Samuel Phillips Huntington nos hablaba hace ya unas cuantas décadas (1.993) de “Choque de Civilizaciones” y anticipaba por entonces que el “choque de culturas” derivaría en una “guerra de civilizaciones” que, a su vez acabaría provocando una reconfiguración del orden mundial.
“Imagina a toda la gente […] viviendo al día, sin países y sin religiones, sin nada por lo que luchar o morir, una hermandad del hombre compartiendo todo el mundo, y el mundo vivirá como uno solo.” John Lennon.
En 1993 la revista Foreign Affairs publicó un ensayo de Samuel Huntington, en el que el “politólogo” estadounidense abordaba “el choque de civilizaciones”, asunto que se ha manifestó hace un año en Barcelona y Cambrils (de lo cual algunos han “celebrado” el primer aniversario); asunto con el que muchos también relacionaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en NuevaYork, o la matanza de los trenes de Atocha (Madrid) de hace más de una década, y un interminable etc. y que acabará retomándose en cualquier momento, si quienes pueden ponerle remedio siguen sin hacerlo, o se dedican a seguir diciendo tontadas, perogrulladas… o jugando a la “alianza de civilizaciones”.
Huntington anticipaba en 1993, que el “choque de culturas” derivaría en una “guerra de civilizaciones” que, a su vez acabaría provocando una reconfiguración del orden mundial; también auguraba con rotundidad que el “nuevo orden mundial” post-guerra fría acabaría provocando grandes conflictos, especialmente en las fronteras entre el mundo occidental judeocristiano y el mundo musulmán. Todo lo que en un primer momento a muchos les pareció exagerado, se ha ido cumpliendo casi al pie de la letra, desde la guerra de Irak en adelante.
En la actualidad las nuevas fuentes de conflictos no tienen origen ideológico o económico, lo que en los momentos actuales enfrenta a seres los humanos son cuestiones de carácter cultural, ya no se trata de rivalidades de unos Estados contra otros, o de alianzas de Naciones contra otras alianzas. No; se trata de enfrentamientos entre Civilizaciones.
Desde la Paz de Westfalia en la que surgió el sistema internacional “moderno”, y tras la Revolución Francesa y el nacimiento de “las naciones-estados”, los conflictos armados fueron de naciones contra naciones, durando este “esquema” hasta la Primera Guerra Mundial… Más tarde, tras la Revolución Rusa se pasó a conflictos de tipo “ideológico”, hasta que acabó cayendo el “muro de Berlín” en 1989, y con él el comunismo soviético.
Después de la denominada “guerra fría” la política internacional ha pasado a estar condicionada por la interacción entre la “civilización occidental” y las “otras civilizaciones”.
Con el desmoronamiento y la caída del bloque comunista se esperaba que el otro bloque, el occidental, se acabara imponiendo totalmente, pero no ha sido así, por el contrario, se ha levantado un mundo plural, un mundo de civilizaciones. No ha tenido lugar, como muchos vaticinaban y deseaban, el triunfo final de Occidente sino que han resurgido y se han reafirmado antiguas civilizaciones. Renacer que ha acarreado un alejamiento y un rechazo de todo lo que guarda relación con Occidente, y que ha conducido a volver la vista a las raíces, a los orígenes culturales autóctonos, de base fundamentalmente religiosa.
Se quiera o no aceptar, la terca y tozuda realidad es que estamos asistiendo a la emergencia de ancestrales civilizaciones que, basan su identidad esencialmente en una religión concreta.
¿Pero, cuáles son esas civilizaciones emergentes?
Huntington constataba ya, en 1993, la enorme presencia del mundo musulmán, de lo islámico. Muchos países que durante la guerra fría hicieron suyo el marxismo-leninismo o que formaban parte de los denominados “países no alineados” actualmente encuentran su identidad y esperanza en el Islam.
También hay que mencionar a la civilización china; la milenaria China que recupera el confucionismo, la concepción de la vida del maestro Confucio, del siglo VI antes de Cristo. Tampoco, aunque tenga carácter un tanto “marginal”, hay que olvidar a la civilización japonesa -formada a partir de la china pero con tradiciones propias-. Otra civilización es la hindú, con un núcleo cultural de más de tres mil quinientos años.
Igualmente hay que considerar a la civilización cristiano-ortodoxa que, aunque emparentada con la Occidental posee características propias, particulares.
Otros bloques culturales a tener en cuenta son la civilización budista, la civilización africana y la latinoamericana, menos emergentes de momento.
En este nuevo orden mundial está presente un ingrediente, un factor de riesgo que los occidentales no solemos tener presente: Las civilizaciones emergentes se consideran superiores a la de Occidente, con valores morales más auténticos; y consideran a Occidente como una civilización corrupta y decadente.
Tras las matanzas, tras el terror que ha sufrido el mundo occidental los últimos años, hay que ser un ignorante, un estúpido, o un malvado para obviar la empecinada realidad: que el mundo musulmán considera a la civilización occidental judeocristiana como un mundo decadente, la máxima representación del mal, el enemigo a batir… y mientras, muchos siguen hablando de conciliar, de dialogar, de acoger generosamente a todo aquel que nos llegue, no importa de dónde, con tal de no evitar ser llamado xenófobo, racista, e insensateces por el estilo.
Occidente se diferencia de las otras civilizaciones porque posee características propias, posee valores e instituciones que no se dan en otras partes del mundo, estamos hablando de su cristiandad, el pluralismo, el individualismo, el imperio de la ley, la separación de la Iglesia y el Estado, que permitieron que Occidente inventara la modernidad, y se expandiera por todo el planeta. Estas características son, exclusivas de Occidente. Europa occidental es la fuente de las ideas de libertad individual, democracia política, imperio de la ley, derechos humanos y libertad cultural. Son ideas europeas, no asiáticas, ni africanas, ni de Oriente Medio, y allá donde existen, fuera de Europa, es por adopción.
Mientras los trovadores y predicadores del “buenismo” y de la “alianza de civilizaciones” y del multiculturalismo nos hablan de un futuro planeta regido por principios éticos y valores universales; las civilizaciones no occidentales han retomado el camino de la indigenización y beben en las fuentes de sus antiguas culturas autóctonas. Para un alto porcentaje de chinos y musulmanes la Democracia y la Declaración Universal de Derechos Humanos son creaciones occidentales, no universales.
Y mientras tanto, tal como dice Philippe Muray, en Europa hemos sustituido al Homo Sapiens por el “Homo Festivus”. Europa está entretenida, de fiesta en fiesta, ignorando el desafío demográfico (en el año 2025 más del 25% poblacional mundial será musulmana) y el desafío económico de otras civilizaciones (posiblemente, también en el 2025, Asia incluirá a más de media docena de las economías más fuertes del planeta).
Europa está distraída, de fiesta en fiesta, ignorando el enorme riesgo de inestabilidad que suscita la militancia y el creciente poder de las civilizaciones no occidentales. Pero Muray no nos habla de la fiesta tal como siempre se ha entendido: una situación excepcional que se contrapone a lo cotidiano, con cierto componente de catarsis; Muray nos habla de que ahora lo cotidiano es la fiesta (la distracción permanente) y lo excepcional lo que siempre fue cotidiano; en Europa ahora predomina el hedonismo y la euforia compulsiva, la fiesta como forma de liberación del mundo de lo concreto, el ideal de los “revolucionarios de mayo del sesenta y ocho” llevado a la práctica, todo lo deseable es un “derecho”.
Y mientras tanto…
Los trovadores, bufones, y predicadores del multiculturalismo no paran de hablarnos de que nos encaminamos, de que vivimos ya en el mejor de los mundos posibles, el imperio de los derechos humanos, un mundo global donde todas las voces son escuchadas, todas las creencias reconocidas y respetadas, en el que ya no caben discriminaciones de ninguna clase.
La paz eterna, una civilización universal, la “era común” en la que ya no habrá racismo (porque no habrá razas) no habrá sexismos, pues no habrá sexos.
Nos hablan de un mundo poblado por “socialdemócratas” pacíficos, participativos, tolerantes, festivos… Y mientras en Europa se produce un enorme desarraigo (derivado de la imposición de “la innovación y la trasgresión” frente a “la tradición”) y se impone el pensamiento débil, ahí afuera se está librando un tremendo choque de culturas, de civilizaciones arraigadas en religiones, que casi inevitablemente acabarán dominando la política a escala mundial: en las fronteras entre civilizaciones se producirán las batallas del futuro.
Todo esto sucede mientras los europeos caminamos hacia un mundo de “viejos” en el que ya es casi imposible que se produzca recambio generacional (según los cálculos más fiables, hacia el año 2050 las personas mayores de sesenta años se acercarán al 50 por ciento de la población) y necesitado cada día de más inmigrantes que a buen seguro no estarán por la “integración”.
En esta situación, si se quieren evitar peligrosos enfrentamientos, es urgente buscar los atributos comunes a todas las civilizaciones, es decir, tenemos que intentar conseguir, aceptando la diversidad, la moralidad mínima que se deriva de la común condición humana.
La convicción de Huntington de que es necesario que las diferencias existan y preexistan (ya que promover la integración de gente culturalmente distinta, llevaría casi inevitablemente a una guerra de civilizaciones para dilucidar cuál de ellas es la mejor, terminando en la dominación y sometimiento de una sobre otra) puede levantar ampollas “éticas” o hacer tambalearse a algunas mentes “progresistas”, pero no nos engañemos, esto es lo bueno de esta clase de obras; leer “El Choque De Civilizaciones” es un estupendo ejercicio para revisar nuestros esquemas mentales acerca del momento histórico y de la sociedad en la que nos han tocado vivir. Habrá quienes critiquen a Huntington, pero es difícil ignorarlo… Está en riesgo la supervivencia de nuestra civilización, y tal vez la de nuestra especie.
Pero,… permítaseme otra pregunta: ¿Es posible realmente exportar a determinados lugares del mundo la forma de vida occidental, con economía de libre mercado, separación de poderes, elecciones parlamentarias, respeto a los derechos humanos, cuando en esos lugares su forma de vida, su cultura, su civilización es absolutamente diferente a la judeocristiana, e incluso nos consideran una forma de vida degradada, perversa, o el enemigo a quien consideran legítimo destruir?
¿Es posible la “Alianza de Civilizaciones” en medio de una guerra de civilizaciones?
La tragedia sucedida en Siria en la última década que, ha supuesto la muerte de más de medio millón de personas y la huida de más de cinco millones, expulsadas de sus hogares buscando refugio en Europa en los últimos años, demuestra que las principales potencias mundiales y las diversas organizaciones internacionales responsables de preservar la paz en el mundo están fracasando estrepitosamente cuando emprenden guerras preventivas, o deciden intervenir supuestamente para frenar los más de cincuenta conflictos bélicos existentes en el mundo de forma permanente, sean de baja, media o alta intensidad.
Inevitablemente todo ello nos lleva, también, a preguntarnos:
¿Es correcto, justo, legítimo que la principal potencia económica, militar, política del mundo –Estados Unidos de Norteamérica- o las restantes principales potencias, o la ONU intervengan como “policías” para poner orden allí donde hay guerras de mayor o menor intensidad, y en las que siempre el principal perdedor es la población civil?
¿Es aceptable que se realicen intervenciones militares para impedir que bandas armadas, terroristas inspirados por ideas terribles se acaben haciendo con el poder, derroquen a los gobernantes (hayan sido o no elegidos democráticamente) e intenten imponer regímenes totalitarios, liberticidas, tiránicos que, entre otras cosas acaben llevando a cabo “limpiezas étnicas”, masacrando a los disidentes, a las minorías religiosas, a los homosexuales, realizando traslados forzosos de una parte importante de la población, etc. etc.?
¿Es correcto que algún país con un enorme poder militar intervenga, se inmiscuya, se entrometa en la forma de vida de otros países con el pretexto de proteger a las pobres víctimas de los gobernantes que llevan a cabo políticas tiránicas, asesinas, de exterminio, genocidas; y de paso intentar implantar regímenes democráticos, democracias liberales, con separación de poderes y en las que los gobernantes sean elegidos por los ciudadanos, a la manera de los regímenes políticos existentes en el llamado “mundo occidental” o “mundo desarrollado”?
Hay un factor que no podemos olvidar: en la era de la información y de la globalización, por mucho que se traten de ocultar, o tergiversar determinados asuntos, o manipular a la opinión pública, lo que los diversos gobiernos realicen en el exterior acabará influyendo en futuras elecciones y determinadas actitudes pueden decidir quiénes acaban ganando o perdiendo las elecciones para presidir los EEUU.
Es por ello que los EEUU y sus aliados estuvieron indecisos y acabaron interviniendo demasiado tarde en la guerra de los Balcanes, en la última década del siglo XX, cuando se desmembró y se hizo trozos la antigua Yugoslavia. Hasta tal punto se retrasaron que cuando decidieron actuar ya se había producido una enorme tragedia, un verdadero exterminio especialmente en Bosnia-Herzegovina.
Lo mismo pasó en África con el genocidio de Ruanda por la guerra entre los tutsis y los hutus en el que los segundos acabaron matando a más del 75 por ciento de los primeros, en el año 1.994.
Según afirman algunos estudiosos, en el mundo hay de forma permanente alrededor de cincuenta lugares en los que existen guerras de baja, media o alta intensidad, el mayor o menor conocimiento que se tiene sobre ellas por parte de la gente corriente se debe fundamentalmente a si los medios de información y creadores de opinión las consideran “noticia” y deciden abrir o no los telediarios hablando de ellas, o por el contrario, ocultarlas o hablar como mucho de pasada. Si a alguien de buena voluntad se le pregunta que si le parece bueno, positivo, necesario que haya una especie de “gobierno mundial” con su correspondientes ejércitos y policías, para que intervengan allí donde sea necesario, para evitar guerras, destrucción, hambre, enfermedades, y un largo etc., es seguro que contestaría que le parece estupendo, salvo que sea un canalla.
Ese es el motivo por el que siempre habrá ciudadanos que justifiquen que los ejércitos de sus países se impliquen e intervengan para poner orden en lugares como, por ejemplo, Siria de la cual nos hablaban en la televisión un día sí y el otro también (hasta que llegó la maldita pandemia del coronavirus), y nos muestraban imágenes de personas muertas y heridas, niños y niñas huérfanos, gente y más gente huyendo (los llamados “refugiados”) debido a las atrocidades que cometía el llamado “estado islámico”, es lógico que la gente piense que lo mejor sería intervenir y acabar con quienes han destruido sus casas, matado a familias, etc. y que los refugiados puedan algún día regresar a su tierra de origen.
Al mismo tiempo se da la paradoja de que nadie quiere asumir el coste de que irremediablemente habría de soldados españoles, europeos, estadounidenses, rusos, etc. que morirían en tales intervenciones, de soldados que nunca regresarían o lo harían en ataúdes.
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