Javier Barraycoa
La democracia, en cuanto régimen político que siempre busca justificarse por la maldad de sus enemigos más que por sus propias virtudes, languidece en esta persistente pose. En la medida que se idolatra afanosamente la santísima trinidad del gobierno del Pueblo, con el Pueblo y para el Pueblo, mejor se vislumbran las flaquezas y miserias de este falso silogismo. Cierto que nadie quiere desvelarlas, cierto que nadie se atreve a proclamar su desnudez pero, por mucho que se oculte, la falacia es patente. Velar las miserias de la democracia, que existen como en cualquier otro régimen político, equivale a retroalimentar un autoengaño pernicioso para la salud mental de cualquiera.
La estrategia democrática de autolegitimación consiste principalmente en hacernos creer que sólo existen dos regímenes políticos: la malvada tiranía y la beneplácita democracia. Este maniqueísmo es efectivo en las mentes poco pobladas, pues permite interpretar la realidad con una simplificada dicotomía que no supone mucho desgaste neuronal. La democracia nos hace creer que fuera de ella sólo hay tétricas tinieblas. Fuera de sus limes todo es crueldad y oscuridad. Nos propone que es una fake news la existencia, como pensó Aristóteles, de legítimas formas de gobierno como la monarquía, aristocracia o la república y sus formas mixtas, así como sus degeneraciones: tiranía, oligarquía y demagogia. La pedagogía democrática nos induce a creer que la realidad no puede ser tan compleja: o ella o nadie.
Viene siendo hora, quizá demasiado tarde, que nos atrevamos a pensar y escribir las cosas como son, sin que nos tiemble el pulso y la pluma. La “democracia” que nos ha tocado vivir nada tiene que ver con la que definieron los griegos. La democracia actual, cascarón de un sistema oligárquico y consumidor de almas y cuerpos, se mueve a caballo entre un estado de conciencia y un sistema de control social hiperburocratizado. Por un lado, es un estado de conciencia o mental porque genera la ilusión de vivir en el único sistema que nos garantiza la libertad y la felicidad, aunque nadie sepa qué significan ambas facultades y ni siquiera las haya vivido nunca. Por otro lado, es un sistema de control social porque previene y regula nuestras conductas, aspiraciones y expectativas de felicidad y realización, todo ello a través de un complejo sistema burocrático que se despliega a través de las férreas leyes del mercado y la sujeción del consumo.
Hay que agitarse y liberarse de este estado de conciencia y del control social. Ello sólo se puede lograr de una forma relativamente eficaz si primeramente sacudimos y derrumbamos el fetiche en el que se ha transformado la democracia. Para ello, y cómo una humilde forma de iniciar esta rebelión, proponemos el siguiente decálogo para exorcizar los demonios mentales que nos poseen y despechar a los sacerdotes y sacerdotisas de esta nueva religión.
1.- La democracia es un totalitarismo. La democracia es totalitaria pues pretende abarcar y regular todos los aspectos de la vida social y personal de sus auto-súbditos. No deja resquicio a la libertad al prescribir nuestras conductas bajo un férreo manto de leyes, normas y reglamentos y sus respectivos mecanismos de control y castigo. La democracia, nunca permite la tan cacareada libertad, sino que asfixia la vida social y no permite que su desarrollo sin su consentimiento. Al igual que se trata a los inválidos con muletas y prótesis, la democracia se encarga de subvencionar, y así controlar, cualquier forma de energía social. Y lo que ingenuamente se presenta como una asistencia, se descubre como una forma de intervención y dominio. Como buen totalitarismo, el actual sistema democrático se trueca en el interpretador y dictador de todo lo más profundo de nuestro ser: los afectos y las pasiones; nos pretende educar en “su” modo de entender -o desestructurar- la sexualidad; redefinir la familia; establecer lo permisible de la política para que no nos pasemos al “lado oscuro” de los regímenes prohibidos; impone la corrección política y determina -destruyéndolo- el uso del lenguaje. Todo lo que pretende trascender al hecho inmanente de la democracia, es tenido por un peligroso enemigo a eliminar.
2.- La democracia es un autoritarismo. Todo totalitarismo es un autoritarismo. La democracia impugna cualquier autoridad natural que no sea la que emana de sí misma, se acepte por sí misma y se ejerza en sí misma. De ahí que la democracia cargue la autoridad de los padres sobre los hijos, de los profesores sobre los alumnos, de los responsables sobre los subordinados, hasta de los amos sobre sus mascotas. Y si no la puede eliminar completamente, se encarga de constreñirla y sujetarla a su soberanía arbitraria. La democracia, en cuanto autoritarismo, es enemiga de la autoridad. El verdadero sentido y fin de la autoridad es coadyuvar a la perfección de cada hombre. Cuando desaparece la autoridad surge bien el autoritarismo, bien la anarquía. Por eso la democracia es una curiosa conjunción de ambos extremos. En ella reina la anarquía moral y se impone el más descarnado autoritarismo. Anarquía y autoritarismo generan una ponzoña psíquica que quiebra las almas en sus facultades volitivas y cognitivas. Por ello, la proclamada tolerancia democracia se traduce en una intolerancia total contra los que pretendan defender principios inamovibles y verdades que no se sustenten en ella.
3.-La democracia es esclavista. La democracia es un sistema que pretende legitimarse por la aparente libertad que concede a sus aparentes ciudadanos. Sin libertad real, el hombre se subsume en la esclavitud democrática. Este sistema ha generado las más sutiles formas de vasallaje de almas y cuerpos, que se traduce en la adicción a fantasiosas formas de felicidad que nunca se alcanzarán, pero que doblegarán las rodillas de los más altivos. La esclavitud es un método de sujeción que se sostiene en la esperanza de una libertad que nunca llega, que nunca se alcanza. En la antigüedad a los esclavos les estaba prohibido el matrimonio, tener hijos sin autorización o poner sus nombres en las tumbas. Hoy los ciudadanos dejan de casarse por propia voluntad, se sujetan a las políticas de control democrático y desean que sus cuerpos sean incinerados y abocados al olvido. Los griegos entendían que los esclavos no podían siquiera amar. Sólo la persona libre puede amar y por eso en nuestra época se hace imposible el amor. Este acaba siendo sustituido por las más estrafalarias formas relacionales y pseudoafectivas. El “amor” democrático intoxica los espíritus y aboca al conflicto interminable y el odio visceral entre los que decían amarse.
4.-La democracia mata. El esclavo no tiene derecho a la vida, sólo a vivir en las condiciones que le establece el amo. La democracia establece en qué momento se te establecen las condiciones favorables para la existencia en el bienestar. Estas condiciones son imposibles por definición, pero para mantener la ficción se propone a los esclavos que las alcanzarán si sacrifican su paternidad y maternidad. Y por eso los auto-súbditos dejan de tener hijos. Aunque sea en el seno de la madre, aunque ya palpite el corazón, la vida humana puede ser eliminada porque así lo permite la injusta ley. Como buen sistema de mercadeo de los cuerpos, cuando el esclavo ya no es productivo, envejece o empieza a suponer un coste económico, se le puede despejar de la ecuación del bienestar. La eutanasia es el ensueño consolador de los que quieren afrontar la vida como drama; para los que no quieren mantener hasta el último momento el hálito del don de la vida. La eutanasia es una rendición sin precedentes que transforma al ser humano en una mera pieza del sistema, desechable e intercambiable. La democracia te mata, pero antes se encarga de convencerte de que debes agradecerle y ser feliz por tu pronta eliminación.
5.- La democracia empobrece. La democracia promete que su principal objetivo es conseguir la igualdad, aunque por el camino deje el cadáver de la libertad. Pero tras doscientos años de ensayos democráticos las desigualdades sociales no sólo no se han eliminado sino que se agrandan inevitablemente. La democracia se ha convertido en la gran máscara legitimadora del poder de las oligarquías, las corporaciones transnacionales y los ocultos y poderosos filántropos que se ríen del hombre. Las elites que se ríen del voto, premian y recolocan a los políticos que han cumplido con su vasallaje; ellas financian los partidos políticos y los medios de comunicación que los justifican. Ellas tienen la capacidad de presionar a los gobiernos con sus lobbies y de reírse de los ingenuos que creen que votando se cambian las cosas. Para los mortales auto-súbditos sólo existe la democracia del consumo que consume la vida y siempre que el salario mínimo llegue para ello. Los sistemas financieros de las elites permiten endeudarse a ciudadanos y Estados. El bienestar económico no es más que una apariencia de un sistema que produce malestar incesante. El endeudamiento y la miseria retardada es la única realidad de esta democracia ecológica que sólo produce basura y desechos humanos,
6.- La democracia es una partitocracia. La democracia excluye la participación de los grupos y las soberanías sociales en su juego simbólico de la “soberanía popular”. Sólo permite que la “voluntad de pueblo” se exprese a través de las estructuras oligárquicas que representan los partidos. Los partidos democráticos no permiten el ejercicio de la democracia en su seno. Los partidos políticos no permiten la libertad de opinión interna ni la disidencia. Con los partidos políticos muere la libertad de expresión y la crítica. En los partidos democráticos el vasallaje en la principal norma de conducta. La conciencia languidece y el bien moral se torna imposible. Así, estas estructuras de poder se convierten en sumideros de mediocridad y servilismo. Los partidos mienten porque la verdad es incompatible con su existencia. Todo lo que los partidos políticos dicen querer para la sociedad, lo vetan y cercenan entre sus filas. La partitocracia es la forma democrática de la dictadura. Desde ella se rigen los destinos de las naciones y toda voz fuera de ella es sofocada y silenciada. No existe el “pueblo”, existe la usurpación de ideas y pensamientos que los partidos realizan en su nombre. Los partidos que “representan a la ciudadanía”, no son financiados y sostenidos por la ciudadanía. La racanería de los auto-súbditos los convierte en plebeyos de la democracia. Así, los presupuestos del Estado son los valedores de estas estructuras de adocenamiento de sentir de la verdaderas gentes y pueblos.
7.- La democracia es una burocracia. El sostén de los poderes democráticos es la estructura burocrática. La burocracia envuelve, ablanda, amilana toda voluntad individual. Ella se convierte en el corsé que sofoca los intentos ejercer el libre albedrío. La burocracia desconoce la moralidad y la finalidad de la vida o el sentido de la historia. Su única razón de ser son los reglamentos que aplica y que a su vez la legitiman y sostienen. Miles de normas, leyes y reglamentos se convierten en el ámbito de la existencia de los sujetos democráticos, en el aire que se respira e intoxica. La burocracia es pegajosa y se empeña en estar presente en la vida de los individuos incluso cuando mueren. Morir deja de ser un hecho liberador, pues la burocracia impregnará las formas de enterramiento, la erosión de las herencias. Ella promocionará tu olvido. En la burocracia se contienen todos los absurdos, las contradicciones, la esterilización de ánimos y espíritus. Pero nadie se plantea la legitimidad de este instrumento del poder. Mucho menos podemos imaginar su disolución o poner en duda su existencia. La burocracia es la tiranía invisible contra la que no se puede luchar, pues impregna de tal modo nuestra existencia que se ha convertido en parte de la (intoxicada) vida social.
8.- La democracia es una utopía. Los defectos de la democracia se justifican con la afirmación de que no se aplica suficientemente la democracia no hemos profundizado en ella, aún no la hemos alcanzado. Si la gente sólo siente en el regazo democrático un perpetuo malestar, una voz nos susurra que es por falta de democracia. Si aumentan sin cesar delitos, suicidios, agravios e injusticias, el telediario nos adoctrina que la causa es porque falta más democracia. Si los pueblos y gentes pierden patrimonio, honra y la dignidad, alguien se lamentará que es por ausencia de democracia. Cuando inevitablemente se corrompen las democracias, los salvadores insinúan que son necesarias sobredosis de reformas democráticas. Los defectos de la democracia se quieren curar con más democracia, lo cuál redunda en más malestar, desnaturalización de las familias y la sexualidad, aumento implacable de delitos, corrupción o descomposición social. Y cuando las democracias se colapsan, pergeñan golpes de Estado para salvar la democracia. El totalitarismo de los oligarcas se justifica porque sólo ellos pueden salvar la democracia. Las utopías son inofensivas cuando no se quieren alcanzar y se mantiene en al ámbito de la ilusión. Pero cuando hay un empeño por encarnarlas, la utopía muere y arrastra consigo a las sociedades que imprudentemente se dejaron embelesar por sus profetas.
9.- La democracia es una religión. La utopía democrática es una religión que no permite otras religiones, especialmente le repugna aquella religión que se proclame como la única y verdadera; la que puede salvar las almas y los cuerpos. Si alguna religión se erige como la auténtica, contra ella la democracia lanza sus ataques más endiablados y terroríficos. La mentira es la “verdad” y fundamento de la democracia. Acusa a cualquier alternativa política y religiosa, de los vicios que ella incuba en su seno. Promete milagros que nunca se realizarán y profetiza bienes que nunca se alcanzarán. La democracia se envuelve en una mística, muy cutre, pero mística al fin y al cabo. Es la mística de la mediocridad y de la banalidad. El cielo de la democracia son las vacaciones pagadas que te garantiza la ley. La democracia quiere poseer para siempre el alma de sus súbditos en la tierra y por ello no soporta la trascendencia. Inmanencia es el nombre del reino celestial democrático. Si el hombre es trascendente, la democracia sabe que las almas algún día escaparán de su domino. Y eso no lo soporta. Ella impone la definición y las reglas del bien y del mal. Dicta los dogmas democráticos ante los que nadie puede oponerse a ellos sin peligro de ser anatematizado. Designa los herejes, los que deben ser perseguidos y anulados. Ella es poderosa en su mediocridad, es la diosa de la mesocracia, ante la que toda nobleza, aristocracia y sabiduría, debe doblegarse y acallarse.
10.- La democracia es antidemocrática. Por definición la democracia se niega a sí misma. La democracia, más que un sistema político, es el antisistema político. En su ecosistema, el zoon politikón muere ante una especie invasora llamada mediocre ciudadano democrático. La democracia desprecia al hombre y pretende desfigurarlo hasta que sea irreconocible; desprecia el sexo y lo confunde en infinitos géneros hasta extinguirlo. Odia la amistad entre las personas y el amor incondicional, por eso suscita las más inconfesables envidias y conflictos. Enfrenta al hombre y la mujer, a los padres y los hijos. Aborrece al “demos” y lo degrada hasta convertirlo en masa multiforme, líquida y, finalmente, gaseosa. No soporta las opiniones divergentes y las voces críticas, y todas ellas las sustituye por una entelequia, un pseudopensamiento, un impersonal rumor llamado opinión pública. Al entendimiento opone vocerío; a la acción, opresión; a la vida, muerte. Llena las bocas de sus auto-súbditos con su nombre, “democracia”, y así las acalla cuando están rebosantes y ahoga sus gargantas. La democracia es una forma sutil, y burda a la vez, de nihilismo.
Lamentamos despertarte del sueño. Alguien tenia que hacerlo. No te dejes seducir, no te dejes derrotar, no pierdas tu dignidad, no te dejes fundir en la nada de una existencia triste y sin sentido. Aún eres libre, aún eres hombre, aún tienes destino, historia, patria y progenie. Hay una humanidad que salvar, no te rindas.
Javier Barraycoa
FUENTE: https://barraycoa.com/2023/01/05/decalogo-a-proposito-de-la-democracia/
Publicado en Posmodernia.
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