CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
Fernando Lázaro Carreter, lingüista, director de la Real Academia Española -de la Lengua, claro- entre 1991 y 1998, decía que entre los agresores del idioma español, los más significados son los «periodistas deportivos», a los cuales el llamaba «los narradores de lo obvio», la mayoría de ellos cansinos por su leísmo y laísmo, fueron muchas las veces en las que habló de ellos (para quien quiera saber más le recomiendo que lea sus libros «El dardo en la palabra» y «El nuevo dardo en la palabra») para denunciar la manera en que los mismos, especialmente los de radio y televisión, degradan la Lengua Española, su tendencia a emplear extranjerismos de forma innecesaria, su peculiar jerga bélica, su manía de recurrir constantemente a tópicos y más tópicos, y un largo etc. pero, por otro lado, Lázaro Carreter los elogiaba por ser, a pesar de todo, innovadores del idioma, por su capacidad de conectar con la generalidad de la gente y su facilidad para llamar a las cosas llanamente, aunque en algunas ocasiones recurran a circunloquios innecesarios o a metáforas exageradas, a llamar a las cosas por su nombre y si es preciso actuar como el niño del cuento del Conde Lucanor, «Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño» (del Infante Don Juan Manuel) que «el rey está desnudo».
Frente a los periodistas deportivos, están otros, los que más abundan en la mayoría de los medios de información (mejor dicho, de manipulación de masas), los periodistas especializados en «política», opinadores, tertulianos, «politólogos», «todólogos» (pues de todo, al parecer, entienden y nada les echa para atrás a la hora de hablar de lo divino y de lo humano, aunque no tengan ni pajolera idea). Sin duda, estos son los más nocivos, tóxicos, e incluso malvados.
El lenguaje de quienes hacen profesión de la política y de quienes los siguen por doquier para contar lo que ellos desean que se cuente, está alejado actualmente de lo que podríamos llamar un discurso ejemplar (claro que, es así porque quienes forman parte de lo que alguien denominó «clase política» y algunos «casta» no son precisamente un ejemplo a seguir, salvo que se sea un malvado, un golfo, un mafioso, un indecente…). Y, cuando digo que no es un lenguaje ejemplar, no me refiero exclusivamente a que quienes lo usan, le pegan constantemente patadas a la Lengua Española, a su gramática, a su morfología, a su sintaxis, y emplean constantemente extranjerismos, recurren a las redundancias hasta aburrir, utilizan mal, tanto palabras como frases, recurren erróneamente a la latinajos, etc. también recurren a expresiones supuestamente cultas (la mayoría de las veces demostrando unas enormes osadía e ignorancia) para dificultar la comprensión del mensaje y aparentar ser «expertos» y formar parte de una aristocracia de gente muy bien preparada e informada, frente al común de los mortales. Ni que decir tiene que, los narradores de las aventuras y desventuras de los capos, oligarcas y caciques de las diversas agrupaciones políticas (salvo excepciones), son tan mediocres, ignorante y analfabetos como las personas a las que siguen para contar su vida y milagros.
El lenguaje político español, tanto de los periodistas especializados en redactar crónicas del día a día de quienes forman parte de la casta política, como el de sus miembros, tiende al uso de los eufemismos, con los cuales se pretende evitar palabras y expresiones tabúes, al mismo tiempo que se suaviza la verdad o se falta a ella con absoluto descaro. El eufemismo se emplea para disfrazar lo feo de bonito o neutro; lo fácil de complicado; disfrazar lo vacío, lo inane, lo intranscendente con palabrería; y por supuesto, lo concreto, la realidad, la tozuda realidad con vaguedades, con ambigüedad calculada. Los periodistas retroalimentan a quienes hacen profesión de la política y viceversa, inmersos todos (y cada uno, añadirían los unos y los otros) en un círculo no precisamente virtuoso.
Otro ingrediente frecuente en el discurso de los capos, oligarcas y caciques de las diversas agrupaciones mafiosas, que se hacen llamar partidos políticos, y en el lenguaje de sus trovadores, bufones y etc. es el recurso al insulto, a la falacia ad hominem, en lugar de tratar de descalificar el discurso del adversario mediante argumentos racionales y confrontando ideas o programas de acción. Tanto los periodistas especializados en «política», como quienes hacen profesión de ella, no entran en cuestiones ideológicas, de principios, o cosas parecidas, recurren por sistema al ataque personal para hacer callar al contrincante o descalificarlo; por supuesto, todo ello lo acompañan recurriendo, también a la falacia ad populum (la mayoría tiene razón, y si no aceptas tal axioma eres un facha…) y a la falacia de autoridad, o «magister dixit», consistente en defender algo como verdadero porque quien es citado en el argumento tiene autoridad en la materia, se le considera un «experto».
Éstas y otras estratagemas son usadas generalmente, debido a que tanto quienes viven -y parasitan- de la política como sus aduladores -«bien pagaos»- saben sobradamente que el electorado está cada vez más desilusionado y menos interesado en la gestión de lo público, y con el uso del insulto y de la descalificación falaz a veces, no siempre, logran captar la atención perdida.
Es por todo ello que, gente como Alberto Núñez Feijóo necesita que alguien de los narradores de lo obvio, de los periodistas deportivos, que aunque sean a veces exagerados y pequen de un lenguaje estrambótico, no suelen recurrir al eufemismo, a hacer entrevistas laudatorias, o masajes como ahora se dice, se le acerque y le diga que «va desnudo», que los problemas reales de España son otros muy diferentes a los que le cuentan los «burladores que hicieron el paño», que España tiene un grave problema que se llama el «estado de las autonomías» que habría que dar por fenecido y que es motivo de despilfarro, de sobrecostes inmensos en la contratación de obra pública y de bienes y servicios, que es motivo también de corrupción (otro de los gravísimos problemas que sufren España y los españoles), corrupción que ha convertido a España en un ente putrefacto y que no parará mientras no existan mecanismos disuasorios y no se persiga y castigue a los corruptos (empezando por aprobar una ley de responsabilidad de los funcionarios y los cargos electos, resucitando el «juicio de residencia»)… Feijóo necesita que se le acerque un narrador de lo obvio y le repita que camina desnudo y que en España es posiblemente el lugar del mundo (con seguridad de Europa) en el que mejor se trata a las mujeres y donde menos se las violenta, con diferencia, y que eso de que los hombres tienden a establecer relaciones desiguales con las mujeres, de dominio, intrínsecamente violentas y tantas estupideces más, es una absoluta falsedad además de una tremenda estupidez, y que efectivamente eso de «la violencia de género» no existe. Salvo que haya por ahí un tal «género», peligroso delincuente, asesino en serie al que las fuerzas policiales son incapaces de detener y poner a disposición judicial, a pesar de la enorme cantidad de dinero que se le dedica y de personal, distrayéndolo y detrayéndolo de la persecución de criminales como los que día tras día atentan contra la propiedad privada, por poner sólo un ejemplo…
Sí, ya es hora de que algún periodista deportivo, aunque sea de forma ampulosa, o recurriendo a arcaísmos, o como cuando cantan aquello de «gol, gol, gol, goooooooool» hasta desgañitarse le digan que «va desnudo» …
Tampoco estaría de más que algún narrador de lo obvio le diga al apadrinado por el registrador gallego que leía el diario Marca que un día llegó hasta la presidencia del gobierno de España, que España tiene un gravísimo problema con la natalidad que pone en riesgo la supervivencia de nuestra nación, y también el cobro de pensiones por quienes dentro de no mucho tiempo acaben jubilándose, también que es imprescindible hincarle el diente a aquello del derecho a la vida (anualmente se provocan en España más de 100.000 abortos) y que hay que defender la institución familiar con firmeza, frente a la denominada perspectiva de género, y muchas cuestiones más que la legión de aduladores, trovadores, bufones, etc. que le siguen nunca le dirán, por el contrario tratarán de ocultárselas, suavizarlas… También debería contarle algún narrador de lo obvio que se puede uno escabullir, huir de la realidad, pero nunca podrá evadirse de las consecuencias de haberse evadido de la realidad.
Y, ya para terminar, le decía el Conde Lucanor a Petronio, al final del cuento: «A quien te aconseja encubrir de tus amigos más le gusta engañarte que los higos. O sea: quien te pide (o aconseja) esconderles, u ocultarles algo a tus amigos es que te quiere engañar.
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