EL AÑO QUE NACÍ YO.

Juan Manuel Jiménez Muñoz

Hola. Me llamo Juan Manuel Jiménez Muñoz y pertenezco al colectivo más oprimido de España: la gente con dos dedos de luces.

Nací en 1961: un año donde estaba permitido hablar de todo, excepto de política.

Viví mi juventud en los ochenta, una época en la que estaba permitido hablar de todo, incluso de política.

Y ahora, en mi madurez, ya en el siglo XXI, vivo en una época donde no se puede hablar de nada, excepto de política.

Mi madre me dio de mamar. No tuvo problema en ello. En esos años estaba meridianamente claro que las mamás tenían pechos, y que los papás… no. Eso me ahorró confusiones en mi juventud, y tal vez fue la causa de que me gustasen mucho las tetas, aunque acabase aborreciendo la leche.

En mi infancia y adolescencia, aunque parezca mentira, podías encender la luz sin caer en la indigencia, evitabas el gasto energético sin quitarte la corbata, el médico te desaconsejaba el tabaco mientras se fumaba un puro, te podías comer un chuletón sin sentirte un asesino, y las mujeres llegaban a catedráticas sin que Irene Montero diese la cara por ellas. Qué cosas. Qué cosas. Mira que eran tontas las mujeres. Mira que no aguardar a que llegase el Imperio de Irene.

En mi infancia no había Halloween. El Día de los Difuntos, nada de reír por las calles disfrazados de fantasmas. Nada de vestir, alborozados, de Drácula o de momia. Y nada de atiborrarse de caramelos regalados. Los niños, con nuestras madres, en lugar de tales aburrimientos extranjeros, lo pasábamos genial en un incomparable marco típicamente infantil: íbamos al cementerio para limpiar las lápidas. Cagoentóloquesemenea.

A pesar de todo, mi infancia no transcurrió demasiado mal. Jugaba con niños y niñas en la puerta del colegio, pero eso sí: nunca noté que hubiese niñes en las proximidades. Serían deficiencias visuales mías por falta de carotenos, sin duda alguna. Porque seguro que les niñes estarían allí, en algún sitio. Por eso, por mi ignorancia, es un milagro que haya llegado hasta la edad adulta sin conocer las diferencias exactas entre el género fluido y el género no binario.

Por ejemplo: los héroes de mi infancia fueron Epi y Blas, pero siguen siendo un misterio para mí. ¿Eran sólo amigos que compartían un piso? ¿Eran pareja civil con derecho a roce? Vete tú a saber. Hoy, de repetir la serie televisiva, los guionistas hallarían un filón: Blas acudiría al Registro Civil para decir que se siente Blasa, y nadie le pondría el más mínimo reparo. Más aún: a pesar de su extrema niñez, la Seguridad Social cogería a nuestro Blas autorreconvertido en Blasa y, sin valoración alguna de un médico, le amputaría el pitorro para siempre. Sí, sí. Para siempre. De hecho, a mí me sucedió una cosa parecida: a los siete años de edad me sentía pirata. Menos mal que a mi padre no se le ocurrió dejarme tuerto y colocarme un parche. Cagoensanpitopato.

En otro orden de cosas, el maestro de mi pueblo me enseñó que España limita al Norte con la nación de Francia. Pero por lo visto ya no es así. Creo que, ahora, España limita al Norte con Navarra, País Vasco y Cataluña. Joder. Joder. Joder. Cómo han cambiado los mapas.

Asimismo, en mis tiempos escolares, Isabel La Católica, Cristóbal Colón, Hernán Cortés y fray Junípero Serra nacieron antes que Franco. Ahora ya no lo sé. Ahora estoy más liado que el fontanero del Titanic. Ya no sé si fray Junípero Serra era malo por ser fraile o por inscribirse en la Falange. Ya no sé si el Concilio de Trento era malo “per sé” o por haberse pronunciado a favor del bando nacional durante la Guerra Civil. Ah. Y lo peor de todo: en lo tocante a detergentes, ya no sé si limpian más los tambores de Colón que las trompetas de Hernán Cortés.

Y ¿qué decir de mi primera juventud? Sólo cositas buenas. Al cumplir los 18, los jóvenes de mi pueblo no cobrábamos 400 euros del Gobierno para comprar nuestro voto (aunque ahora recuerdo que con Franco no se votaba). A cambio, como regalo de cumpleaños, nuestros padres nos entregaban una espuerta de mimbre y un garabato, y nos ponían a varear aceitunas. Y sin embargo, aun así, llegábamos a ser médicos o maestros. Bastaba con estudiar. Con estudiar muchísimo para no perder la beca del Estado. Qué cosas. Qué rara era la juventud de entonces. Mira que subir en el escalafón social sin apuntarse a Podemos.

Por cierto: mi profesor de anatomía, ya en la Universidad, durante la carrera de Medicina, me confirmó que las mujeres tenían vulva y que los hombres tenían pene. Yo ya sospechaba algo: en una ocasión, en mi pueblo, siendo muy niño todavía, observé que una amiguita meaba en cuclillas. Horroroso, lector. Horroroso. Ahora, ya en la sesentena de mi vida, desde hace más de un lustro, estoy deconstruyendo esa imagen espantosa. Por irreal. Por fascista. Por heteropatriarcal. Por divisoria. Una pena lo de mear agachada. Una pena lo de la vulva. Una pena lo del pene. Eso sí: si tienen ustedes vulva, pero no se han deshecho de la próstata,… no olviden la revisión del urólogo. Cachis en la mar con la jodienda.

Ah. Y hablando de jodienda. En mi adolescencia y primera juventud, para enrollarnos con una chavala no necesitábamos la Ley del “Sí es Sí”: siempre era NO. De hecho, follar no era un pecado. Era un milagro.

En fin. A base de duchas frías, «joyicos» de pan con aceite y lonchas de mortadela, pude superar las antedichas ignorancias sexuales y llegar mentalmente sano hasta el día de hoy. Bueno. Lo de mentalmente sano es un decir. En realidad, todo el mundo está tocado. Lo que pasa es que a lo tuyo, todavía, no le hemos puesto nombre. So canalla.

Es más. De hecho, hay quien postula que la sociedad española sólo ha pasado por tres etapas históricas: el Paleolítico, el Neolítico y el Ansiolítico.

Cagoentóloquesemenea y mitad del cuarto más.

Juan Manuel Jiménez 

Firmado:

Juan Manuel Jimenez Muñoz.
Médico y tocapelotas.

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