.000 musulmanes condenados finalmente al exilio, o mejor dicho al destierro, se fueron situando principalmente en Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y el Imperio Otomano; aunque muchos de ellos llegaron a instalarse en lugares lejanos como Siria y la Península Arábiga, y en oriente medio en general, lugares en los que acabarán teniendo una gran influencia, tanto en la política interior como al exterior, especialmente en los países magrebíes, no tanto en los orientales. Hasta la India y países subsaharianos llegaron algunos moriscos según se ha documenta
A los moriscos de entonces no les cabía ninguna duda acerca de quiénes eran los legítimos habitantes de la Península Ibérica (lo que ellos denominaban Al-Andalus, y siguen denominando sus descendientes) y quiénes eran los “intrusos”, tal como ahora piensan los numerosos musulmanes que aspiran a recuperar e islamizar España. Los expulsados siguieron albergando la idea de regresar y reconquistar lo que consideraban su hogar. Durante mucho tiempo siguieron instalados en la idea de retornar, reconquistar la Península Ibérica y reinstalar el poder musulmán.
Por supuesto, la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica tuvo un enorme impacto para los mahometanos de entonces, tal como ocurrió entre los cristianos con la toma de Constantinopla por los turcos. Siempre quedaría en la memoria  el agravio, y sería transmitido de generación en generación, y la idea de regresar a la patria perdida, inevitablemente, todo ello aderezado con odio y ánimo de venganza, de revancha. Tal fue así que, durante el siglo XVII, tras la expulsión hubo expediciones de invasión en múltiples ocasiones, todas ellas condenadas al fracaso.
Especialmente importante fueron las iniciativas tomadas desde la “autarquía” de Salé-Rabat, integrada fundamentalmente por moriscos expulsados de Hornachos (Badajoz) que se dedicaron durante largo tiempo a la piratería y al “corso”, actividad promovida por las autoridades, para la defensa de la religión y de la patria, y entendida como actividad bélica con fines defensivos, y no por iniciativa de particulares.
La nostalgia del Al-Andalus, del “paraíso perdido”, sigue estando presente en la memoria de los descendientes de aquellos musulmanes expulsados de España y en casi todos los países islámicos.
Esa nostalgia es la que guía a la invasión silenciosa que hemos ido padeciendo en las últimas décadas, esa invasión anunciada y que muchos desde el buenismo se niegan a ver, invasión en la que subyace el convencimiento de que la sociedad occidental judeocristiana, nuestra forma de vida y costumbres, es una civilización decadente, perversa, el enemigo a batir.
Es por ello que son muchos los que callan de entre la comunidad musulmana en España, es por ello que incluso algunos aplauden el terror de sus correligionarios, aunque lo hagan todavía sin hacer demasiados aspavientos y algarabía (etimológicamente “la lengua de los árabes”) y con cierto disimulo.

Y mientras tanto, el gobierno frentepopulista que preside Pedro Sánchez, hace casi lo mismo que viene haciendo con los separatistas que quieren romper España por el nordeste. Pedro Sánchez demuestra día tras día que en Cataluña la autoridad del Estado Español ya no existe de facto, prueba de ello es que hace dejación de sus responsabilidades (tal como hacía su predecesor, el registrador de la propiedad de nombre Mariano), y sigue sin tomar las riendas de la lucha antiterrorista, contra el terrorismo islámico, y sigue sin tener en cuenta que el principal enemigo del Reino de España se llama Marruecos (al que intenta calmar mediante regalos de armamento y material bélico). Pedro Sánchez continúa sin tomarse en serio el grave peligro que corre España con los musulmanes retornados tras combatir en Afganistán o con el Estado Islámico, muchos de ellos lobos solitarios y yihadistas camuflados como refugiados…

Pedro Sánchez, tal como hicieron sus predecesores en la Presidencia del Gobierno, mira para otro lado y silba, al parecer, esperando a que escampe.
Pues “eso”, que la Patria está en peligro… y mientras los españoles de fiesta en fiesta, y a poner velitas, cirios, estampitas… y a guardar minutos de “silencio” cuando se producen atentados. ¿De verdad pensáis que quienes pretenden destruirnos van a desistir con semejantes acciones? ¿De veras pensáis que los vais a disuadir de esa manera?

Se acaban de cumplir 451 años de la victoria de España, de la Europa Cristiana, frente al Islam, los españoles debemos sentirnos orgullosos de tamaña gesta que, como decía Miguel de Cervantes, “el manco de Lepanto”, fue «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».

Sí, el 7 de octubre edebería ser un día de celebración, para hacer ondear la bandera de España, sin complejos, sin pedir perdón, sin pensar que tenemos un “deuda histórica” con nadie, muy al contrario, son ellos los que la tienen con España, pues fue España la que venció y frenó al Islam y logró que la Civilización Occidental siguiera viva.
¿Queréis que la Historia se vuelva a repetir?

 Batalyaws, Taifa Hispánica del Suroeste de Al-ándalus.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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