Fernando del Pino Calvo-Sotelo
FUENTE: https://www.fpcs.es/cuando-volvera-espana-a-respetarse-a-si-misma/
Mi penúltimo artículo echaba un jarro de agua fría sobre quienes esperan que un posible cambio de gobierno frene el declive de España. En él argumentaba que las causas de dicho declive trascendían el daño causado por los vándalos que nos gobiernan hoy y apuntaba al abuso de las debilidades del régimen del 78 por parte de los partidos políticos como una de las principales causas del deterioro del país. Sin embargo, no es la única.
En efecto, otra de las razones de nuestra crisis nacional es la falta de autoestima del ciudadano español, quien, proclive a una autocrítica enfermiza y a la exaltación desmesurada de todo lo foráneo, ha interiorizado esa concatenación de falsificaciones históricas llamada “leyenda negra”. Paradójicamente, una nación milenaria cuyo Siglo de Oro fue descrito por el historiador francés Hipólito Taine como “un momento superior de la especie humana” sufre un complejo de inferioridad que le lleva a admitir el maltrato sin rechistar.
El último ejemplo ha sido un tal Petro criticando “el yugo español” la víspera de venir a España y ser aplaudido en el Congreso y recibido por el rey. Un país que se respetara a sí mismo habría reaccionado ipso facto e incluso pospuesto el viaje, pero el problema no es sólo que estemos acostumbrados a recibir desprecios sin inmutarnos, sino que parte de nuestra antipatriótica clase política opina lo mismo que el necio colombiano.
Al igual que un árbol sin raíces, ninguna nación sobrevive sin referentes históricos, pues son éstos los que unen a sus ciudadanos alrededor de un tronco común y de una identidad compartida. Precisamente por ello, los enemigos de España nos han robado sistemáticamente todo referente histórico. Entre éstos están los nacionalismos periféricos que germinaron tras la pérdida del Imperio; débiles e impopulares hasta épocas bien recientes, ellos sí son conscientes de la importancia de estos referentes, reales o inventados.
Pero el mayor daño producido a nuestra autoestima tiene su origen en una secular campaña de difamación iniciada por la anglicana Inglaterra y la calvinista Holanda en el s. XVI y XVII por razones geopolíticas y religiosas y continuada, más tarde, por la Ilustración francesa, la masonería y el ateísmo marxista. Todos ellos están unidos por su común animadversión hacia el catolicismo, pues para ellos el pecado imperdonable de España es haber sido el país católico más importante del mundo. En efecto, la fobia a la religión católica conduce a la fobia hacia España, cuya historia está tan inextricablemente ligada al catolicismo (desde el 589 d. C.) que, sin él, aquélla resulta ininteligible. Por ello, aunque es posible que España sobreviva sin su tradicional identidad católica, es seguro que no podrá hacerlo con una identidad anticatólica.
El odio al catolicismo de la extrema izquierda española quedó de manifiesto en el genocidio católico, cometido durante el Terror Rojo en los primeros compases de la Guerra Civil, cuando más de 7.000 sacerdotes, religiosos y monjas y miles de laicos inocentes fueron sádicamente asesinados en pocos meses por el mero hecho de ser católicos, la mayor persecución de cristianos de todo el mundo desde tiempos de Diocleciano.
La leyenda negra ha ido desvirtuando los grandes hitos de la Historia de España. Por ejemplo, la Reconquista ha sido desprestigiada mediante el invento de una dorada “convivencia de las tres culturas” que oculta el apartheid intermitentemente violento al que la minoría musulmana tuvo sometida a la mayoría cristiana. Asimismo, se ha querido opacar el sentido identitario-religioso de la Reconquista resaltando las luchas intestinas entre reinos cristianos que salpicaron nuestro medievo.
Otro hito despreciado ha sido la Guerra de Independencia (1808-1814), en la que Napoleón sufrió su primera derrota de manos de un ejército regular y en la que el pueblo español (con el oportunista apoyo de nuestro adversario inglés) expulsó de nuevo al invasor. Particularmente notable fue la resistencia y victoria del pueblo gallego, que diezmó a las tropas francesas. Años después, y ya en el exilio, Napoleón lamentaba que esa “maldita” guerra de España había sido “la causa primera” de su caída.
La prueba de que la aversión al catolicismo puede más que el patriotismo es que la invasión de la Francia hija de la sangrienta Revolución (fracasada, por cierto, hasta la “Tercera” República, casi un siglo más tarde), sigue siendo vista por algunos como una lucha del progreso y la razón frente al retrógrado oscurantismo católico. Este sesgo perceptivo hace la vista gorda ante la barbarie de las tropas invasoras para con la población civil y la irreparable devastación que causaron en nuestro patrimonio nacional, con tantas iglesias, monasterios, bibliotecas y cementerios profanados, saqueados, quemados y vandalizados por los ilustradísimos franceses. Dicho eso, resulta elocuente que Napoleón, tan genio como psicópata, y cuya megalomanía arrastró a la muerte a millones, pueda mantener una ostentosa tumba en los Inválidos de París sin que a ningún trastornado se le ocurra exhumarle.
No obstante, el hito más relevante de la Historia de España ha sido el descubrimiento y conquista de América. Aun hoy causa admiración la hazaña de Colón, Cortés, Pizarro y tantos otros que, con un puñado de hombres recios, llevaron la civilización a todo un continente[1].
En efecto, cuando España llegó al Nuevo Mundo se encontró con una sociedad primitiva que no conocía el arado o la rueda (inventada 6.000 años antes) ni el arco de medio punto. Comparen la basta arquitectura precolombina con la majestuosidad de los templos griegos y romanos o la belleza de las iglesias góticas y renacentistas, los templos de Chichen Itzá con la catedral de Santa Sofía en Constantinopla o San Pedro en Roma, o el tosco arte maya con Botticelli, Tiziano o Leonardo o la perfección del David de Miguel Ángel.
¿Dónde estaban los equivalentes de Aristóteles, Séneca, Shakespeare, Cervantes o Sto. Tomás de Aquino de aztecas e incas? La realidad es que España llevó la cultura europea heredera de la filosofía griega, del Derecho romano y de la maravillosa religión cristiana a una sociedad bárbara, distópica y caníbal, en la que decenas de miles de personas eran sacrificadas anualmente mientras la mayoría de la población vivía semi esclavizada. Puede decirse que España “liberó” el continente (en acertada expresión del argentino Marcelo Gullo[2]) liderando la sublevación local contra un reinado del terror y permitiendo un salto de civilización como nunca había conocido la Historia. Naturalmente, los conquistadores no eran ángeles y cometieron abusos, injusticias y atropellos consustanciales a la naturaleza caída del hombre (¿qué conquista, qué época y qué país está libre de ellas?), pero el balance final es indiscutiblemente extraordinario.
Para España la llegada a América supuso no sólo el descubrimiento de una tierra ignota, sino “el descubrimiento de sí misma, de sus cualidades y señas de identidad[3]”. Aunque el afán de riqueza fue una realidad (en algunos casos, fruto de una ambición legítima y, en otros, de una codicia desenfrenada), España no se limitó a extraer oro y plata, sino que compartió lo mejor de sí misma. El primer hospital fundado en Méjico (el Hospital de Jesús) fue construido en 1521 y aún sigue funcionando como tal, la primera escuela se abrió en 1523, la primera Universidad en 1553 y el primer diccionario español-náhuatl se publicó en 1555.
El trato a los indios fue objeto de serios debates antropológicos y jurídicos, desde la gran Isabel la Católica, cuya humanitaria defensa de los indios es bien conocida, a las leyes de Burgos de 1512 (reconocedoras del derecho a la libertad y a la propiedad privada de los indios) y el Edicto de Carlos I en 1530, que prohibió taxativamente cualquier tipo de esclavitud. Esta legislación, precursora de los derechos humanos, fue enormemente adelantada a su tiempo, aunque no siempre la realidad en la lejana América fuera fiel al espíritu y letra de la ley.
Finalmente, y al contrario que otras potencias, los españoles se mezclaron con la población local sin prejuicio racial alguno.
Comparen esto con lo que hizo Inglaterra y la Compañía de Indias Orientales en la India: desde 1599 y durante casi 250 años se dedicaron en exclusiva a rapiñar y saquear todo lo que pudieron sin mezclarse con la población nativa ni crear una sola escuela, hospital o universidad hasta bien entrado el s. XIX[4]. De hecho, etimológicamente la palabra “loot” (saqueo, en inglés) procede de una palabra hindi de idéntica pronunciación.
La superioridad moral de la conquista española frente a la de otras potencias europeas puede defenderse con datos concretos. Cuando Méjico se independizó en 1821 tras tres siglos de dominio español, su PIB per cápita era sólo un 25% inferior al de España (habiendo llegado a superarlo en períodos anteriores), su tasa de alfabetización era sólo un poco inferior y su esperanza de vida era muy parecida[5].
Por el contrario, cuando la India se independizó de Inglaterra en 1947 tras más de tres siglos de presencia inglesa, seguía siendo un país paupérrimo y analfabeto: su PIB per cápita era la décima parte del de Inglaterra (un 90% inferior), sólo un 12% de sus habitantes sabían leer y escribir (frente a un 95% de ingleses) y su esperanza de vida era de 32 años, frente a los 69 de Inglaterra[6].
La realidad es que los dos grandes creadores de la leyenda negra, Inglaterra y Holanda acusaron a España precisamente de lo que hacían ellos, como ya denunciara Cadalso en sus Cartas Marruecas en 1789. En efecto, con una cultura obsesionada con el dinero, ambos países se centraron en maximizar el rendimiento comercial de sus conquistas con absoluta dejación de funciones como vector de civilización o de evangelización. De hecho, sus conductas pudieron en ocasiones calificarse de genocidas (en Sudáfrica, India, Indonesia o Tasmania), como las de EEUU con la población india.
Por último, cabe señalar que la Transición reforzó la duda sobre la legitimidad de nuestro pasado. En efecto, sus protagonistas identificaron la defensa de legado histórico de España con el franquismo y quisieron hacer creer que el Big Bang de nuestro país había tenido lugar el 6 de diciembre de 1978 y que ésa era la única gesta de nuestra historia que merecía celebrarse. Como atestiguó un asombrado Julián Marías, el Partido Socialista tenía ya en aquella época una visión negativa de la historia de su propio país (¿se imaginan al director del Museo Sorolla teniendo una mala opinión de la pintura de Sorolla?) y muchos líderes de la Transición provenientes de la dictadura quisieron deshipotecarse renunciando a la defensa de la verdad. Sobre cimientos tan endebles, ¿cómo pensaban los artífices del régimen del 78 que iba a levantarse una construcción sólida y duradera?
Cabe preguntarse qué significa hoy ser español. ¿De qué nos sentimos orgullosos como nación? ¿Del folclore, del fútbol, del tenis, de la comida? ¿Esto es todo? ¿De verdad no encontramos nada más profundo de lo que enorgullecernos? No debe sorprendernos, por tanto, que esta España maltratada y deprimida adolezca de una duda identitaria que es como un cáncer que nos carcome. No nos respetamos a nosotros mismos y, por tanto, no nos respetan los demás. Ni siquiera nos respeta nuestra antipatriótica clase política, que actúa como el zorro puesto a cargo del gallinero. Esto explica su abusivo parasitismo, su ignominiosa salvación política y moral de ETA (del PSOE y PP por igual) cuando ésta había sido derrotada por la Guardia Civil o la sospechosísima subordinación de Sánchez a Marruecos, hecho que sólo ha encontrado un amortiguado impacto mediático y el bostezo de la vaga oposición. ¿Cuándo volverás a respetarte a ti misma, España? ¿Cuándo te verás en el espejo como realmente eres?
[1] Imperiofobia, Mª Elvira Roca Barea, Siruela 2016, y Fracasología, de la misma autora, Espasa 2019
[2] Madre Patria, Espasa 2021, y Nada por lo que pedir perdón, Espasa 2022
[3] La Maravillosa Historia del Español, de Francisco Moreno Fernández, Instituto Cervantes 2017
[4] The Anarchy, del historiador escocés W. Dalrymple, Bloomsbury 2019
[5] The World Economy: Historical Statistics, Angus Maddison 1998.
[6] Global life expectancy by region 1820-2020 | Statista
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