Del 7 al 9 de mayo se ha celebrado la cumbre mundial «Truth Over Fear: Covid19 and The Great Reset» («La Verdad Por Encima del Miedo: Covid19 y El Gran Reinicio»), donde 40 médicos, científicos, abogados, investigadores y periodistas de primera línea han compartido conocimientos reveladores sobre la verdad detrás de la Covid-19, la vacuna y el Gran Reinicio.
Después de haber sido anunciado que la cumbre «Truth Over Fear: Covid19 and The Great Reset» («La Verdad Por Encima del Miedo: Covid19 y El Gran Reinicio») tendría lugar del 30 de abril al 2 de mayo, la plataforma Kartra, desde donde se iban a emitir las ponencias, eliminó el sitio web sin previo aviso, por lo que finalmente tuvo que posponerse una semana y emitirse desde una plataforma alternativa.
La cumbre de tres días de duración, donde 40 ponentes pudieron compartir sus conocimientos acerca de la situación actual en la que nos encontramos, abrió con un discurso de inauguración del arzobispo Carlo Maria Viganò en el que expone de manera clara su visión del momento en el que se encuentra la humanidad.
Recordemos que el arzobispo Viganò ya había escrito una serie de cartas al presidente Donald Trump informándole sobre la guerra espiritual entre el Bien y el Mal en la que se encuentra la humanidad en este momento de la historia.
En una de estas cartas afirmaba que «los hijos de la oscuridad, a quienes claramente podemos identificar con el Estado Profundo (Deep State) al que usted (Trump) sabiamente se opone y el cual actualmente está librando una guerra feroz contra usted, han decidido mostrar sus cartas, por así decirlo, revelando sus planes. Así como hay un Estado Profundo, también hay una Iglesia Profunda (Deep Church) que traiciona su deber y renuncia a su compromiso ante Dios. Así pues, el Enemigo Invisible, contra el cual los buenos gobernantes luchan en los asuntos públicos, también es enfrentado por los buenos pastores en la esfera eclesiástica. Es una batalla espiritual, de la que hablé en mi reciente llamamiento publicado el 8 de mayo«.
En esta ocasión, el arzobispo ha vuelto a incidir en la batalla espiritual que está teniendo lugar, y en cómo la covid se está utilizando para esclavizar a la población.
Hemos traducido el discurso al español.
Discurso inaugural del arzobispo Viganò en la cumbre «Truth Over Fear»
Estoy muy agradecido a Patrick Coffin por la oportunidad que se me ha brindado de participar en la cumbre mundial «Truth Over Fear: Covid19 y The Great Reset». Mientras me preparo para hablar, quiero saludar a cada uno de los participantes y bendecir su compromiso al servicio de la verdad, sobre todo en estas horas de gran confusión, de oscurecimiento de mentes y conciencias.
Ciertamente han tomado nota de mi declaración del 25 de marzo, mediante la cual quería de alguna manera lanzar este evento y anticiparme a estos temas, tratando algunos de ellos de manera más articulada. Lo que les diré ahora toca otros aspectos y de alguna manera pretende completar mi declaración anterior.
Los medios de comunicación, políticos, directivos de grandes empresas e incluso sacerdotes y obispos nos hablan obsesivamente de un mundo conectado, en el que las facultades del cuerpo humano se ven amplificadas por una serie de apéndices tecnológicos que nos permiten hablar con nuestro automóvil, encender la luz del salón hablando con un cilindro de plástico, obtener información acerca del tráfico gracias a Alexa, pedir sushi desde nuestro teléfono móvil y saber que la leche de nuestro refrigerador se acerca a su fecha de caducidad. Según ellos, este mundo representa logros y avances para la humanidad. Muchas de las maravillas que nos esperan ya están disponibles. Otras son inminentes, ya patentadas y listas para ser comercializadas.
Imaginemos por un momento que uno de nosotros, por casualidad, quedó aislado de todo esto a principios del año pasado. Imagínense que decidió retirarse a un chalet en la montaña para escribir un libro, o que ingresó a un monasterio para vivir un período de meditación y oración. Sin televisión, sin periódicos, sin redes sociales, sin noticias de última hora en su teléfono móvil. Sólo los ritmos de la naturaleza, el canto de los pájaros, el soplo del viento, el rugido del arroyo en la montaña, el tañido de la campana. Hasta el momento en que, después de más de un año, este afortunado amigo concluyó su período de aislamiento y regresó al mundo, creyendo que lo encontraría tal y como lo había dejado.
¿Qué encontrará a su regreso esta persona que se mantuvo alejada mientras los demás estábamos encerrados en nuestras casas debido a los cierres impuestos por casi todos los gobiernos del mundo?
Pues nuestro amigo descubrirá que mientras se dedicó a su novela o a la meditación sobre el Padre de la Iglesia, el mundo literalmente se ha vuelto loco. Un síndrome gripal, que según los datos oficiales ocasiona casi el mismo número de muertes entre ancianos y débiles que cualquier otra gripe estacional normal, se ha utilizado como pretexto para sembrar el terror en la población, gracias a la complicidad de los políticos, la medios de comunicación, médicos y fuerzas del orden. Se verá rodeado de personas que usan mascarillas incluso al aire libre, porque alguien ha dicho que evitará infecciones. Cuando regrese a su ciudad natal y quiera ir de compras, se encontrará con que lo expulsan de la tienda porque no lleva ese bozal ridículo, y no podrá salir a comer a un restaurante sin ser sometido a una prueba de hisopo que, hasta el año pasado, se indicaba como ineficaz para fines de diagnóstico. Oirá decir que esta «pandemia» ha causado millones de muertes, incluso si en 2020 en todas las naciones del mundo el número de muertes fue básicamente exactamente el mismo que en años anteriores. Y también escuchará que, debido a un virus de la gripe que muta notoriamente como cualquier otro coronavirus, las autoridades mundiales han comprado miles de millones de dosis de vacunas que son reconocidamente inútiles, dado que no garantizan la inmunidad y que, de hecho, tienen efectos secundarios graves, lo que nadie quiere reconocer.
Nuestro amigo quedará desconcertado al saber que, ante el primer brote de contagio en un lugar remoto de China, en lugar de bloquear vuelos y contactos con países extranjeros, hubo quienes gritaron «racismo» y tuvieron mucho cuidado en mostrar solidaridad yendo a comer rollitos de primavera en el restaurante chino local, acompañado de un grupo de fotógrafos y reporteros. Aprenderá de los periódicos que muchas naciones, durante más de una década antes, habían debilitado la salud pública, habían cerrado hospitales y habían dejado obsoletos sus planes para la pandemia. Y no entenderá por qué se han prohibido los tratamientos efectivos y la atención médica domiciliaria, sino que, en su lugar, se espera a que los infectados empeoren para que puedan ser hospitalizados en unidades de cuidados intensivos y hacerlos morir utilizando respiradores. Se sorprenderá cuando le digan que los muertos fueron privados de una autopsia y sometidos a cremación sin ningún funeral religioso, como si quienes los dejaron morir no quisieran dejar rastros de sus fechorías.
Se puede imaginar cómo suena de incomprensible lo absurdo de todo esto para una persona que no es bombardeada a diario por noticias terroristas de los medios de comunicación. Y la incomprensible pasividad y la resignada obediencia de las masas a los dictados de las autoridades civiles y religiosas. Porque nuestro amigo descubrirá que, también en la Iglesia, las cosas han cambiado: ya no hay agua bendita, los reclinatorios han desaparecido para dejar sitio a sillas espaciadas con carteles que indiquen dónde sentarse, cuántas personas pueden entrar, y que la comunión debe recibirse en la mano por motivos de higiene. Aprenderá que no solo los párrocos y los obispos se han adaptado a la locura colectiva, sino que incluso han hecho una aportación personal a ella, llegando en algunos casos a exigir pruebas de hisopos y vacunas para quienes quieran asistir a los servicios religiosos. Le mostrarán el famoso vídeo de Bergoglio en el que se le ve solo en la plaza de San Pedro, o la entrevista en la que promueve las vacunas como un «deber moral», aunque sean producidas con material procedente de fetos abortados. Y le dirán que la Congregación para la Doctrina de la Fe se apresuró a declarar moralmente lícitas estas vacunas.
Cuando hable con amigos de los que no ha tenido noticias en más de un año, nuestro amigo se enterará de que tienen prohibido salir, reunirse en vacaciones, celebrar la Pascua y la Navidad, ir a misa, confesarse, recibir los sacramentos; que el Estado ha impuesto cierres y toques de queda, cerrando tiendas y restaurantes, museos y gimnasios, escuelas y bibliotecas. Todo cerrado, por miedo a un virus gripal que se podría curar -que se puede curar- con tratamientos que la OMS y otros «expertos» han prohibido, ordenando en cambio «espera vigilante». Y si pregunta por qué nadie protestó, escuchará que las manifestaciones de disidentes también han sido prohibidas y reprimidas por policías con porras. Le dirán que en algunas naciones se han construido centros de detención para quienes no quieran vacunarse, mientras que se ha hecho obligatoria una app que permite el seguimiento de los movimientos de ciudadanos, y hoy se teoriza con que el uso de un microchip subcutáneo detectaría positividad para el virus o actuaría como pasaporte de vacuna, gracias al cual sería posible viajar en un avión o ir a un restaurante.
Y todo esto siendo posible gracias al silencio de los magistrados, mientras comités científicos anónimos mandaban a todo el mundo protocolos absurdos e ineficaces. Millones de personas confinadas en arresto domiciliario deberían haber reducido el número de infecciones, pero en realidad los países en los que no se impusieron los encierros han tenido menos muertes. Millones de personas obligadas a no trabajar, reducidas a la miseria por decisiones ilegítimas e inconstitucionales, han obedecido, esperando limosnas ridículas que se prometen mil veces y nunca llegan. Millones de personas, de hecho miles de millones, han sufrido las decisiones de unos pocos «filántropos» que han logrado imponer vacunas producidas por empresas farmacéuticas de las que ellos son los principales accionistas, con la aprobación de los órganos de control que principalmente financian ellos. Sin conflicto de intereses, sin crímenes de lesa humanidad, sin vulneración de las libertades naturales y de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Todo ha ido sucediendo de forma suave, como en una película distópica.
Bueno, queridos amigos, lo que nuestro amigo está encontrando es el mundo de fantasía deseado por el Gran Reinicio, por los que proponen un Nuevo Orden Mundial, por los seguidores de la secta globalista. Un mundo transhumano en el que algoritmos nacidos de mentes diabólicas y enfermas deciden si puedes salir de casa, qué tratamientos deben administrarse, qué actividades pueden continuar y qué personas tienen derecho a trabajar. Y mientras estábamos presos sin barrotes en nuestras casas, creyendo en los anuncios maníacos de la televisión y las redes sociales, al amparo de la oscuridad estaban instalando torres 5G en todas partes, para hacer posible el avance tecnológico que está destinado a conectar a todos y a todo, desde licuadoras hasta iPads, desde automóviles eléctricos hasta educación a distancia. Con la obligación perpetua de mantener la «distancia social» y de ser vacunados cada seis meses, aunque las cosas vayan bien, en nombre de una pandemia cuyo daño no se ve más que en la narrativa mediática y en su gestión descontrolada por políticos y médicos del régimen.
Nuestro amigo no es médico, pero como no ha vivido este año y medio de delirio sanitario bombardeado por las principales noticias en su TV, ordenador y teléfono móvil, es capaz de captar la locura de lo que nos ha pasado a todos, junto con el plan criminal que ha sido perpetrado por la élite. Tampoco se le escapará -como no se nos escapa a nosotros- que la jerarquía católica ha jugado su papel en la imposición de la narrativa oficial, utilizando la autoridad de la Iglesia para ratificar un crimen monstruoso, un fraude colosal tanto contra Dios como contra el hombre.
Si comparamos cómo vivíamos en enero de 2020 y cómo nos hemos visto reducidos a vivir hoy, no podemos dejar de reconocer el éxito de este plan interno, aceptado por la mayoría de la gente como ineludible. Hay quienes, incapaces de aceptar la irracionalidad intrínseca de las disposiciones adoptadas por sus gobernantes, suspenden todo juicio y se entregan a sus verdugos. Otros, tratando de encontrar un significado sobrenatural en la locura colectiva, rezan a Dios por el fin de una plaga inexistente o se adaptan a las nuevas liturgias paganas de Covid. Otros, más combativos, son incapaces de resignarse a la monstruosidad de lo que está sucediendo y esperan una intervención divina.
Si tan solo tuviéramos el buen sentido de pensar de forma autónoma, de utilizar la racionalidad con la que nos ha dotado el Padre Eterno, entenderíamos de inmediato que este horror no es más que el «mundo al revés» que desea el Eterno Enemigo de la raza humana, el infierno en la Tierra anhelado por los siervos de Satanás, el Nuevo Orden Infernal que es el preludio del advenimiento del Anticristo y el fin de los tiempos. Solo así podremos comprender la apostasía de los más altos niveles de la Iglesia, todos tomados para dar prueba de la obediencia a la ideología globalista, hasta el punto de negar a Cristo en la Cruz y preferir las pesadas cadenas de Lucifer al suave yugo de Cristo.
Si hay un «Gran Reinicio» que la humanidad realmente necesita, este sólo puede llegar con el retorno a Dios, en la verdadera conversión de los individuos y de la sociedad a Cristo Rey, que durante demasiado tiempo hemos dejado destronar en el nombre de una libertad perversa que permite y legitima todo menos el Bien. Ese «Gran Reinicio» se llevó a cabo en el Gólgota, en el momento en que Satanás creyó que estaba dando muerte al Hijo de Dios e impidiendo la Redención, cuando en realidad estaba firmando su propia derrota definitiva. Lo que estamos presenciando hoy es sólo un doloroso efecto posterior de la batalla entre Cristo y Satanás, entre los descendientes de la Mujer vestida del sol de la cual habla el Libro de Apocalipsis y la descendencia maldita de la antigua Serpiente.
Así, a medida que nos acercamos a la persecución del fin de los tiempos, tenemos la certeza sobrenatural de que incluso esta grotesca pandemia, un pretexto miserable o el establecimiento de una sinarquía antihumana y anticrística, está condenada a la derrota, porque Cristo ya venció al eternamente Derrotado con una victoria aplastante e inexorable. Fortalecidos por la certeza de esta victoria trascendental, cuyo triunfo veremos quizás muy pronto, debemos luchar bajo el estandarte de Cristo Rey y la protección de la Reina de las Victorias, a quien el Señor ha dado el poder de aplastar la cabeza del Maligno.
Si volvemos a Cristo, comenzando por nosotros y nuestras familias, lograremos no sólo abrir los ojos para comprender lo absurdo de lo que sucede a nuestro alrededor, sino que también sabremos luchar eficazmente con las armas invencibles de la Fe. «Omne, quod est ex Deo, vincit mundum: et haec est victoria, quae vincit mundum, fides nostra. – Porque todo lo que es nacido de Dios conquista el mundo: y esta es la victoria que ha vencido el mundo, nuestra fe» (1 Juan 5: 4). Entonces la nueva torre de Babel, el castillo de naipes de Covid, la farsa de las vacunas y el fraude del Gran Reset colapsarán inexorablemente, manifestando en su diabólica naturaleza el plan asesino del Adversario y sus sirvientes.
Miremos a la Nueva Jerusalén que desciende del cielo, la Santa Iglesia, que en la visión de San Juan aparece «como una esposa ataviada para su marido» (Ap 21:2). Escuchemos la voz fuerte que anuncia: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.» (Ap 21:4). Nuestro «Gran Reinicio» se realiza en nuestro Señor: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21:5); «Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin» (Ap 21:6). Que toda la Corte Celestial nos ayude y proteja en esta batalla trascendental, en la que es nuestra gloria servir bajo las insignias de Cristo Rey y María nuestra Reina”.
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