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¿Cuenta atrás para el caos? Nos esperan semanas peligrosas hasta que Donald Trump tome posesión -el 20 de enero- como nuevo presidente de los EEUU

Aunque gran parte de la atención nacional está puesta en los primeros 100 días de Trump 2.0, cada vez hay más motivos para preocuparse por los últimos del mandato de Joe Biden.

Se encuentran entre lo que tienen un poderoso interés en interrumpir la transferencia pacífica del poder: el Partido Comunista Chino (PCCh), los globalistas, los supremacistas de la sharía, los burócratas del Estado profundo y una variedad de terroristas nacionales y extranjeros, yihadistas y otros revolucionarios.

La capacidad de estas fuerzas hostiles para sembrar caos en el país -especialmente de forma colectiva- no puede ignorarse sin riesgo.

El Partido Comunista Chino, desde mayo de 2019, ha estado diciendo a su pueblo que están en guerra con Estados Unidos. Y el PCCh lleva años preparándose para un conflicto a tiros en el Pacífico Occidental, así como, en los últimos dos años, insertando decenas de miles de sus militares por las fronteras estadounidenses. Su misión bien podría ser la de llevar a cabo ataques contra las redes eléctricas, el transporte, las comunicaciones, los recursos hídricos y cuantas otras infraestructuras críticas sean posibles. No les han enviado de vacaciones al Gran Cañón.

Que el emperador chino Xi Jinping apriete el gatillo en un futuro inmediato probablemente dependerá de su acuciante situación económica, política y demográfica; desafíos en casa a los que se suma la perspectiva de la sustitución de su activo Joe Biden, a quien controla, por su némesis, Donald Trump.

Sin embargo, incluso ahora, Wall Street persiste en suscribir y, con ello, permitir tales amenazas a Estados Unidos y sus aliados. Los mayores gestores de dinero de Norteamérica están canalizando fondos, como los de pensiones, de los inversores estadounidenses hacia empresas controladas por el PCC, en gran parte sin el conocimiento de los inversores. Muchas de esas empresas están ayudando al régimen a construir medios para intensificar su represión del pueblo chino y asesinarnos a nosotros.

Parece probable que Trump restrinja, si no acabe del todo, esta práctica demencial de financiar a nuestro enemigo mortal. Por tanto, el Partido Comunista Chino y sus viejos amigos en los mercados financieros estadounidenses, entre otras otras élites serviles, tienen abundantes razones para querer detenerlo.

Aunque gran parte de la atención nacional está puesta en los primeros 100 días de Trump, cada vez hay más motivos para preocuparse por los últimos de Joe Biden. El riesgo de que fuerzas hostiles siembren el caos en Estados Unidos, especialmente si actúan al unísono, no puede ser ignorado sin riesgo. En imagen (Chip Somodevilla/Getty Images), Biden en la Casa Blanca el pasado 2 de abril.

Los globalistas ven a Trump como una amenaza a sus ambiciones de crear un gobierno mundial. Y recientemente se aseguraron de mejorar las capacidades para avanzar en esa agenda en forma de dos acuerdos internacionales que dan a los burócratas internacionales de la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas la autoridad para declarar emergencias y dictar lo que las naciones deben hacer en respuesta. Pandemias, migraciones, cambio climático, conflictos, «violencia armada» y «cisnes negros» pueden ser citados a su antojo como pretextos para dictar qué medidas deben tomarse en respuesta.

Ninguno de los dos tratados ha sido sometido al consejo y consentimiento del Senado de Estados Unidos, y mucho menos ha sido aprobado por dos tercios de sus miembros. Trump ha dejado claro que se opone a tales afrentas a nuestra soberanía.

Así que estos agentes de la gobernanza global temen la perspectiva de su regreso a la Presidencia. Podrían ver en la declaración de otra emergencia de salud pública o «choque global complejo» y las respuestas dictadas que perturban la sociedad estadounidense económica y políticamente un medio para evitar una presidencia de Trump 2.0.

Mientras tanto, los supremacistas de la sharia están igualmente decididos a instaurar un nuevo orden mundial, sin impedimentos por parte de Estados Unidos y sus aliados como Israel y los europeos. Están en marcha en Siria, Egipto, Irán y otros lugares de Oriente Próximo. Si bien su objetivo inmediato es la destrucción de Israel, la instauración de un califato global es, según ellos creer, su destino dirigido por Alá.

Han dado grandes pasos en esa dirección gracias a décadas de inmigración descontrolada, especialmente hacia los países de Europa occidental, desde naciones dominadas por la sharia. En la mayoría de los países de acogida, la violencia yihadista y la desorganización política van en aumento.

También hay un número incalculable de miembros importados y autóctonos de Hezbolá, Talibanes, Iraníes, Hermandad Musulmana y otros operativos islamistas dispuestos a librar la yihad también aquí. Como quedó patente en los campus universitarios en la primavera de 2024, no hay que subestimar su capacidad para la violencia disruptiva.

Además, como demostraron los disturbios de 2020, grupos marxistas-maoístas como Antifagrupos como Black Lives Matter y numerosos compañeros de viaje están preparados en cualquier momento para relanzar una «revolución de color». Sus ataques a empresas y comunidades, y el caos así inducido, fueron tolerados por burócratas del Estado profundo y aplaudidos por políticos demócratas. Una reedición del caos que estos radicales pueden infligir podría crear disturbios civiles y, especialmente si se acumulan otros enemigos, afectar al calendario de la transición y a su finalización con éxito.

Observar que uno o varios de estos escenarios pueden producirse en las próximas semanas no significa que sean inevitables. Se trata, más bien, de convencer a un público susceptible de tomar al pie de la letra la promesa pública de Biden a Trump de un traspaso pacífico del poder de que es posible que eso no ocurra.

En las circunstancias actuales, es simplemente prudente al menos ser consciente de estos peligros potenciales y hacer todo lo posible para evitar que se hagan realidad en Estados Unidos.

La conclusión es que cualquiera de estos elementos es capaz de crear o exacerbar en gran medida el caos que podría ser utilizado para justificar la ley marcial, tratar de descarrilar la toma de posesión y frustrar la transferencia a tiempo del poder a la administración entrante.

Como el Gobierno Federal puede ser durante las próximas semanas parte del problema, corresponderá a los estados amantes de la libertad seguir seis pasos que pueden ayudar a mitigar esta peligrosa situación:

  1. Aumentar la concienciación sobre la existencia de amenazas.
  2. Conseguir información sobre el paradero y la situación de elementos potencialmente hostiles.
  3. Mejorar la preparación personal y comunitaria.
  4. Aumentar la preparación de la Guardia Nacional, los sheriffs constitucionales y otras fuerzas del orden estatales y locales.
  5. Proteger las infraestructuras críticas y los objetivos probables.
  6. Planificar contingencias, como cualquier intento de responder a acontecimientos que induzcan al caos con una declaración de la ley marcial y los esfuerzos para posponer la toma de posesión.

Además de la acción a nivel de los Gobiernos estatales y locales, corresponde a todo patriota comprometido con el experimento estadounidense estar atento a estos peligros. Colectivamente, podemos aportar el tipo de «conciencia situacional» que puede ayudar a detectar y exponer el potencial de daño antes de que se inflija. Y, de este modo, millones de nosotros podemos contribuir a garantizar el traspaso pacífico y a tiempo del poder y la corrección del rumbo nacional por los que votó la mayoría de los estadounidenses el 5 de noviembre.

Frank J. Gaffney fue subsecretario de Defensa en el Pentágono durante la Administración Reagan. Actualmente es presidente del Institute for the American Future y presentador de ‘Securing America’ en la cadena Real America’s Voice.

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RedaccionVozIberica

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