¡Eh, tú, fascista: no olvides que te tenemos en nuestra lista! ¡Mejor será que te calles!

Es muy habitual, demasiado usual que, en las conversaciones, tertulias y debates acerca de la problemática social, sobre política y economía, haya quienes recurran a etiquetar, a tildar de «nazis» o «fachas» a quienes osan cuestionarlos, o se oponen a ellos. Quienes hacen profesión de la política y dicen ser progresistas, así como los medios de información afines, le cuelgan la etiqueta de «nazi» o «fascista», o «facha» a todo aquel que tiene la osadía de abrir su boca, opinar y cuestionar sus opiniones; es un recurso propagandístico muy manoseado por parte de los seguidores del marxismo en general (y de la derecha boba y acomplejada que, pretende granjearse las simpatías de la izquierda), desde que el mismo empezó a dar sus primeros pasos; la intención, obviamente, es descalificar, inmovilizar, aislar, condenar al ostracismo, a la muerte social a quienes se muestran insumisos, a quienes no se pliegan a sus dictados, y todavía más a quienes osan poner en duda su supuesta “superioridad moral”.

También se utilizan, por parte de la izquierda globalista, progresista, ambos vocablos, «fascista» y «nazi», como sinónimos de «extrema derecha» o «ultraderecha», con la misma intención de calumniar, demonizar, y como «argumento ad hominem», o «falacia ad hominem» cuando se intenta desacredita, hacer callar al oponente, atacando a la persona en lugar de intentar rebatir lo que esa persona ha expuesto y argumentado… «Tú no mereces ser escuchado, o tenido en cuenta, no tienes nada que aportar… pues, eres un tal o un cual. ¡Mejor que permanezcas en silencio!»

Pues bien, a pesar de que la propaganda izquierdista diga lo contrario, el fascismo, el nazismo y el marxismo-leninismo, en sus diversas versiones, desde Stalin a los Jemeres Rojos de Pol-Pot, pasando por Mao, o los hermanos Castro, poseen las mismas bases filosóficas, todas estas doctrinas son igualmente liberticidas, intervencionistas, colectivistas, totalitarias.

Tanto la ideología fascista como la nacionalsocialista, no están nada lejos del marxismo-leninismo, todo lo contrario, guardan íntimas afinidades y semejanzas y poseen las mismas, idénticas raíces.

Pese a que una grandísima mayoría de personas lo ignoren, el tradicional enfrentamiento -la ignorancia incita al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencia- y el tremendo rechazo que se profesan los partidarios de una u otra forma de totalitarismo liberticida, la confrontación entre nazi fascismo y marxismo en sus múltiples formas es como las guerras de religión, sean cuales sean las diversas religiones suelen ser muy afines (aunque sus dirigentes lo nieguen) y lo que hay siempre en disputa son sus potenciales clientes… Cuando uno logra hacerse oír entre los unos o los otros, inmediatamente se descolocan y perturban. ¿Cómo voy a ser igual que mi enemigo?, se preguntan, y arremeterán rabiosos contra quien los desenmascare, acusándole de agente encubierto de la secta contraria y le lanzarán todo tipo de improperios no importándoles si son zafiedades. Lo que nunca puede uno esperar de ellos es que traten de rebatir con argumentos medianamente racionales; obviamente recurrirán a la falacia ad hominen y similares…

Pues sí, hablar del nazi fascismo hace inevitable hablar de Hitler. ¿Fue realmente socialista? Hermann Rauschning, -autor de «Conversaciones con Hitler»– que coqueteó mucho tiempo con el nazismo para luego abandonarlo y denunciarlo, conoció bien a Hitler antes de 1933 y cuenta cómo éste se sentía en deuda con la tradición marxista. Hitler leyó y estudió bien los textos marxistas como estudiante antes de la I Guerra Mundial. Llegó a creer, según sus palabras, que el error de la República de Weimar era que sus políticos no conocían a Marx.

Pensar que el nazismo era contrario al socialismo porque los socialistas y comunistas formaban parte de otros partidos, es lo mismo que pensar que dos tendencias opuestas dentro de un mismo partido representan ideologías opuestas. Obviamente, puede haber múltiples partidos con una ideología igual o semejante, existiendo matices o diferencias que en lo fundamental no cambian esta afirmación. Hitler pensaba que sus diferencias con los comunistas eran más tácticas que ideológicas. Él creía que era su nacional socialismo, que “sólo competía con el marxismo en su propio terreno”, el encargado de llevar a la práctica la mayoría de sus ideas.

La limpieza étnica que fue parte esencial del programa nazi también lo era de la ideología socialista marxista. Bernard Shaw dio la bienvenida a la política de exterminios de la Unión Soviética. La socialista británica Beatrice Webb hizo exactamente lo mismo refiriéndose al genocidio soviético cuando remarcó que «no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos». En 1935, el gobierno sueco socialista comenzó un programa eugenésico de esterilización. Hitler era consciente de la profunda inclinación del socialismo por el exterminio, y así en 1920 afirmó en Múnich que “¿Cómo, siendo socialista, puedes no ser antisemita?”. Desde la época de Engels hasta aquel entonces todos los defensores del genocidio se auto titulaban socialistas.

Mussolini llegó a decir de uno de los mayores economistas para los políticos socialistas, John Maynard Keynes, que “el fascismo está enteramente de acuerdo con el pequeño libro de Keynes El final del Laissez-Faire, y que podría servir como una introducción a la economía fascista. Hay poco que cuestionar de éste y mucho que aplaudir”.

El Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, el partido nazi alemán, fue realmente un pionero en implantar programas políticos y económicos socialistas. En 1933 Hitler encargó a Erich Hilgenfeldt la prohibición de organizaciones de caridad privada para que el Estado asumiera en exclusiva toda la labor de ayuda a los necesitados. El Bienestar Nacional Socialista del Pueblo (NSV), la organización encargada de desarrollar e implantar los programas de ‘bienestar socialista’ fue en realidad quizás la más importante dentro del partido nazi. Así, los nazis crearon seguros estatales para personas mayores, complementos salariales para alquiler, para desempleados, para personas con discapacidades, seguros sanitarios, residencias para ancianos… Dentro de la NSV destacaba, por ejemplo, la Oficina para Bienestar Especial e Institucional que ayudaba desde el Estado a ancianos, alcohólicos y personas sin hogar. Incluso había una Oficina también para ayudar a los jóvenes. Todos los programas socialistas nazis se vieron como un intento de reforzar la idea de colectivo y dejar atrás el individualismo y libertad de los regímenes liberales.

No está de más recordarles a las víctimas de las leyes educativas “progresistas” y demás desinformados y analfabetos que, las diversas formas de fascismo fueron vencidas el siglo pasado, en la segunda guerra mundial…

La gente de izquierda ve fascistas por todos lados, excepto cuando se miran al espejo.

Ya indicó George Orwell que, así denominan los izquierdistas a todo lo que les disgusta. Los que cuando hablan de sí mismos se hacen llamar “progresistas”, llaman fascista a quien diga algo que no les agrade, ya sea acerca del “calentamiento global”, acerca del feminismo, acerca de los homosexuales, acerca del Islam, acerca de… excepto “curiosamente” si alguien ataca a los judíos y al Estado de Israel.

Si alguien dice que es partidario de que la enseñanza no sea estatal, que sea libre y privada, entonces será llamado fascista, cuando el fascismo está a favor de la enseñanza institucionalizada, no privada.

Pero, si hay algo especialmente sorprendente (producto de la ignorancia, claro) es que los progres digan que el fascismo y el nazismo son de derechas.

Fascistas y socialistas (y comunistas) pueden odiarse mutuamente, pero, aunque parezca mentira es mucho más lo que los une que lo que los separa.

Para empezar, ambas doctrinas son antiliberales, son contrarias a la economía de libre mercado y a la democracia liberal.

La búsqueda de la “tercera vía” entre economía de libre mercado e intervencionismo estatal, aunque los progres lo presenten como algo novedoso, y como seña de identidad del socialismo, de la socialdemocracia, ya era una cuestión que planteaba el fascismo italiano en los años veinte y treinta del siglo pasado. Y si hablamos de campañas “progresistas” contra el consumo de tabaco, o la “defensa de los animales”, el llamado “animalismo” ya estaban incluidos en el credo y el proyecto de Adolf Hitler.

No existe ningún fascismo de derechas, liberal-conservador, todo fascismo es progresista, aunque al contrario que el comunismo no pretenda (tampoco la socialdemocracia) acabar plenamente con la economía de libre mercado, y no se plantee la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción, sí persigue una economía intervenida por el estado, planificada y redistributiva, un régimen político y económico en el que los ciudadanos mantengan la propiedad y la libertad pero con grandes restricciones, y siempre supeditadas a la colectividad. No es casualidad el trasiego de fascistas hacia el socialismo, y viceversa. Tanto Mussolini como Hitler se declararon abiertamente “socialistas”, y partían de un diagnóstico claramente marxista.

El programa de gobierno fascista (también el nacionalsocialista) incluía limitar la jornada laboral, implantar salario mínimo interprofesional, enseñanza pública y laica, sanidad pública, reforma agraria, pensiones públicas y muchas más propuestas hoy llamadas progresista, derechos sociales, y propias del “estado de bienestar”.

También, el fascismo (y nacionalsocialismo) pretendían crear un “nuevo país”, un hombre –y una mujer- nuevos, una nueva sociedad.

No es de extrañar que Lenin mostrara públicamente sus simpatías hacia Benito Mussolini.

Tampoco podemos olvidar que Adolf Hitler era abiertamente anticapitalista, despreciaba a la burguesía. Y tanto los nazis como los fascistas alabaron al Roosevelt y su New Deal por sus políticas intervencionistas y antiliberales.

“En todas partes hay cosas artificiales, la comida está adulterada y repleta de ingredientes que supuestamente hacen que se conserve más tiempo, o tenga mejor aspecto o parezca enriquecida, o lo que sea que los anunciantes quieran que creamos… Estamos en manos de las empresas de alimentación cuyo poder publicitario y económico les permite prescribir lo que podemos comer y lo que no podemos comer… tomaremos medidas enérgicas para impedir que la industria alimentaria destruya a nuestro pueblo”.

Estas palabras serían perfectamente subscritas por cualquier ecologista, progre, de la “izquierda alternativa” ¿Verdad?

Pues, son nada más y nada menos que de Heinrich Himmler, Ministro del Interior del régimen nazi, jefe de las SS, y de la Gestapo….

Hitler hubiera prohibido las corridas de toros, tal cual hizo con la caza del zorro, afirmando que en su “nueva Alemania” no cabía la crueldad hacia los animales.

Igual que los actuales izquierdistas, los fascistas y los nazis eran enemigos de la institución familiar y de la religión… en la misma dirección de la “corrección política” de la izquierda española.

Fascistas, comunistas, nacionalsocialistas, nacionalistas coinciden en supeditar al individuo, al ciudadano a la colectividad, al grupo, al “bien común”, puede que estén enfrentados los unos con los otros, pero todos coinciden una cuestión: son antiliberales, liberticidas, totalitarios. Muchos son los que han calificado a la socialdemocracia como característica de comunistas “con paciencia”, sin prisas.

Tal como indica Jonah Goldberg en su libro “Liberal Fascism”, traducido a la lengua española como “El fascismo progresista”, el nuevo progresista es un profundo estatista, representa un nuevo fascismo generado en una cultura política democrática, pero con unos ingredientes ideológicos de izquierdas y alternativos (comunitarismo, sindicalismo, multiculturalismo, new age, buenismo, corrección política) que contribuyen a acentuar la sumisión o el conformismo progresista, integrador y autoritario. Lo más característico del progresismo fascista quizás sea “la creencia estridente de que cualquiera que defienda la superioridad de una concepción moral, forma de vida o tipo humano distintivos” ha de ser elitista, antidemocrático e inmoral.

Insisto: para quienes se ubican en la izquierda, fascista es casi todo aquel que no piensa como ellos.

Este vocablo lo utilizan para nombrar a gente de derechas, de extrema derecha e incluso en algunas ocasiones a terroristas de difícil ubicación “ideológica”, aunque ellos mismos se sitúen en la izquierda más irracional y fanática. Para un individuo “progresista” (palabra de la cual se han acabado apropiando) fascista es lo peor de lo peor, lo más malvado, mezquino, terrible que se puede ser (bueno, también están entre los malvados los proisraelíes y pronorteamericanos).

Por supuesto, la mayoría de quienes tienden a etiquetar de fascista a los que no piensan como ellos, ignoran todo o casi todo acerca de fascismo; por no saber, no saben quién fue Benito Mussolini, y menos que era un socialista italiano desencantado por la sumisión del socialismo europeo a la internacional pro-soviética y que, allá por 1.919 propugnaba un estado fuerte basado en la dictadura de un partido único (muy parecido a que lo que proponía el socialismo entonces, como en España el PSOE). Aunque no era partidario de la “dictadura del proletariado” que propone el marxismo-leninismo en sus múltiples variantes, su programa económico, sin embargo, era muy similar, y como el marxismo-leninismo proponía la creación de un estado fuerte, intervencionista, con grandes empresas públicas, banca nacionalizada, obras públicas a mansalva y emprender medidas para la protección de los trabajadores.

De estos mismos objetivos participaba también el partido fundado por un tal Adolfo Hitler con el nombre de Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes. Aunque, como bien sabe cualquiera que haya estudiado Historia del siglo XX, en el caso alemán además de la exaltación nacionalista se fomentó el racismo. Tanto el régimen de Mussolini como el de Adolf Hitler eran imperialistas, y cada cual por su cuenta acabó invadiendo diversos países: Abisinia, Checoslovaquia, Austria, Hungría y finalmente Polonia.

Los nazis y los fascistas no decidieron ser aliados hasta que Alemania invadió Francia. Cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial, tras la invasión de Polonia por parte del ejército hitleriano la Alemania Nazi era aliada de la Rusia Comunista. Entre Hitler y Stalin se repartieron Polonia, y como consecuencia de esa invasión los rusos fusilaron en Katyn a varios miles de oficiales polacos y acabaron con la élite intelectual, empresarial, política de la Polonia de entonces…

Así que, a ver si os enteráis de una vez los desinformados, ignorantes y víctimas de las leyes educativas “progresistas”, y os queda claro que los únicos estados fascistas que han existido, fueron derrotados por democracias occidentales gobernadas en algunos casos por jefes de gobierno de derechas (como era el caso de Gran Bretaña, entonces gobernada por Winston Churchill).

Por supuesto, que no podemos olvidar la intervención rusa en esta guerra, pero ésta fue sobre todo defensiva hasta que la Unión Soviética acabó invadiendo Alemania en 1945…

No hay nada más alejado de la derecha, de ser liberal-conservador, que el fascismo.

Los regímenes totalitarios –lo mismo da que sea el modelo nazi-fascista que el marxista-leninista- no les conceden a las personas ningún derecho frente a la colectividad, todos ellos pretenden que los ciudadanos se supediten al Estado omnipotente, omnipresente.

Los Estados socialistas (da igual si se trata del “estado nacional-socialista” o del “estado socialista marxista-leninista”, o del “estado corporativista-fascista” siguiendo el modelo de Benito Mussolini…) invaden todos los ámbitos de la actividad humana –pretende imponer su presencia en todos las situaciones y circunstancias que se puedan imaginar- a la vez que limitan la libertad individual. Es por ello que todos son considerados «totalitarios».

En los diversos regímenes socialistas (insisto, incluidos los regímenes nazi-fascistas) el Estado está considerado como lo prioritario, lo principal y las personas apenas como lo secundario, lo accesorio, que sólo tiene valor en cuanto se “des individualiza” y se somete al grupo. En cualquier “estado socialista” -que habría que llamar sin rodeos “dictadura”- el individuo carece de autonomía, y su dignidad es aplastada por el Estado, para que éste pueda cumplir con las obligaciones que la comunidad le exige; lo primordial para el Estado es cumplir sus objetivos (los objetivos que ha programado la vanguardia revolucionaria, los nuevos gestores de la moral colectiva) sea por el procedimiento que sea, no importan los medios, aunque los “medios” sean personas a las que se les ha arrebatado su dignidad como tales.

Veamos a continuación algunas características que corroboran las coincidencias de ambos tipos de regímenes políticos, del marxista-leninista y del nazi-fascista:

– Ninguno de los dos regímenes políticos -ni el nazi fascista ni el socialcomunista- reconoce derechos individuales por encima del Estado. El Estado absoluto absorbe todas las libertades fundamentales.

– Las dos ideologías promueven una forma de “estadolatría”, y en la práctica fomentan una especie de “Dios-Estado”, “estado-providencia” ante el cual se sacrifican los derechos individuales y las libertades fundamentales.

– El poder del Estado, además de absoluto, es ilimitado. Los órganos de gobierno, la burocracia estatal, la administración del Estado, están caracterizados por una completa arbitrariedad, sus competencias apenas están reguladas por norma legal de ninguna clase; todo lo contrario que ocurre en el Estado de Derecho.

– En ninguno de los regímenes marxista-leninista o nazi-fascistas existen “grupos intermedios” con autonomía legítima; es por ello que ambos regímenes acaban transformando a todo organismo empresarial o laboral en instrumento del régimen totalitario y liberticida: el fascismo italiano lo hizo a través de las corporaciones manejadas por el Estado y el nazismo por medio del Frente Obrero Alemán, en ambos casos de manera similar a los soviets en la URSS.

– Tanto los sistemas políticos nazi, fascista, o marxistas son regímenes de partido único sin oposición política. Decía Ayn Rand que la única diferencia entre los comunistas y quienes se hacen llamar socialistas o socialdemócratas es que los primeros suelen ser más impacientes… Tanto en el Tercer Reich como en la Dictadura del Proletariado, teniendo al frente un Presídium, o al Duce o al Führer, se combate a sangre y fuego cualquier intento fugaz de organización que no se someta al dogma oficial y a la disciplina de la vanguardia revolucionaria.

– Todos los regímenes “socialistas” poseen un “gobierno de fuerza”, todo lo contrario de los «gobiernos de opinión» que, son los que se apoyan en el consentimiento libremente expresado de la población. Se puede afirmar que el nazi-fascismo y el marxismo-leninismo allí donde se han implantado, siempre han promovido un verdadero culto a la violencia sin detenerse ante ley divina, natural o humana. Sin escrúpulos de ningún tipo, aplicando los más brutales métodos de acción.

– Todos los regímenes socialistas, progresistas, están basados en alguna clase de mito o de ficción, sea la «liberación del proletariado» en el marxismo; o la supuesta superioridad de la raza aria en el nazismo; o la idea exacerbada de nación en el fascismo mussoliniano.

– Otra característica de estos regímenes es la militancia atea del estado-gobierno-partido, con una profunda hostilidad hacia las religiones en general y la confesión mayoritaria de la nación de que se trate, en particular.

 Sirvan como muestra lo dicho por Lenin: «Dios es el enemigo personal de la sociedad comunista» (‘Carta a Gorki’, dic.1913, Le marxisme-leninisme, J.Ousset, p.132), o lo afirmado por Hitler: «No queremos más Dios que Alemania» (Bayrischer Kurier, del 25 de mayo de 1923).

No está de más destacar, y recordar, que la Iglesia Católica condenó, en sendas Encíclicas del Papa Pio XI, al fascismo y al nazismo. Al primero, en 1921 (Non Abbiamo Bisogno) y al nacional-socialismo, en 1937 (Mit Brennender Sorge). En cuanto al comunismo, las Encíclicas condenatorias son varias, pero destacan fundamentalmente las de Pio XI, Quadragesimo Anno, en 1931 y Divini Redemptoris, en 1937.

Aunque la mayoría de quienes se hacen llamar de izquierdas, socialistas y progresistas lo nieguen o lo ignoren (más lo segundo que lo primero) Hitler y Mussolini tenían como objetivo poner en práctica los postulados de Carlos Marx.

Pese a que se resistan a aceptarlo los repetidores de eslóganes, consignas y tópicos, Hitler se consideraba a sí mismo «el auténtico realizador del marxismo» (H. Rauschning, en Hitler me ha dicho, De. Cooperation, Paris, 1939, p.112) y nada menos que Goebbels fue quien confesó que «El movimiento nacional-socialista tiene un solo maestro: el marxismo» (Kampf um Berlín, p.19).

Y Benito Mussolini, para no ser menos, se complace en afirmar que Marx es su padre espiritual. (Mussolini y el fascismo Ed. Que sais-je, p.31). No se olvide, tampoco, la muy elocuente y famosa afirmación de la estadolatría pagana de Mussolini: «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado». (Discursos de 1928 a la Cámara de Diputados, 9 de diciembre de 1928, p.333). Por cierto, Lenin fue un entusiasta admirador de Mussolini y lo elogió y puso como ejemplo en múltiples ocasiones…

Goebbels –en perfecta sintonía con ideólogos marxistas- afirmó que «El socialismo es la concepción del mundo del porvenir que sólo podrá realizarse en el Estado Socialista» (Die Zweite Revolution). Y añadió: «Nosotros somos socialistas y enemigos mortales del sistema económico capitalista» (Der Nationalsozialismus, Die Weltanschaung des 20 Jahrhunderts).

Todo lo anteriormente citado conduce inevitablemente a la conclusión de que nazi-fascismo y social-comunismo son hijos del mismo padre, contrario a la economía de mercado y a la democracia liberal: Carlos Marx. Es consustancial a ambas ideologías la misma perversión, aunque con distintos ropajes; son, al fin y al cabo, partícipes de idéntico veneno colectivista y totalitario, aunque utilicen una jerga aparentemente diferente en cada caso. Fascismo y nazismo fueron versiones relativamente diferentes de un mismo pensamiento socialista y constituyeron regímenes estatalistas y liberticidas casi idénticos.

Nunca se olvide que Hitler y Mussolini militaron en el socialismo antes de fundar sus propios partidos.

Marxistas y nazi-fascistas no se han contradicho en aquello que sus doctrinas tienen en común, en lo que coinciden fundamentalmente, y mucho menos en sus perversos, crueles y genocidas formas de acción.

Durante el pasado siglo XX, se produjeron sucesos que acabaron conduciendo “casualmente” a una entusiasta colaboración entre ideologías aparentemente rivales, y que son especialmente sintomáticos, elocuentes: A modo de ejemplo, basta citar el pacto germano-soviético de 1939 entre Stalin y Hitler, que dejó las manos libres a la Alemania Nacionalsocialista para invadir Polonia y permitió a la Unión Soviética la anexión de Estonia, Letonia, Besarabia y el ataque a Finlandia, además de los asesinatos en masa efectuados en Katyn (parte oriental de Polonia) por orden de Stalin.

Después de todo lo expuesto debe rechazarse esa falsa antinomia, ese falso dilema. Se puede decir con rotundidad que es absolutamente falso que el fascismo y el nazismo son anticomunistas, y viceversa, pese a que la propaganda marxista pretenda imponerlo como verdad. Lo realmente cierto e irrefutable es que nazi-fascismo y comunismo son doctrinas aparentemente opuestas pero que, en realidad, resultan semejantes, afines, análogas.

Quienes dicen ser partidarios de los principios y valores propios de la Civilización Occidental deben de tener una clara y rotunda actitud anti totalitaria, anti colectivista. Quienes aspiran a ser coherentes y consecuentes deben definirse, tanto anticomunistas como antinazis fascistas.

Nazi-fascismo y marxismo-leninismo son -tal como vengo exponiendo- las dos caras de la misma moneda, dos fauces de la misma fiera totalitaria y liberticida.

Y ya para terminar: Si alguien que tilda a otra persona de “fascista” lo hace porque esa persona participa de la idea de que lo mejor es el libre mercado, la estricta separación de poderes, el gobierno limitado y la moralidad tradicional, incluyendo influencias religiosas, entonces está incurriendo en un absoluto error, una tremenda estupidez, pues los fascistas (como los nazis) se opusieron a todo ello, tal como hacen hoy quienes se hacen llamar de izquierdas y progresistas…

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