Jesús Laínz
Cleptocracia (del griego clepto, ‘robo’; y cracia, ‘poder’ = dominio de los ladrones) es el establecimiento y desarrollo del poder basado en el robo de capital, institucionalizando la corrupción y sus derivados como el nepotismo, el clientelismo político y la malversación de caudales públicos, de forma que estas acciones delictivas quedan impunes debido a que todos los sectores del poder están corruptos, desde la justicia, funcionarios de la ley y todo el sistema político y económico.
FUENTE: https://www.libertaddigital.com/opinion/2023-03-17/jesus-lainz-cleptocracia-izquierdista-6997123/
Jamás en la historia de España, ni siquiera durante la ocupación por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, pudo imaginarse un saqueo tan sistemático como el que llevaron a cabo los dirigentes republicanos.
En el diario que escribió sobre los años revolucionarios, Ivan Bunin, Nobel de Literatura de 1933, recogió lo que le parecieron voces viscerales y primitivas, jetas criminales y rostros repugnantes de los bolcheviques. «¡Qué horrible galería de presidiarios!», anotó.
Interpretó la revolución como el triunfo de Asia sobre Europa, del desorden sobre el orden, de la enfermedad sobre la salud, de la fealdad sobre la belleza, de la locura sobre la cordura, de la chusma social y biológica sobre la gente normal:
En tiempos de paz solemos olvidar que el mundo está lleno de estos degenerados porque se los mantiene recluidos en cárceles o sanatorios mentales. Pero he aquí que llega un tiempo en el que triunfa el pueblo soberano. Se abren las puertas de cárceles y sanatorios, se prende fuego a los archivos policiales, ¡y se desata la bacanal! (…) Y es precisamente de toda esa gente de la Rusia arcaica, célebres desde antaño por su carácter antisocial, y de la que han salido tantos vagabundos, fugitivos y pordioseros, así como pícaros, entre la que ahora se ha reclutado a la flor y nata del pueblo y se la ha puesto a la cabeza de la revolución social. Ellos son su orgullo y su esperanza. ¿Cabe sorprenderse del resultado?
También dejó constancia del saqueo general al que se dedicaron unos bolcheviques que repartían órdenes de registro entre sus adeptos para que se hicieran con lo que les apeteciera. Y para que todo quedara en familia, «las esposas de los comisarios han sido nombradas, también, comisarios». Esta solidaridad en el robo no impidió que las diversas facciones comunistas «se devorasen entre sí». También irritó a Bunin la «nueva jerga consistente en exclamaciones grandilocuentes» que empleaban los revolucionarios:
Y todo eso se repite una y otra vez, puesto que entre los rasgos distintivos de las revoluciones están la sed de juego, la hipocresía, el gusto por las poses y la farsa. El mono que hay en cada hombre se despierta y asoma la cabeza.
Dos décadas después, en el otro extremo de Europa, Jardiel, Pla, Camba, Unamuno y muchos otros dieron testimonio del ascenso de la hez social a los cargos parlamentarios y gubernativos. La muy republicana Clara Campoamor destacó entre todos ellos al denunciar que muchos de los dirigentes frentepopulistas que se hicieron con el mando en la retaguardia republicana era «gente que tenía que haber estado en la cárcel».
Wenceslao Fernández Flórez, por su parte, había denunciado desde el comienzo del régimen el latrocinio de los gobernantes izquierdistas:
Una mayoría parlamentaria en la que había hombres procesados por robo, histéricos, analfabetos, energúmenos, estorbaba cualquier discusión con el rápido gesto de sacar la pistola del bolsillo (…). En el Parlamento hay una pandilla de forajidos, hartos de matar y robar en la revolución de octubre; nos gobiernan ignorantes audaces, enamorados de sus magníficos automóviles con radio y calefacción; desde arriba y desde abajo se saquea el país: nunca tantas fortunas se improvisaron tan rápida y oscuramente.
Jamás en la historia de España, ni siquiera durante la francesada, pudo imaginarse un saqueo tan sistemático como el que llevaron a cabo los dirigentes republicanos. Lo denunciaron numerosos testigos, como Valle-Inclán, Marañón, Madariaga, el Campesino o el mismísimo presidente de la República, Alcalá-Zamora. Éste acusaría a los socialistas de haber prolongado la guerra «sin posibilidad de vencer, mientras subsistió la de procurarse algún seguro de emigración a costa de las reservas del Banco de España y del saqueo de éste».
Por lo pintoresco, el informe redactado por el dirigente comunista José María Rancaño merece especial recuerdo:
En Figueras pude ver el espectáculo de un ministro [Francisco Méndez Aspe, de Izquierda Republicana], rodeado de funcionarios y otras gentes, en una lucha angustiosa contra el tiempo, deshaciendo relojes y echando a un lado las tapas de oro y plata, y la maquinaria al suelo; destripando alhajas de toda clase; metiendo en maletas y cajas, empaquetando, ocupándose él mismo de todo, dando voces, presa del mayor histerismo.
Pasaron las décadas, y los gobiernos socialistas desde González hasta Sánchez continuaron la tradición dejando en la historia reciente de España una estela de latrocinio tan vergonzosa como carente de consecuencias políticas. Los casos de prevaricaciones, abusos, robos, derroches, enchufes y mil y un delitos perpetrados por los cleptócratas izquierdistas, en muchos casos de una categoría intelectual y personal ínfima, llenarían muchas páginas y tendrían que haber llenado también las cárceles. Pero han quedado mayoritariamente impunes por esa extraña idea de que si el que delinque es un político es menos delito que si el culpable es un vulgar ciudadano, sobre el que ha de caer todo el peso de una ley que se limita a acariciar a aquél.
Evidentemente, el robo no es exclusivo de la izquierda ya que el Partido Popular también puede presumir de un florido historial. Pero hasta en el delito hay clases: cuando la que roba es la derecha, se debe a su insolidaridad, su codicia innata, su maldad incurable, por lo que debe cumplir condena eterna. Pero cuando la que roba es la izquierda, dada su autoproclamada superioridad moral, se trata de un robo bienintencionado, idealista, altruista, beneficioso para los ciudadanos –hasta cuando se gastan el dinero de todos los españoles en putas y cocaína–, por lo que no merece castigo sino premio.
Por eso al votante izquierdista le resulta indiferente, cuando no directamente satisfactorio, que los suyos roben. Son los de su bando, los de su trinchera, y por eso lo robado bien robado está.
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