CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Para empezar, es imprescindible subrayar que Daniel Sancho no es una víctima, sino alguien que mató a otra persona, la descuartizó y se deshizo de los trozos del cadáver para dificultar la labor policial…
Y, es importante hacer hincapié en ello porque, al parecer de algunos «todólogos», tertulianos, bufones, trovadores, creadores de opinión, etcétera de múltiples medios de información españoles, Daniel Sancho que no es del todo culpable, sino simplemente un muchacho que cometió un pequeño error ante la actitud abusiva e improcedente de su compañero de habitación.
Pero, dejémonos de panplinas, de buenismo: Descuartizar sólo lo hacen quienes tienen rasgos de psicopatía claros, y nulos sentimientos de culpabilidad y/o empatia. Daniel Sancho no ha manifestado arrepentimiento, ni sentimiento de culpa… y, sin embargo, muchos medios de manipulación de masas, afirmando cosas tales como «La justicia cuando se convierte en venganza, deja de ser justicia«, o que, dado que Daniel Sancho ha sido condenado a cadena perpetua se ha convertido en un preso equiparable a los de los campos de concentración nazis y que será víctima de un terror semejante… Sólo les ha faltado afirmar que Daniel Sancho se acabará convirtiendo en el principal protagonista de la segunda parte de la película «El expreso de medianoche«… De veras que es asombroso que algunos pretendan convertir al verdugo en víctima, y viceversa y añadir que el verdugo no tuvo más remedio que actuar como lo hizo.
Viene a cuento hablar de que son muchos más los psicópatas y sociópatas que nos rodean que lo que habitualmente pensamos. Por supuesto, no todos son potencialmente peligrosos delincuentes, potenciales crimales en serie, emulando a Jack el destripador. Muchos, afortunadamente están integrados y llevan una vida normalizada…
Vivimos en una sociedad que favorece el “narcisismo”, en la que las principales instituciones “educadoras y socializadoras”, la familia y la escuela, han acabado siendo altamente tóxicas, ya que no promueven ni ayudan a que los individuos interioricen normas éticas o morales. Tal es así que incluso ha acabado produciéndose una especie de “amnesia” en las personas de bien, en algunos españoles hasta hace poco «personas decentes», que las conduce a una situación de anomía y desapego afectivo.
La actual sociedad está convirtiendo a los individuos en psico-sociópatas, no hablo de gente “loca” que sufre delirios, alucinaciones, ni neurosis de alguna clase, o angustia, o ansiedad… hablo de gente (cada vez un mayor número), que padece una especie de “autismo social”, gente con un egoísmo profundamente irracional, que carece del más mínimo escrúpulo, o cargo de conciencia a la hora de elegir los medios para conseguir su provecho personal… el sociópata, el psicópata, no entienden de respeto a las normas, a las leyes; y tampoco poseen sentimiento de culpa.
Vivimos en una sociedad en la que todo vale, en la que se promueven “valores” como el engaño, la manipulación, la frivolidad, la superficialidad, la trivialidad, valores profundamente psicopáticos. Por supuesto, todo ello supone una ruptura radical con los códigos morales considerados como tradicionales… frente a los cuales se impone una cultura festiva, caprichosa y hedonista: todo lo que es deseable es sinónimo de derecho.
Si la sociedad genera personas psicópatas y sociópatas es debido al dogma educativo de “tolerancia máxima” (prohibido prohibir). Una psicopedagogía sin restricciones, por miedo a castrar, a traumatizar, que genera incapacidad para inhibir ciertas conductas; es el mejor camino para fabricar personas caprichosas y tiranas. Hemos llegado a tal situación que son muchos los que consideran que “modernidad” es sinónimo de “transgresión”, pues la transgresión es divertida y festiva…
He aquí las características fundamentales definidoras de una personalidad psicopática:
Disfunción afectiva en la esfera interpersonal.
Insensibilidad.
Incapacidad de ponerse en el lugar del otro.
Falta de remordimiento.
Egocentrismo.
Tendencia patológica al engaño y a la mentira.
Tendencia a la manipulación.
Violaciones persistentes de las normas sociales,
Explotación y abuso de los demás sin sentimientos de pesar ni de culpa.
Los psicópatas consideran que las reglas y expectativas de la sociedad son sólo inconvenientes, impedimentos poco razonables a la plena expresión de sus inclinaciones y deseos. Ellos ponen sus propias reglas, tanto de niños como de adultos. Los niños impulsivos y mentirosos a los que les falta empatía y que ven el mundo como su campo de batalla particular seguirán siendo así una vez llegados a la adultez si no se les pone freno.
“CONTROL INTERNO”: LA PIEZA QUE FALTA
La sociedad posee reglas, algunas formalizadas en leyes y otras consistentes en creencias ampliamente aceptadas acerca de lo que está bien y lo que está mal.
Cada una de ellas nos protege y fortalece el entramado social.
Ciertamente, el miedo al castigo nos ayuda a mantenernos a raya, pero hay otras razones por las que seguir esas normas: una valoración racional de las probabilidades de que nos pillen, una idea filosófica y teológica del bien y del mal, una apreciación de la necesidad de cooperación y armonía social, una capacidad de pensar en y de que nos importen los sentimientos, los derechos, y el bienestar de los que nos rodean…
Aprender a comportarse de acuerdo a las reglas y regulaciones de la sociedad, lo que se llama socialización, es un proceso complejo.
El proceso llamado socialización -a través de los padres, la escuela, las experiencias sociales, la formación religiosa y demás- nos ayuda a crear un sistema/esquema de creencias, actitudes y criterios personales que determinan cómo debemos interactuar con las personas del entorno del que formamos parte. La socialización también contribuye a la formación de lo que la mayoría de la gente llama “conciencia”, esa voz interior que nos ayuda a resistir la tentación y a sentirnos culpables cuando no lo conseguimos.
Juntas, la voz interior, las normas interiorizadas y las reglas de la sociedad actúan como la «policía interior» que regula nuestra conducta incluso en ausencia de muchos controles externos, como las leyes, la percepción de lo que los otros esperan de nosotros y los agentes de policía reales.
Sin embargo, los psicópatas no poseen una voz interior que les guíe; conocen las reglas, pero siguen sólo aquellas que ellas mismos escogen, sin importarles las repercusiones que tienen en los demás.
Los psicópatas y sociópatas poseen muy escasa capacidad de resistencia a la tentación, y sus transgresiones no les provocan remordimientos, mala conciencia, o sentimientos de culpa.
Sin las ataduras de la fastidiosa conciencia, se sienten con «libertad» para satisfacer sus necesidades y hacer aquello que les dé la real gana.
Los psicópatas tienen pocas aptitudes para experimentar respuestas emocionales -como el miedo y la ansiedad-, que son las principales fuentes de la conciencia: en la mayor parte de la gente, los castigos de la primera infancia producen un vínculo entre los tabúes sociales y las sensaciones de ansiedad, un vínculo que durará toda la vida. La ansiedad asociada al castigo potencial por la realización de algo prohibido ayuda a suprimir el acto. De hecho, la ansiedad puede ayudar a suprimir incluso la idea del acto: «Pensé en robar el dinero, pero rápidamente retiré la idea de mi mente».
Pero en los psicópatas y sociópatas el vínculo entre actos prohibidos y ansiedad es débil y la amenaza de castigo fracasa a la hora de detenerlos.
El «lenguaje interior» de los psicópatas carece del componente emocional: la conciencia depende no sólo de la habilidad para imaginar consecuencias, sino también de la capacidad mental de «hablar con uno mismo».
Los psicópatas tienen muy poca capacidad para imaginarse mentalmente las consecuencias de su conducta: sí que confrontan las recompensas concretas e inmediatas con las consecuencias futuras de sus acciones, pero optan invariablemente por las recompensas.
La imagen mental de las consecuencias que causarán sus acciones en sus víctimas es especialmente borrosa.
Sencillamente, eligen y toman.
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