Manuel I. Cabezas González
En un texto reciente, “Pan y Circo”, aseveraba que, muy frecuentemente, olvidamos la historia y, como se suele decir, corremos el riesgo de repetirla. Pero, también añadía que, muchas veces, sólo recordamos intencionadamente los peores ejemplos pretéritos para conseguir satisfacer nuestros apetitos insanos e inconfesables, mediante recursos deleznables del pasado. Un caso más de recuperación actual de un mal ejemplo pretérito, referido también a la lucha política, es el adagio romano “divide et impera” (“divide y dominarás”).
Los romanos, a partir de un pequeño territorio (El Lacio), sito en el centro de la actual Italia, se expandieron y conquistaron el resto de la Península Italiana, la mayor parte de los países de la Europa actual, así como los países ribereños del Mediterráneo. Esto último les permitió bautizar a este mar como “Mare Nostrum”. Ahora bien, en esta expansión y conquistas jugó un papel importante el adagio “divide et impera”, fundamento estratégico sobre el cual se forjaría el imperio. Esta estrategia permitió a los romanos romper las estructuras de poder existentes en los territorios que conquistaron y/o evitar la unión de grupos de poder pequeños, que podrían dificultar las conquistas o poner en peligro su dominio en los territorios conquistados.
La pertinencia y funcionalidad de esta técnica está bien acreditada históricamente. En primer lugar, por los propios romanos, que la utilizaron para doblegar a los nuevos territorios del Imperio y evitar disturbios y revueltas en el mismo. En el mundo moderno, los reyes cristianos aprovecharon la división de los musulmanes en reinos de taifas para avanzar en la Reconquista, concluida por los Reyes Católicos, en 1492, con la conquista del reino nazarí de Granada. Por su lado, Hernán Cortés la utilizó también para conquistar México: aprovechó la división y el conflicto de las tribus indígenas, enfrentadas a la tribu mayoritaria de los aztecas, que las tenían esclavizadas. Por otro lado, podemos citar, para dar sólo tres ejemplos recientes más, su uso por los ingleses para crear el Imperio Colonial Británico en la India: alimentaron las disidencias entre las distintas tribus de la India para construir y consolidar su dominio colonial. En el campo de la política, F. Mitterrand la utilizó también para llegar a la presidencia de Francia; dividió a la derecha, aglutinada en el gaullista RPR (Rassemblement pour la République), favoreciendo el nacimiento del FN (Front National) de J.M. Le Pen. Algo parecido hizo Pedro Sánchez con su apoyo a Yolanda Díaz para crear “Sumar” y así debilitar y terminar con Podemos. Todos estos casos ilustran la persistencia del uso de recursos —eficaces pero deleznables— del pasado para dividir y así dominar y mandar.
Pedro Sánchez, el maestro del “divide y dominarás” Pedro Sánchez, Dr. Cum Fraude y semianalfabeto, es un alumno aventajado en el uso del adagio romano “divide et impera”. En efecto, este constructor de muros, por un lado, ha provocado crispación, odio, resentimiento, disensos y enfrentamientos, polarizando y dividiendo sistemáticamente a la sociedad española: “progresistas” (?) vs. “fachas” (?); hombres vs. mujeres; jubilados vs. jóvenes; inquilinos vs. arrendatarios; funcionarios vs. trabajadores por cuenta ajena; Policía Nacional y Guardia Civil vs. Mossos y Ertzaintza; CC.AA. solidarias, leales y legales vs. CC.AA. insolidarias, desleales e ilegales; etc.
Y, por otro lado, se ha asociado con lo peor de cada casa —herederos de ETA, independentistas, golpistas o partidos de la anti-España, que buscan terminar con España como país— para llegar a La Moncloa y mantenerse en el poder a cualquier precio, aunque sea a costa de la degradación de la Constitución, que propició la Transición y es el fundamento del orden legal y del sistema democrático actuales. Basta con recordar la “Ley de la amnistía”, que rompe el principio de la igualdad ante la ley de todos los españoles. Basta con recordar el “cuponazo vasco” para los catalanes, así como la quita de 12.000 millones de euros de deuda catalana (unos 88.000 millones de euros), dividiendo a los españoles desde el punto de vista del esfuerzo fiscal. Basta con citar la “Ley de Memoria Histórica”, trasmutada en “Ley Memoria Democrática”, que ha reavivado las “dos Españas” de las que habló Antonio Machado. Basta con…
La ruina de la España de las Autonomías
Pero el hecho más grave y trascendente del uso del “divide y dominarás” se produjo con la “España de las Autonomías” (cf. título VIII de la Constitución de 1978). Y de ella son responsables todos los partidos políticos, que propiciaron la Transición, y también los de ahora. Ante la deriva centrifugadora actual, sólo VOX preconiza una nueva recentralización de competencias y el fin de los reinos de taifas del Estado de las Autonomías.
Para los politólogos, la “España de las Autonomías” fue el resultado del “café para todos”, propuesto para hacer frente a las pretensiones insolidarias de ciertas regiones de España (País Vasco y Cataluña). Y, hoy, excepto VOX, ningún partido la pone en entredicho, ya que es una bicoca que permite, por lado, satisfacer el apetito de poder de la casta política; y, por el otro, proporcionar un medio de subsistencia a un ejército de paniaguados que no tendrían donde caerse muertos. Para los economistas, representa un derroche de recursos (se duplican y se superponen las estructuras del Gobierno Central) y un incremento de la “burrocracia” (resultado de la hiperregulación), que sólo pone travas a la actividad económica y que complica la vida de los ciudadanos.
Algunos analistas tildan a esta España de las 17 taifas como un Estado fallido, como una “chapuzacracia”, que no ha sabido o podido afrontar situaciones en las que han pintado bastos: entre otras, pandemia del Covid-19 y el diluvio actual sobre ciertas comarcas de la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía, por dar sólo dos ejemplos. Por eso, son cada vez más los ANTI-CC.AA. que piensan que o acabamos con el Estado Autonómico o éste acabará con España, dando así una nueva razón de pervivencia al adagio romano “divide et impera”.
“La unión hace la fuerza”
Así reza un refrán popular —que los romanos sabiamente habían formulado también con el adagio “Unus pro omnibus, omnes pro uno” (“uno para todos, todos para uno”)— para alcanzar el éxito o salir airoso de una situación difícil. Por eso, uno se pregunta cómo los partidos de izquierda y sus correas de transmisión, los sindicatos de clase, pueden ser partidarios del Estado de las Autonomías (la España dividida), olvidando aquel eslogan con el que termina el “Manifiesto Comunista”: “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”
Sin embargo, la gestión de la “res pública” por parte de Pedro Sánchez, y la deriva centrífuga del Estado de las autonomías militan por la confrontación y la división para seguir de inquilino en La Moncloa (Pedro Sánchez) y para seguir disfrutando de las prebendas del poder (la hipernumerosa casta política “apesebrada”). Como escribió alguien, si estamos unidos, podemos perder y ser derrotados; ahora bien, si estamos divididos, estamos irremediablemente perdidos. Y seremos víctimas propiciatorias de la ególatra, corrupta y cleptómana casta política, que no es parte de la solución sino parte del problema; y España tendrá los días contados como entidad política con personalidad propia.
© 2024 – Manuel I. Cabezas González
https://honrad.blogspot.com/
Doctor en Didactología de las Lenguas y de las Culturas
Profesor Titular de Lingüística y de Lingüística Aplicada
Departamento de Filología Francesa y Románica (UAB
08193 Bellaterra (Cerdanyola del Vallès) Barcelona
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