El fracaso del progresismo en España: una historia de oportunidades perdidas… PP, PSOE, PSOE, PP, tanto monta, monta tanto…

Desde la muerte de Franco, de la que se cumple este año el 50º -quincuagésimo- aniversario; España ha experimentado una alternancia política entre el PSOE y el Partido Popular, dos partidos que, pese a sus aparentes diferencias ideológicas, han mantenido un modelo de gobierno que no ha conseguido resolver las grandes asignaturas pendientes del país: el desempleo, una enseñanza deficiente y la falta de un modelo económico productivo y perdurable. A pesar del discurso progresista que ha dominado la política española durante décadas, la realidad es que ningún régimen de esta orientación -la única desde la muerte del General Franco hasta la actualidad- ha logrado corregir las injusticias ni mejorar sustancialmente la vida de los ciudadanos, salvo en términos propagandísticos.

Tras casi cinco décadas desde el fin del franquismo, España se encuentra en una encrucijada histórica. La alternancia en el poder entre el PSOE y el Partido Popular, lejos de propiciar un avance significativo, ha perpetuado un modelo de gobierno que no ha logrado resolver los problemas estructurales del país.

A pesar del discurso dominante, los sucesivos gobiernos «progresistas» no han conseguido cumplir sus promesas de justicia social y mejora del bienestar ciudadano. La «desigualdad» persiste como uno de los grandes desafíos: España se mantiene como el cuarto país más desigual de la Unión Europea, solo superado por Bulgaria, Lituania y Letonia. Esta realidad contradice la retórica política y pone de manifiesto la ineficacia de las políticas implementadas hasta ahora.

El desempleo sigue siendo una asignatura pendiente. Aunque la tasa de paro ha disminuido en los últimos años, situándose en el 10,61% según la última Encuesta de Población Activa (EPA), persisten problemas estructurales. El paro juvenil y la brecha de género en el empleo siguen siendo preocupantes. Las mujeres enfrentan mayores barreras para acceder al mercado laboral, con una tasa de desempleo del 11,83% frente al 9,53% de los hombres.

El sistema de enseñanza español no ha logrado fomentar el pensamiento crítico ni desarrollar las habilidades necesarias para el siglo XXI. Un estudio realizado recientemente en estudiantes de secundaria lleva a la conclusión de que el 90% no utilizaba el pensamiento crítico, ni en el ámbito académico ni en el personal. Esta carencia no solo afecta al desarrollo individual, sino que también limita la capacidad de innovación y progreso del país en su conjunto.

La falta de un modelo económico productivo y perdurable ha llevado a España a depender excesivamente de sectores volátiles como el turismo. La ausencia de políticas efectivas para fomentar la inversión y la creación de empresas, y por tanto de empleo y de riqueza, ha resultado en una economía poco diversificada y vulnerable a las crisis externas. El aumento del empleo a tiempo parcial, que creció en 265.000 personas en el último trimestre de 2024, refleja la precariedad laboral y la falta de oportunidades de calidad.

Un progresismo sin progreso

Si entendemos el progresismo como una corriente política que busca la justicia social, la mejora del bienestar de los ciudadanos y la superación de la pobreza económica y cultural, en suma, avanzar para mejorar, en España su aplicación ha sido un fracaso rotundo. Ni el PSOE ni el Partido Popular han diseñado y ejecutado políticas eficaces para la creación de riqueza, el desarrollo industrial o la reducción de la dependencia del Estado, sino que han optado por un sistema clientelar basado en la subvención y la compra de voluntades.

A lo largo de los años, lejos de promover una enseñanza de calidad que fomente el pensamiento crítico y el desarrollo del conocimiento científico y técnico, las reformas del sistema de enseñanza han ido en la dirección contraria: facilitar el acceso a títulos sin garantizar conocimientos sólidos, desincentivar el esfuerzo y la excelencia, e introducir una fuerte carga ideológica en los contenidos escolares. Este deterioro de la enseñanza no es casual, sino el resultado de una estrategia política para moldear ciudadanos acríticos y dependientes del Estado, lo que a su vez refuerza el dominio de la clase política sobre la sociedad.

Un país sin rumbo económico

El populismo-socialdemócrata imperante ha destruido cualquier posibilidad de construir un modelo económico sólido y competitivo. La falta de incentivos para la inversión, el exceso de trabas burocráticas y fiscales para los emprendedores y la cultura del subsidio han convertido a España en un país cada vez más alejado de la innovación y el progreso. La inversión extranjera huye, la industria es inexistente y la iniciativa privada es asfixiada por regulaciones absurdas y una carga impositiva desproporcionada.

El desempleo estructural, especialmente entre los jóvenes, y la precariedad laboral son síntomas de un modelo que no promueve la generación de riqueza, sino la dependencia del Estado. Sin embargo, el problema no es solo económico, sino también cultural: el mensaje dominante desalienta el esfuerzo individual y glorifica la mediocridad. En este contexto, el espíritu emprendedor, la innovación y el desarrollo de sectores estratégicos se ven limitados por una administración que, en lugar de facilitar, obstaculiza cualquier iniciativa ajena a su control.

¿Un cambio real con Feijóo?

Con la incertidumbre sobre la posibilidad de que el gobierno de Pedro Sánchez sea reemplazado por uno liderado por Núñez Feijóo, surge la pregunta clave: ¿hará algo diferente el Partido Popular para sacar a España de este letargo? La experiencia no invita al optimismo. Aunque el PP se presenta como una alternativa al socialismo, su historial de gobierno muestra una escasa voluntad de revertir el modelo de Estado que perpetúa la dependencia, la falta de incentivos y la corrupción institucionalizada.

Para que España pueda abandonar su posición en el «trasero de Europa», es imprescindible un cambio radical en la dirección política y económica. No basta con apuntalar y gestionar el statu quo con mayor eficacia; se necesita una transformación profunda del sistema que permita liberar el potencial de la sociedad española y romper con décadas de políticas fallidas.

¿Está Feijóo dispuesto a asumir ese reto?

Hasta ahora, no ha mostrado señales claras de que vaya a emprender una «revolución estructural» que devuelva a España al lugar que le corresponde en el mundo.

Corolario

La hegemonía del modelo populista-socialdemócrata ha sumido a España en una espiral de mediocridad, dependencia y estancamiento. La ausencia de políticas económicas que incentiven la inversión y el emprendimiento, y el dominio de una clase política extractiva han condenado al país a la irrelevancia.

España se encuentra en un momento crucial. Para superar los desafíos pendientes y aprovechar su potencial, es necesaria una transformación profunda que vaya más allá de los cambios cosméticos. Se requieren políticas audaces que fomenten la enseñanza de calidad, acciones que estimulen la innovación y el emprendimiento, y construyan un modelo económico perdurable y equitativo.

El futuro de España depende de su capacidad para romper con décadas de políticas ineficaces y abrazar un verdadero cambio. Solo así podrá nuestra nación abandonar su posición rezagada en Europa y construir un futuro próspero para todos sus ciudadanos. La pregunta que queda en el aire es si la clase política actual está a la altura de este desafío histórico.

Si no se rompe con el consenso socialdemócrata, con el régimen populista-progresista PP-PSOE, si no se apuesta por una regeneración profunda del sistema, España seguirá siendo el último de la fila, pese a sus enormes potencialidades. La pregunta es si alguien tendrá el valor y la determinación para liderar ese cambio.

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