Richard Kemp
El mes pasado la Asamblea General de la ONU reafirmó su hostilidad implacable hacia uno de sus Estados miembros votando abrumadoramente –125 a 8, con 34 abstenciones– a favor de la financiación de una comisión de investigación (CI) inaudita del Consejo de Derechos Humanos (CDH) sobre los supuestos crímenes de guerra y abusos contra los derechos humanos que comete Israel. El contribuyente pagará unos alucinantes 5,5 millones de dólares para el presupuesto de sólo el primer año, más del doble del que dispone la comisión del CDH que investiga la guerra civil siria
Desde su creación (2006), el CDH ha llevado a cabo 32 CI, un tercio de las cuales –concretamente, nueve– se han dedicado completamente a Israel. Pero esta que estamos comentando es la primera de alcance irrestricto y sin límite de tiempo. EEUU votó en contra aduciendo que «perpetúa una práctica en la ONU de singularizar injustamente a Israel». Entre quienes se abstuvieron se contó Australia, cuyo representante dijo, con acostumbrada parquedad: «Nos oponemos al sesgo antiisraelí».
Como temen EEUU y Australia, entre otros, es inevitable que Israel sea falsariamente condenado por «discriminar y reprimir sistemáticamente en base a la identidad nacional, étnica, racial o religiosa», que es lo que dice la CI que demostrará.
Barrunto que la CI planea calificar explícitamente a Israel de «Estado [que practica el] apartheid». La mentira recorrerá el mundo y alimentará por doquier el odio antisemita. Contribuirá a lo que el ministro de Exteriores israelí, Yair Lapid, describió recientemente como una discusión inminente, «inaudita en su ponzoña y radiactividad, en torno a la frase ‘Israel es un Estado apartheid'».
La patraña del «apartheid israelí» fue pergeñada en Moscú durante la Guerra Fría y aventada incesantemente por una campaña soviética de propaganda hasta que arraigó en la ONU, Oriente Medio y Occidente, y comprendía la repetida comparación de Israel con Sudáfrica en los medios soviéticos y en textos como Sionismo y apartheid, publicación oficial de la Ucrania soviética.
Los estudiantes, ingenuos o perversos, que volverán a celebrar este año la venenosa Semana del Apartheid Israelí en universidades de todo el mundo cacarearán la misma propaganda soviética que evacuaron sus predecesores durante decenios. Como tantos otros israelófobos, recurrirán al mantra del apartheid pese a que Israel no puede ser considerado un Estado apartheid bajo ningún criterio racional. Y lo harán porque es un mensaje fácil de entender, perturba a la gente y la gana para la causa antiisraelí. Para eso lo idearon en Moscú.
La infamia del apartheid se enmarca en la mayor campaña de difamación de la historia, orquestada contra Israel desde el Kremlin durante muchísimos años, capitaneada por el KGB y dotada de los formidables recursos de los servicios de inteligencia soviéticos. Puede que sea la más exitosa campaña de desinformación de las muchas que perpetró la URSS. Y ahí sigue, cobrando fuerza cuando ya han pasado más de treinta años del colapso del Imperio comunista y cincuenta desde su concepción.
Merece la pena comprender cómo se originó y evolucionó ese plan perverso, no solo para contribuir a la defensa de Israel y los judíos en la guerra política que se libra contra ellos sino como caso de estudio a la luz de las campañas de desinformación que libran en estos momentos contra Occidente Estados autoritarios como el ruso, el chino y el iraní. Pero para hacerse incluso una somera idea hemos de hacer un poco de historia.
Cuando Israel fue restablecido, en 1948, tras la Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, en un primer momento quiso seguir una política de no alineamiento. Rodeado de enemigos, necesitaba apoyo económico y armamentístico tanto de EEUU y de la URSS como de sus respectivos aliados. Dado el influjo político del socialismo en aquel Israel, la cúpula soviética confiaba en que el nuevo país se inclinara hacia el comunismo y se alineara con la URSS, con lo que esta se vería reforzada en Oriente Medio y en su pugna general con Occidente. Una de las principales razones de Stalin para el rápido reconocimiento de Israel fue su intención de utilizarlo para socavar la hegemonía británica en la región mesoriental.
Pese a los notables esfuerzos soviéticos (abiertos y encubiertos) por atraerse a Israel, puede que fuera un empeño vano desde el principio. En cualquier caso, las presiones de la Guerra Fría en los años 50, así como consideraciones de política doméstica y su preocupación por el antisemitismo existente en la Unión Soviética, llevaron al primer ministro israelí David ben Gurión a alinear su país con Occidente, lo que quedó inicialmente de manifiesto en su apoyo a la intervención de la ONU en Corea comandada por EEUU, contra los deseos de Moscú.
La participación israelí en la campaña de Suez de 1956 de la mano del Reino Unido y Francia no hizo sino agrandar la brecha, al punto de que el Gobierno soviético envió una carta a Jerusalén (así como a París y a Londres) en la que amenazaba con ataques coheteros y prometía apoyo militar directo al Ejército egipcio.
La quiebra de las relaciones soviético-israelíes se agravó con las victorias defensivas de Israel contra los árabes en 1967 [Guerra de los Seis Días] y 1973 [Guerra del Yom Kipur]. Para aquel entonces, toda esperanza de que Israel se convirtiera en un cliente soviético se había evaporado. Los Ejércitos árabes patrocinados, adiestrados y equipados por la URSS habían sido humillados, al igual que la propia Moscú. Así las cosas, los soviéticos fueron desarrollando una política de socavamiento de Israel cuyo principal objetivo era utilizar al Estado judío como arma en su lucha –la Guerra Fría– contra EEUU y Occidente.
El Kremlin comprendió que los ataques convencionales contra Israel no darían fruto, así que se centró en utilizar a los árabes como peones terroristas: dirigió, entrenó, financió y armó a organizaciones como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el FPLP-Comando General (FPLP-CG), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) y Fatah para perpetrar ataques contra Israel y contra objetivos judíos, que incluyeron sucesivas oleadas de secuestros de aviones.
Los soviéticos recurrieron a las mismas tácticas terroristas en todo el mundo, también en Europa, donde se valieron de peones como la Facción del Ejército Rojo (Banda Baader Meinhof). El detalle de las operaciones terroristas patrocinadas por Moscú, en Oriente Medio y otros lugares, se encuentra en 25.000 páginas de documentos del KGB copiados y sacados clandestinamente de Rusia a principios de los años 90 por el antiguo archivero de la propia KGB Vasili Mitrojin y ahora custodiados en el Churchill College de Cambridge.
El general Ion Pacepa, jefe de la inteligencia rumana, desempeñó un papel significativo en las operaciones del bloque soviético contra Israel y EEUU. En 1978 se convirtió en el oficial de inteligencia de más alto rango en desertar de la esfera soviética. Entre otras muchas revelaciones, Pacepa dio cuenta de las operaciones del KGB contra Israel. Así, declaró que el director de la inteligencia soviética Yuri Andropov (posteriormente sucesor de Breznev como secretario general del PCUS) le dijo:
Necesitamos instilar odio a los judíos en plan nazi por todo el mundo islámico, y convertir esa bomba de emociones en un baño de sangre terrorista contra Israel y su principal apoyo, los Estados Unidos.
La guerra de propaganda era un elemento importante en la campaña soviética contra Israel y EEUU en Oriente Medio. Andropov le dijo a Pacepa:
El Islam está obsesionado con impedir que los infieles ocupen su territorio, y sería altamente receptivo a nuestra caracterización del Congreso norteamericano como un rapaz organismo sionista que pretende convertir el mundo en un feudo judío.
En otras palabras: sabía que los árabes serían presas fáciles de su guerra de propaganda contra Israel y que estarían dispuestos a poner de su parte. Su labor sólo debería enfocarse, intensificarse y financiarse.
Para alcanzar esos objetivos, el Kremlin pergeñó la Operación SIG, una campaña de desinformación para «volver a todo el mundo islámico contra Israel y EEUU». Pacepa informó de que para 1978, en el marco de la SIG, el KGB había enviado unos 4.000 «agentes de influencia» a los países islámicos. Asimismo, imprimieron y pusieron en circulación ingentes cantidades de propaganda antiisraelí y antijudía traducida al árabe. Empezando por los Protocolos de los Sabios de Sión, libelo antisemita que supuestamente revelaba los planes secretos de los judíos para dominar el mundo mediante la manipulación de la economía, el conrtrol de los medios y el avivamiento de los conflictos religiosos. Fue escrito por agentes de la policía secreta zarista y posteriormente utilizado por los nazis en su propaganda antisemita.
Además de movilizar a los árabes para la causa soviética, Andropov y sus colegas del KGB necesitaban apelar al mundo democrático. A tal fin, el Kremlin decidió convertir un conflicto que buscaba la mera destrucción de Israel en una causa por los derechos humanos y la liberación nacional frente a un ilegítimo ocupante imperialista apoyado por EEUU. Se pusieron a sustituir una narrativa de yihad religiosa –la doctrina islámica insta a que cualquier territorio que haya estado bajo control musulmán sea recuperado para el Islam– en una de nacionalismo laico y autodeterminación política, mucho más digerible para las democracias occidentales. Les procuraría cobertura para una perversa guerra terrorista, e incluso amplio respaldo.
Para ello, los soviéticos hubieron de crear una identidad nacional palestina hasta entonces inexistente y un discurso que negara a los judíos el derecho a la tierra y los pintara como agresores. Según Pacepa, el KGB creó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) a mediados de los años 60, así como sedicentes ejércitos de liberación nacional en otras partes del mundo. Pacepa afirmó que la Carta Nacional Palestina, documento fundamental en la invención y establecimiento de una nacionalidad palestina artificial, se redactó en Moscú en 1964.
El texto inicial no reclamaba la Margen Occidental ni la Franja de Gaza para «Palestina». En realidad, repudiaba explícitamente cualquier derecho sobre ellos reconociendo falsamente que eran territorios soberanos de Jordania y Egipto, respectivamente. En su lugar, lo que la OLP reclamaba era el resto de Israel. La corrección se produjo tras la guerra de 1967, cuando Israel expulsó a los ocupantes ilegales jordanos y egipcios; fue entonces que la Margen y la Franja fueron etiquetados por primera vez como territorios palestinos.
La primera mención a un «pueblo palestino» que remite a los árabes de Palestina aparece en la carta de 1964. Previamente, y sobre todo durante el Mandato de la Liga de las Naciones para Palestina (1919-1948), palestinos era un término comúnmente utilizado para aludir a los judíos residentes en en el territorio.
En 1977, Zuheir Mohsen, alto cargo de la OLP, admitió:
El pueblo palestino no existe. La creación de un Estado palestino es sólo un medio para proseguir nuestra lucha contra el Estado de Israel y en pro de nuestra unidad árabe (…) Sólo por razones políticas y tácticas hablamos hoy en día de la existencia de un pueblo palestino, dado que los intereses nacionales árabes exigen que planteemos la existencia de un ‘pueblo palestino’ diferenciado que se oponga al sionismo. Sí, la existencia de una identidad palestina separada existe sólo por razones tácticas.
Esta realidad ha sido públicamente respaldada, a veces de forma inadvertida, por otros dirigentes palestinos. En el libro de 1984 Arafat: A Political Biography, de Alan Hart, el propio Arafat declara:
El pueblo palestino no tiene identidad nacional. Yo, Yaser Arafat, hombre del destino, le dará esa identidad por medio del conflicto con Israel.
Moscú llevó por primera vez a la ONU su campaña para señalar a los judíos israelíes como opresores de su inventado «pueblo palestino» en 1965. Sus intentos de calificar al sionismo como racismo fracasaron entonces, pero tuvieron éxito casi una década después, en la infame Resolución 3379 de la Asamblea General. La afirmación de que «el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial» fue revocada por presiones norteamericanas en 1991, pero desde entonces ha cobrado gran tracción y es citada con frecuencia por los agitadores antiisraelíes de hoy en día.
Los documentos de Mitrojin muestran que tanto Yaser Arafat como su sucesor al frente de la OLP y de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, fueron agentes del KGB. Ambos fueron instrumentales en las operaciones de desinformación y en las campañas terroristas de la inteligencia soviética.
Egipto mediante, la URSS instaló a Arafat como líder de la OLP en 1969, y le siguió respaldando en la querella interna que se produjo en la OLP luego de su expulsión de Jordania, en 1970. Según Pacepa,
en 1969 el KGB pidió a Arafat que declarara la guerra al ‘imperialismo sionista’ americano (…) A Arafat le fascinó tanto, que posteriormente dijo haber inventado el grito de batalla imperial-sionista. Pero lo cierto es que ‘imperial-sionismo’ fue una invención moscovita, una adaptación moderna de los ‘Protocolos de los Sabios de Sión’ y una herramienta predilecta de la inteligencia rusa para fomentar la discordia étnica. El KGB siempre vio el antisemitismo y el antiimperialismo como una rica mina de antiamericanismo.
Moscú había asignado a Rumanía la misión de apoyar a la OLP, y Pacepa fue el responsable de Arafat durante su carrera en el KGB. En los años 70 le dio 200.000 dólares al mes en dinero blanqueado. Asimismo, le facilitó la relación con el presidente rumano Nicolae Ceaucescu, un genio de la propaganda que se impuso la labor de enseñarle a embaucar a Occidente. Por sus tratos con Washington, Ceaucescu le dijo a Arafat en 1978: «Lo único que tienes que hacer es fingir, una y otra vez, que vas a romper con el terrorismo y reconocer a Israel».
El consejo de Ceaucescu se vio reforzado por el que le dio el general comunista norvietnamita Vo Nguyen Giap, con quien Arafat se reunió en varias ocasiones: «Deja de hablar de aniquilar a Israel y en su lugar convierte tu guerra terrorista en una lucha por los derechos humanos. Entonces, los americanos comerán de tu mano» (v. David Meir-Levi, History Upside Down: The Roots of Palestinian Fascism and the Myth of Israeli Aggression).
En un documento de los Archivos Mitrojin se lee: «Krotov [el alias de Mahmud Abás] es un agente del KGB». El servicio soviético de inteligencia definía agente como alguien que «lleva a cabo encargos de inteligencia de manera consistente y sistemática manteniendo contacto secreto con un oficial de la agencia».
Abás fue utilizado por el KGB para, por ejemplo, diseminar propaganda en la que se acusaba al «imperialismo occidental» y al «sionismo» de cooperar con los nazis. Abás estudió en una universidad moscovita controlada por el KGB a principios de los 80. Allí, bajo supervisión de un profesor que posteriormente se convirtió en un importante política comunista, Abás escribió una disertación doctoral en la que negaba el Holocausto y acusaba a los sionistas de ayudar a Hitler.
Abás está ahora entrando en el 18º año de su mandato como presidente de la Autoridad Palestina, para el que fue elegido por sólo cuatro. Como su predecesor, Arafat, su rechazo permanente a toda oferta de paz con Israel, al tiempo que habla de paz y promueve el terrorismo, da cuenta de la influencia de sus maestros soviéticos.
La campaña de desinformación del KGB alteró la imagen de Israel, que pasó de actor regional indefenso rodeado de poderosos enemigos a odiado opresor colonialista del zaherido pueblo palestino, relato que sigue teniendo la misma fuerza.
Mientras, el movimiento palestino creado por Moscú es, en palabras del historiador americano David Meir-Levi, «el único movimiento nacional de autodeterminación política del mundo y de la historia que tiene como única razón de ser la destrucción de un Estado soberano y el genocidio de un pueblo». Sigue siendo explícito en la carta de Hamás, pero está más oculto en las manifestaciones de la Autoridad Palestina de Mahmud Abás, con su influjo soviético, especialmente en las dirigidas a Occidente.
La campaña de Moscú se vio notablemente socavada en 2020 por el acercamiento entre Israel y varios Estados árabes. La lección aquí remite a la importancia de la disposición política americana a hacer frente a la propaganda autoritaria, que llevó a los determinantes Acuerdos de Abraham, que han cambiado las tornas. Si ese proyecto hubiera sido vigorosamente perseguido tras su éxito inicial, quizá habría conducido al colapso del proyecto palestino ideado por la URSS y a una forma de paz entre Israel y los árabes palestinos. Algo que quizá se podría conseguir si EEUU volviera a mostrar determinación.
Entre tanto, la votación de diciembre en la Asamblea General de Naciones Unidas y la determinación del Consejo de Derechos Humanos a etiquetar a Israel como Estado racista practicante del apartheid muestran que la narrativa soviética de la Guerra Fría sigue viva y coleando. La mayoría de las naciones occidentales siguen servilmente siguiendo el libreto soviético.
Así, Gran Bretaña, ya aliada con los Estados árabes contra Israel por el petróleo y por el antisemitismo de influyentes políticos y funcionarios, estuvo más que dispuesta desde el principio a tragarse de cabo a rabo la invención soviética de una lucha entre el nacionalismo palestino y el opresor judío. Hoy no escucharás ninguna declaración sobre Israel en boca de ningún funcionario o ministro que no se haga eco de la posición soviética.
La creciente erosión popular del apoyo a Israel en los EEUU, alentada por los medios, y las supurantes divisiones que causa son evidencia del éxito de la fantasmagoría soviética frente a su gran objetivo: América.
Las principales víctimas, con todo, vienen siendo los árabes palestinos, cuyas vidas han empeorado; y los judíos de la diáspora, que sufren un antisemitismo inconmensurable basado en la propaganda puesta en circulación por la URSS. Lo primero puede que no fuera buscado pero no le ha preocupado a Moscú; lo segundo, por supuesto que era parte del plan.
Sin duda, Israel ha pagado un alto precio por el terrorismo y la propaganda inspirados por el KGB, pero ha sobrevivido y florecido aun bajo esa enorme presión. El general norvietnamita Giap, que como hemos visto aconsejó una vez a Arafat, tiene una explicación al respecto, como recuerda el doctor Eran Lerman, ex viceconsejero de seguridad nacional de Israel. Decía Giap:
Los palestinos siempre vienen aquí y me dicen: «Vosotros expulsasteis a los franceses y a los americanos. ¿Cómo hacemos para expulsar a los judíos?». Yo les digo que los franceses se volvieron a Francia y los americanos a América. Pero los judíos no tienen a dónde ir. Así que no vais a expulsarlos.
FUENTE: https://es.gatestoneinstitute.org/18151/apartheid-israeli
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