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CUANDO LOS ACTIVISTAS NOS GOBIERNAN… (El Partido Popular y el fraude de la «violencia de género»)

JAVIER BENEGAS

FUENTE: https://disidentia.com/cuando-los-activistas-nos-gobiernan/

En fechas próximas se cumplirá un año desde que el líder del Partido Popular, Pablo Casado, diera un golpe de timón y calificara el «negacionismo» de la violencia machista como «letal», censurando a quienes no entendemos que esta violencia sea sistemática, como la de los grupos terroristas, que persiguen a las personas por compartir una misma característica como las creencias religiosas, las ideas políticas o incluso, como el caso del nazismo, el origen o la raza.

Si la llamada violencia machista fuera sistemática y equiparable con el terrorismo, los asesinos no matarían sólo a aquellas mujeres con las que tienen o han tenido alguna relación, sino que asesinarían indiscriminadamente a cualquier mujer sin conocerla. Y no es así.

Sin embargo, Casado no dejó margen a la duda. Para él, el machismo era una forma de violencia organizada en tanto que a las personas del sexo femenino se las perseguiría sistemáticamente por su condición de mujer: «Claro que hay violencia de género, y las medidas son compatibles para otro tipo de violencia, como la doméstica, pero hay violencia contra la mujer por el hecho de serlo» (las negritas son mías).

EL DRAMA AL QUE SE ENFRENTAN MUCHOS PAÍSES EN OCCIDENTE, CON ESPAÑA A LA CABEZA, ES QUE LOS PARTIDOS POLÍTICOS TIENEN GRANDES INCENTIVOS PARA SATISFACER A LOS DIFERENTES GRUPOS DE PRESIÓN, RECOGER SUS DOGMAS E IMPOSICIONES, Y MUY POCOS PARA DEFENDER LOS INTERESES DEL CIUDADANO COMÚN

En esta misma línea, Casado también afirmó que la sociedad española es «machista» y advertía de que el «negacionismo de la violencia de género es letal», una «lacra» que debía ser combatida mediante un «pacto de Estado».

¿Los hombres que sufren violencia la sufren «por el hecho de serlo»?

Los analistas identificaron una razón principal para que el líder del Partido Popular asumiera como propio el discurso de la izquierda: diferenciarse del partido Vox. Y es muy posible que estuvieran en lo cierto. Pero esta razón por sí sola no bastaría. El PP habría valorado además que asumir este postulado era beneficioso, por cuanto podía ganar votos en el espacio electoral de la izquierda, mientras que sus electores “naturales”, a la hora de tener que escoger entre espada o pared, no les negarían los suyos por este motivo.

La pregunta clave, sin embargo, es si realmente Pablo Casado cree que a las mujeres se las mata por el simple hecho de ser mujeres. Y me aventuro a afirmar que no, en absoluto. Simplemente, en el PP hicieron un cálculo coste-beneficio y llegaron a la conclusión de que ganarían más afirmando una cosa que la contraria.

Desde un punto de vista puramente táctico esta decisión puede parecer conveniente, pero en cuanto a la representación de largo plazo, la sucesión de decisiones tácticas contradictorias desencadena un fenómeno de inconsistencia temporal: las decisiones tomadas paso a paso por el partido, en una sucesión de cortos plazos, acaban siendo incompatibles con la representación de largo plazo.

Con el tiempo, los votantes descontarán que el PP adopta a cada momento las posiciones que considera más beneficiosas para sí mismo, no para sus representados. Que no cumple su función de partido, que es la representación de parte, ya que esta representación es intercambiable y, por tanto, inexistente en la práctica. Hoy representa a unos y al día siguiente, a otros, porque en realidad no representa a los electores sino a sus propios intereses.

Esta es una de las posibles conclusiones que podemos extraer de todo esto, pero si vamos un poco más allá comprobaremos cómo no sólo el Partido Popular sino la acción política en general se ha ido distanciando de las preocupaciones de la sociedad.

Dada la gran relevancia que parece haber alcanzado la posición que cada formación política adopte respecto de la llamada “violencia de género”, cabría deducir que esta cuestión figura entre las primeras preocupaciones de la sociedad española. ¿Es así?

No, sorprendentemente la importancia que los partidos otorgan a esta cuestión no se corresponde en absoluto con la que le otorga la sociedad. La violencia de género ni siquiera figura entre las diez primeras preocupaciones de los españoles, concretamente ocupa la posición decimosexta con un 6,7%. La principal es el paro (59,8%), seguida por la situación económica (28,7), la sanidad (19,8%), la corrupción y el fraude (16,9%), los problemas políticos en general (16,6%), el mal comportamiento de los políticos (16,1%), la calidad del empleo (15,6%), lo que hacen los partidos (12,8%), los problemas sociales (12,4%), las pensiones (11,3%), etc.

(Datos actualizados el 11 de noviembre de 2021)

No es ya la posición retrasada que ocupa la violencia de género entre las preocupaciones de los españoles sino la abultada diferencia en porcentaje con respecto a las que le preceden: el 6,7% frente al 59,8% del paro o el 28,7% de la situación económica. Es más, a la sociedad española le preocupan casi el doble los propios partidos políticos (12,8%) que la violencia de género. Es importante señalar, además, que estas opiniones son compartidas tanto por los hombres como por las mujeres.

Si la sociedad está más preocupada por quince asuntos distintos antes que por la violencia de género, ¿por qué los partidos se comportan como si fuera al revés? ¿Cómo se explica semejante despropósito?

En A Theory of Political Parties (2012), Kathleen Bawn y sus coautores advirtieron que la política sufre una fuerte reideologización porque los partidos, en su búsqueda de atajos hacia el poder, han descubierto que ganan votos más rápida y fácilmente incorporando las ideas de los activistas bien organizados que elaborando y defendiendo las suyas propias. Esta estrategia ha generado un efecto perverso: los programas coinciden cada vez más con los intereses de los activistas y se alejan paulatinamente de las verdaderas preocupaciones de los ciudadanos.

En resumen, los partidos prefieren ganar el apoyo de los activistas mejor organizados, mucho más conscientes del objetivo que persiguen. De esta forma, obtienen los votos de numerosas facciones y sólo pierden el respaldo de los ciudadanos que no aceptan el cambalache.

Los activistas acrecientan así su influencia, desvirtuando el sistema de representación de las democracias liberales. La ideología de los partidos queda a expensas de acuerdos tácitos entre los diferentes grupos de intereses, y se vende en los medios de información como algo indisociable del progreso. Por su parte, la sociedad, en lugar de estar correctamente representada, acaba sometida a los intereses particulares de los activistas y al oportunismo de los partidos. De esta forma, la gestión pública queda más orientada por creencias y supercherías que por criterios objetivos y técnicos. Y se expanden sin freno ideologías absurdas, particularistas, que perjudican a casi todos, pero benefician a unos pocos.

LOS COSTES SOCIALES DEL GOBIERNO DE LOS ACTIVISTAS

A consecuencia de la grave crisis energética, distintos países, entre ellos Francia, los Estados Unidos y la propia Unión Europea, han empezado a cambiar su criterio respecto de la energía nuclear. Los prejuicios que hasta ahora habían impedido siquiera debatir sobre su conveniencia han empezado a ceder frente a las poderosas razones que la convierten en una alternativa viable, eficiente, sostenible y ecológica, de tal suerte que la vieja hostilidad hacia las centrales nucleares está dando paso a un nuevo impulso en su favor.

Sin embargo, el gobierno español se ha desmarcado de inmediato de esta tendencia, asegurando no sólo que no incentivará la construcción de nuevas instalaciones sino que «habrá un cierre escalonado [de las existentes] que respalda mayoritariamente la sociedad».

¿Cómo es posible que el gobierno asegure que la sociedad apoya mayoritariamente la renuncia a esta importante fuente de energía si no ha realizado consulta alguna? Peor aún, ¿cómo puede ser que quien tiene la obligación de velar por el bienestar de la sociedad decida hacer justo lo contrario sin dar la menor opción?

No intente encontrar en esta decisión ningún argumento relacionado con el interés general. No lo hay. Lo que encontrará es una fuerte connivencia entre los grupos activistas mejor organizados y quienes están en la política no para servir al interés general sino para servirse a sí mismos.

Este es el drama al que se enfrentan muchos países en Occidente, con España a la cabeza: los partidos políticos tienen grandes incentivos para satisfacer a los diferentes grupos de presión, recoger sus dogmas e imposiciones, y muy pocos para defender los intereses del ciudadano común.

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