Javier Caraballo
Poco importa lo que tú pienses de Donald Trump, porque la realidad no es la que se configura con las preferencias de cada uno de nosotros, sino con la percepción objetiva de lo que ocurre a nuestro alrededor. Donald Trump es la nueva esperanza del mundo, el emblema del nuevo orden mundial, la demostración latente de que los Estados Unidos han inaugurado una nueva era de colonialismo, que es como podríamos denominar el fenómeno al que asistimos. Dos noticias de los últimos días, que pasan desapercibidas o desatendidas en nuestros debates públicos, son las que nos alertan de la rapidez del proceso, la evolución vertiginosa del nuevo orden mundial. Por un lado, ese estudio sobre la aceptación mundial de Donald Trump del European Council on Foreign Relations, uno de los centros de análisis más prestigiosos de Europa en este momento, con sedes en las principales capitales, Berlín, Londres, París, Roma, Madrid, Sofía y Varsovia. Y, por otro lado, esto es lo fundamental, la alianza estratégica entre el presidente más poderoso del mundo y los propietarios o dirigentes de las multinacionales que tienen en su poder toda la información del planeta. Donald Trump y los cinco gigantes de las tecnologías.
La coalición del hombre que tiene en su poder el mando del mayor ejército, el que dirige la mayor economía, junto a los multimillonarios que disponen de la base de datos de todo lo que hacemos, lo que pensamos, lo que deseamos. Lo único que no calculamos nunca de la globalización es que un grupo de personas como este, los dueños y propietarios de Google, Microsoft, Meta, X (Twitter), Amazon y OpenAI (Inteligencia Artificial); esa ‘mesa de camilla’ puede devolvernos al siglo XIX en cuanto les apetezca. Carlos Fuentes ya sintió ese vértigo en La silla del Águila. «¿Quién iba a imaginar que de la noche a la mañana las cosas cambiarían tan radicalmente? Ayer, al conocerte, te dije que en política no hay que dejar nada por escrito. Hoy, no tengo otra manera de comunicarme contigo. Eso te dará una idea de la urgencia de la situación… Hoy, no nos queda más remedio que escribirnos cartas. Todas las demás formas de comunicación se han cortado». Ese poder en unas pocas manos…
Que sí, que importa muy poco lo que pensemos de Donald Trump, si nos parece un tipo estrafalario, hasta ridículo, un farsante descarado que ha mentido durante toda su vida, un delincuente condenado por la Justicia. La opinión de cada uno de nosotros comienza a ser irrelevante cuando se pregunta por todo el mundo y el resultado es tan apabullante como el de las elecciones en Estados Unidos, la mayoría del mundo considera que su llegada a la Casa Blanca es un motivo de esperanza. Las principales potencias del mundo y los países más poblados comparten esa fascinación por Donald Trump, muy por encima de las diferencias enormes que existen entre ellos, culturales, económicas y políticas. Lo piensan en Rusia y en China, de la misma forma que lo respaldan en India, en Argentina o en Brasil. En Arabia Saudí, casi el 60 % de la población piensa que Trump es una esperanza de paz para el mundo, un porcentaje que nos puede sorprender tanto como que solo el 30 % de los turcos considere que es una mala noticia que haya vuelto a la presidencia de los Estados Unidos. Si queremos aumentar el desconcierto, detengámonos en un último dato de esa encuesta: resulta que hasta en Ucrania hay más gente (39%) que piensa que la guerra con Rusia se puede acabar gracias a Donald Trump que los que sostienen lo contrario (35%).
La excepción es Europa, incluido el Reino Unido. En nuestros países lo que se piensa es lo contrario, que Donald Trump es una mala noticia para el mundo y para los intereses de nuestros países. Con lo cual, tenemos un serio problema: ¿qué está pasando aquí? Como detallaba mi compañero Ángel Villarino, entre sociólogos, politólogos y analistas varios del continente europeo lo único que no se discute es el pesimismo: podemos entrar en una era de caída libre que se llevará por delante nuestras democracias liberales y nuestros acuerdos como socios comunitarios. De todas las conclusiones y advertencias que se hacen, lo fundamental es que nos detengamos en una, la más elemental: «Tenemos que evitar entrar en pánico y no hacer estupideces». Le añadiría un consejo más, que considero fundamental para evitar el hundimiento europeo que ya se anuncia: empezar a reconocer la realidad, despojada de tópicos ideológicos, de eslóganes desfasados y de superioridades morales, porque a este viejo continente ya no se le reconoce ese predicamento. Igual que le ocurría a la arrogancia británica, cuando en sus periódicos se titulaba «el continente europeo, aislado por la niebla», lo que no podemos pensar ahora es que son los demás los que conducen en sentido contrario y que solo nosotros vamos en la dirección correcta. Porque puede ser que sea así, pero no soluciona la deriva. Así que no sirve de nada.
Hasta en Ucrania hay más gente que piensa que la guerra con Rusia se puede acabar gracias a Donald Trump que los que sostienen lo contrario
Mucho menos va a servir que el discurso, sobre todo en los partidos de izquierda, se resuelva con la reproducción de los esquemas ideológicos de hace cien años. En España, lo vemos más claro que en ninguna otra parte porque lo vivimos a diario. Es tan patético lo nuestro que podíamos compararlo a alguien que, en ese momento, se empeñara en advertirnos del peligro de los dinosaurios para la especie humana. No, no estamos ante la amenaza del fascismo, porque la tensión fascismo/comunismo hace muchos años que desapareció. Ni los países comunistas son comunistas, ahí está el imperio capitalista de China, ni los populismos de extrema derecha que se están imponiendo en muchos países los podemos denominar fascistas, porque esa ideología no existe como tal.
Lo que está pasando es tan abrumador y desconcertante como lo que hemos subrayado aquí tras las elecciones de Estados Unidos: un tipo como Trump representa ante la sociedad el discurso de la lucha de clases mientras que la izquierda transmite una imagen de élite, preocupada de las cuestiones identitarias. La idea viene de The New York Times, de donde podemos extraer otra lección: también los periodistas necesitan una reflexión general sobre su propia contribución al desprestigio de la profesión, la falta de credibilidad de los medios tradicionales y el aumento agresivo de las ‘verdades’ de las redes sociales.
Un tipo como Trump representa ante la sociedad el discurso de la lucha de clases mientras que la izquierda transmite una imagen de élite
En este nuevo orden mundial, el nuevo colonialismo americano del que hablábamos antes, ya somos ‘colonias dependientes’ por la penetración absoluta en nuestras sociedades de las multinacionales de la globalización. La capitalización de las grandes tecnológicas estadounidenses es mayor que el PIB de los principales países europeos, Alemania, Italia, Francia, Reino Unido y España. En ese nuevo orden internacional, Estados Unidos ya no va a ejercer el papel de ‘policía del mundo’, como ocurrió durante el siglo pasado; eso ya nos debió quedar claro tras el abandono de Afganistán. Con lo cual, toda la estructura institucional que se creó tras la Segunda Guerra Mundial está definitivamente agotada, liquidada.
La ONU, la OTAN… La relevancia y el peso institucional que Europa pudiera tener en esos organismos se reduce ya a lo testimonial. Aunque nos falta perspectiva para reconocernos, es posible que estemos en un punto de inflexión de la historia. Si ninguna de las evidencias que tenemos delante se incorporan al pensamiento europeo, al discurso político, a las preocupaciones institucionales, si seguimos como si tal cosa, con el paso del tiempo se dirá que fueron estos años cuando todo se acabó jodiendo, como el Perú de Vargas Llosa. En nosotros está reaccionar a tiempo y dejar de hacer estupideces.
Javier Caraballo
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