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Crónica de un ejercicio de hipocresía –previamente anunciado y pactado- de un rey pasmado

Carlos Aurelio Caldito Aunión.

Los españoles estamos tan acostumbrados a que nos mientan, a que nos traten como estúpidos, a ser engañados y a auto-engañarnos que, ya no nos sorprendemos, ni indignamos, cuando alguien nos larga un discurso plagado de tópicos, eslóganes, retórica vacía, palabrería propia de los charlatanes de feria… utilizando un discurso casi igual al de los futbolistas a los que entrevistan en televisión minutos después de haber finalizado el partido…

Pese a que, quienes participan en el circo de la política (cada cual tiene asignado un rol, y representa un papel fiel y sumisamente), nos hayan intentado hacer creer que ha habido un “rifirrafe” entre monárquicos y antimonárquicos, en los días previos al discurso del Rey Felipe VI por Navidad, y que el tira y afloja se ha resuelto con valentía por parte de Su Majestad, hasta el extremo de que ha redactado él su propio discurso, sin actuar al dictado de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias; la realidad ha sido muy otra:

La alocución del 24 de diciembre, de Felipe VI fue redactada en el Palacio de la Moncloa.

A cambio de que Sánchez le permitiera no hablar de su padre, el Rey Emérito, Don Juan Carlo, el Rey Felipe VI renunció a criticar la grave situación institucional que sufre España, a la vez que se le impidió hablar de los ataques del Gobierno social-comunista y de sus socios (etarras y separatistas) a la Democracia, al Estado de Derecho y a instituciones como la Justicia, la separación de poderes del Estado, a la Lengua Española e incluso a la Monarquía Parlamentaria.

 Y para recochineo, -aunque esta impostura también se sale de ojo que estaba pactada-, hubo alguna alabanza inocente a la Constitución por parte de Don Felipe, al tiempo que condenó –muy suavemente- ‘los divisiones y enfrentamientos’ acaecidos en el pasado reciente de España que enfureció a las hordas y fanáticos de Podemos, ERC, Bildu y PNV, alusiones en las que pretendieron ver una disculpa a la ‘Guerra Civil’, y en la que echaron a faltar una condena explícita al régimen del General Franco.

Cualquiera que esté algo más que medianamente informado y tenga la osadía de pensar, y busque tener criterio propio, ha llegado hace ya mucho tiempo a la conclusión de que, España en este momento no es una Monarquía Parlamentaria sino más bien una especie de “monarquía presidencialista”, si se me permite denominarla de ese modo, en la que el Rey es un objeto decorativo, y en la que ha sido expulsado de facto hace ya mucho tiempo, es marginado de forma sistemática, desplazado, ninguneado, no tenido en cuenta, humillado, injuriado (e incluso calumniado), tratado con desdén, vilipendiado, mirado por encima el hombro, claramente despreciado,… “monarquía presidencialista” en la que ha sido relegado a asuntos de representación.

Todo ello, como era previsible, ha facilitado el ascenso de Pedro Sánchez a la cima, a las altas cumbres de los diversos poderes del Estado. Todo ello nos encamina hacia un nuevo Régimen que, al parecer ha echado a andar, se ha puesto en marcha con la aprobación de los PGE (Presupuestos Generales del Estado) y ha sido rubricado con el discurso navideño, redactado en el Palacio de la Moncloa, y del que ha acabado haciendo eco el Rey.

Los siguientes pasos serán el de control del Poder Judicial, que se abordará en enero, la reforma de las pensiones, cuestión de alto impacto social, y los anunciados indultos a los golpistas del ‘procés’ camino de las elecciones del 14-F en Cataluña.

Y mientras tanto, el rey parece que está pasmado

Gonzalo Torrente Ballester (Premio Cervantes 1985) escribió una novela con el título de “Crónica del rey pasmado” que, fue publicada en 1989 por la Editorial Planeta.

La novela narra la crónica de unos cuantos días en la vida de la corte de un rey español del siglo XVII, Felipe IV.

Felipe IV hace en una escapada con el conde de Peña Andrada, para ir al encuentro de la mejor cortesana, prostituta de Madrid, de nombre “Marfisa”.

Al contemplar el cuerpo, desnudo con medias rojas de la prostituta Marfisa, la impresión que le causó le hizo quedarse embobado de por vida, sumido en un aturdimiento persistente que le valió el apodo de El Rey Pasmado.

Cuentan las malas lenguas que, a partir de aquella impactante visión comenzó a actuar como un autómata en perpetua vacuidad.

La novela, como decía anteriormente, está basada en la figura de Felipe IV, del que algunos historiadores destacan su impetuosa e irrefrenable lujuria. Según cuentan las crónicas, y la novela de Torrente Ballester, tras ver a Marfisa desnuda, le surge un deseo que removerá los cimientos del Estado y de la jerarquía política y eclesiástica como si de un terremoto se tratara: ver a su reina desnuda.

Las discusiones que se suscitaron acerca de la moralidad de sus pretensiones, los amoríos con una cortesana y las intrigas palaciegas que se desencadenaron, fueron resueltas con ironía y gracia picaresca por la pluma del gran escritor español.

La novela destila el humor más habitual de la literatura de Gonzalo Torrente Ballester, quien parodia con maestría y perfección a la alta sociedad española del momento, sus inquietudes, sus preocupaciones y sus miedos. Torrente Ballester nos describe con exactitud aquel momento histórico, también sus tópicos y costumbres.

Imanol Uribe en 1991 dirigió un filme basado en la novela de Torrente Ballester, con el mismo nombre.

Y… llegados a este punto, es casi obligatorio preguntar:

¿Le ha tocado en suerte a España un nuevo “rey pasmado”?

Don Felipe VI un día sí, y el otro también da la impresión de que, deambula, vaga cual alma en pena, solo, triste, melancólico, y aislado, y muchas veces sin rumbo consciente, por las diversas dependencias del Palacio de la Zarzuela.

Felipe VI parece que, aún sigue “epaté” por la marcha de su padre. Don Felipe VI parece pasmado, debido a las continuas noticias que airean los medios de información, acerca de la conducta de su progenitor, el “Rey Emérito”, Don Juan Carlos I, que muchos califican de corrupta e inmoral (algunos de quienes apoyan al gobierno social-comunista de Pedro Sánchez, han llegado a calificar a Don Juan Carlos de “sinvergüenza”…)

Don Felipe VI parece pasmado, sin saber cómo digerir, cómo metabolizar que, su padre haya acabado yéndose de España, aparentemente a hurtadillas, a “la chita callando”, a escondidas, casi clandestinamente, forzado por quienes quieren romper, destruir España, empezando por hacer caer la Monarquía.

Don Felipe VI, parece pasmado e incapaz de suscitar suficientes simpatías y apoyos entre los ciudadanos, y de aglutinar en torno a sí y a la institución que, representa el entusiasmo que a él le gustaría. La institución que encabeza anda de capa caída, sumida en un sinfín de desatinos que más tarde o más temprano, si él y su círculo de colaboradores, y quienes lo consideran la mejor opción, o la menos mala de las posibles formas de Jefatura del Estado, no lo remedian lo llevarán a descarrilar, y a tener que tomar el camino emprendido por su padre, Don Juan Carlos, y su bisabuelo Alfonso XIII.

Desgraciadamente, por más que los medios de comunicación traten de presentarlo de otro modo, la percepción de muchos españoles es la de “rey pasmado”, de figurativa decorativa, de un simple adorno, que actúa al dictado del actual gobierno (mejor dicho: desgobierno) social-comunista, declarado enemigo de la Monarquía Parlamentaria que, si algo está consiguiendo, entre otras muchas cosas es presentar a Don Felipe VI como un personaje carente de utilidad, frente a la utilidad que siempre se le supuso a su padre, Don Juan Carlos I, y que apenas nadie osó cuestionar.

Hasta tal situación hemos llegado que, Don Felipe VI ni si quiera se atreve defender públicamente el legado de su padre, o tratar de responder a los continuos agravios a los que es sometido, llegando a la comicidad.

¿Cómo, se puede calificar, aparte de un acto de hipocresía, sino de burla cruel, el que se esté linchando públicamente a Don Juan Carlos I, por haber ejercido de intermediario, y haber percibido dinero por su buen hacer para conseguir poner en contacto a empresas españolas con otra fuera de España y conseguir buenos acuerdos y contratos que, han beneficiado grandemente a España y los españoles?

Y, mientras todo ello sucede, Don Felipe VI parece caminar sin rumbo, en el Palacio de la Zarzuela, y sin saber cómo y en quién apoyarse para, no solo defender a su padre y defender la institución monárquica, sino su propia corona; sino pasar al ataque para impedir que, acaben saliéndose con la suya quienes pretenden acabar con el estado democrático y de derecho.

¿Cuándo dejará Don Felipe VI de actuar siguiendo las directrices de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, y dará un paso al frente y empezará a ejercer de Jefe del Estado, a “reinar” en el sentido propio de la palabra?

El Rey de España, para muchos españoles, también en el extranjero, da la imagen de rey pasmado. A Don Felipe apenas se le permite periódicamente, siguiendo las instrucciones del gobierno frente-populista (que, no se olvide que está apoyado por etarras y quienes quieren romper España), ponerse delante de las cámaras de televisión y soltar una enorme ristra de obviedades, simplezas y lugares comunes propios de un discurso de aquellos que endilgaba a los españoles el General Franco por Navidad.

En casi todas las ocasiones, Don Felipe, que cada día que pasa se parece más a el rey pasmado de la novela de Torrente Ballester, cumple estrictamente con el protocolo, pasando por encima de la realidad como de puntillas, limitándose a repartir deseos de buena voluntad, a ser “positivo y empático”, políticamente correcto, y poco más.

En un momento convulso, turbulento, de incertidumbre, como el que vive España, desde el punto de vista político, económico y de salud pública, el hijo del Rey Emérito, parece que se empeña en hacer de prestidigitador, para evitar complicarse la vida, y procura no concitar demasiadas antipatías, al mismo tiempo que evita las iras de quienes, como Sánchez e Iglesias, quieren acabar con él y con la institución que él representa.

En estos momentos, son muchos los que dudan de si Don Felipe VI está realmente pasmado o se lo hace, y la imagen que da de rey pasmado es un ardid.

En fin, y ya para ir concluyendo: son muchos los españoles que están deseosos de que Don Felipe VI deje su fingido, o real pasmo, su discurso plano, atemporal, sin emociones, un discurso que con leves retoques podría perfectamente pronunciar su hija, la princesa Leonor. Son muchos, los españoles que están ansiosos de que, Don Felipe VI se sacuda el yugo al que lo tienen atado los comunistas y socialistas, y descienda a la realidad, honre a su padre, reivindique su memoria, su herencia (no tan oscura como algunos pretenden) y, entonces es seguro que dejará de ser percibido como un personaje “prescindible”.

El rey vive ahora pasmado y quizá, si él y su círculo de colaboradores y quienes son partidarios de la Monarquía Parlamentaria no le ponen freno, acabará desfilando desnudo, como el rey del cuento de Hans Christian Andersen, al que todos veneraban por no quedar mal hasta que acabaron riéndose de él.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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