CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
¿Basta con derogar algunas leyes del «sanchismo» como afirman PP y VOX… y dejar a España como estaba antes de que los socialistas, comunistas, etarras y separatistas se auparon al poder?
Somos muchos los que tenemos claro, clarísimo qué habría que hacer en España -y sobre todo deshacer- para salir de la terrible situación a la que nos han conducido los gobiernos de las últimas décadas, no sólo los socialistas, pero la pregunta del millón es ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el PP, encabezado por Alberto Núñez Feijóo, con o sin el apoyo del partido de Abascal? ¿Cuál es su proyecto de Gobierno, cuáles sus objetivos a corto, largo y medio plazo, qué procedimientos va a seguir, con qué medios humanos y materiales pretende constar? y un largo etc.
Si tenemos en cuenta la trayectoria del partido que un día dejó de llamarse Alianza Popular y pasó a llamarse Partido Popular, hasta la actualidad, en los ayuntamientos, o en las diputaciones, en los cabildos insulares, en los gobiernos regionales, en el gobierno central, e incluso en el parlamento europeo; la conclusión a la que uno llega es que el PP es igual, o casi, que el PSOE, pero con cuatro o cinco años de retraso.
Cuando Mariano Rajoy alcanzó la presidencia del gobierno de España, el PP hacía ya mucho tiempo que había abandonado el humanismo cristiano y abrazado la ideología totalitaria y liberticida de nombre «perspectiva de género», aunque acabó recogiéndose en sus documentos en la «Convención Nacional» de Sevilla, en 2011. José María Aznar fue un entusiasta divulgador, a la vez que las ponía en práctica, de las políticas aprobadas en la Conferencia Mundial sobre la Mujer, organizada por la ONU, que tuvo lugar en Pequín en septiembre de 1995. Fue el PP, con Aznar, el que puso en marcha los «institutos de la mujer» en las diversas regiones españolas y abrió la pueta a que, también, sucediera lo mismo en los ayuntamientos, dedicándole a ello ingentes cantidades de dinero del presupuesto nacional. También fue el gobierno del PP de Aznar el primero en legislar acerca de lo que hoy se denomina «violencia de género» y puso en marcha la asimetría legal hoy existente, sentando las bases de la ley de «violencia de género» de 28 de diciembre de 2004, mediante la que se crearon tribunales de excepción, para juzgar exclusivamente a hombres, privando a la mitad de los españoles del derecho constitucional a la presunción de inocencia, a un juicio justo, con plenas garantías legales, el derecho a no ser detenido de manera arbitraria e ilegalmente. En esos tribunales de excepción, denominados de «violencia de género» se condena a los hombres más severamente que a las mujeres, en caso de cometer el mismo delito, y con la versión de las mujeres -supuestamente maltratadas- como única prueba; así lo ordena el Tribunal Supremo de España en su jurisprudencia.
Con estos antecedentes, no es de extrañar que el PP haya apoyado, aplaudiendo a rabiar, cualquier propuesta legislativa que vaya en la dirección de seguir privando a los varones de sus más elementales derechos y para darles trato de favor a las mujeres, no sólo en el Congreso de los Diputados, sino en los diversos parlamentos regionales, tuviera mayoría o minoría de representantes.
También, desde que Aznar completó el proceso de desmantelamiento del estado unitario y transfirió casi toda las competencias del gobierno central a los gobiernos regionales, entre otras muchas cuestiones apoyó (aplaudiendo de manera entusiasta) cuantas acciones fueron emprendidas para perseguir el uso de la lengua española y la imposición de las lenguas regionales, e incluso jergas locales minoritarias; y permitió que los separatistas persiguieran con saña a los castellanohablantes, desde Galicia (con gobiernos sucesivos del PP) hasta Valencia, pasando por Cataluña, Baleares, etc.
El traspaso de competencias a los gobiernos regionales también fue acompañado de la privación del derecho -y el deber- de educar a las familias concediéndole el monopolio a los diversos gobiernos «autonómicos», por delegación del gobierno central. Esto supuso abrir la puerta a un violento adoctrinamiento en todos los aspectos, incluyendo la liberticida «perspectiva de género» y la persecución de todo lo que huela a cristianismo y a la tradicional forma de vida de los españoles (es posible que haya quienes ya se hayan olvidado que, con gobiernos del PP, se persiguió con saña a colegios católicos…)
Tampoco podemos olvidar el cambio radical efectuado por el PP en lo que respecta a la defensa de la vida, pasando de presentar un recurso en el Tribunal Constitucional contra la «ley Aído», a afirmar que el aborto es un «derecho» de las mujeres…
Lo mismo podemos decir de la defensa de la institución familiar, años atrás decía el PP que se oponía al «homonomio» y hoy es posiblemente el partido con mayor número de homosexuales en sus filas, de lo cual se pavonea sin rubor, al mismo tiempo que promueve el homosexualismo. Por supuesto, nada de nada ha hecho el PP en décadas para fomentar la natalidad y proteger la maternidad.
En fin, la ristra de cuestiones en las que el Partido Popular ha dado un giro radical sería interminable, tan larga como el incumplimiento en el que incurrió Mariano Rajoy de las promesas que hizo durante la campaña de las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, en las que consiguió una mayoría absolutísima, de más de 11 millones de españoles a los que acabó defraudado y traicionando vil y zafiamente.
El PP, como muchos dicen, es igual al PSOE, pero con cuatro años de retraso.
Y si hablamos de otros asuntos, como la economía, se puede afirmar con rotundidad que las fórmulas que propone el PP son tan socialdemócratas como las practicadas por el PSOE (y en las regiones en las que gobierna va por ese camino); es por ello que es cada día que pasa más y más la gente que considera que el partido que en la actualidad lidera Núñez Feijóo no defiende las cuestiones que para muchos españoles decentes son irrenunciables, por las que se debe luchar, me refiero a gente que considera que hay que hacer lo posible para preservar y promover muchísimos valores tradicionales… Y el PP, al parecer se ha olvidado de que la única forma de promover y preservar los valores tradicionales es decirle a la gente que merecen ser preservados.
Y para preservar los valores tradicionales (empezando por la defensa de la vida, de la institución familiar, de la libertad, de la propiedad…) es imprescindible identificar al enemigo: la socialdemocracia. Aunque muchos piensen que la socialdemocracia es signo de progreso, en realidad es enemigo de la tradición y de la libertad; y, desgraciadamente, desde la caída del muro de Berlín quienes dicen ser los herederos del comunismo y del socialismo (en sus múltiples formas), están en el camino de lograr el poder total.
La socialdemocracia se manifiesta de múltiples maneras, desde el feminismo de género, o femiestalinismo, hasta las diversas formas de «victimismo», de tal manera que, ante todos los asuntos cruciales, los socialdemócratas, da igual cómo se etiqueten o autodenominen se oponen a la libertad y a la tradición y manifiestan abiertamente que la única opción es «más estado» y un gobierno fuerte, a ser posible mundial.
Y hay que advertir que la socialdemocracia va acompañada de un problema muy importante: la socialdemocracia es mucho más engañosa, mendaz y malintencionada que otras formas de estatismo porque pretende, según afirman sus seguidores, combinar el socialismo con las atractivas virtudes de la ‘democracia’ y la libertad de creación, de investigación, etc.
El aparente fervor, la impostada devoción de los socialdemócratas por la democracia sirve como pretexto para atacar a quienes afirman la inviolabilidad “absoluta” del derecho a la libertad de expresión y a la libertad de prensa. La aversión de los socialdemócratas a la libertad de expresión los lleva, cada vez que tienen ocasión, a restringir o prohibir el discurso o la expresión de quienes ellos consideran “antidemocráticos”, por el simple hecho de ser sus contrincantes.
En el vocabulario de los socialdemócratas «antidemocrático» es desde cualquiera que pueda ser tildado de incurrir en «crimen de opinión o pensamiento de odio», hasta quien ose cuestionar la ideología de género, o poner en cuestión «el calentamiento global» o «el cambio climático de origen antropogénico», o cualquier cuestión que se les ocurra para descalificar y demonizar a quienes ellos consideran sus enemigos.
Como resultado de la eficaz propaganda de los socialdemócratas, la mayoría de las agrupaciones políticas, como es el caso del PP -también VOX- han acabado abrazando el nuevo credo: la «democracia», sinónima de «progresismo», un absoluto moral último, que ha acabado reemplazando virtualmente a todos los demás principios morales, incluidos los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña.
Hasta tal punto hemos llegado que, la izquierda ya incluye a liberal-conservadores, conservadores y neoconservadores, liberales de izquierda e incluso forman parte de ella todas o casi todas las élites intelectuales, académicas y mediáticas aliadas y grupos de víctimas oficialmente reconocidas por el sistema, el estado socialdemócrata o estado del bienestar.
Es por ello que, quienes no se cobijan bajo el paraguas del progresismo el mejor vocablo que los define es el de «reaccionario», reaccionario en lo político y en lo económico… pues, los hasta ahora denominados conservadores o similares también son progresistas, socialdemócratas y participan de los mismos objetivos y principios de la socialdemocracia.
Posiblemente, la palabra “reaccionario” es la más adecuada para denominar a quienes se oponen a la agenda progresista.
El odio que se atribuye hoy al término “reacción” o “reaccionario” se debe estrictamente a su uso de forma machacona, reiterativa, hasta el hartazgo, por parte de los ideólogos marxistas. Fuera de la política, el término tiene una connotación positiva en muchos contextos. En particular, la reacción antígeno-anticuerpo “es la reacción fundamental en el cuerpo mediante la cual el cuerpo se protege de moléculas extrañas complejas, como patógenos y sus toxinas químicas”. El sistema inmunitario humano es reaccionario. Reacciona contra los invasores y los aniquila y restaura el cuerpo humano a su saludable status quo anterior… En Física se habla de acción y reacción y conservación del movimiento, y un largo etc.
Reaccionar significa responder o actuar de una manera determinada como respuesta a un estímulo, defenderse de un ataque, responder a una agresión, oponerse a algo que se considera inadmisible, según el diccionario de la Real Academia Española.
Por lo tanto, ser un reaccionario político-económico es tener como objetivo enderezar los entuertos, lo que no funciona de nuestras instituciones económicas, sociales y culturales perpetrados por políticas progresistas, poner remedio a lo que los socialdemócratas-progresistas hacen que no funcione correctamente; hacer retroceder «su reloj» expulsando a los cárteles mafiosos y su burocracia de los territorios que controlan, de sus posiciones de poder e influencia y restaurando, regenerando el cuerpo social para que recupere la salud.
Un movimiento reaccionario necesita “líderes carismáticos que tengan la capacidad de cortocircuitar a las élites de los medios y llegar y despertar a las masas directamente”. Para ser efectivo, aparte de ser decente (pues se pretende que agrupe en torno a sí a los ciudadanos decentes) los líderes de un movimiento político disidente deben ser “demagogos” en algún grado. Hombre o mujer, da igual el sexo, deben presentar la verdad en un lenguaje simple, eficaz, pero emotivo. Los intelectuales progresistas, socialdemócratas lo tienen muy claro, es por ello que atacan severamente, con furia, violentamente cualquier iniciativa reaccionaria que vaya en la dirección de lo que se viene exponiendo.
El problema es que los malos, las clases dominantes, han conseguido que las élites intelectuales y los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas sean sus aliados, para que asuman la tarea de engatusar, embaucar a la mayoría de los ciudadanos para que se sometan a sus gobiernos y consientan que los adoctrinen hasta adquirir “falsas conciencias”, como diría un marxista.
La estrategia de los decentes-reaccionarios debe apuntar hacia las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros concretos de los partidos del consenso socialdemócrata y especialmente de los miembros de la coalición gobernante.
El principal objetivo debe ser conseguir que los decentes y reaccionarios comprendan una idea simple, asimilada hace mucho tiempo por la izquierda, de que la política es la guerra. Está en juego, nada más y nada menos que nuestra forma de vida, nuestra civilización, nuestra existencia.
Las personas decentes-reaccionarias que no se hayan dado cuenta todavía, deben aprender que sólo hay dos bandos en la lucha política actual. No hay término medio. O eres progresista o reaccionario. O te unes al socialismo en sus múltiples variantes, o te unes a la reacción, a la lucha para hacer retroceder el progresismo, el estado del bienestar (mejor dicho: el bienestar del estado, sus cárteles mafiosos, sus capos y su red clientelar y de burócratas); o te sumas al progresismo o te sumas a la guerra contra la socialdemocracia para hacerla añicos.
Nos enfrentamos a desafíos sin precedentes, a escala nacional e internacional. Nuestra economía nacional ha entrado en recesión (también la de otros países, aunque esto no sea un consuelo, sino todo lo contrario) y está luchando por recuperar su equilibrio después de la crisis económica derivada de la crisis sanitaria ocasionada por el covid19. Cientos de miles de pequeñas y medianas empresas se han visto obligadas a cerrar durante los últimos años, dejando de producir bienes y servicios y despidiendo a sus trabajadores. La inflación está en un máximo histórico. También lo está el gasto público. Nuestra deuda nacional ahora supera el 117% del Producto Interior Bruto. La inmigración ilegal está en niveles récord, aumentando la carga sobre las redes públicas de seguridad social y los centros de enseñanza (aparte de otros subsidios y ayudas diversas) habiendo llegado a ser un gasto inconmensurable y que no nos podemos permitir, al mismo tiempo que aumenta el número de españoles que viven en situación de pobreza y escasez… Los crímenes violentos están en aumento, también el abuso de drogas y de alcohol, siendo cada vez mayor el número de ciudadanos que mueren por sobredosis… La globalización sigue aumentando la interdependencia económica en todo el mundo. Rusia está en guerra con Ucrania. Las tensiones de los EEUU con China cada día son más altas. Y, mientras todo esto ocurre, la UE -de la cual forma parte España, no se olvide- se está suicidando económicamente y sus dirigentes nos conducen a una dura travesía del desierto…
El nuevo gobierno que salga de las elecciones del 23 de julio debe emprender un proyecto de profundísima regeneración que vaya más allá de pequeñas y temerosas reformas, un programa de gobierno que no se limite a apuntalar el sistema sin ir a la raíz de los problemas; todo ello pese al pequeño margen que pudiera estar dispuesta a permitir Bruselas.
España está necesitada urgentemente de un plan de choque, con la valentía suficiente y la altura de miras que exigen los terribles momentos por los que actualmente atraviesa nuestra Patria… la única esperanza que le queda a España es que un grupo de “hombres sabios y buenos” desaloje de las instituciones a la pandilla de bandidos que nos mal-gobiernan, y conduzca a España a un periodo de ruptura con las formas caciquiles y oligárquicas como forma de gobierno, de tal manera que, finalmente España se acabe homologando con los regímenes políticos más avanzados y las naciones más prósperas de nuestro entorno cultural, político, económico.
Ese es el único camino, si lo que se pretende es que no vuelva a repetirse una decepción, un fraude de la magnitud del que llevó a cabo el PP de Mariano Rajoy hace una década, si lo que se pretende es evitar que sigamos teniendo socialdemocracia para rato, feminismo de género para rato, despilfarro para rato, separatismos para rato…
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