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Crónica de la presentación de «España saqueada: por qué y cómo hemos llegado hasta aquí… y forma de remediarlo» en la Feria del Libro de Badajoz. España está desunida, subyugada y absolutamente debilitada mientras los españoles están distraídos, de fiesta en fiesta…

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Anteayer, 18 de mayo, a las 18 horas tuve la oportunidad de presentar mi libro «España saqueada: por qué y cómo hemos llegado hasta aquí… y forma de remediarlo». Fue un acto breve, demasiado corto y apresurado, pero a pesar de la concisión me dio la opción de exponer de manera sinóptica, de dar una visión de conjunto de una obra que consta de tres tomos y alrededor de un millar de páginas… Tarea bastante difícil en apenas media hora que me concedió la organización de la Feria del Libro de Badajoz.

Dado que el tiempo disponible era muy escaso, mi amigo Juan Miguel Collado Campos, profesor de Lengua y Literatura Española, y yo acordamos realizar una especie de entrevista para, de ese modo, ser más preciso y conciso.

Evidentemente, comencé por responder a su pregunta de cuándo caí en la cuenta de que todo lo que había escrito a lo largo de décadas, disperso por doquier, en multitud de publicaciones periódicas, impresas o digitales podían acabar siendo los capítulos de un libro, y en qué momento me puse a la faena de hacerlo realidad. Han sido muchas las ocasiones que me he sentido invitado a realizar una antología de todo lo que he escrito casi desde que era adolescente, y tras múltiples aplazamientos, cuando nos vimos obligados a permanecer en nuestros domicilios, cuando el gobierno social-comunista de Pedro Sánchez decretó el arresto domiciliario, debido a la maldita «plandemia», me dije que era cuestión de aprovecharlo y no seguir procrastinando y continuar aplazándolo más…

Lo que en principio pretendió ser una antología, seleccionando todo lo que no ha perdido vigencia o seguía siendo de actualidad, acabó convirtiéndose en un minucioso análisis-diagnóstico de la terrible situación que sufre España y a la que nos han llevado los capos de los diversos cárteles mafiosos que se hacen llamar partidos políticos, desde la muerte del General Franco en adelante.

Una de las primeras ideas presente en mi obra, y que ha revoloteado alrededor de mi cabeza, ha sido la de que, generalmente, lo más difícil de conseguir es que a uno lo escuchen, le presten atención cuando pretende hablar de cuestiones a las que la gente ha renunciado, ha hecho un acto de desmemoria, o debido a las campañas de «damnatio memoriae» ordenadas por los gobiernos, han sido condenadas al olvido, contando con el apoyo entusiasta de los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, todos ellos regados generosamente con nuestros impuestos; todo ello reforzado por la creencia estúpida de que «la mayoría tiene razón»…

También se me preguntó qué asunto es al que más atención le dedico en mi libro y por qué motivo. Sin duda alguna, la corrupción es de lo que más se habla en mi libro; una corrupción que ha conducido a que España sea una nación desunida, una nación subyugada, una nación absolutamente debilitada, mientras los españoles están distraídos, de fiesta en fiesta, cada vez más infantilizados y embrutecidos. Una corrupción de la que muchos españoles participan, mientras otros viven en un mundo de fantasía como el que se describe en el entremés de Miguel de Cervantes que lleva por título «El retablo de las maravillas», necesitados de que llegue un capitán les abra los ojos, los oídos y los demás sentidos, y les diga que todo es mentira, que todo es impostado… e incluso, que el rey está desnudo (tal como en el texto del Infante Don Juan Manuel «Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño», siglos después versionado como «El traje nuevo del emperador» por Hans Cristian Andersen). Aunque, a veces parece que lo que predomina en España es una especie de «Corte de los milagros» a la manera de la obra de Ramón Valle Inclán.

No está de más recordar que este año se cumplen cien, sí un siglo, de cuando el General Miguel Primo de Rivera, por encargo de Alfonso XII, hizo de Cincinato-Cirujano de Hierro para enderezar el rumbo en una España aquejada de circunstancias idénticas -o casi- a las que sufrimos en la actualidad, y para emprender las acciones regeneradoras necesarias para que nuestra Patria recuperara la salud perdida, debido a los gobiernos oligárquico-caciquiles que se habían ido sucediendo desde la restauración monárquica de 1876, recurriendo al pucherazo y a lo que se denomina «turnismo»…

Inevitablemente, salió a colación si España es diferente o la corrupción está también presente en otros lugares de Europa o del resto del mundo de igual modo e intensidad que en España. Como siempre digo, mal de muchos no es consuelo de tontos, sino una epidemia. Claro que en todos sitios cuecen habas -y en mi tierra a calderadas- pero no es ningún consuelo. La existencia de una corrupción generalizada, de la magnitud de la existente en España, tiene relación con que también existe una completa, o casi, impunidad. En España no existen mecanismos disuasorios ni para perseguir y castigar a los corruptos y sus colaboradores. Esta impunidad posiblemente sea una cuestión definidora, característica del actual régimen político español, diseñado exprofeso por los sobrevalorados «padres de la Constitución de 1978», sin duda alguna el régimen del 78 es intrínsecamente corrupto, nació torcido es difícil, por no decir imposible de enderezar.

Evidentemente, el sistema corrupto que sufre España es la llave que abre la puerta al saqueo sistemático que sufre la población española desde hace décadas, y esto es así debido a que en España no existe «estado de derecho», no existe separación de poderes, los tribunales de justicia son como casinos de juego, en los que la ruleta está trucada y el croupier hace trampas. Como resultado, en España no existe seguridad jurídica, el gobierno no persigue a los delincuentes (sino que legisla para favorecerlos y acaba dándoles alas), tampoco los gobernantes hacen nada para que ser respeten los pactos entre particulares, ni para que se respete el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, y menos aún para protegernos de agresiones provenientes del extranjero…

Y… ¿Qué forma existe de remediarlo?

Pues, como expongo en mi libro, y en mi ponencia tuve la oportunidad de apuntar brevemente, para empezar, aprobando una ley de «Responsabilidad de los funcionarios y de los cargos electos», para frenar la corrupción y disuadir y castigar a los corruptos, y reinstaurando «El juicio de residencia», institución genuinamente española, vigente desde los tiempos de Alfonso X «el sabio» y eliminado por los liberales en el siglo XIX. Institución que merece ser explicada de manera resumida:

El Juicio de Residencia era un procedimiento para el control de los funcionarios de la Corona española, cuyo objetivo era revisar la conducta de los funcionarios públicos tanto de este lado del Atlántico como de las provincias de ultramar, verificar si las quejas en su contra eran ciertas, la honradez en el desempeño del cargo, y en caso de comprobarse tales faltas se les apartaba o se les imponían sanciones… Eran sometidos a él todos los que hubiesen desempeñado un oficio por delegación de los Monarcas.

Los funcionarios públicos, una vez terminado el periodo de tiempo para el que habían sido elegidos, no podían abandonar el lugar en el que habían estado ejerciendo sus funciones, hasta haber sido absueltos o condenados. Una parte de su salario se les retenía para garantizar que pagarían las multas si las hubiere.

 Es muy importante prestar atención a esta última condición, ya que, en prevención del resultado del proceso, y en caso de que el funcionario público, o cargo electo, acabara resultando culpable y tuviese que pagar la sanción pecuniaria que le correspondiese, el tribunal sentenciador dispondría de la cantidad de dinero suficiente para satisfacer la pena que se le impusiera.

 Una vez finalizado el periodo del mandato, se procedía a analizar con todo detenimiento las pruebas documentales y la convocación de testigos, con el fin de que toda la comunidad participase y conociese el expediente que se incoaba, el grado de cumplimiento de las órdenes reales, y su comportamiento al frente del oficio desempeñado.

El Juez llevaba a cabo la compilación de pruebas en el mismo lugar de la residencia, y era el responsable de llevar y efectuar las entrevistas.

Según fuese la importancia de los delitos, se castigaban con multas, confiscaciones de bienes, cárcel y la incapacitación para volver a ocupar funciones públicas. Generalmente, las penas que más se imponían era multas económicas junto a la inhabilitación temporal y perpetua en el ejercicio de cargo público.

Sorprende especialmente que, fueran los liberales los que eliminaron una herramienta tan potente para el control de las corruptelas y abusos polí­ticos de los gobernantes. Indudablemente, sólo cabe pensar que les incomodaba tremendamente…

Y, siguiendo con más remedios, añadí que había que fijarse y copiar lo que funciona en otros países, como es el caso de Suiza, nación en la que no existen políticos profesionales (tampoco a los partidos políticos allí existentes se les asignan ingentes cantidades de dinero provenientes de los impuestos, tal como se hace en España). En Suiza, quienes gestionan lo público, desde un simple concejal, pasando por un alcalde, hasta llegar al presidente del Consejo Confederal, no tiene sueldo, a lo sumo reciben dietas por reuniones, para compensar la desatención a la que se ven obligados, de sus negocios o profesiones habituales… Evidentemente, en mi libro cuento muchas más formas de remediar la situación que sufren España y los españoles, resultado de las formas mafiosas habituales entre los capos, oligarcas y caciques que nos mal-gobiernan, gente que tienen como único objetivo lucrarse, hacer carrera de la política, servirse de los españoles, parasitar de nuestros impuestos, y entre los cuales apenas o nada existe afán de servicio a la comunidad.

También fui preguntado acerca de las represalias a las que me he visto sometido, o vetos diversos, a raíz de la publicación de mi libro o a lo largo de décadas por tener «la valentía» de llamar a las cosas por su nombre, sin circunloquios… Evidentemente, así ha sido pues, he de reconocer que en ocasiones he cometido «sincericidio» y no he tenido la precaución de cubrirme las espaldas o los flancos laterales. Mi amigo e interpelante en el acto de presentación, Juan Miguel Collado, me preguntó que, si seré, seguiré siendo «genio y figura hasta la sepultura» y por qué hay personas «valientes» desde que nacieron (no necesariamente temerarias), muy poquitos, y por qué la gran mayoría se acomoda…

Como es de suponer, la gran mayoría actúa movida -mejor dicho, frenada- por el miedo, por aquello de que «quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas», a lo cual dedico un capítulo en mi libro. Claro que, algunos, aunque seamos una minoría, al parecer estamos hechos de otra pasta y no somos capaces de permanecer impasibles, mirar para otro lado, hacernos el Don Tancredo y no sentirnos concernidos por la injusticia y el dolor ajeno.

Y, para terminar, aunque tanto mi interpelante como yo intentamos estirar al máximo los 30 minutos que la organización de la Feria del Libro nos concedió, aún tuve un ratito para repasar de forma acelerada algunos logros del régimen del General Franco, legado del que está prohibido hablar, so pena de ser castigado severamente, y más si de lo que se pretende hablar es de lo que funcionaba (aunque hubiera cuestiones susceptibles de mejora), y fue destruido y no se sustituyó por nada alternativo…

Y, cuando ya sólo quedaban escasos segundos mi amigo y prologuista Juan Miguel Collado Campos terminó leyendo una reflexión que hago al comienzo del primer tomo:

«¿Sabes a dónde van las palabras que te gustaría expresar y no dices?

¿Sabes a dónde va lo que desearías hacer… y renuncias?

¿Sabes a dónde va todo lo que no te permites sentir?

Todo lo que nos callamos, lo que no decimos, se convierte en gritos mudos; lo que no decimos se transforma en insomnio, en dolor de garganta; lo que no expresamos se transforma en nostalgia, se transforma en asignatura pendiente de aprobar, en insatisfacción, en dolor, en duda, en ira, en frustración, en tristeza…

¡Lo que no expresamos nos mata!

Decir lo que se piensa y mostrar el desacuerdo son actos de existencia…

El que no habla muere un poco cada día.»

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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