Raúl Tortolero
El progresismo globalista trabaja sin descanso en la construcción de un nuevo orden mundial, el sueño de las élites que no dan un cacahuate por las soberanías nacionales, y que son en los hechos enemigas del cristianismo, y promotoras a ultranza de la ideología de género, la “religión” del eco-animalismo, y los supremacismos LGBT, feminista, indigenista y negro.
Este globalismo usa a las pandemias como un muy buen pretexto para reducir las libertades democráticas de los ciudadanos, y para acotar sus derechos humanos, es decir, para aumentar el control social.
Y al mismo tiempo, ante el terror y la emergencia, generan un mega-centralismo del poder mundial, concentrándolo en pocas manos, las de organismos internacionales, a los que poco les interesan las idiosincrasias nacionales, el patriotismo, las soberanías, y la democracia.
Así las cosas, para estas estructuras mundiales no hay tiempo para tomar decisiones basadas en el voto ciudadano, libre y secreto, ni en consultas, ni referendos, por lo que sus políticas pronto se ven traducidas en las propias de una tiranía.
¿Qué quiere este globalismo? Por supuesto, el control mundial de los gobiernos nacionales, y tener de su lado al Big Money, al Big Tech, al Big Pharma, al Big Food, y a la mainstream media internacional.
¿Qué agenda promueve? Una -muy cercana a la Agenda 2030 de la ONU-, en la que se impulsa el aborto, el feminismo radical, la homosexualidad, no tener hijos, el aborto, el tener mascotas, la alimentación vegana, la ideología de género, el culto al planeta, el socialismo blando, y el fin del cristianismo como religión hegemónica en Occidente.
¿Qué les estorba? Les estorban los líderes patriotas, el cristianismo en todas sus vertientes, la heterosexualidad, la familia natural, las energías fósiles, la derecha, el conservadurismo, el capitalismo, la democracia, la libertad y los derechos humanos.
Bill Gates y su fundación, junto al Centro para la Seguridad Sanitaria de la Universidad John Hopkins y al Foro Económico Mundial, en octubre de 2019 llevó a cabo un ejercicio de respuesta a una pandemia por una vertiente de SARS. Su dinámica se llamó “Event 201”.
Sólo que justo por esas fechas, muy coincidentemente, surgió en efecto el Covid-19, en Wuhan, China. ¿Casualidad?
Cerca de 15 millones de muertos por Covid, y con farmacéuticas hinchadas en dinero, tres años después, los mismos personajes y la OMS se reunieron para hacer un simulacro más, ahora llamado: “Contagio catastrófico, un ejercicio de reto global” (Catastrophic Contagion, a global challenge exercise), en el marco del Grand Challenges en Bruselas, el pasado 23 de octubre.
Para hacer más breve el cuento, lo que ahora previenen es la presunta llegada de un nuevo virus, para 2025: lo han denominado “SEERS 2025” (síndrome respiratorio epidémico grave por enterovirus 2025, por sus siglas en inglés: Severe Epidemic Enterovirus Respiratory Syndrome), sólo que tendría una tasa de mortalidad superior a la del Covid-19, y ahora afectaría sobre todo a niños y jóvenes, dejando unos 20 millones de muertos.
En el simulacro de reuniones del consejo de emergencias sanitarias de la OMS, participaron expertos de salud de “Senegal, Ruanda, Angola, Liberia, Nigeria, India, Singapur y Alemania”, y el vocero
del evento fue, faltaba más, Bill Gates.
Uno de los factores clave en el control de la población (que se diría con tendencias maltusianas) es poder infundir el terror. Una ciudadanía paralizada, que por intentar “salvarse”, le permite al Estado hacer lo que quiera, restringiendo las libertades y acotando los derechos humanos, es la puerta para una dictadura global, es el fin de la democracia liberal, y del estado de derecho.
Es una lógica natural: la gente pone por encima de todo la salvación de su vida y la de sus familiares, y ahora que se anuncia este posible escenario en el que ese nuevo virus afectaría sobre todo a los niños, no hay que ser un genio para imaginar la serie de medidas tiránicas que la gente aceptaría sonriendo y agradecería llorando, con tal de no ver morir a lo más sagrado de la familia, que son los bebés, los niños.
Y eso es apenas para 2025. Faltaría alguna otra predicción para 2028 o 2030, con lo que estaríamos llegando a este año (tan cacareado) como una sociedad de mansos borregos carentes de libertades, y voluntad doblada por el terror, en el que los gobiernos nacionales nos parecerían una punta de inútiles que deben cerrar la boca ante los grandes expertos médicos y epidemiólogos de la OMS.
Se va así preparando el terreno para una sociedad muy distinta a la que conocemos hoy, una en la que la democracia es cosa del pasado, por ser ésta un lujo que no nos podemos dar ante las cada vez más periódicas catástrofes sanitarias, de las que nadie sabe cuándo saldremos. Ahí viene la dictadura globalista de izquierda. Y habrá quienes den hasta su vida por ella…
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