«Deberíamos estar muy orgullosos de los emperadores hispanos Trajano y Adriano» Emilio del Río Sanz.
César Cervera
A Emilio del Río Sanz no le asustan los Idus de Marzo, ni los guardias pretorianos de cuchillos largos, ni siquiera los bárbaros a las puertas, pero sí las sociedades sin memoria. Sin identidad. En su último libro se enfunda la túnica romana, la corona de laurel y se planta delante de su portada para recordar a los españoles que son más romanos que el Papa o, incluso, que los calamares rebozados. Este profesor titular de Filología Latina de la Universidad de La Rioja, político y orador, acaba de publicar «Calamares a la romana» (Espasa) a modo de reivindicación de los numerosísimos nexos que siguen abiertos entre la Antigua Roma y la España actual.
Lo hace con rigor, con sentido didáctico y, sobre todo, con humor. «Es una de las grandes contribuciones romanas a nuestro mundo. Ellos se reían de todo y de todos», asegura en una entrevista con ABC.
–¿Cuándo se dio usted cuenta de que era un antiguo romano?
–[Ríe] Con las primeras nociones de latin me di cuenta de que lo que hablabamos era básicamente una versión del latín. Cuando seguí estudiando la cultura y la historia clásica, entendí que yo y todos somos romanos. Hablamos latín sin darnos cuenta, el 90% de nuestro vocabulario viene de este idioma y, en algunos casos, hay palabras que permanecen exactamente igual desde hace dos mil años… El paisaje ha cambiado, la geografía, los imperios, el clima, por mucho que diga Trump, y, sin embargo, hay palabras como amor, humor o casa que no han cambiado un pelo.
–¿Por qué es tan importante que los españoles acepten su herencia romana?
–Sentimos, amamos, reímos y hasta insultamos como lo hacían los romanos. Conocer a los romanos es conocernos a nosotros mismos, aunque es verdad que nunca está claro si conocerse a uno mismo es bueno o malo, pero desde luego es conveniente. Es una manera de comprender nuestro mundo e interpretarlo con criterio hacia dónde vamos. Conocer el mundo romano y el latín nos hace más libres.
–El libro expone que la España actual se está alejando de esta cultura clásica, ¿por qué razón?
–España es un gran país y yo me siento muy orgulloso de pertenecer a él, pero podemos ser mejor de lo que ya somos. Estudiando mejor nuestro pasado romano podemos ser imbatibles. Estos días hemos celebrado la Hispanidad, una idea de España que los Reyes Católicos plantearon como una reconstrucción de la Hispania romana, pero tenemos que ir todavía más atrás. Conocer la Roma clásica es algo que hacen los países de nuestro entorno y que nosotros, no. Alemania, Francia e Inglaterra estudian más latin y cultura clásico, por mencionar tres casos, que los españoles. ¡Y eso que dos de ello ni siquiera son de lengua latina! Por alguna razón inexplicable, estamos dando la espalda a una cultura que, a diferencia de los países vecinos, tiene unos lazos directos con la española.
–Como ejemplo de la importancia que tuvo Hispania en el Imperio romano, usted cita a los tres emperadores de origen hispánico. ¿Es algo frecuente en otras antiguas provincias romanas?
–Con los años fue habitual que aparecieran emperadores nacidos fuera de Italia e incluso de Oriente y África, pero Trajano, un hispano, fue el primer emperador que no era itálico. Es cierto que Claudio nació en la Galia, pero fue algo puntual, Trajano y luego Adriano no solo nacieron en la península ibérica es que tenían su familia aquí. Fueron el resultado de la potencia económica, agrícola y política que era Hispania dentro del imperio. Deberíamos estar orgullosos del valor de pioneros de Trajano y Adriano y, sobre todo, de sus cualidades como grandes gobernantes del imperio. Sin embargo, cabe recordar que no solo fue con emperadores, tuvimos a gigantes de la cultura Occidental como los dos Senecas, padre e hijo, Quintiniano, Marcial, Columela…. Los hemos olvidado de forma inexplicable o, lo que es lo mismo, hemos olvidado quienes somos.
–Si un antiguo romano pudiera viajar a nuestro presente, ¿qué le chocaría más?
–Un romano se sentiría por las calles de nuestras grandes ciudades como en casa. Le chocarían los coches, la luz electrica y los avances tecnológicos, pero en cuanto a las costumbres sociales se sentiría muy cómodo. Se vive muy parecido a cómo lo hacían entonces los romanos. Iban a tomar un vino, al gimnasio, buscaban las zonas verdes y vivían en bloques de edificios. Por las películas pensamos que vivían en chalets, pero la mayoría vivían en manzanas con edificios de varios pisos donde, por cuestión de incendios, las viviendas más caras eran las más bajas. Roma era una ciudad de más de un millón de habitantes con un sistema de depuración y una red de suministros impresionantes.
–Usted recuerda en el libro que incluso tenían su propia versión de Madrid central.
–Sí, lo de cerrar las áreas centrales también es algo que hacían ellos. Tenían su propia Roma central, que cerraba el acceso a los carros durante el día. Solo podían pasar los carros de construcción y, durante la noche, entraban los carros con suministros. Seneca se quejaba de que no había quien viviera en Roma con tanto ruido.
–¿Se socializaba en los mismos sitios?
–Ellos hacían mucha vida en los bares tomando vino. El vino era un símbolo cultural, de civilización, no solo una bebida. Luego se quedaban a jugar a algo y ya marchaban a su casa. No tenían cuartos de baño completos, por lo que las termas eran fundamentales para su higiene y para socializar. Se veían en los baños y charlaban en letrinas. También tenían centros comerciales, incluso temáticos.
–¿La forma española de celebrar la vida también es importada?
–Hemos importado sus costumbres, para lo bueno y lo malo, hasta en lo que se refiere a insultar o ir de fiesta. Los botellones y las macrofiestas, tan de actualidad, también vienen de allí. Los romanos celebraban fiestas en honor a Baco, donde se bebía mucho en las calles y se tomaban sustancias alucinógenas. El Senado llegó a sacar un decreto para prohibir las fiestas ilegales, no con multas administrativas, sino con penas de muerte. Aun así, se siguieron celebrando y nuestros carnavales vienes de ahí, de las bacanales.
–En algunas cuestiones, como el sexo, incluso la sociedad actual es menos abierta que la romana. ¿Qué ha ocurrido?
–Los romanos eran una cultura, como la griega, menos pudoroso con el sexo que nosotros. A la hora de casarse no necesitaban a un sacerdote y vivía la sexualidad con más naturalidad. El divorcio lo tenían integrado, mientras que aquí es una conquista muy reciente. La homoxesualidad la llevaban con más normalidad y hasta tenían emperadores bisexuales. En nuestra socialidad nos ha costado miles de años llegar a ese mismo punto. Hay que velar por las conquistas sociales, porque pueden perderse en cualquier momento. Un virus ha puesto en jaque a nuestro planeta, ¡fíjate que frágil pueden ser las cosas!
–¿Cómo se enfrentaban a pandemias como la que vivimos hoy?
–Había médicos especializados, entre ellos dentistas y ocultistas, pero obviamente no tenían nuestro sistema sanitario para hacer frente a una situación así. No hay que olvidar que la mayoría de las conquistas médicas son muy recientes, del último siglo… Fíjate que con nuestros avances médicos está resultando imposible frenar una epidemia, pues imaginate ellos. Su esperanza de vida también era más baja. En lo que sí coincidían con nuestra reacción es que cuando salían de una pandemia lo celebraban a lo grande.
–Insiste en su obra en que una de las grandes lecciones que legaron los romanos es que «nada es definitivo».
–Este es un libro divertido, con humor, que es otra de las grandes contribuciones romanas a nuestro mundo, pero la gran enseñanza de su civilización es muy seria: nada es permanente. Nuestra civilización cree hoy lo contrario, piensa que el progreso es sostenido y nunca acabará; y ahora ha llegado un microscópico virus de China para recordarnos que nuestra civilización es muy frágil, que el progreso es muy fácil de interrumpir. La cultura romana ya nos avisó de ello cuando, en el siglo IV, no solo se disolvió el imperio en Occidente, sino que su cultura se evaporó. La humanidad sufrió un retroceso que duró casi mil años.
–Mientras tanto, ¿carpe diem?
–Sí, carpe diem es la lección suprema de los romanos. Hay que vivir la vida, lo cual no significa que haya que estar todo el día de botellón, sino de que hay que disfrutar con todo lo que hacemos. Trabajar, leer, estar con los amigos… Hay que disfrutar cada minuto. Nada es permanente.
–Los españoles somos romanos, y los hispanoamericanos son españoles a su pesar, al menos de unos cuantos, ¿a qué se debe el rechazo de algunos americanos a su herencia?
–Creo que en Hispanoamérica, donde he estado unas cuantas veces, no es algo generalizado el rechazo a lo español. Como con los romanos, la lengua nos une de una manera absoluta. Las palabras son un tesoro y fueron una guía para que Colón llegara a América. En uno de sus textos, Seneca habla de un nuevo mundo más allá del mar y Colón tenían bien presentes esos versos, que interpretó como una profecía. Los tenía en su cuaderno de bitacoras y por eso estaba tan convencido de que había un mundo más allá. Él demostró que podíamos vencer al mito, que se podía ir más allá, plus ultra, el lema latino de nuestro escudo.