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El dulce encanto del falaz animalismo y el hombre postmoderno.

Darío Martínez Rodríguez

1. Unas personas no humanas: Sandra y Cecilia más allá del paraíso natural

Una orangutana del zoo (ahora ecoparque) de Buenos Aires es sujeto de derechos, ya no es una cosa o un objeto{1} publica Enric González en un reportaje de El País Semanal, de Madrid, el 23 de junio de 2019{2}.  Sandra legalmente había obtenido su condición de persona, credencial que le otorgaba el derecho a ser excarcelada del zoo en el que vivía, poder viajar a EE.UU y vivir en estado de libertad, derechos «que garantizan al animal las condiciones naturales del hábitat y las actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas». La ley ahora la protege como persona no humana. Anteriormente la chimpancé Cecilia recibió de un tribunal argentino el ‘habeas corpus’ que impide que pueda ser privada de libertad sin motivo, sólo un juez y en su presencia puede coartar ese derecho fundamental. Entre las propuestas animalistas articuladas en defensa de los derechos «éticos» (entre iguales y con respecto al hombre) de los grandes simios, desde la plataforma que opera a partir de 1993 “Proyecto Gran Simio”, están la reivindicación del derecho a la vida (cuestionado en muchos humanos, en casos propios de la bioética «como el aborto o la eutanasia»), la prohibición de la tortura de los animales que por su destreza e inteligencia son más próximos a nosotros y la defensa de la libertad individual:

«Pedimos la extensión de la comunidad de iguales para que incluya a todos los grandes hominoides: humanes, chimpancés, gorilas y orangutanes. La «comunidad de iguales» es la comunidad moral dentro de la cual aceptamos ciertos principios morales básicos o derechos como reguladores de nuestras relaciones mutuas y exigibles por ley. Entre estos principios o derechos se encuentran los siguientes:
2. La protección de la libertad individual. No está permitido privar de su libertad a los miembros de la comunidad de iguales; si se los encarcela sin juicio legal tienen derecho a ser liberados de inmediato. La detención de quienes no han cometido ningún delito, o de quienes no tienen responsabilidad jurídica, sólo debe permitirse si puede probarse que es por su propio bien, o que es necesaria para proteger al resto de los integrantes de la comunidad de iguales de sus miembros que claramente sería un peligro para los demás en libertad. En tales casos, los miembros de la comunidad de iguales tienen derecho a apelar ante el tribunal, bien directamente o bien –si carecen de la capacidad relevante– a través de un abogado.»{3}

El periodista responsable de la noticia nos muestra el aspecto humano y desalmado en lo relativo a nuestra visión intolerante con respecto a los animales, para ello qué mejor que acudir a una cita de Hobbes que no voy a reproducir. En una frase logra un efecto en el potencial lector muy eficaz: da cuenta de su sabiduría, cita a filósofos de reconocimiento mundial, muestra la mentalidad paradigmática del recinto más elevado del saber: la Europa sublime de Husserl u Ortega y Gasset, ficticia ella pero atractiva, y por último hace una caricatura etológica de la condición humana que permite dirigir la reflexión práctica del lector, es decir lo decanta por la benevolencia animal frente a la maldad humana. Maniqueo pero cautivador. Otro de los efectos es que facilita la continuación de la lectura al ponderar y elevar a la condición de sabio a su particular y libre lector. Uno por arte de birlibirloque se hace filósofo, de manera espontánea, ajeno al error, se coloca a la altura de cualquier saber filosófico de tipo académico, ya no necesita del temple necesario para organizar geométricamente y en symploké ideas, puede prescindir de los conceptos científicos, su opinión es garantía absoluta de verdad, atrás quedan las majaderías. Ahora los creadores de opinión pueden también crear verdades. Lo exótico se hace atractivo y el debate dominado por lo irracional se torna imposible. Hablando se grita la gente, hablando se enconan las posturas. La locura se sacraliza, se estimula, y la lectura de asuntos que cuando menos son problemáticos, dudosos, es protegida por los académicos instalados en los que muy bien identifica Jesús Maestro como «manicomios de diseño», es decir las universidades españolas perfectamente descoordinadas, feudalizadas e ignorantes de lo que pasa en otras comunidades autónomas. Así, sin más, las credenciales perversas e inhumanas del hombre a lo largo de la historia respecto a los animales sirven de premisa, los animales en consecuencia solo pueden sufrir, no ser felices, al ser tratados como cosas. Protegerlos a ellos nos eleva a nosotros. El bienestar de ellos por muy insensible que uno sea es el salvoconducto para poder alcanzar con más garantías nuestra felicidad. Huir del dolor, buscar el placer, he ahí lo útil de nuestro deber. El utilitarimo de Bentham es una obligación práctica para animales y para humanos, en la «comunidad de iguales» de los hominoides el mal es el dolor, el bien el placer.  En esta línea es ejecutada por Elena Liberatori la juez del caso la sentencia que avala su despegue de ser como cosa: “Estudié leyes para defender a los inocentes, y no hay nada más inocente que un animal” y añade el entrevistador: “Cuando habla de Sandra, parece hablar de una amiga”. Pero al dejar de ser cosas, al pasar a ser sujetos de derechos, se activa una deriva de irracionalidad objetiva sin parangón. Por ejemplo, el traslado aéreo a Florida (EE. UU.) ¿necesita de pasaporte? ¿Viaja con el resto de pasajeros como una persona más? ¿Si el traslado como dice la noticia es un asunto de importación entonces se pueden comprar personas o estamos hablando de un animal con valor de mercancía? Al no poder ser exhibida ni permanecer en cautividad ya no puede estar en un zoo, ahora vive en un ecoparque sin otros animales, sola, ¿vive mejor o peor? ¿Por su edad, 33 años, está en condiciones de poder vivir libremente, independientemente, en la naturaleza sin la presencia y la ayuda humana? ¿Si no viaja como turista hemos de entender que ya tiene el permiso de residencia en EE.UU? Es por este motivo que Guillermo Altares en el diario El País, de Madrid, el 14 de noviembre de 2016, afirma: “Esto va mucho más allá de las leyes contra el maltrato animal, porque significa reconocer que son diferentes, pero que son seres inteligentes y sensibles que merecen un respeto”{4}. Atrás queda el ser pura extensión sometida al rigor de un mecanicismo ajeno a cualquier sombra de voluntad libre, tal y como sostenía Descartes. La modernidad elevó al ser humano degradando al animal y triturando hasta la neutralización a esos seres angélicos que sin materia y con pura forma limitada e inteligente se aproximaban más y con mayor benevolencia a la mismísima voluntad de Dios. El mecanicismo de las bestias, ya apuntado por el médico judío y español Gómez Pereira, indirectamente dignificaba al hombre como persona con raciocinio. La modernidad inoculaba en la nueva clase burguesa del momento la identificación sin ningún atisbo de duda de persona y ser humano. No obstante ahora la intuición del racionalismo cartesiano no logra aprehender las verdades claras y distintas sino que lo que en principio es evidente se tronará oscuro y especialmente confuso. En el inventario de lo nada evidente estará el Yo. A pesar de todo el mito del ser humano como persona y racional es dominador y desactivarlo con rigor es una labor de pocos, tal vez ni de la mayoría de los actuales sabios, si acaso, tarea de trituración filosófica sistemática equipada de ideas capaces de superar la distorsionadora visión de la realidad en forma del dualismo mitificador naturaleza/cultura{5}. Un espacio antropológico mutilado, reducido al marco de relaciones entre el hombre con la naturaleza (eje radial) y las relaciones del hombre con el hombre (eje circular), yerra si pretende reducir el fenómeno religioso a cada uno de ellos, a modo de equilibrio energético con la naturaleza, caso de M. Harris, o a modo de lucha de clases como mecanismo necesario para el control del sistema de producción, caso de K. Marx. Vaciar el eje angular del espacio antropológico{6} conduce a aporías irresolubles, a excesos como el tratamiento mecanicista de los animales, a su visión como seres irracionales, sin sentimientos, o puras cosas, o al tratamiento inverso en el que el hombre se degrada en favor de la esencia inteligente animal.

La exclusividad del ser humano definido por su racionalidad no es otra cosa que una discontinuidad ontológica con respeto a cualquier otro ser animal. Pero la ciencia biológica de Darwin y la etología del siglo pasado (Karl von Frisch, Konraz Lorent, Niko Tinbergen, Jane Goodall entre otros) sentaron las bases precisas, quirúrgicas, verdaderamente demoledoras, de la conexión de corte plotiniano esencial entre nuestro hacer propositivo y el reflexionar complejo, objetual, de los animales superiores, y más concretamente de nuestros hermanos evolutivos los chimpancés{7}.

Ahora bien, hubo humanos no personas: esclavos o especies humanas ya extinguidas como los neandertales y hay personas no humanas como las tres personas divinas de la tradición cristiana, más allá de que creamos o no en su existencia; honesto es reconocer el impulso de dignificación dado por la teología cristiana al ser humano al resolver la cuestión nada fácil de la naturaleza de Cristo como Dios hecho hombre. Para el arrianismo Cristo era hijo de Dios y como tal no había sido creado de la nada, sino que su sustancia no podía ser diferente a la del resto de los hombres. Por tanto Cristo carecía de sustancia divina. La propuesta herética de Arrio fue triturada por la toma de partido a favor de una nueva ortodoxia cristiana y homologada tras el Concilio de Nicea (325); la persona era un compendio perfectamente armonizado de naturaleza humana, natural, material, carnal, y de naturaleza divina, espiritual, racional, formal, era una única sustancia. Con dicha hipóstasis elevada a dogma por San Atanasio y San Juan Damasceno el hombre cobra un impulso sobre los animales de dignidad que servirá para darle mayores cotas de libertad, esto no quiere decir que se socaven las desigualdades ni que el hombre en su condición de persona libre e hijo de Dios no pueda condenarse, el mal está de su lado, la oportunidad hacia el bien también, es suya la responsabilidad y dado que los afectos y las pasiones pueden más, el mal sino triunfante si será dominante. Es obvio que la figura de Cristo es el primer analogado de la aún en ciernes idea de persona. Un ser humano que se constituía en Yo trascendental:

«Y cuando, en el contexto del análisis del Yo trascendental, nos referimos a la filosofía cristiana, más que a la judía o a la musulmana, lo hacemos teniendo en cuenta que Cristo-Dios es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad de personas, un Dios que se hizo hombre y que, en consecuencia, «bajó del Cielo el Ego de Yahvé» («Yo soy el que soy) hasta la Tierra, al Ego de Jesús («Yo soy el camino, la verdad y la vida»), un Yo humano que no por ello deja de ser divino («trascendental»). A diferencia del Dios solitario (de Aristóteles, de Moisés o de Mahoma) –de un Dios infinito, inconmensurable con el hombre, praeterracional, incluso «atrabiliario», más allá de toda la lógica humana–, el Dios cristiano es, por su humanidad, un Dios más próximo a la racionalidad del Yo humano. De un Yo que sólo puede existir en comunidad con el tú y con el él, es decir, de un Yo imagen de la divina trinidad de personas de la dogmática cristiana.»{8}

La filosofía cristiana de la Alta Edad Media tratará la cuestión teológica de Dios-hombre, el rigor especulativo en este asunto es una exigencia ineludible. En el mortero de la reflexión terminará fraguando un hombre diferente derivado de un añadido por convención religiosa con tintes universales. En la última patrística el historiador de la filosofía Abbagnano nos dice que para Máximo el Confesor:

«… el Logos es la razón y el fin último de todo lo creado. La historia del  mundo encierra un doble proceso: el de la encarnación de Dios y el de la divinización del hombre. Este último pudo iniciarse gracias a la encarnación para restablecer en el hombre la imagen de Dios. Como principio de este segundo proceso, Cristo debía necesariamente ser verdadero Dios y verdadero hombre. Las dos naturalezas no se la capacidad de querer, en Cristo subsistían dos voluntades: la divina y la humana; pero la voluntad humana era conducida a la decisión y a la acción por la voluntad divinidad.»{9}

Pero esto con ser bastante no es todo, la voluntad humana para ser, para ser algo más que mera posibilidad sin necesidad de existir necesita del cuerpo. Un contendido secundario afín a los deseos más caprichosos, pero su naturaleza concupiscible podía ser dominada por un espíritu seguidor de la esencia voluntariosa de Dios como garantía de perfección en forma de felicidad y salvación. El cuerpo, insistimos, es el hogar del alma, el lugar que conforma nuestra individualidad, y prescindir del contenido que le da forma no es virtuoso, es directamente pecado.

En otro orden de cosas, al otorgar derechos como sujeto a un animal para protegerlo de su indefensión se corre el riesgo de igualarlo a nosotros y en este equilibrio jurídico se ponen en peligro nuestros derechos en tanto que personas humanas. Igualarnos a los animales en el campo de la ética les eleva a ellos pero el precio que se puede pagar es el debilitamiento de nuestra dignidad. El padre de la liberación animal, allá por los años 70 del siglo pasado, sostenía que el siglo XX había sido protagonizado por la reivindicación de los derechos civiles de las poblaciones negras, de las mujeres y de los gays de países instalados en un primer mundo dominado por los desequilibrios sociales, desordenes que acarreaban los privilegios de unos y el sometimiento de otros (9). La dominación de los blancos sobre los negros presidida por una desigualdad fundamentada en un programa doctrinal racial que reivindicaba la verdad de los diferentes grupos humanos biológicamente distribuidos era su coartada ideológica. Para ello el truco metafísico era sencillo: seleccionar y recoger verdades paridas por la ciencia biológica y trasladarlas impunemente a contextos categoriales ajenos, más problemáticos, y más dinámicos, como los sociales o los políticos (darwinismo social). Su relativismo cultural se perpetuaba en una forma muy sutil de tolerancia del desprecio, la piedra sillar del equilibrio social estaba en evitar el mestizaje, la pureza exigía poner límites legales tanto a los grupos superiores y privilegiados (prohibición de matrimonios mixtos) como a los grupos inferiores y degradados hasta la esclavitud, es decir cosas u objetos de derecho. Como tales los esclavos eran una mercancía sacralizada en torno a un derecho de naturaleza liberal como el de la propiedad privada, fuente por otra parte de su toma de partido por un iusnaturalismo fraguado como ficción humana original y anterior al Estado{11}. Pues bien, la hora de los derechos de negros, gays y mujeres ya pasó, ya lograron sus metas o están en camino, ahora es el momento de los derechos de los sin voz, de los más indefensos. Si ellos lo lograron con sus reivindicaciones y luchas por qué no van a poder hacerlo los animales. Singer nos muestra esa cara peligrosa de las demandas animalistas, ese rostro turbio y peligroso en el que se equipara a los negros, a los gays, a las mujeres con los animales en su afán por derrotar racional y éticamente el especismo como forma de racismo.

En otro orden de cosas. Leía en la revista semanal de El País una última reflexión del periodista responsable de la noticia en la que decía: «la mirada de Sandra impresiona por ser inteligente», lo presentaba como una desvelación de la que el resto de lectores no nos habíamos percatado con anterioridad, tal vez por falta de interés real en el asunto, o por falta de conocimientos científicos relacionados con las neurociencias y la etología. En cambio, la realidad muestra ser tozuda. No son esos descubrimientos ninguna novedad, lo que nos aportan con sus pesquisas son resultados ya sabidos muchas veces engolfados de jerigonzas conceptuales que impresionan al noble indagador de información sobre el asunto, pero no es para nada enriquecedor el decir con lo que parecen grandes argumentos trazados en el contexto del rigor científico, que muchos animales razonan, son inteligentes y son capaces de dilatar el tiempo con el propósito de poner en marcha planes de futuro prudentes. Guiados por una memoria fraguada en un hábito que les pondera, sus conductas, por complejas y sujetas a un saber hacer pautado, son culturales, son propositivas, lo que no quiere decir que puedan tener el alcance de las conductas humanas, entre otras cosas por falta de lenguaje articulado y por no ser los animales ni seres históricos ni seres políticos (aunque algunos se empeñen en reducir la política en ejercicio de los mandatarios de los actuales estados-nación en su interés por conquistar parcelas para su estabilidad en el tablero de ajedrez de la geopolítica actual a meras cuestiones de interés psicológico, de egos diminutos en términos de Gustavo Bueno, y de conductas esencialmente etológicas, por no decir primitivas). Los animales son sujetos operatorios que tienen cultura, objetivamente más pobre que la humana, y también poseen la capacidad de razonar, distinta, más rudimentaria, entre otros motivos, e insistimos en ello,  por la ausencia de lenguaje articulado y por la falta de unas manos con una destreza única para poder construir artefactos que van desde una aguja de hueso para coser pieles a un misil con ojivas nucleares de largo alcance, ambos artefactos son humanos, ambos son culturales, si bien el misil requiere de una destreza y de una habilidad orientada a la verdad que trasciende lo natural y lo cultural alcanzando un grado de materialidad universal e incluso anantrópico, una verdad construida en el laboratorio y  vinculada con la mecánica (sobre el movimiento y sus causas) y con la física de partículas para la obtención de energía atómica controlada para fines militares. La cultura y la razón no son exclusivas del ser humano. En la dialéctica por la supervivencia el hombre primitivo socialmente constituido en grupos reducidos de individuos (hordas o tribus) mantenía un especial vínculo con los animales realmente existentes del momento. Una muestra son las pinturas rupestres, esas reliquias artísticas que permiten indagar con rigor en el quehacer humano de nuestros más lejanos antepasados. Ellos sabían, sin necesidad de la tan cacareada neurociencia, de la naturaleza inteligente de los animales que les servían de fuente de energía para la subsistencia. Su reconocimiento quedó plasmado en piedra, en sus ojos y en sus plásticos movimientos los animales adquirían la condición de númenes{12}, es decir de dioses a los que había que temer, amar, adorar y cazar para poder comer, vestirse y hacer fuego.

Se originaba así una relación muy especial de tipo religioso entre humanos y seres no humanos dotados de razón. Dicha relación asimétrica es el verdadero núcleo del hecho religioso, el inicio de un curso en el que «el hombre hará a los dioses a imagen y semejanza de los animales»{13} que conduce a un ateísmo en el que el único Dios en el que se cree no sólo es imposible por contradictorio, sino que es un Dios que por infinito ni siquiera desea, lógicamente ha de carecer de voluntad dada su perfección lo que necesariamente le obliga a no querer nada que le pueda absurdamente faltar, luego es obligado deducir que no nos ama, y por si fuera poco con él no mantenemos una relación de fe (de ahí nuestra impiedad lógica) por estar en ese lugar al cual el hombre con su firme creer es imposible que llegue. Este nuevo saber religioso, desde una perspectiva etic, hace que este tipo de vínculo pergeñado por la piedad y el miedo, se convierta en su núcleo, en su verdad. Es obvio que la consolidación de tal saber vendrá de la biología y de la etología, saberes categoriales, consolidados, con construcciones en forma de leyes y teoremas coordinadas por principios de naturaleza anantrópica, que servirán para avalar y entender lo que de otro modo se sabía pero que solo se lograba explicar con el auxilio de mitos gobernados por voluntades humanas o divinas propias de cada grupo cultural.

La crisis de la razón del momento, práctica y pura en la línea de Kant, es una brújula sin norte. El sentido de la vida una quimera a largo plazo. El instante perpetúa falsamente un presente perfecto, lleno de oportunidades, donde el mal en forma de error corre de tu cuenta. El individuo sólo y disimuladamente desorientado se abraza a lo más fácil, y lo más deseado es lo más cercano. Hoy en la vorágine de un individualismo estúpido que nos conduce a la imbecilidad, lo que aflora es un síntoma nítido de nuestra idiotez. La falta de reconocimiento dominante por parte de los que son como nosotros, iguales en derechos y dignidad, aboca a muchos a buscar cordura en quien sin ser como nosotros (al no presentar figura humana, salvo el caso extraordinario de Superman que con ser extraterrestre presentaba una figura humana cómica y de comic, hortera y atractiva, impactante e idolatrada, y más cuando uno es un niño curioso y deseoso de sorpresas) es inteligente. El Dios de la tradición cristiana y judía está huérfano de fieles, en su maravilloso ser está nuestra incredulidad. En este naufragio de la razón como hacer reflexivo espoleado por la posmodernidad la vuelta a un modo hipócrita y falso de la religiosidad de nuestros orígenes humanos es un síntoma de barbarie cuando menos preocupante. Hoy la democracia posmoderna, de autobús en palabras de Bueno, se interesa por asuntos políticamente estériles, y la mayoría dirigida por lo pasional se torna «voluntad de lo imposible», de lo irracional. Atrae pero se enfrenta a situaciones imposibles para la estabilidad eutáxica del Estado, por falta de interés, por falta de conocimientos, por su insistencia en el debilitamiento paulatino de los estados-nación modernos, una vuelta al feudalismo más recalcitrante, más local, más próximo a los nuevos señores ataviados de privilegios salvadores de los grupos más afines y desconectados de lo común, inmersos en la fundición y temple de todas las capacidades en diferencias innecesarias y sacralizadas por la idea de cultura. En esta consolidada «oclocracia» Sandra y Cecilia no son sólo personas, son personas no humanas y pretendidamente numinosas, pero ahora la relación es ontológicamente falsa ya que es sabido por todos la no divinidad de los animales por nosotros sometidos cuando no domesticados e incluso construidos en laboratorios o centros de producción fruto de procesos humanos de selección artificial. Desde nuestro presente sabemos de la mano de las ciencias que los animales linneanos no pueden constituir una vuelta a la verdad de la religión original, es cierto que les adjudicamos valores y conductas morales, virtudes y vicios, grados de personalidad, capacidad de entendimiento, vía lenguaje, y otros rasgos de naturaleza humana que trascienden los natural (etológico, ecológico) a través de mitos sobre la esencia de los animales más inteligentes, mitos humanos que para sostenerlos se transforman en dogmas, atraviesan la razón y se insertan en la realidad en forma de locura «subjetual» y «objetual»{14}. Ahora la religiosidad original humana, con núcleo en la voluntad y la inteligencia de los animales realmente existentes, se diluye, se difumina y se muestra como una relación de tipo social lúdica, ostensible, y por supuesto diferencial, por ser moralmente más elevada y comprometer inevitablemente la libertad de otras personas. Quizá lo que sí se dé sea un asunto de mejora de una autoestima huérfana de reconocimiento social activada por una relación asimétrica en torno a la idea de piedad, una piedad con respecto a lo que forma parte de la idea mito de naturaleza, entendida como una especie de arcadia pastoril en el que el ideal leibniziano se materializa en forma de armonía y perfección. Una naturaleza amiga, viva, personal, voluntariosa, propositiva, por la que hemos de velar. Y este fenómeno no es algo privado, psicológico, o delirante, es algo constitutivo y que trasciende hasta lo jurídico, lo social, lo cultural o lo político. Este compromiso con lo natural es una especie de salvoconducto a lo extraordinario, apoteósico, y así quien se sacude el yugo de la razón moderna se eleva, se proclama divino, se convierte en salvador y modelo, se hace numinoso, y con él ya no ha lugar al debate, sólo nos queda el visto bueno. Aquí Evémero, «el hombre, por los animales, es Dios», y en un sentido negativo, «el hombre, sin los animales, es nada, es pura cosa». No es descabellado el mostrar como el animalismo actualmente es un contenido prioritario para la nueva idea de izquierda indefinida entendida como totalidad atributiva que va más allá del Estado en sus nematológicos finis operantis, abraza el relativismo irracional de la posmodernidad, y considera prescindibles las fronteras diluyendo hasta la farsa la dialéctica de la realpolitik de Estados.

Atrás queda la bestialidad de la naturaleza, su dureza traumática en forma de catástrofes. Hemos de decir que hoy resucitada en forma de virus, SARS-CoV-2, entre otras razones porque se le dota falsamente de voluntad, lo que obliga a luchar contra ella de la forma humana más inteligente: la guerra. Una vez dominada el urbanita de la ciudad total ya no le tiene miedo. El ciudadano, el urbanita, inventará una realidad no humana como hogar y en ella los seres dotados de razón, propositivos, aunque sin historia, sin capacidad de dilatar como el hombre el tiempo y el espacio, sin lenguaje articulado, merecerán toda nuestra consideración, y esta pasa por el reconocimiento de los que no son como nosotros, pero son inteligentes, como iguales. No hacerlo será visto como un desaire amoral, cuando no una falta manifiesta de ética, ausencia que automáticamente hace de la persona un ser devaluado, cuando no sub-humano. Esta vorágine dogmática es alentada desde medios de comunicación afines a la actual socialdemocracia, al fundamentalismo democrático posmoderno y embriagado de todo tipo de ismos, estéril de marxismo, de dialéctica hegeliana, e impregnada de krausismo:

«Por de pronto, las consecuencias morales de semejante planteamiento son insospechadas al concebirse Naturaleza y espíritu en un mismo plano (y de igual forma sus respectivas y particulares manifestaciones: cuerpo y alma); lo cual hace que la referirnos a ellos no podamos utilizar, salvo desvirtuando la argumentación krausista, las de nociones superioridad o subordinación. De aquí partirá toda una línea de defensa de los derechos de la naturaleza y del cuerpo humano, ampliamente desarrollada con posterioridad por el krausismo español y ampliada también a los derechos del niño, la igualdad de la mujer y el respeto a los animales.»{15}

Y no olvidemos que entre sus leyes morales o mandamientos generales que han de distribuirse pedagógicamente por el conjunto de la sociedad española está:

«7º. Debes ser justo con todos los seres y contigo, en puro, libre, y entero respeto al derecho» y

«8º. Debes amar a todos los seres y a ti mismo con pura, libre, leal inclinación.»{16}

Esta acumulación de buenas intenciones no ha de soslayar la posibilidad ya recorrida de un tratamiento falto de toda sindéresis que dio como resultado una locura ética y política sin precedentes en sus finis operis. El maltrato a los animales, del tipo que sea, ha de ser en todas sus manifestaciones erradicado. Tienen su cultura, su gracia santificante, y ya no están dejados de la mano de Dios. El vegetarianismo{17}, la liquidación paulatina de la ganadería intensiva, la supresión de la avicultura, la muerte sin dolor de los animales domésticos, la eliminación en los laboratorios de toda experimentación con animales, ya sea esta con fines cosméticos o médicos, se constituirá en su proyecto de vida, e incluso en su telos político extravagante por no querer saber nada del orden y la estabilidad del Estado. Ahora la lucha será de clases y en esta nueva dialéctica universal el contorno será los hominoides entendidos como totalidad atributiva. Y en este amor sin precedentes hacia los animales se corre el riesgo de degradar a la persona humana hasta convertirla en bestia, en cosa, y en el límite en ganado parlante. En esta estructura ontológica bimembre la razón claudica ante la barbarie, no queda espacio para la verdad, sólo quedan soluciones irracionales que por puro compromiso han de ser materializadas hasta las últimas consecuencias. De ser así las buenas intenciones pueden mutar hacia el terror y transformarse en verdaderos programas de exterminio. No hablamos por hablar, lo decimos con conocimiento de causa, y para ello nos valemos de un testimonio real; desvirtuar al otro, desposeerlo de su condición de persona, no sólo lo degrada, no sólo le quita su dignidad, sino que habilita al que lo cree a actuar de forma violenta y gratuita, de este modo se le puede y se le debe cazar, es un salvaje, es un infrahumano, es un desgraciado que mató a Dios, y no cree en Dios, y más cuando se halla legitimado por todo un pueblo. El 4 de octubre de 1943 el jefe de las temidas SS pronunció en Poznan un discurso ante sus camaradas de partido y de ideales de la siguiente guisa:

«Nosotros los alemanes, que somos los únicos en el mundo que tenemos una actitud decente con los animales, debemos también adoptar una actitud decente con estos animales humanos [se refiere a sus amigos rusos y judíos], pero sería un crimen contra nuestra sangre preocuparse por ellos o darles un ideal.»{18}

2. Canta y el ortograma imperial estadounidense

Aficionado por obligación al cine infantil. Tiempo para estar con los más pequeños. El repertorio es abundante, pero por su contenido, su estructura y la que me parece más interesante por su mensaje soterrado es la película de animación «Canta» –2016– (Garth Jennings, Christophe Lourdelet). Los protagonistas son animales antropomorfizados. Como tales hablan, planean, muestran sus inquietudes, sus deseos, sus sentimientos y sus fines. Son propositivos, aunque con dificultad para su representación, se les dota de manos capaces de hacer con inteligencia, en este caso todo un lujoso teatro y un conjunto de actuaciones musicales más propias de la gala de los Emmy. Si primero fue con el mito de Tarzán como el hombre, más concretamente el individuo libre norteamericano, se hizo animal pudiendo así dominar en su beneficio a la naturaleza indómita, ahora es al revés. La naturaleza indómita, salvaje, la de los animales no domésticos, los animales ajenos a la ciudad y que no son mascotas, con capacidad para vivir libremente e independientemente de los hombres. También la de animales domésticos pero que no son urbanos. Ahora son tratados como personas de forma aparentemente espontánea, aceptada, por el gran público infantil previamente predispuesto a ver lo que se le va ofrecer y desconoce (estrenos). El animal salvaje y doméstico no humano se hace hombre. Como tal, cada uno de los personajes con su identidad magistralmente definida que curiosamente se puede asociar, si se me permite, a los tipos de personalidad política que pretenden ser dominantes en el presente en marcha.

La trama de la película es sencilla: el triunfo del sueño americano. Es repetido pero resulta eficaz. La geopolítica de los EE.UU. se articula en cuatro frentes: económico, tecnológico, militar y cultural, y en este último apartado la industria del cine hollywoodiense es esencial{19}. Digamos que la superestructura ideológica del imperio depredador realmente existente, aunque en horas bajas, está inserta hasta el tuétano en la vida productiva de un país que se presenta ante el mundo como potencia gendarme del buen orden global, como nación elegida que ha de expandir como obligación moral la libertad individual por todos los rincones del planeta. Dicha cadena de dominio se retroalimenta desde el convencimiento de la superioridad en ejercicio de la mayoría de la población del que conocemos como mundo civilizado de raíz griega. Es en este punto donde me quiero detener. Cada uno de los personajes es una representación fidedigna de las naciones políticas que protagonizan desde su óptica, emic, la puesta en marcha del actual orden mundial. El protagonista es un koala, Buster Moon. Animal que cualquiera identifica con el continente australiano, sin falta de estrujarse las meninges. Es atrevido, por supuesto libre, se hace así mismo (huérfano cómo no, de padre y madre, se hace explícita la ausencia del padre y de la madre no se dice nada{20}, arriesga en momentos difíciles, tiene un sueño que entiende como una misión{21}, emprendedor, y para él el trabajo bien hecho es su verdadera fe. Lo único que puede doblegarlo es una esclavitud de deuda que viene representada por una llama o una alpaca, estirada, sin empatía, usurera, solitaria, y por supuesto judía (Judith); me atrevería a decir que podría ser una judía argentina. Primer prejuicio propuesto dulcemente y muy fácil de ser asimilado, la caricatura animada es buen comienzo. Otro malo, el grupo de osos que con su egoísmo sin límites, sin reservas éticas para poner en marcha sus proyectos más allá de los límites establecidos, de los ideales programados en forma de misión por el bien de la humanidad, de justicia social y libertad individual para todos (la gala musical de artistas nobeles en el gran teatro), sólo obtienen como resultado que va más allá de sus propósitos particulares la ruina de todo un espectáculo. Hemos de recordar que en la olimpiada del año 80 del siglo pasado celebrada en Moscú, la mascota de los juegos no fue otra que el «oso Misha». Si un país se identifica con el oso por su protagonismo en circos, dibujos animados («Masha y el Oso»), tradiciones, es el pueblo ruso. Ya tenemos a los malos. Vayamos a los insignificantes, los que en la política global no juegan ningún papel, las comparsas políticas, por interés de potencias ajenas y por aceptación de sus presuntas y elevadas miserias, por supuesto nos referimos a los países de habla hispana. Dos momentos, ambos resueltos en un santiamén. Prueba global, el mundo dirigido desde la cultura anglosajona pone en marcha un concurso de talentos de la música. Concursos muy familiares en las televisiones de nuestro país. La prueba que decir tiene es abierta, no se discrimina a nadie, todos pueden, todos cuentan con su oportunidad. Una llama, actuación en solitario, con guitarra española, acude a la prueba sin preparación, cree en su talento, en su posibilidad de éxito sin entrenamiento, sin trabajo previo, su baza es su improvisación. El resultado un simple sentimiento de pena: ni canta, ni toca, ¡qué se la pierda en el olvido! Descartada, decisión asumida y justa. Otra actuación, más breve aún, un grupo de arañas, animales comunes, salvajes pero de presencia en territorio doméstico. Su tema seleccionado “Aserejé” de las Ketchup, grupo rechazado sin presentación de juicio y valoración pública. Son pero no participan del tablero de juego planteado en este caso en el terreno ficción de un concurso de canción. Trasladado a la política: la comunidad hispánica es pero no participa en el tablero político internacional, se encuentra en una situación permanente de incomparecencia, o lo que es lo mismo y en términos políticos: otros toman las decisiones transnacionales por ellos. Hay más buenos, ¡no se vayan todavía amigos!, todos ellos protestantes o asimilados a su tradición. Una pareja de puercoespines, punksunderground, van con los tiempos, tocan y cantan fuerte, ingleses (podrían ser del mismo Liverpool), aborrecen el sistema, viven de su descarada crítica, simple, directa, pegadiza, se convierten en fenómeno de masas, pero a la vez son parte del engranaje del sistema, son un producto más. Su desafío estético carece de fuerza, no obliga, se restringe al ámbito de lo individual. La pareja se divide, el talento está en ella, supera el techo de cristal, es parte de la nueva juventud femenina de la tercera ola que quiere hacerse con el poder político y el control productivo. Ahora bien, la familia no puede quedar a un lado. Participantes alemanes, rasgo animal antropomorfo: el cerdo, guiño a la tradición culinaria teutona relacionada con las salchichas. Animal doméstico no urbano. Pareja bien avenida, padres de familia numerosa, estereotipo tradicional, recuerda a las películas de Cine Barrio protagonizadas por Paco Martínez Soria «Abuelo Made in Spain» –1970– (Pedro Lazaga), Alberto Closas «La familia, bien, gracias» –1979– (Pedro Masó) o Florinda Chico «El padre de la criatura» –1972– (Pedro Lazaga). La familia ata, pero con esfuerzo, con organización, con tesón, el sueño se puede hacer realidad. Disciplina, trabajo y éxito asegurado. El trabajo una salvación para ellos y para su familia. Dios los ama, Dios los apoya, Dios quiere voluntariamente que su triunfo satisfaga sus conciencias. EE.UU es un país de oportunidades, la felicidad es posible y es responsabilidad de cada uno. Lo tomas o lo dejas, el sistema que está a mano es impecable, el error está del lado del individuo. Calvinismo como hacer político. Un gorila sabe de su talento musical, es su oportunidad de éxito. Pero la prueba que ha de superar pasa por dar vía libre a su ley moral, ser esclavo de su conciencia, doblegar las circunstancias que le atan a su no ser. Ser uno mismo significa romper con la forma de ser de su familia, o el éxito o la cárcel. Cumpliendo con su deber, ajeno a las circunstancias, poniéndolas entre paréntesis, logra un puesto en el escenario del triunfo. Es reconocido, es agraciado, es feliz. La voluntad individual infinita y esta vez humana le conduce hacia el bien. Tanto bien sólo puede contaminar de felicidad a los suyos, a los más próximos por familiaridad y amistad. El mundo perfecto es posible. Fin de la historia. La población afroamericana está de enhorabuena, atrás queda el control racial de su comunidad. Estados Unidos aprende de sus errores, el progreso hacia lo mejor es posible. El pueblo elegido con la guía de Dios lo ha conseguido. El lobby italiano tampoco puede faltar. Católicos pero en el fondo asimilados por el sistema capitalista con paradigma indiscutible en los Estados Unidos. Protestantilizado. Por encima de la ley positiva esta la ley moral que brota de su conciencia. Ha de darse vía libre a su razón práctica pura pública. La ejecución de su buen hacer escusa los medios, maquiavélico él, pero por encima de todo está esa justicia divina encarnada en el bueno de Buster Moon que le catapultará a la fama, a la felicidad, al reconocimiento de todos. La persona del italoamericano Frank Sinatra se hace animal inteligente, de gran gusto estético, de buena voz, buena letra, se presenta como ratón.

Y la ganadora es… ¡una elefante! Otro momento para las mujeres. Más arriba sugerido. La mamífera terrestre más grande de la Tierra. Fuerte, inteligente, tímida, pesada, un lastre para el éxito, le impide bailar con soltura y la hace torpe, una responsabilidad demasiado elevada, una carga con la que ha de contar si quiere intentar vencer. Curiosamente el símbolo de uno de los dos partidos políticos con capacidad para poder gobernar la primera superpotencia global tras la caída de la Unión Soviética (al menos hasta ahora y con el futuro permiso de la República Popular China): el partido Republicano, actualmente en el poder (Trump).

El asno demócrata no aparece, ni está ni se le espera, doméstico y protagonista de una película de éxito y rival: «Shrek» –2001– (Andrew Adamson, Vicky Jenson).

Para concluir con el elenco de estrellas. La diva. Una oveja negra de raza Suffolk, tradicional, entrada en años, como buena inglesa de cuna y afincada en Estados Unidos toma su té a las cinco. Solidaria con quien le hace ganar dinero. Famosa y amada, con su gloria conquistada por méritos propios. Ella lo logró, dejó atrás el rebaño, sus sueños, sus ideales, diferentes sí, pero conquistados con su talento, sin ayuda de nadie. Un modelo a seguir, un logro individual fruto de una vida en el mejor de los mundos posibles, en el mundo de las oportunidades.

Corolario. El dominio cultural representado de forma paradigmática con esta película es una prueba inequívoca de la eficacia y el dominio anglosajón de la propaganda, medida impregnada de mentira pero de la que hemos de reconocer su capacidad eutáxica. Una puesta en escena dirigida a los niños a través de un presente ficción en marcha con protagonistas animales con evidentes rasgos antropomorfos («teriantrópos», se combinan rasgos animales morfológicos con rasgos humanos culturales: lengua, artefactos y vestuario entre otros) que no sólo cancela las causas de lo meramente imaginario, de los fantasmas del fondo de la caverna, sino que con su proceder meditado, calculado, poetizado y mimetizado, idealiza y consolida lo que no es más que una apariencia. Una imagen de un imagen ya de por sí falsa que hace del mito americano un mito dominador y hasta ahora iluminador. Eleva y glorifica los aciertos, degrada y desprestigia los errores. Tal vez un tanto trasnochado, sigue preso de una época pasada configurada por una paz caliente o guerra fría entre dos bloques abiertamente enfrentados en la dialéctica de Estados, el Imperio Americano y el Imperio Soviético. Quizá sea síntoma de una potencia que empieza a declinar y mira más a su pasado glorioso que a su futuro. La potencia China se deja de lado, mejor mantener un fluido encuentro comercial y limitar las posibles tensiones al área de lo estrictamente económico o basal, que elevar el desencuentro vía propaganda a nivel militar o cortical. Desde nuestra plataforma hispana nos queda estar atentos, y a ser posible intentar triturar las mentiras aglutinadas en torno a la idea oscura donde las haya del Ego como entidad subjetiva, de lo posible, que para ser no necesita existir y es cobijo seguro para lo irracional y metafísico.

——

{1} Si por una cuestión enraizada en la ciencia biológica, en sus evidencias moleculares, nos hemos de decantar por la familiaridad genética paradigmática con respecto al hombre, en ella no estaría el orangután. De este modo hemos de subrayar que: “Contrariamente a las ideas establecidas, la emergente evidencia molecular demostró que chimpancés y gorilas están evolutivamente más próximos al hombre que al orangután. Lo que significa que HomoGorilla y Pan forman un grupo monofilético que no incluye al orangután”, Antonio Rosas, Los primeros homininos. Paleontología humana, CSIC-Los libros de la Catarata, Madrid 2015, pág. 25.

{2} “Sandra, la oraguntana que se convirtió en persona”, en elpais.com

{3} Jesús Mosterín, ¡Vivan los animales!, Debate, Madrid 1996, págs. 323-324.

{4} “Los animales también tienen derechos humanos”, en elpais.com

{5} José Manuel Errasti, Los hombres y los animales: https://www.youtube.com/watch?v=YoXbOU3i0Y4

{6} Gustavo Bueno, “Sobre el concepto de ‘espacio antropológico’”, El Basilisco, número 5, noviembre-diciembre 1978, páginas 57-69.

{7} “Creo que hoy respondo mejor diciendo: sencillamente, nunca salieron humanos de los monos (chimpancés). Los chimpancés nunca fueron nuestros antepasados. Son, en un sentido amplio, nuestros hermanos evolutivos. Ambas especies descendemos de un antepasado común que vivió en las selvas africanas del Mioceno. El género Pan (chimpancés) y el género Homo (Humanos) compartimos un antepasado común a partir del cual cada linaje siguió su propio rumbo” (Rosas, 2015: 25)

{8} Gustavo Bueno, El Ego trascendental, Pentalfa, Oviedo 2016, pág. 258.

{9} Nicolás Abbagnano, Historia de la filosofía, Montaner y Simón, Barcelona 1973, tomo 1, pág. 293.

{10} Peter Singer, Liberación animal, Taurus, Madrid 2011, pág. 361.

{11} «Entre los derechos disfrutados por los libres está también el del libre e imperturbable disfrute de la propiedad, comprendida la propiedad de esclavos, a condición de que estos últimos sean relegados al mundo colonial (…) la afirmación del carácter inadmisible y de «la inutilidad de la esclavitud entre nosotros», o del principio sobre la base del cual, Inglaterra –y en perspectiva Europa– tiene un aire «demasiado puro» para poder tolerar, en su «propio suelo», la presencia de esclavos», Domenico Losurdo, Contrahistoria del liberalismo, El Viejo Topo, Barcelona 2005, págs. 55-57.

{12} Gustavo Bueno, El animal divino, ensayo de una filosofía materialista de la religión, Pentalfa, Oviedo 1996, págs. 151-187.

{13} El animal divino, pág. 186.

{14} Es muy interesante sobre este asunto el artículo de David Alvargonzález, “El problema de la verdad en las religiones del paleolítico”, Ediciones Libertarias, Madrid 2005.

{15} Antonio Jiménez GarcíaEl krausismo y la institución libre de enseñanza, Cincel, Madrid 1986, pág. 53.

{16} El krausismo, pág. 90.

{17} Existe una clara tendencia a hacer del campo una zona propia del ámbito urbano, el programa que podríamos bautizar como Ciudad Total no escatima ningún tipo de recurso. Es la hora de salvar el planeta, es en realidad la hora de incorporar a las gentes del campo al sistema de consumo triunfante de las sociedades más avanzadas. Ahora la producción cárnica y lechera se torna cuando menos diabólica, mal sin rostro e inteligente, perverso, temible y ante el que sólo nos queda el recurso de poner en marcha medidas orientadas a su erradicación definitiva, y es tan perversa que incluso incide directamente en el peligroso incremento del calentamiento climático (¿podríamos decir que los sectores productivos ganaderos son despojados totalmente de su condición de animales dotados de sentimientos, viéndolos ahora como cosas por su condición de seres artificiales, domesticados, humanos, y, además, la encarnación misma del mal? ¿Ubicarlos en el «eje radial» del espacio antropológico facilitaría su desaparición?) Luego no producir leche y no producir carne con el fin de facilitar nuestra subsistencia no sólo es éticamente virtuoso, dado que se evita el maltrato animal, sino que es saludable e incluso no contaminante. Asistimos   a la inauguración de la nueva senda de la llamada economía sostenible. Habría que reclamar, plagiando al mismísimo Marx y a su compañero intelectual Engels, ¡vegetarianos del mundo uníos! Ya se podía leer en un periódico de tirada nacional «¿La ecología contra la ganadería? Una nueva y sorprendente batalla irrumpe en el frente ambiental: reducir el consumo de carne en los países ricos sería un método rápido y eficaz para que cada ciudadano contribuya a frenar el calentamiento global. Menos consumo de carne implicaría menos cabaña y menos emisiones. Pero la propuesta, apoyada por celebridades como Paul McCartney, choca con la tendencia creciente del consumo de carne en todo el mundo, al que se apuntan las regiones emergentes como señal de la riqueza conquistada. Se sabía que abusar de la carne no es saludable. Ahora, además, no es verde». Antía Castedo. Diario El País, viernes 24 de Julio de 2009

{18} Katrin Himmler y Michael Wildt, Himmler. Según la correspondencia con su esposa (1927-1945), Taurus, Madrid 2014, pág. 292.

{19} «Los Estados Unidos tienen la supremacía en los cuatro ámbitos decisivos del poder global: en el militar su alcance global es inicialmente inigualado, en lo económico siguen siendo la principal locomotora del crecimiento global, pese a que en algunos aspectos Japón y Alemania (que no disfrutan del resto de los atributos del poder global) se les acercan; en el tecnológico mantienen una posición de liderazgo global en los sectores punta de la innovación; y en el cultural, pese a cierto grado de tosquedad, disfrutan de un atractivo que no tiene rival, especialmente entre la juventud mundial. Todo ello da a los Estados Unidos una influencia política a la que ningún otro Estado se acerca. La combinación de los cuatro ámbitos es lo que hace de los Estados Unidos la única superpotencia global extensa», Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Paidós, Barcelona 2001, pág. 33.

{20} Luis Carlos Martín Jiménez, “El eclipse o muerte de los padres como núcleo del género de cien infantil de masas”, El Catoblepas, número 175, septiembre 2016, pág. 3.

{21} El gran tablero mundial, pág. 36. «La mezcla resultante de idealismo y egoísmo es una combinación potente. La autorrealización individual se considera un derecho de origen divino que, al mismo tiempo, puede beneficiar a otros mediante el ejemplo y a través de la creación de riqueza. Es una que atrae a personas enérgicas, a las ambiciosas y a las muy competitivas». La tradición de desprecio y respeto de los animales, págs. 212-222.

Darío Martínez Rodríguez
Pola de Siero, España 1971. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Oviedo. Ha sido profesor de Filosofía en el IES Candavera de Candeleda, Ávila; y actualmente ejerce en el IES Peñamayor de Nava, Asturias.

FUENTE: https://www.nodulo.org/ec/2020/n193p11.htm

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