El eufemismo de la expresión “mundo de la cultura” para ocultar una red de gente generosamente subvencionada con nuestros impuestos, una red de «estómagos agradecidos», de «gente apesebrada», de «paniaguados»…
La naturaleza deforme de las expresiones hegemónicas en torno al concepto de cultura, las que dominan el discurso actual de la opinión publicada en los grandes medios de masas, no hacen sino inducir, constantemente, hacia el error y la demencia.
Desconociendo la única dimensión posible de todo lo cultural, la que forma parte de los usos y las costumbres, de todo el ámbito de lo estrictamente moral, incluso el estructuralismo de antropólogos como Claude Lèvi-Strauss, reconocía la paradoja y el círculo vicioso que resultaba al tratar de aislar los aspectos biológicos para su estudio, separándolos de las condiciones culturales. Un aspecto este, que resulta capital en la antropología y la sociología de la moral.
Es por esto, como resultado de la confusión y malinterpretación de los conceptos que, de lo que fue denominado equívocamente cómo “kulturkampf” (lucha cultural) y que llevó al enfrentamiento de Bismark con la jerarquía católica, en España se ha llegado a una inconsciencia suicida para propiciar la aniquilación cultural española. Si la cultura deja de ser el resultado natural de una comunidad social, algo cuya producción escapa a la voluntad consciente de los propios individuos, entonces se convierte en un adefesio monstruoso, donde aparecen los complejos edípicos mas extraños en los términos del psicoanálisis freudiano.
Durante décadas, el tabú que supone en España el concepto puro de la libertad, en su forma ontológicamente colectiva, ha propiciado la aparición de expresiones horrorosas y terribles como la de “mundo de la cultura”, ” el derecho a la cultura” o la mas vulgar de todas: “tener acceso a la cultura”. Todas estas construcciones conceptuales, sofismas populistas y populares, no son sino el resultado de una concepción puramente industrial, empresarial y comercial de todo lo cultural. Una manifestación cultural que opera contra la propia cultura, destruyéndola.
No es por esto algo extraño que, la propia Presidente de la Comunidad de Madrid, la señora Isabel Díaz-Ayuso, una famosa de la indigencia cultural, haya manifestado recientemente, en la televisión, que “los técnicos de las empresas de espectáculos también son la cultura”. Si la cultura es una actividad laboral, entonces, a su entender, el trabajo les hará libres.
Considerar a la cultura o a la moral, como una imposición artificial, deriva en la concepción propia de adolescentes, de algo aislado y distante, privativo o que podría ser objeto de privilegios. Pero peor aún que eso es considerar en consecuencia, que podría ser privado de acceso a algunos individuos sin privilegios. Es por eso lo normal, que en una sociedad de súbditos, se ruegue desde esa parte, “el acceso a la cultura” considerándolo un producto comercial para el consumo.
Aún cuando cualquier estudioso de la obra de Antonio Gramsci, sabe y conoce bien el carácter protofascista que supone la apropiación de la cultura por parte del Estado, es necesario apuntarlo actualmente, para observar como la subvención estatal y la monopolización empresarial conducen a ese propósito. Algo que, además de lo paradójico que apuntó el antropólogo Lèvi-Strauss, aboca a la pretenciosa monstruosidad de tratar de legislar la cultura. Una antinomia que únicamente se puede concebir en presencia de un Estado legislador y totalitario.
En torno a esto que, como apuntaba, no es mas que el resultado de una sociedad de acomplejados, de indigentes intelectuales que mendigan aquello mismo que producen, se presentan, como cabría esperar, las luchas de clientelas, de prebendados y privilegiados cortesanos, que en el fragor de la decadencia, se atiborran de leyes y derechos subjetivos.
Siendo la libertad un terrible tabú, algo de lo cual únicamente se habla en España con timidez e incluso pudor, y siempre confundido con los derechos individuales, siendo la única forma otorgada por este régimen la de un potencial individual y objetivista, el resultado normal es el de que la cultura llegue a ser concebida como si pudiese ser objeto o sujeto de derechos, cuando no puede ser otra cosa que no sea la propia causa productiva de las leyes: una fuente natural del Derecho.
Explicar la mentira y desentrañarla, siempre es mas difícil y complejo que decir la verdad, especialmente a quienes sean menos dotados para desarrollar el pensamiento abstracto. No obstante, y para finalizar esta breve reflexión que espero sirva a ese propósito desvelador, desconocido para la filosofía positivista del Derecho en España, considero necesario ironizar, apuntando a que, en esta inane lucha del “mundo de la cultura”, lo que conciben como tal, se encuentra en el BOE. Llaman cultura, al Boletín Oficial del Estado. A esa indigencia mental hemos llegado en España.
http://www.diariorc.com/author/atanasio-noriega/Moderadamente optimista. Procuro pensar siempre en contra. Trato de practicar la máxima «Ubi dubium ibi libertas». A pesar de todo, pragmático y vehemente en la defensa de mis ideas.
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