CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Los diversos diccionarios de la Lengua Española le atribuyen a la palabra «valor» varios significados: Cualidad o conjunto de cualidades por las que una persona o cosa es apreciada o bien considerada. Grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar… Cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente. Capacidad de subsistencia y firmeza de algún acto.
Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. En tal caso, la palabra «valor» hace referencia a la «valentía».
La valentía, el valor, es una virtud apreciada en todos lugares y culturas.
«¿El valor? Se le supone», se decía en la antigua «mili». Su carencia, el miedo, la cobardía, son ridiculizados y despreciados. Llevada a su máxima expresión, el arrojo, cierto grado de temeridad pone a la persona en camino de la heroicidad.
Desgraciadamente, son demasiadas las personas que, aunque el valor se les suponga, a la hora de actuar tienen demasiadas reticencias, miedos, prejuicios, y el valor que se les suponía se queda muy corto, cortísimo e incluso acaba siendo inexistente. Es mucha, demasiada la gente que «no da la talla», no alcanza la estatura que debiera, teniendo en cuenta las grandísimas cualidades, riquezas, que posee en potencia.
Pues sí, esta frase es la que figuraba en la cartilla de quienes hacían -obligatoriamente- el servicio militar (cuando en España existía una discriminación «positiva» que eximía a la mitad de la población de ir a la «mili» y sólo estaban obligados los varones) cuando terminaban su «servicio a la Patria», hasta que, en 2001, el gobierno de José María Aznar (PP) lo suprimió…
Como bien sabe nuestro rey, Su Majestad, Don Felipe VI que entre otros estudios ha cursado la carrera militar, cuando la «mili» era obligatoria se afirmaba lo de “se le supone”, porque como la mayoría de los reclutas no había tenido ocasión de entrar en combate, en tiempos de paz, se daba por sentado que era valiente, una cualidad que se daba por hecho que tenía cualquier hombre.
Otras aptitudes que el ejército intentaba inculcar eran la entereza, la resiliencia, la capacidad de entrega y sacrificio, la responsabilidad, la disciplina, la organización personal, así como la iniciativa y la capacidad de tomar decisiones en situaciones comprometidas.
¿La persona valerosa, valiente, se hace o nace?
Es de suponer que Don Felipe VI, independientemente de lo que llevara en sus genes, se entrenó, se ejercitó, se formó durante su infancia, juventud y adolescencia, para ser una persona valerosa, para que llegado el caso (como sucede en estos terribles momentos que viven España y los españoles) tuviera la valentía, la gallardía, «lo que hay que tener» para obrar en consecuencia.
La ausencia de valor, su antónimo, se llama cobardía, actitud tipificada y castigada en el Código Penal Militar (Ley Orgánica 14/2015, de 14 de octubre), que la define como: “el temor al riesgo personal que viole un deber castrense exigible a quien posea la condición militar”.
Decía Aristóteles que la virtud, el comportamiento virtuoso es resultado del entrenamiento, hasta convertirse en un hábito. Es de suponer que, como respecto del valor, nuestro rey fue educado y formado en un compendio de virtudes morales, intelectuales y físicas, o lo que es lo mismo, de armonía entre el querer, el saber y el poder.
Aunque sea volver a lo de «se le supone», tenemos que dar por sentado que nuestro rey, Don Felipe VI, ya posee, como resultado de su trayectoria de vida y de formación, valor, audacia (no temeridad) y capacidad para asumir riesgos. La audacia es la capacidad de coger al enemigo por sorpresa y ser capaz de desconcertarlo, a la hora de intentar resolver un conflicto.
Don Felipe en estos difíciles momentos que sufre España está obligado a pasar del «valor se le supone» al «valor acreditado, reconocido», es la hora de que lo que «se le supone» se traduzca en actos, se convierta en una realidad y deje de ser una simple suposición.
Es importante subrayar que el valor acreditado se le reconocía a un militar cuando participaba en «acciones de guerra» de forma exitosa, cuando se veía inmerso en un conflicto bélico, incluso aunque la guerra no hubiera sido declarada formalmente, cuando el estado se veía abocado al uso de la fuerza, de la cual también «se le supone» que posee el monopolio, para perseguir la delincuencia -y defender de ella a los españoles decentes- y contrarrestar cualquier intento de agresión que pueda venir del exterior.
Claro que, como decía Cicerón, una nación puede sobrevivir a sus tontos, e incluso a los ambiciosos, pero no puede sobrevivir a la traición desde dentro. Un enemigo en la puerta (en la frontera) es menos formidable porque es conocido y lleva sus banderas abiertamente; pero cuando el traidor se mueve puertas adentro, libremente, su astuto susurro corre a través de todas las galerías, y hasta es oído, escuchado en la sala del propio gobierno… Generalmente, esa clase de traidor no lo parece, les habla a sus víctimas con «acento familiar», e incluso utiliza su misma forma de vestir y hasta su mismo rostro, y apela a la vileza que se encuentra profundamente en los corazones de todas las personas. El enemigo interno carcome el alma de la nación, trabaja en secreto durante la noche, para minar los pilares de la comunidad y acaba infectando el cuerpo político de tal manera que ya no cabe resistencia. Sin duda, un asesino es menos de temer, pues es previsible y se sabe que de él solo se puede esperar maldad…
Sin duda alguna, tal como hace un siglo, cuando el bisabuelo de Don Felipe VI, el Rey Alfonso XIII tuvo la valentía de encargarle al General Primo de Rivera que pusiera orden (en una situación muy similar a la actual); el enemigo, los enemigos de España están dentro y no se ocultan, afirman sin rodeos, sin circunloquios que pretenden destruir España. Es por ello que ha llegado la hora de que Don Felipe VI dé un paso al frente y demuestre que el valor que se le supone, pase a ser un valor reconocido, pues, indudablemente «España está en guerra, la Patria está en peligro».
Así que, Don Felipe está obligado a intervenir, con valentía y proponer al Congreso de los Diputados que dé su confianza a un «Cincinato», un «Cirujano de hierro» que acabe con la situación caótica, con el desorden que sufre España, y, tal como vengo afirmando desde hace una semana, el candidato que proponga Don Felipe (según la Constitución y las leyes) no tiene que ser diputado y menos miembro de ningún partido político. España necesita de una persona sabia, decente, bien preparada, con experiencia exitosa en la gestión de dineros ajenos, y esas personas sólo están en las empresas privadas…
Estamos hablando de hacer uso de la potestad que le otorga a nuestro rey, como jefe del Estado, para que intervenga en situaciones excepcionales, escrupulosamente legal, legítima y en absoluto reprobable…
Así que, como se dice en mi tierra «Felipe, agila palante».
Además, la previsión de crecimiento del PIB del 3% está dopada por el gasto público.…
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